UNA LLAMADA AL AMOR
Autor: Anthony de Mello
MEDITACIONES: DE LA 11 A LA 15
Meditación 11
"Se le acercaron sus discípulos
y le señalaron las construcciones del templo,
pero él les dijo: ¿Veis todo esto?
Os aseguro que no quedará aquí piedra sobre
piedra
que no sea derruida"
(Mt 24.1-2)
Imagínate a una persona gordísima y grasienta.
En algo así puede llegar a convertirse tu mente: en
algo tan gordo y grasiento, tan pesado y lento, que sea incapaz
de pensar, de observar, de explorar, de descubrir... Mira
a tu alrededor y verás cómo la mayoría
de las mentes están así: torpes, dormidas, protegidas
por "capas de grasa", deseando no ser molestadas
ni sacudidas de su modorra. ¿Qué son esas "capas
de grasa"? Son tus creencias, las conclusiones a que
has llegado acerca de personas y cosas, tus hábitos
y tus apegos. Tus años de formación deberían
haberte servido para eliminar esas "capas" y liberar
tu mente. En cambio, tu sociedad y tu cultura, que han recubierto
tu mente con dichas adiposidades, te han enseñado a
no verlas siquiera, a refugiarte en el sueño y a dejar
que otras personas -los expertos: los dirigentes políticos,
culturales y religiosos- piensen por ti. De ese modo, han
conseguido abrumarte con el peso de una autoridad y una tradición
intangibles e incontestables.
Veamos esas "capas" una por una. La primera son
tus creencias. Si tu manera de vivir viene determinada por
tu condición de comunista o de capitalista, de musulmán
o de judío o de católico, estarás experimentando
la vida de un modo parcial y sesgado; hay entre ti y la realidad
una barrera, una "capa de grasa" que te impide ver
y tocar directamente dicha realidad.
La segunda "capa" la constituyen tus ideas. Si
te aferras a una idea acerca de alguna persona, entonces ya
no amas a esa persona, sino que amas tu idea acerca de ella.
Cuando la ves hacer o decir algo, o comportarse de una determinada
manera, le pones una etiqueta: "es tonta", "es
torpe", "es cruel", "es simpática"...
Y entonces ya has puesto una pantalla, una "capa de grasa"
entre ti y esa persona; y cuando vuelvas a encontrarte con
ella, la verás en función de esa idea que te
has formado, aun cuando ella haya cambiado. Observa cómo
es precisamente esto lo que has hecho con casi todas las personas
que conoces.
La tercera "capa" son los hábitos. El hábito
o la costumbre es algo esencial en la vida humana. No podríamos
caminar, hablar o conducir un auto si no tuviéramos
el hábito de hacerlo. Pero los hábitos deben
limitarse al ámbito de las cosas "mecánicas",
y no deberían invadir los terrenos del amor o de la
visión. A nadie le gusta ser amado "por costumbre".
¿No te has sentado nunca a la orilla del mar, hechizado
por la majestad y el misterio del océano? El pescador
mira todos los días el océano sin caer en la
cuenta de su grandeza. ¿Por qué? Por el efecto
embotador de una "capa de grasa" llamada "hábito".
Te has formado una idea estereotipada acerca de todas las
cosas que ves y cuando tropiezas con ellas, no eres capaz
de verlas en toda su cambiante novedad y frescor: lo único
que ves es la misma idea insípida, espesa y aburrida
que te has habituado a tener de ellas. Y así es como
tratas y te relacionas con las personas y las cosas: sin frescor
ni novedad de ningún tipo, sino de esa forma torpe
y rutinaria generada por la costumbre. Eres incapaz de mirar
de una manera más creativa, porque, al haber adquirido
el hábito de tratar con el mundo y con la gente, puedes
activar el "piloto automático" de tu mente
e irte a dormir.
La cuarta "capa", formada por tus apegos y tus
miedos, es la más fácil de ver. Recubre con
una espesa capa de apego o de miedo (y de aversión,
por consiguiente) cualquier cosa o persona, y en ese mismo
instante dejarás de ver a esa persona o cosa como realmente
es. Y para comprobar cuán cierto es esto, basta con
que recuerdes a algunas de las personas que te desagradan
o temes, o a las que te sientes apegado.
¿Ves ahora hasta qué punto estás encerrado
en una prisión creada por las creencias y tradiciones
de tu sociedad y tu cultura y por las ideas, prejuicios, apegos
y miedos producidos por tus experiencias pasadas? Hay una
serie de muros que rodean tu prisión, de forma que
te resulta casi imposible evadirte de ella y entrar en contacto
con toda la riqueza de vida y de amor que hay en el exterior.
Y, sin embargo, lejos de ser imposible, es realmente fácil
y grato. ¿Qué hay que hacer? Cuatro cosas:
Primera: reconoce que estás encerrado entre los muros
de una prisión y que tu mente se ha quedado dormida.
A la mayoría de las personas ni siquiera se les ocurre
verlo, por lo que viven y mueren "encarceladas".
Y la mayoría también acaba siendo conformista
y adaptándose a la vida de dicha prisión. Algunos
salen "reformadores" y luchan por unas mejores condiciones
de vida en la prisión: una mejor iluminación,
una mejor ventilación... Y casi nadie se decide a ser
un rebelde, un revolucionario que eche abajo los muros de
la prisión. Sólo podrás ser revolucionario
cuando consigas ver, antes que nada, dichos muros.
Segunda: contempla los muros; emplea horas enteras simplemente
en observar tus ideas, tus hábitos, tus apegos y tus
miedos, sin emitir juicio ni condena de ningún tipo.
Limítate a mirarlos, y se derrumbarán.
Tercera: emplea también algún tiempo en observar
las cosas y personas que te rodean. Mira, como si lo hicieras
por primera vez, el rostro de un amigo, una hoja, un árbol,
el vuelo de un pájaro, el comportamiento y las peculiaridades
de las personas que te rodean... Mira todas esas cosas de
veras, y seguro que habrás de verlas tal como son en
realidad, sin el efecto embotador y deformante de tus ideas
y hábitos.
Cuarta (y más importante): siéntate tranquilamente
y observa cómo funciona tu mente, de la que brota sin
cesar un flujo de pensamientos, sensaciones y reacciones.
Dedica largos ratos a observarlo todo ello del mismo modo
en que contemplas un río o una película. No
tardarás mucho tiempo en descubrir que es aún
más interesante, vivificante y liberador. Después
de todo, ¿acaso puedes afirmar que estás vivo
si ni siquiera eres consciente de tus propios pensamientos
y reacciones? Se dice que la vida inconsciente no merece ser
vivida. Podría afirmarse que ni siquiera puede ser
llamada "vida", porque es una existencia mecánica,
de "robot"; porque se parece más al sueño,
a la falta de sentido, a la muerte... Y, sin embargo es esto
lo que la gente llama "vida humana.
Así pues. mira, observa, examina, explora... y tu
mente se hará viva, eliminará su "grasa"
y se tornará perspicaz, despierta y activa. Los muros
de tu prisión se desplomarán hasta que no quede
piedra sobre piedra, y tú te verás agraciado
con la visión nítida y sin obstáculos
de las cosas tal como son, con la experiencia directa de la
realidad.
Meditación 12
"Cuando des limosna, que no sepa
tu mano izquierda
lo que hace tu derecha"
(Mt 6.3)
Ocurre con la caridad lo mismo que con la felicidad y la
santidad: no puedes decir que eres feliz, porque dejarás
de serlo en el momento en que seas consciente de tu felicidad.
Lo que tú llamas "experiencia de la felicidad"
no es tal, sino la emoción y el estremecimiento causados
por una persona, una cosa o un acontecimiento. La verdadera
felicidad es in-causada. Eres feliz sin razón alguna.
Y la verdadera felicidad no puede ser experimentada. No pertenece
al ámbito de la conciencia, sino al de la espontaneidad.
Lo mismo puede decirse de la santidad. En el momento en que
seas consciente de tu santidad, ésta se degradará
y se convertirá en santurronería. Una buena
acción nunca es tan buena como cuando no tienes conciencia
de que lo sea, cuando estás tan enamorado de la acción
que no eres consciente de su bondad y su virtud; cuando tu
mano izquierda no tiene ni idea de que tu mano derecha esté
haciendo algo bueno o meritorio; cuando, simplemente, lo haces
porque te parece lo más natural y espontáneo
del mundo. Emplea algún tiempo en tomar conciencia
de que toda la virtud que puedas observar en ti no es virtud
en absoluto, sino algo que has cultivado, producido y hecho
madurar en ti de manera artificial. Si fuera auténtica
virtud, la habrías tenido siempre y plenamente, y te
resultaría tan natural que ni siquiera se te ocurriría
pensar en ella como en una virtud. De manera que la primera
cualidad de la santidad es su carácter espontáneo.
La segunda cualidad es su facilidad, o no necesidad de realizar
esfuerzo alguno. El esfuerzo puede modificar el comportamiento,
pero no puede modificarte a ti. Fíjate bien: el esfuerzo
puede acercar el alimento a tu boca, pero no puede producir
el apetito; puede hacer que te quedes en la cama, pero no
puede producir el sueño; puede hacerte revelar un secreto
a otra persona, pero no puede producir la confianza; puede
obligarte a hacer un cumplido, pero no puede producir la verdadera
admiración; puede realizar actos de servicio, pero
no puede producir el amor o la santidad. Lo más que
puedes conseguir a base de esfuerzo es represión no
verdadero cambio y crecimiento. El cambio es fruto únicamente
del conocimiento y la comprensión. Comprende tu infelicidad.
y ésta desaparecerá y dará paso al estado
de felicidad. Comprende tu orgullo, y éste se vendrá
abajo y se transformará en humildad. Comprende tus
temores, y éstos se disolverán, y el estado
resultante será el amor. Comprende tus apegos, y éstos
se desvanecerán, y la consecuencia será la libertad.
El amor, la libertad y la felicidad no son cosas que tú
puedas cultivar y producir. Ni siquiera puedes saber en qué
consisten. Lo más que puedes hacer es observar sus
contrarios y, mediante la observación, hacer que éstos
desaparezcan.
Hay una tercera cualidad de la santidad: no puede ser deseada.
Si deseas la felicidad, estarás ansioso por obtenerla
y te sentirás constantemente insatisfecho; y la insatisfacción
y la ansiedad matan la misma felicidad que pretenden conseguir.
Si deseas para ti la santidad, estarás alimentando
la misma ansia y ambición que te hacen ser tan egoísta,
tan engreído y tan impío.
Hay algo que debes comprender: existen dentro de ti dos distintos
"motores" para el cambio. Uno de ellos es la astucia
de tu propio ego, que te incita a hacer esfuerzos para ser
distinto de lo que se supone que debes ser, de modo que dicho
ego pueda reforzarse y autoensalzarse. El otro "motor"
es la sabiduría de la naturaleza, gracias a la cual
te haces consciente y capaz de comprender. Eso es todo cuanto
tú haces: dejar el cambio -el tipo, la modalidad concreta,
la velocidad y la oportunidad del cambio- en manos de la realidad
y de la naturaleza. El ego es un estupendo técnico.
Eso sí, no es creativo. Lo que hace es coleccionar
métodos y técnicas y "producir" personas
supuestamente santas: personas rígidas, consecuentes,
"mecánicas" y faltas de vida, tan intolerantes
para con los demás como para consigo mismas; personas
violentas, que son lo más opuesto que pueda imaginarse
a la santidad y al amor; esa clase de personas "espirituales"
que, conscientes de su espiritualidad, son capaces de crucificar
al Mesías.
La naturaleza, en cambio, no es técnica, sino creativa.
Dejarás de ser un astuto técnico y pasarás
a ser creador el día en que domine en ti el verdadero
abandono, es decir, la ausencia de codicia ambición,
de ansiedad y de obsesión por el esfuerzo, la ganancia,
el triunfo y el éxito. El día en que no tengas
más que una profunda, viva, penetrante y vigilante
conciencia que haga desparecer de ti toda necedad y egoísmo,
todos tus apegos y tus miedos. Los cambios que resulten no
serán producto de tus proyectos y esfuerzos, sino fruto
de la naturaleza, que desdeña tus planes y tu voluntad
y que, consiguientemente, no da cabida a sentido alguno del
mérito o del esfuerzo, ni siquiera al conocimiento
por parte de tu mano izquierda de lo que la realidad está
haciendo por medio de tu mano derecha.
Meditación 13
"Sed prudentes como serpientes
y sencillos como palomas"
(Mt 10.16)
Observa la sabiduría que se manifiesta en las palomas,
en las flores, en los árboles y en toda la naturaleza.
Es la misma sabiduría que hace por nosotros lo que
nuestro cerebro es incapaz de hacer: que circule nuestra sangre,
que funcione nuestro aparato digestivo, que lata nuestro corazón,
que se dilaten nuestros pulmones, que se inmunice nuestro
organismo y que curen nuestras heridas, mientras nuestra mente
consciente se ocupa de otros asuntos. Esta especie de sabiduría
natural es algo que apenas estamos empezando a descubrir en
los llamados "pueblos primitivos", tan sencillos
y sabios como las palomas.
Nosotros, en cambio, que nos consideramos más avanzados,
hemos desarrollado otra clase de sabiduría, la astucia
del cerebro, porque hemos constatado que podemos perfeccionar
la naturaleza y procurarnos una seguridad, una protección,
una duración de la vida, una velocidad y un bienestar
insospechados para los pueblos primitivos. Todo ello, gracias
a un cerebro plenamente desarrollado. El desafío que
se nos presenta consiste, pues, en recobrar la sencillez y
la sabiduría de la paloma sin perder la astucia de
nuestro cerebro serpentino.
¿Cómo podemos lograrlo? Comprendiendo algo
sumamente importante, a saber, que siempre que nos esforzamos
por perfeccionar la naturaleza yendo contra ella, estamos
dañándonos a nosotros mismos, porque la naturaleza
es nuestro mismo ser. Es como si tu mano derecha luchara contra
tu mano izquierda, o tu pie derecho pisara a tu pie izquierdo:
ambas manos o ambos pies saldrían perdiendo y, en lugar
de ser creativo y activo y eficaz, te verías encerrado
en un permanente conflicto. Así es como está
la mayoría de las personas en el mundo. Échales
un vistazo: están como muertas, carentes de creatividad,
bloqueadas, porque se hallan en conflicto con la naturaleza,
tratando de perfeccionarse a base de ir contra las exigencias
de la misma. En cualquier conflicto entre la naturaleza y
tu cerebro, trata de apoyar a aquélla; si la combates,
acabará destruyéndote. El secreto, por lo tanto,
consiste en perfeccionar la naturaleza en armonía con
ella. Pero ¿cómo puedes alcanzar dicha armonía?
En primer lugar, piensa en algún cambio que deseas
realizar en tu vida o en tu personalidad. ¿Estás
tratando de forzar ese cambio en tu naturaleza a base de esfuerzo
y de desear ser algo que tu ego ha proyectado? He ahí
la serpiente en pugna con la paloma. ¿O te contentas,
por el contrario, con observar, comprender y ser consciente
de tu situación y tus problemas actuales, sin forzar
las cosas que tu ego desea, dejando que la realidad efectúe
los cambios de acuerdo con los planes de la naturaleza y no
con tus propios planes? Si es así, entonces posees
el perfecto equilibrio entre la serpiente y la paloma. Echa,
pues, un vistazo a algunos de esos problemas tuyos y de esos
cambios que deseas que se produzcan en ti, y observa cuál
es tu proceder al respecto. Mira cómo tratas de provocar
el cambio -tanto en ti como en los demás- a base de
emplear el castigo y la recompensa, la disciplina y el control,
la reprensión y la culpa, la codicia y el orgullo,
la ambición y la vanidad... en lugar de hacerlo mediante
la aceptación amorosa y la paciencia, la comprensión
laboriosa y la conciencia vigilante.
En segundo lugar, piensa en tu cuerpo y compáralo
con el de un animal en su hábitat natural. El animal
nunca tiene exceso de peso, y sólo está en tensión
antes de luchar o de volar. Jamás come ni bebe lo que
no es bueno para él. Se ejercita y descansa cuanto
necesita. No se expone más ni menos de lo debido a
los elementos naturales (el viento, el sol y la lluvia, el
frío y el calor). Y ello se debe a que el animal escucha
a su propio cuerpo y se deja guiar por la sabiduría
del mismo. Compáralo con tu estúpida "astucia".
Si tu cuerpo pudiera hablar, ¿qué diría?
Observa la codicia, la ambición, la vanidad y el deseo
de aparentar y de agradar a los demás que te hacen
ignorar la voz de tu propio cuerpo, mientras corres tras los
objetivos que te propone tu ego. Verdaderamente, has perdido
la sencillez de la paloma.
En tercer lugar, pregúntate cuál es el contacto
que tienes con la naturaleza, con los árboles, la tierra,
la hierba, el cielo, el viento, la lluvia, el sol, las flores,
las aves y demás animales... ¿Cuál es
tu grado de exposición a la naturaleza? ¿Hasta
qué punto comulgas con ella, la observas, la contemplas
con asombro, te identificas con ella...? Cuando tu cuerpo
está demasiado alejado de los elementos, se marchita,
se vuelve fofo y frágil, porque ha quedado aislado
de su fuerza vital. Cuando estás demasiado alejado
de la naturaleza, tu espíritu se seca y muere, porque
ha sido violentamente separado de sus raíces.
Meditación 14
"El Reino de los cielos sufre violencia,
y los violentos lo conquistan"
(Mt 11.12)
Compara el sereno y sencillo esplendor de una rosa con las
tensiones y la agitación de tu vida. La rosa tiene
un don del que tú careces: está perfectamente
conforme con ser lo que es. Al contrario que tú, ella
no ha sido programada desde su nacimiento para estar insatisfecha
consigo misma, por lo que no siente el menor deseo de ser
algo distinto de lo que es. Y por eso posee esa gracia natural
y esa ausencia de conflicto interno que, entre los humanos,
sólo se dan en los niños y en los místicos.
Considera tu triste condición: estás siempre
insatisfecho contigo mismo, siempre deseando cambiar. Por
eso estás lleno de una violencia y una intolerancia
para contigo mismo que no hacen sino aumentar a medida que
te esfuerzas por cambiar. Y por eso, cualquier cambio que
consigues efectuar va siempre acompañado de un conflicto
interno. Y, además, sufres cuando ves cómo otros
consiguen lo que tú no has conseguido y logran ser
lo que tú no has logrado.
¿Te atormentarían los celos y la envidia si,
al igual que la rosa, estuvieras conforme con ser lo que eres
y no ambicionaras jamás ser lo que no eres? Pero resulta
que te sientes impulsado a intentar ser como alguna otra persona
con más conocimientos, mejor aspecto y más popularidad
o éxito que tú, ¿no es así? Querrías
ser más virtuoso, más tierno, más dado
a la meditación; querrías encontrar a Dios y
acercarte más a tus ideales. Piensa en la triste historia
de tus intentos por mejorar, que, o bien acabaron fracasando
estrepitosamente, o sólo tuvieron éxito a costa
de mucho esfuerzo y mucho dolor. Supongamos por un momento
que has desistido de todo intento por cambiar y de toda la
consiguiente insatisfacción contigo mismo: ¿estarías
condenado entonces a dormirte en los laureles, tras haber
aceptado pasivamente todo cuanto sucede en ti mismo y a tu
alrededor?
Creo que, además de las dos alternativas mencionadas
(la autoagresiva no-aceptación de sí mismo y
la auto-aceptación pasiva y resignada), hay una tercera
alternativa: la auto-comprensión, que dista mucho de
ser fácil, porque el comprender lo que eres exige una
completa libertad respecto de todo deseo de transformarte
en algo distinto de lo que eres. Podrás comprobarlo
si comparas, por una parte, la actitud de un científico
que estudia el comportamiento de las hormigas sin la menor
intención de modificarlo y, por otra, la actitud de
un domador de perros que estudia el comportamiento de uno
de ellos en orden a hacerle aprender una cosa determinada.
Si lo que tú intentas no es efectuar en ti ningún
cambio, sino únicamente observarte a ti mismo y estudiar
tus reacciones para con las personas y las cosas, sin emitir
ningún tipo de juicio o condena y sin deseo alguno
de reformarte, entonces tu observación será
una observación no selectiva, una observación
global y jamás aferrada a conclusiones rígidas,
sino siempre abierta y constantemente nueva. Entonces comprobarás
que algo maravilloso ocurre en tu interior: te veras inundado
por la luz del conocimiento y te sentirás transparente
y transformado.
¿Se producirá entonces el cambio? Por supuesto
que sí, y no sólo en ti, sino también
en el ambiente que te rodea. Pero el cambio no se deberá
a tu astuto e impaciente ego, que está siempre compitiendo,
comparando, forzando, sermoneando y manipulando con su intolerancia
y sus ambiciones, por lo que está siempre también
creando tensión y conflicto entre ti y la naturaleza,
en un proceso tan agotador y contraproducente como conducir
un auto con el freno echado. No, la luz transformadora del
conocimiento prescinde totalmente de tu egoísta e intrigante
ego y da rienda suelta a la naturaleza para que ésta
produzca el mismo cambio que produce en la rosa, tan natural,
tan grácil, tan espontánea, tan sana, tan ajena
a todo conflicto interno...
Y como todo cambio es violento, también la naturaleza
será violenta. Pero lo maravilloso de la violencia
de la naturaleza, a diferencia de la violencia del ego, es
que no proviene de la intolerancia, el odio y la animadversión.
No hay ira ni rabia en la riada que lo arrasa todo, ni en
el pez que devora a sus crías obedeciendo a unas leyes
ecológicas que desconocemos, ni en las células
del cuerpo que se destruyen unas a otras en interés
de un bien superior. Cuando la naturaleza destruye, no lo
hace por ambición, codicia o cosa parecida, sino obedeciendo
a unas misteriosas leyes que buscan el bien de todo el universo,
por encima de la supervivencia y el bienestar de alguna de
sus partes.
Es esta clase de violencia la que se manifiesta en los místicos
que claman contra ideas y estructuras que se han instalado
en sus respectivas culturas y sociedades, cuando el conocimiento
más profundo de la realidad les hace detectar ciertos
males que sus contemporáneos son incapaces de ver.
Es esta violencia la que permite a la rosa florecer frente
a tantas fuerzas hostiles. Y ante esta misma violencia, la
rosa, al igual que el místico, sucumbirá dulcemente
después de haber abierto sus pétalos al sol
para vivir, con su frágil y tierna belleza, totalmente
despreocupada de añadir un solo minuto a la vida que
le ha sido asignada. Por eso vive hermosa y feliz como las
aves del cielo y los lirios del campo, sin rastro alguno del
desasosiego y la insatisfacción, la envidia, el ansia
y la competitividad que caracterizan al mundo de los seres
humanos, los cuales tratan de dirigir, forzar y controlar,
en lugar de contentarse con florecer en el conocimiento, dejando
todo cambio en manos de la poderosa fuerza de Dios que obra
en la naturaleza.
Meditación 15
"Maestro", le dijeron, "sabemos
que tú hablas y enseñas
con rectitud y que no haces acepción de personas"
(Lc 20,21)
Considera tu vida y comprueba cómo has llenado su
vacío a base de personas, con lo cual les has dado
un absoluto dominio sobre ti. Fíjate cómo ellas,
con su aprobación o su desaprobación, determinan
tu comportamiento. Observa cómo tienen el poder de
aliviar tu soledad con su compañía, de levantarte
la moral con sus elogios, de hundirte en la miseria con sus
críticas y su rechazo. Comprueba cómo tú
mismo empleas la mayor parte del tiempo en tratar de aplacar
y agradar a los demás, ya estén vivos o muertos.
Te riges por sus normas, te adaptas a sus criterios, buscas
su compañía, deseas su amor, temes sus burlas,
anhelas su aplauso, aceptas dócilmente la culpabilidad
que descargan sobre ti...; te horroriza no seguir la moda
en la forma de vestir, de hablar, de actuar y hasta de pensar...
Observa también cómo, aun en el caso de que
tú los controles, dependes de los demás y estás
dominado por ellos. De tal manera han llegado a ser las personas
parte de tu propio ser que ni siquiera te resulta imaginable
vivir sin sentirte afectado o controlado por ellas. De hecho,
ellas mismas te han convencido de que, si alguna vez llegaras
a independizarte de ellas, te convertirías en una solitaria,
desierta e inhóspita isla. Sin embargo, es justamente
todo lo contrario, porque ¿cómo puedes amar
a alguien de quien eres esclavo? ¿Cómo puedes
amar a una persona sin la cual eres incapaz de vivir? A lo
más. podrás desearla, necesitarla, depender
de ella, temerla y ser dominado por ella. Pero el amor sólo
puede darse en la falta absoluta de temor y en la libertad.
¿Cómo puedes alcanzar esa libertad? Efectuando
un ataque contra tu dependencia y tu esclavitud en un doble
frente. Ante todo, en el frente de la conciencia. Es casi
imposible ser dependiente, ser esclavo, cuando uno constata
una y otra vez el absurdo de su dependencia. Pero la conciencia
puede no ser suficiente para una persona "adicta"
a los demás. Por eso es preciso -y éste es el
segundo frente- que cultives aquellas actividades que te gustan.
Debes descubrir qué es aquello que haces, no por la
utilidad que te reporta, sino porque quieres hacerlo. Piensa
en algo que te guste hacer por sí mismo, independientemente
de que te salga bien o no, de que te elogien o dejen de elogiarte
por ello, de que te procure o no el afecto y el reconocimiento
de los demás, de que los demás lo sepan y te
lo agradezcan o dejen de hacerlo... ¿Cuántas
actividades hay en tu vida en las que te embarcas simplemente
porque te producen gozo y te atraen irresistiblemente? Trata
de descubrirlas y cultívalas, porque son tu pasaporte
hacia la libertad y el amor.
Probablemente, también en esto te han "comido
el coco" con el siguiente razonamiento consumista: "Disfrutar
de un poema de un paisaje o de una pieza musical es una pérdida
de tiempo; lo que debes hacer es producir tú mismo
un poema, una composición musical o una obra de arte.
Pero incluso el simple producir es de escaso valor en sí
mismo; tu obra debe ser, además, conocida. ¿De
qué vale, si nadie la conoce? Más aún:
aunque sea conocida, no significa nada si no se gana el aplauso
y el reconocimiento de la gente. ¡Tu obra sólo
alcanzará el máximo valor cuando sea popular
y se venda!". Ya estás de nuevo en manos de los
demás y sometido a su control... Y, según ellos,
el valor de una acción no radica en que sea algo querido
y disfrutado por sí mismo, sino en que tenga éxito.
El "camino real" hacia el misticismo y la realidad
no pasa por el mundo de las personas, sino por el mundo de
las acciones emprendidas por sí mismas, sin buscar,
ni siquiera indirectamente, el éxito, la ganancia o
la utilidad. Contrariamente a lo que suele creerse, la terapia
para la falta de amor y la soledad no consiste en la compañía,
sino en el contacto con la realidad. En el momento en que
toques dicha realidad, sabrás lo que son la libertad
y el amor. La libertad respecto de las personas... y, consiguientemente,
la capacidad de amarlas.
No debes pensar que, para que el amor brote en tu corazón,
tienes primero que conocer a las personas. Eso no sería
amor, sino atracción o compasión. Sí
es amor, en cambio, lo primero que nace en el corazón
al contacto con lo real. No un amor por una determinada persona
o cosa, sino la realidad del amor; una actitud, una disposición
de amor. Y este amor irradia entonces al exterior, hacia el
mundo de las cosas y las personas.
Si deseas que este amor exista en tu vida, debes liberarte
de tu dependencia interna respecto de las personas, tomando
conciencia de ella y emprendiendo actividades que te guste
realizar por sí mismas.
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