UNA LLAMADA AL AMOR
Autor: Anthony de Mello
MEDITACIONES: DE LA 6 A LA 10
Meditación 6
"Las zorras tienen guaridas.
y las aves de! cielo nidos: pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar !a cabeza"
(Mt 8.20)
He aquí un error que la mayoría de las personas
cometen en sus relaciones con los demás: tratar de
construirse un nido estable en el flujo constantemente móvil
de la vida.
Piensa en alguien cuyo amor desees. ¿Quieres ser alguien
importante para esa persona y significar algo especial en
su vida? ¿Quieres que esa persona te ame y se preocupe
por ti de una manera especial? Si es así, abre tus
ojos y comprueba que estás cometiendo la necedad de
invitar a otros a reservarte para sí mismos, a limitar
tu libertad en su propio provecho, a controlar tu conducta,
tu crecimiento y tu desarrollo de forma que éstos se
acomoden a sus propios intereses. Es como si la otra persona
te dijera: "Si quieres ser alguien especial para mí,
debes aceptar mis condiciones, porque, en el momento en que
dejes de responder a mis expectativas, dejarás de ser
especial". ¿Quieres ser alguien especial para
otra persona? Entonces has de pagar un precio en forma de
pérdida de libertad. Deberás danzar al son de
esa otra persona, del mismo modo que exiges que los demás
dancen a tu propio son si desean ser para ti algo especial.
Párate por un momento a preguntarte si merece la pena
pagar tanto por tan poco. Imagina que a esa persona, cuyo
especial amor deseas, le dices: "Déjame ser yo
mismo, tener mis propios pensamientos, satisfacer mis propios
gustos, seguir mis propias inclinaciones, comportarme tal
como yo decida que quiero hacerlo..." En el momento en
que digas estas palabras, comprenderás que estás
pidiendo lo imposible. Pretender ser especial para alguien
significa, fundamentalmente, someterse a la obligación
de hacerse grato a esa persona y, consiguientemente, perder
la propia libertad. Tómate el tiempo que necesites
para comprenderlo... Tal vez ahora estés ya en condiciones
de decir: "Prefiero mi libertad antes que tu amor".
Si tuvieras que escoger entre tener compañía
en la cárcel o andar libremente por el mundo en soledad,
¿qué escogerías? Dile ahora a esa persona:
"Te dejo que seas tú misma a, tener tus propios
pensamientos, satisfacer tus propios gustos. seguir tus propias
inclinaciones, comportarte tal como decidas que quieres hacerlo...
" En el momento en que digas esto, observarás
una de estas dos cosas: o bien tu corazón se resistirá
a pronunciar esas palabras y te revelarás como la persona
posesiva y explotadora que eres (con lo que será hora
de que examines tu falsa creencia de que no puedes vivir o
no puedes ser feliz sin esa otra persona), o bien tu corazón
pronunciará dichas palabras sinceramente. y en ese
mismo instante se esfumará todo tipo de control, de
manipulación de explotación, de posesividad,
de envidia... "Te dejo que seas tu mismo: que tengas
tus propios pensamientos. que satisfagas tus propios gustos,
que sigas tus propias inclinaciones, que te comportes tal
como decidas que quieres hacerlo... "
Y observarás también algo más: que la
otra persona deja automáticamente de ser algo especial
e importante para ti, pasando a ser importante del mismo modo
en que una puesta de sol o una sinfonía son hermosas
en sí mismas, del mismo modo en que un árbol
es algo especial en sí mismo y no por los frutos o
la sombra que pueda ofrecerte. Compruébalo diciendo
de nuevo: "Te dejo que seas tú mismo... "
Al decir estas palabras te has liberado a ti mismo. Ahora
ya estás en condiciones de amar. Porque, cuando te
aferras a alguien desesperadamente, lo que le ofreces a la
otra persona no es amor, sino una cadena con la que ambos,
tú y la persona amada, quedáis estrechamente
atados. El amor sólo puede existir en libertad. El
verdadero amante busca el bien de la persona amada, lo cual
requiere especialmente la liberación de ésta
con respecto a aquél.
Meditación 7
"Airado, el dueño de la
casa dijo a su siervo:
'Sal en seguida a las calles i. plazas de la ciudad
y tráete a los pobres y lisiados y ciegos y cojos'
"
(Lc 14.21)
Piensa en alguien que te desagrade: alguien a quien sueles
tratar de evitar, porque su presencia te produce sentimientos
negativos. Imagina que estás ahora mismo en presencia
de esa persona y observa cómo surgen las emociones
negativas... Es perfectamente posible que imagines a alguien
pobre, lisiado, ciego o cojo.
Comprende ahora que, si invitas a tu casa a esa persona,
a ese mendigo que anda por plazas y calles, es decir, si la
invitas a estar en tu presencia, ella te ofrecerá algo
que ninguno de tus encantadores y amables amigos. por muy
rico que sea, puede ofrecerte. Te revelará a ti mismo
tu propio ser y la naturaleza humana: una revelación
tan valiosa como cualquiera de las que pueden hallarse en
la Biblia, porque ¿de qué te vale conocer todas
las Escrituras si no te conoces a ti mismo y. consiguientemente,
vives como si fueras un "robot" La revelación
que ese mendigo va a hacerte servirá para ensanchar
tu corazón hasta que haya espacio en él para
toda criatura viviente. ¿Puede haber mejor regalo?
Trata de verte ahora reaccionando negativamente y hazte la
siguiente pregunta: "(Tengo yo el control de esta situación
o, por el contrario, es la situación la que me domina
a mí?" Esta es la primera revelación. Y
a continuación viene la segunda: la manera de controlar
esta situación consiste en que tengas el control de
ti mismo, cosa que en realidad no sucede. ¿Cómo
se logra ese dominio? Todo lo que tienes que hacer es comprender
que hay personas en el mundo que, si estuvieran en tu lugar,
no se verían afectadas negativamente por esa persona,
sino que controlarían la situación y estarían
por encima de ella, no sometidas a ella como tú lo
estás. Así pues no es esa persona la que origina
tus sentimientos negativos, como equivocadamente crees, sino
tu "programación": ésta es la tercera
y principal revelación. Observa lo que ocurre cuando
logras realmente comprender esto.
Una vez recibidas estas revelaciones acerca de ti mismo,
presta atención a la revelación relativa a la
naturaleza humana: ¿sabes si esa otra persona es o
no responsable de ese comportamiento o esa característica
suya que te hace reaccionar negativamente? Sólo puedes
persistir en tus sentimientos negativos si crees, equivocadamente,
que esa persona es perfectamente libre y consciente y por
lo tanto, responsable. Pero ¿acaso hay alguien que
haga el mal con pleno conocimiento de causa? La capacidad
de hacer el mal o de ser malo no tiene que ver con la libertad,
sino que es una enfermedad, porque supone una falta de conciencia
y de sensibilidad.
Los que son verdaderamente libres no pueden pecar, como tampoco
Dios puede hacerlo. Esa pobre persona que tienes ante ti es
una persona lisiada, ciega. coja, no la persona terca y malévola
que tú, neciamente, creías. Trata de comprender
esta verdad; considérala detenida y profundamente,
y verás cómo tus emociones negativas dan paso
a la ternura y la compasión. De pronto se hará
espacio en tu corazón para quien había sido
ignorado y despreciado por los demás... y por ti mismo.
Ahora constatarás cómo en realidad era ese
mendigo el que te ofrecía a ti la verdadera limosna
de ensanchar tu corazón con la compasión y darle
a tu espíritu las alas de la libertad. Ahora, en lugar
de estar sometido tú a esas personas (que tenían
la virtud de producirte emociones negativas, lo cual te obligaba
a desviarte de tu camino para evitarlas), posees la libertad
de no evitar a ninguna de ellas e ir adonde quieras.
Una vez que lo hayas visto, comprobarás cómo
al sentimiento de compasión se ha añadido en
tu corazón el sentimiento de gratitud hacia ese mendigo
que de hecho, es tu benefactor. Y experimentarás también
un nuevo e inusitado sentimiento: del mismo modo que el que
ha aprendido a nadar desea encontrar agua donde poder hacerlo,
así anhelarás también tú la compañía
de esos seres lisiados, ciegos y cojos. Porque siempre que
estás con ellos en lugar de experimentar como antes
la opresión y la tiranía de los sentimientos
negativos, ahora puedes verdaderamente sentir una compasión
cada vez mayor y una inefable libertad. Y apenas puedes reconocerte
a ti mismo saliendo a las calles y plazas de la ciudad, obediente
al mandato del Maestro, en busca de los pobres. lisiados,
ciegos y cojos.
Meditación 8
"He venido a este mundo para un
juicio:
para que los que no ven, vean,
y los que ven, se queden ciegos"
(Jn 9,39)
Se dice que el amor es ciego. Pero ¿lo es de veras?
De hecho, nada hay en el mundo tan clarividente como el amor.
Lo que es ciego no es el amor, sino el apego: ese estado de
obcecación que proviene de la falsa creencia de que
algo o alguien te es del todo necesario para ser feliz. ¿Tienes
algún apego de esa clase? ¿Hay cosas o personas
sin las que. equivocadamente, creas que no puedes ser feliz?
Haz una lista de ellas ahora mismo, antes de que pasemos a
ver de qué manera exactamente te ciegan.
Imagínate a un político que está convencido
de que no puede ser feliz si no alcanza el poder: la búsqueda
del poder va a endurecer su sensibilidad para el resto de
su vida. Apenas tiene tiempo para dedicarlo a su familia y
a sus amigos. De pronto ve a todos los seres humanos -y reacciona
ante ellos- en función de la ayuda o la amenaza que
puedan suponer para su ambición. Y los que no suponen
ninguna de las dos cosas ni siquiera existen para él.
Si. además de este ansia de poder, está apegado
a otras cosas, como el sexo o el dinero, el pobre hombre será
tan selectivo en sus percepciones que casi puede afirmarse
que está ciego. Esto es algo que ve todo el mundo,
excepto él mismo. Y es también lo que conduce
al rechazo del Mesías. al rechazo de la verdad, la
belleza y la bondad, porque uno se ha hecho ciego para percibirlas.
Imagínate ahora a ti mismo escuchando una orquesta
cuyos timbales suenan tan fuerte que hacen que no se oiga
nada más. Naturalmente, para disfrutar de una sinfonía
tienes que poder oir cada uno de los instrumentos. Del mismo
modo, para vivir en ese estado que llamamos "amor"
tienes que ser sensible a la belleza y al carácter
único de cada una de las cosas y personas que te rodean.
Difícilmente podrás decir que amas aquello que
ni siquiera ves: y si únicamente ves a unos cuantos
seres, pero excluyes a otros, eso no es amor ni nada que se
le parezca, porque el amor no excluye absolutamente a nadie,
sino que abraza la vida entera: el amor escucha la sinfonía
como un todo, y no únicamente tal o cual instrumento.
Detente ahora por unos instantes y observa cómo tus
apegos -al igual que el apego del político al poder,
o el del hombre de negocios al dinero- te impiden apreciar
debidamente la sinfonía de la vida. O tal vez prefieras
verlo de esta otra manera: existe una enorme cantidad de información
que, procedente del mundo que te rodea, afluye hacia ti a
través de los sentidos, los tejidos y los diversos
órganos de tu cuerpo, pero tan sólo una pequeña
parte de esa información consigue llegar a tu mente
consciente. Es algo parecido a lo que ocurre con la inmensa
cantidad de "feed-hack" que se envía al Presidente
de una nación: sólo una mínima parte
de la misma llega hasta él, porque alguien de su entorno
se encarga de filtrar y tamizar dicha información.
¿Quién decide, pues, lo que finalmente, de entre
todo el material que te llega del mundo circundante se abre
camino hasta tu mente consciente? Hay tres "filtros"
que actúan de manera determinante: tus apegos, tus
creencias y tus miedos.
En primer lugar, tus apegos: inevitablemente, siempre prestarás
atención a lo que favorece o pone en peligro dichos
apegos, y fingirás no ver lo demás. Lo demás
no te interesará más de cuanto pueda interesarle
al avaro hombre de negocios cualquier cosa que no suponga
hacer dinero. En segundo lugar, tus creencias: piensa por
un momento en el individuo fanático que tan sólo
se fija en aquello que confirma lo que él cree y apenas
percibe cuanto pueda ponerlo en entredicho, y comprenderás
lo que tus creencias suponen para ti. Finalmente, tus miedos:
si supieras que ibas a ser ejecutado dentro de una semana,
tu mente se centraría exclusivamente en ello y no podrías
pensar en otra cosa. Esto es lo que hacen los miedos: fijar
tu atención en determinadas cosas, excluyendo todas
las demás. Piensas equivocadamente que tus miedos te
protegen, que tus creencias te han hecho ser lo que eres y
que tus apegos hacen de tu vida algo apasionante y firme.
Y no ves, sin embargo. que todo ello constituye una especie
de pantalla o filtro entre ti y la sinfonía de la vida.
Naturalmente, es del todo imposible ser plenamente consciente
de todas y cada una de las notas de dicha sintonía.
Pero, si logras mantener tu espíritu libre de obstáculos
y tus sentidos abiertos, comenzarás a percibir las
cosas tal como realmente son y a establecer una interacción
mutua con la realidad, y quedarás cautivado por la
armonía del universo.
Entonces comprenderás lo que es Dios, porque al fin
habrás entendido lo que es el amor.
Míralo de este modo: tú ves a las personas
y las cosas, no tal como ellas son, sino tal como eres tú.
Si quieres verlas tal como ellas son, debes prestar atención
a tus apegos y a los miedos que tales apegos engendran. Porque,
cuando encaras la vida, son esos apegos y esos miedos los
que deciden qué es lo que tienes que ver y lo que tienes
que ignorar. Y sea cual sea lo que veas, ello va a absorber
tu atención. Ahora bien, como tu mirar es selectivo,
tienes una visión engañosa de las cosas y las
personas que te rodean. Y cuanto más se prolongue esa
visión deformada, tanto más te convencerás
de que ésa es la verdadera imagen del mundo, porque
tus apegos y tus miedos no dejan de procesar nuevos datos
que refuercen dicha imagen. Esto es lo que da origen a tus
creencias, las cuales no son sino formas fijas e inmutables
de mirar una realidad que de por sí, no es fija ni
inmutable, sino móvil y en constante cambio. Así
pues, el mundo con el que te relacionas y al que amas no es
ya el mundo real, sino un mundo creado por tu propia mente.
Sólo cuando consigas renunciar a tus creencias, a tus
miedos y a los apegos que los originan, te verás libre
de esa insensibilidad que te hace ser tan sordo y tan ciego
para contigo mismo y para con el mundo.
Meditación 9
"Arrepentíos, porque el
Reino de Dios está cerca" (Mi 4.17)
Imagina que tienes un receptor de radio que, por mucho que
gires el dial, sólo capta una emisora. Por otra parte
no puedes controlar el volumen: unas veces, el sonido apenas
es audible; otras, es tan fuerte que te destroza los tímpanos.
Y, además, es imposible apagarla y, aunque a veces
suena bajo, de pronto se pone a sonar estruendosamente cuando
lo que quieres es descansar y dormir. ¡Quién
puede soportar una radio que funciona de semejante modo! Y,
sin embargo, cuando tu corazón se comporta de un modo
parecido, no sólo lo soportas, sino que lo consideras
normal y hasta humano.
Piensa en las numerosas veces que te has visto zarandeado
por tus emociones, que has sufrido accesos de ira, de depresión,
de angustia, cuando tu corazón se ha empeñado
en conseguir algo que no tenías. o en aferrarte a algo
que poseías, o en evitar algo que no deseabas. Estabas
enamorado, por ejemplo, y te sentías rechazado o celoso;
de pronto, toda tu mente y tu corazón empezaron a centrarse
exclusivamente en este hecho, y el banquete de la vida se
trocó en cenizas en tu boca. O estabas empeñado
en ganar unas elecciones, y el fragor del combate te impedía
escuchar el canto de los pájaros: tu ambición
ahogaba cualquier sonido que pudiera "distraerte".
O te enfrentabas a la posibilidad de haber contraído
una grave enfermedad, o a la pérdida de un ser querido,
y te resultaba imposible concentrarte en cualquier otra cosa...
En suma, en el momento en que te dejas atrapar por un apego,
deja de funcionar ese maravilloso aparato que llamamos "el
corazón humano". Si deseas reparar tu aparato
de radio, tienes que estudiar radio electrónica. Si
deseas reformar tu corazón, tienes que tomarte tiempo
para pensar seriamente en cuatro verdades liberadoras. Pero
antes elige algún apego que te resulte verdaderamente
inquietante, algo a lo que estés aferrado, algo que
te inspire temor, algo que ansíes vehementemente...
y ten presente ese apego mientras escuchas tales verdades.
Primera verdad: debes escoger entre tu apego y la felicidad.
No puedes tener ambas cosas. En el momento en que adquieres
un apego, tu corazón deja de funcionar como es debido,
y se esfuma tu capacidad de llevar una existencia alegre,
despreocupada y serena. Comprueba cuán verdadero es
esto si lo aplicas al apego que has elegido.
Segunda verdad: ¿de dónde te vino ese apego?
No naciste con él sino que brotó de una mentira
que tu sociedad y tu cultura te han contado, o de una mentira
que te has contado tú a ti mismo, a saber, que sin
tal cosa o tal otra, sin esta persona o la de más allá,
no puedes ser feliz. Simplemente. abre los ojos y comprueba
la falsedad de semejante aserto. Hay centenares de personas
que son perfectamente felices sin esa cosa, esa persona o
esa circunstancia que tú tanto ansías y sin
la cual estás convencido de que no puedes ser feliz.
Así pues, elige entre tu apego y tu libertad y felicidad.
Tercera verdad: si deseas estar plenamente vivo, debes adquirir
y desarrollar el sentido de la perspectiva. La vida es infinitamente
más grande que esa nimiedad a la que tu corazón
se ha apegado y a la que tú has dado el poder de alterarte
de ese modo. Una nimiedad, sí. porque, si vives lo
suficiente, es muy fácil que algún día
esa cosa o persona deje de importarte... y hasta puede que
ni siquiera te acuerdes de ella, como podrás comprobar
por experiencia. Hoy mismo, apenas recuerdas aquellas tremendas
tonterías que tanto te inquietaron en el pasado y que
ya no te afectan en lo más mínimo.
Y llegamos a la cuarta verdad, que te lleva a la inevitable
conclusión de que ninguna cosa o persona que no seas
tú tiene el poder de hacerte feliz o desdichado. Seas
o no consciente de ello, eres tú, y nadie más
que tú, quien decide ser feliz o desdichado, según
te aferres o dejes de aferrarte al objeto de tu apego en una
situación dada.
Si reflexionas sobre estas verdades, puede que tomes conciencia
de que tu corazón se resiste a ellas o que. por el
contrario, busca razones en su contra y se niega a tomarlas
en consideración. Será señal de que tus
apegos no te han hecho aún sufrir lo bastante como
para desear realmente reparar tu "radio espiritual".
También es posible que tu corazón no se resista
a dichas verdades; en tal caso, alégrate de ello: es
señal de que el arrepentimiento, la "remodelación
de tu corazón, ha comenzado. Y de que al fin, el reino
de Dios -la vida reconfortantemente despreocupada de los niños-
se ha puesto a tu alcance, y estás a punto de tocarlo
con los dedos y tomar posesión de él.
Meditación 10
"Maestro. ¿qué debo
hacer de bueno
para alcanzar la vida eterna?"
(Mt 19.16)
Imagina que te encuentras en una sala de conciertos escuchando
los compases de la más melodiosa de las músicas
y que, de pronto. recuerdas que se te ha olvidado dejar cerrado
tu automóvil. Comienzas a preocuparte y ni puedes salir
de la sala ni disfrutar de la música. He ahí
una perfecta imagen de la forma que tienen de vivir la vida
la mayoría de los seres humanos. Porque la vida, para
quienes tienen oídos para oir, es una sinfonía;
pero es rarísimo el ser humano que escucha la música.
¿Por qué? Porque la gente está demasiado
ocupada en escuchar los ruidos que sus circunstancias y su
"programación" han introducido en su cerebro.
Por eso... y por algo más: sus apegos. El apego es
uno de los principales asesinos de la vida. Para escuchar
de veras la sinfonía hay que tener el oído lo
bastante sensible como para sintonizar con cada uno de los
instrumentos de la orquesta. Si únicamente disfrutas
con los instrumentos de percusión, no escucharás
la sinfonía, porque la percusión te impedirá
captar el resto de los instrumentos. Lo cual no significa
que no puedas preferir dicho sonido, o el de los violines,
o el del piano, porque la mera preferencia por uno de los
instrumentos no reduce tu capacidad de escuchar y disfrutar
de los demás. Pero, en el momento en que tu preferencia
se convierta en "apego", te harás insensible
a los restantes sonidos y no podrás evitar el minusvalorarlos.
Tu apego excesivo a un determinado instrumento te cegará,
porque le concedes un valor desproporcionado.
Fíjate ahora en una persona o cosa por la que experimentes
un apego excesivo: alguien o algo a quien hayas concedido
el poder de hacerte feliz o desdichado. Observa cómo
-debido a tu empeño en conseguir a esa persona o cosa,
aferrarte a ella y disfrutar única y exclusivamente
de ella; debido a tu obsesión por esa persona o cosa-
pierdes sensibilidad con relación al resto del inundo.
Te has insensibilizado. Ten el coraje de ver cuán parcial
y ciego te has vuelto ante ese objeto de tu apego.
Si eres capaz de verlo, experimentarás el deseo de
liberarte de dicho apego. El problema es: ¿cómo
hacerlo? La mera renuncia o el simple alejamiento no sirven
de nada, porque el hacer desaparecer el sonido de la percusión
volverá a hacerte tan duro e insensible como lo eras
cuando te fijabas únicamente en dicho sonido. Lo que
necesitas no es renunciar, sino comprender, tomar conciencia.
Si tus apegos te han ocasionado sufrimiento y aflicción,
ésa es una buena ayuda para comprender. Si, al menos
una vez en tu vida, has experimentado el dulce sabor de la
libertad y la capacidad de disfrutar de la vida que proporciona
la falta de apegos, eso te será igualmente útil.
También ayuda el percibir conscientemente el sonido
de los demás instrumentos de la orquesta. Pero lo verdaderamente
insustituible es tomar conciencia de la pérdida que
experimentas cuando sobrevaloras la percusión y te
vuelves sordo al resto de la orquesta.
El día en que esto suceda y se reduzca tu apego a
la percusión, ese día ya no dirás a tu
amigo: "¡Qué feliz me has hecho!".
Porque, al decírselo. lo que haces es halagar su "ego"
e inducirle a querer agradarte de nuevo, además de
engañarte a ti mismo creyendo que tu felicidad depende
de él. Lo que le dirás, más bien, será:
"Cuando tú y yo nos hemos encontrado, ha brotado
la felicidad". Lo cual hace que la felicidad no quede
contaminada ni por su "ego" ni por el tuyo, porque
ninguno de los dos puede atribuirse el mérito de la
misma. Y ello os permitirá a ambos separaros sin ningún
tipo de apego excesivo y experimentar lo que vuestro mutuo
encuentro ha producido, porque ambos habréis disfrutado,
no el uno del otro, sino de la sinfonía nacida de vuestro
encuentro. Y cuando tengas que pasar a la siguiente situación,
persona u ocupación, lo harás sin ningún
tipo de sobrecarga emocional. y experimentarás el gozo
de descubrir que en esa siguiente situación, y en la
siguiente, y en cualesquiera situaciones sucesivas, brota
también la sinfonía, aunque la melodía
sea diferente en cada caso.
En adelante, podrás ir pasando de un momento a otro
de la vida plenamente absorto en el presente, llevando contigo
tan poca carga del pasado que tu espíritu podría
pasar a través del ojo de una aguja; tan escasamente
afectado por la preocupación acerca del futuro como
las aves del cielo y los lirios del campo. Ya no estarás
apegado a ninguna persona o cosa, porque habrás desarrollado
el gusto por la sinfonía de la vida. Y amarás
únicamente la vida y te apasionarás por ella
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente y con todas tus fuerzas. Y te encontrarás tan
ligero de equipaje y tan libre como un pájaro en el
cielo, viviendo siempre en el Ahora Eterno. Entonces habrás
descubierto en tu corazón la respuesta a la pregunta:
"Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar
la vida eterna?".
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