UNA LLAMADA AL AMOR
Autor: Anthony de Mello
MEDITACIONES: DE LA 1 A LA 5
Meditación l
"¿De qué le sirve
al hombre ganar todo el inundo
si pierde su vida"
(Mt 16,26)
Recuerda la clase de sentimiento que experimentas cuando
alguien te elogia, cuando te ves aprobado, aceptado, aplaudido...
Y compáralo con el sentimiento que brota en tu interior
cuando contemplas la salida o la puesta del sol, o la naturaleza
en general, o cuando lees un libro o ves una película
que te gustan de veras. Trata de revivir este último
sentimiento y compáralo con el primero, el producido
por el hecho de ser elogiado. Comprende que este primer tipo
de sentimiento proviene de tu propia "glorificación"
y "promoción" y es un sentimiento mundano,
mientras que el segundo proviene de tu propia realización
y es un sentimiento anímico.
Veamos otro contraste: recuerda la clase de sentimiento que
experimentas cuando obtienes algún éxito, cuando
consigues algo que anhelabas, cuando "llegas arriba",
cuando vences en una partida, en una apuesta o en una discusión.
Y compáralo con el sentimiento que te invade cuando
disfrutas realmente con tu trabajo, cuando de veras te absorbe
por entero la tarea que desempeñas. Y observa, una
vez más, la diferencia cualitativa que existe entre
el sentimiento mundano y el sentimiento anímico.
Y todavía otro contraste más: recuerda lo que
sentías cuando tenías poder, cuando tú
eras el jefe y la gente te respetaba y acataba tus órdenes,
o cuando eras una persona popular y admirada. Y compara ese
sentimiento mundano con el sentimiento de intimidad y compañerismo
que has experimentado cuando has disfrutado a tope de la compañía
de un amigo o de un grupo de amigos con los que te has reído
y divertido de veras.
Una vez hecho lo anterior, trata de comprender la verdadera
naturaleza de los sentimientos mundanos, es decir. los sentimientos
de autobombo y vanagloria, que no son naturales, sino que
han sido inventados por tu sociedad y tu cultura para hacer
que seas productivo y poder controlarte. Dichos sentimientos
no proporcionan el sustento y la felicidad que se producen
cuando contemplas la naturaleza o disfrutas de la compañía
de un amigo o de tu propio trabajo, sino que han sido ideados
para producir ilusiones, emoción... y vacío.
Trata luego de verte a ti mismo en el transcurso de un día
o de una semana y piensa cuántas de las acciones que
has realizado y de las actividades en que te has ocupado han
estado libres del deseo de sentir esas emociones e ilusiones
que únicamente producen vacío. del deseo de
obtener la atención y la aprobación de los demás,
la fama, la popularidad, el éxito o el poder.
Fíjate en las personas que te rodean. ¿Hay
entre ellas alguna que no se interese por esos sentimientos
mundanos? ¿Hay una sola que no esté dominada
por dichos sentimientos, que no los ansíe, que no emplee,
consciente o inconscientemente, cada minuto de su vida en
buscarlos? Cuando consigas ver esto, comprenderás cómo
la gente trata de ganar el mundo y cómo, al hacerlo
pierde su vida. Y es que viven unas vidas vacías, monótonas.
sin alma...
Propongo a tu consideración la siguiente parábola
de la vida: un autobús cargado de turistas atraviesa
una hermosísima región llena de lagos, montañas,
ríos y praderas. Pero las cortinas del autobús
están echadas, y los turistas, que no tienen la menor
idea de lo que hay al otro lado de las ventanillas, se pasan
el viaje discutiendo sobre quién debe ocupar el mejor
asiento del autobús, a quién hay que aplaudir,
quién es más digno de consideración...
Y así siguen hasta el final del viaje.
Meditación 2
"Si alguno viene a mí, y
no odia a su padre ni a su madre,
a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas
y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío".
(Lc 14.?6)
Echa un vistazo al mundo y observa la infelicidad que hay
en torno a ti y dentro de ti mismo. ¿Acaso sabes cuál
es la causa de tal infelicidad? Probablemente digas que la
causa es la soledad, o la opresión, o la guerra, o
el odio, o el ateísmo... Y estarás equivocado.
La infelicidad tiene una sola causa: las falsas creencias
que albergas en tu mente; creencias tan difundidas, tan comúnmente
profesadas. que ni siquiera se te ocurre la posibilidad de
ponerlas en duda. Debido a tales creencias. ves el mundo v
te ves a ti mismo de una manera deformada. Estás tan
profundamente "programado" y padeces tan intensamente
la presión de la sociedad que te ves literalmente obligado
a percibir el mundo de esa manera deformada. Y no hay solución,
porque ni si quiera sospechas que tu percepción está
deformada, que piensas de manera equivocada, que tus creencias
son falsas.
Mira en derredor tuvo y trata de encontrar a una sola persona
que sea auténticamente feliz: sin temores de ningún
tipo, libre de toda clase de inseguridades, ansiedades, tensiones,
preocupaciones... Será un milagro si logras encontrar
a una persona así entre cien mil. Ello debería
hacerte sospechar de la "programación" y
las creencias que tanto tú como esas personas tenéis
en común. Pero resulta que también has sido
"programado" para no abrigar sospechas ni dudas
y para limitarte a confiar en lo que tu tradición,
tu cultura, tu sociedad y tu religión te dicen que
des por sentado. Y si no eres feliz, ya has sido adiestrado
para culparte a ti de ello, no a tu "programación"
ni a tus ideas y creencias culturalmente heredadas. Pero lo
que empeora aún más las cosas es el hecho de
que la mayoría de las personas han sufrido tal lavado
de cerebro que ni siquiera se dan cuenta de lo infelices que
son...: como el hombre que sueña y no tiene ni idea
de que está soñando.
¿Cuáles son esas falsas creencias que te apartan
de la felicidad? Veamos algunas. Por ejemplo, ésta:
"No puedes ser feliz sin las cosas a las que estás
apegado y que tanto estimas". Falso. No hay un solo momento
en tu vida en el que no tengas cuanto necesitas para ser feliz.
Piensa en ello durante un minuto... La razón por la
que eres infeliz es porque no dejas de pensar en lo que no
tienes, en lugar de pensar más bien en lo que tienes
en este momento. O esta otra: "La felicidad es cosa del
futuro". No es cierto. Tú eres feliz aquí
y ahora; pero no lo sabes. Porque tus falsas creencias y tu
manera deformada de percibir las cosas te han llenado de miedos,
de preocupaciones, de ataduras, de conflictos, de culpabilidades
y de una serie de "juegos" que has sido "programado"
para jugar. Si lograras ver a través de toda esa maraña,
comprobarías que eres feliz... y no lo sabes.
Otra falsa creencia: "La felicidad te sobrevendrá
cuando logres cambiar la situación en que te encuentras
y a las personas que te rodean". Tampoco es cierto. Estás
derrochando estúpidamente un montón de energías
tratando de cambiar el mundo. Si tu vocación en la
vida es la de cambiar el mundo. ¡adelante, cámbialo!;
pero no abrigues la ilusión de que así lograrás
ser feliz. Lo que te hace feliz o desdichado no es el mundo
ni las personas que te rodean, sino los pensamientos que albergas
en tu mente. Tan absurdo es buscar la felicidad en el mundo
exterior a uno mismo como buscar un nido de águilas
en el fondo del mar. Por eso, si lo que buscas es la felicidad,
ya puedes dejar de malgastar tus energías tratando
de remediar tu calvicie, o de conseguir una figura atractiva,
o de cambiar de casa, de trabajo, de comunidad, de forma de
vivir o incluso de personalidad. ¿No te das cuenta
de que podrías cambiar todo eso, tener la mejor de
las apariencias, la más encantadora personalidad, vivir
en el lugar más hermoso del mundo... y, a pesar de
ello, seguir siendo infeliz? En el fondo, tú sabes
que esto es cierto; sin embargo, te empeñas en derrochar
esfuerzos y energías tratando de obtener lo que sabes
muy bien que no puede hacerte feliz.
Y otra falsa creencia más: "Si se realizan todos
tus deseos, serás feliz". También esto
es absolutamente falso. De hecho, son precisamente esos deseos
los que te hacen vivir tenso, frustrado, nervioso, inseguro
y lleno de miedos. Haz una lista de todos tus apegos y deseos,
y a cada uno de ellos dile estas palabras: "En el fondo
de mi corazón, sé que aunque te obtenga te alcanzaré
la felicidad". Reflexiona sobre la verdad que encierran
estas palabras. Lo más que puede proporcionarte el
cumplimiento de un deseo es un instante de placer y de emoción.
Y no hay que confundir eso con la felicidad.
¿Qué es entonces, la felicidad? Muy pocas personas
lo saben, y nadie puede decírtelo, porque la felicidad
no puede ser descrita. ¿Acaso puedes describir lo que
es la luz a una persona que no ha conocido en toda su vida
más que la oscuridad? ¿O puedes quizá
describir la realidad a alguien durante un sueño? Comprende
tu oscuridad, y ésta se desvanecerá; entonces
sabrás lo que es la luz. Comprende tu pesadilla como
tal pesadilla, y ésta cesará; entonces despertarás
a la realidad. Comprende tus falsas creencias, y éstas
perderán fuerza; entonces conocerás el sabor
de la felicidad.
Si las personas desean tanto la felicidad, ¿por qué
no intentan comprender sus falsas creencias? En primer lugar,
porque nunca las ven como falsas, ni siquiera como creencias.
De tal manera han sido "programadas" que las ven
como hechos, como realidad. En segundo lugar, porque les aterra
la posibilidad de perder el único mundo que conocen:
el mundo de los deseos, los apegos, los miedos, las presiones
sociales, las tensiones, las ambiciones, las preocupaciones,
la culpabilidad..., con los instantes de placer, de consuelo
y de entusiasmo que tales cosas proporcionan. Imagínate
a alguien que temiera liberarse de una pesadilla, porque,
a fin de cuentas, fuera ése el único mundo que
conociera...: he ahí tu retrato y el de otras muchas
personas.
Si quieres obtener una felicidad duradera, has de estar dispuesto
a odiar a tu padre, a tu madre... y hasta tu propia vida,
y a perder cuanto posees. ¿De qué manera? No
desprendiéndote de ello ni renunciando a ello (porque,
cuando se renuncia a algo forzadamente, queda uno vinculado
a ello para siempre), sino, más bien, procurando verlo
como la pesadilla que en realidad es; y entonces, lo conserves
o no, habrá perdido todo dominio sobre ti y toda posibilidad
de dañarte. Y al fin te habrás liberado de tu
sueño, de tu oscuridad, de tu miedo, de tu infelicidad...
Dedica, pues un tiempo a tratar de ver tal como son cada
una de las cosas a las que te aferras: una pesadilla que,
por una parte, te proporciona entusiasmo y placer y, por otra,
preocupación, inseguridad, tensión, ansiedad,
miedo, infelicidad...
El padre y la madre: una pesadilla. La mujer y los hijos,
los hermanos y hermanas: una pesadilla. Todas tus pertenencias:
una pesadilla. Tu vida, tal como es: una pesadilla. Cada una
de las cosas a las que te aferras y sin las que estás
convencido de que no puedes ser feliz: una pesadilla... Por
eso odiarás a tu padre y a tu madre, a tu mujer y a
tus hijos, a tus hermanos y hermanas... y hasta tu propia
vida. Por eso deberás dejar todas tus pertenencias,
es decir, dejarás de aferrarte a ellas, y de ese modo
habrás destruido su capacidad de dañarte. Por
eso, finalmente, experimentarás ese misterioso estado
que no puede ser descrito con palabras: el estado de una felicidad
y una paz permanentes. Y comprenderás cuán cierto
es que quien deja de aferrarse a sus hermanos y hermanas,
a su padre. a su madre. a sus hijos, a sus tierras y posesiones...
recibe el ciento por uno y obtiene la vida eterna.
Meditación 3
"Al que quiera pleitear contigo
para quitarte la túnica,
déjale también el manto: y a quien te fuerce
a caminar una milla, acompáñalo dos"
(Mt 5.40-41)
Si observas de qué modo estás hecho y cómo
funcionas, descubrirás que hay en tu mente todo un
"programa", toda una serie de presupuestos acerca
de cómo debe ser el mundo, cómo debes ser tú
mismo y qué es lo debes desear.
¿Quién es el responsable de ese "programa''
Tú no, desde luego. No eres realmente tú quien
ha decidido cosas tan fundamentales como son tus deseos y
exigencias, tus necesidades, tus valores, tus gustos, tus
actitudes... Han sido tus padres, tu sociedad, tu cultura,
tu religión y tus experiencias pasadas las que han
introducido en tu "ordenador" las normas de funcionamiento.
Ahora bien, sea cual sea tu edad y vayas adonde vayas, tu
"ordenador" va contigo y actúa y funciona
en cada momento consciente del día, insistiendo imperiosamente
en que sus exigencias deben ser satisfechas por la vida, por
la gente y por ti mismo. De hacerlo así, el "ordenador"
te permitirá vivir pacífica y felizmente: de
lo contrario, y aunque tú no tengas la culpa, generará
unas emociones negativas que te harán sufrir.
Cuando, por ejemplo, otras personas no viven con arreglo
a las expectativas de tu "ordenador", éste
te atormenta a base de frustración, de ira, de amargura...
O cuando, por ejemplo, las cosas escapan a tu control, o el
futuro es incierto, tu "ordenador" insiste en que
experimentes ansiedad, tensión, preocupación...
Entonces empleas un montón de energías en hacer
frente a esas emociones negativas. Y generalmente te las apañas
para gastar aún más energías en intentar
cambiar el mundo que te rodea, al objeto de satisfacer las
exigencias de tu "ordenador". Con lo cual obtienes
una cierta dosis de una paz bastante precaria, porque en cualquier
momento la menor nimiedad (un tren que se retrasa, una grabadora
que no funciona, una carta que no llega... ) no es conforme
con el programa de tu "ordenador", y éste
se empeñará en que vuelvas a preocuparte de
nuevo.
Por eso llevas una existencia patética, siempre a
merced de las cosas y las personas, tratando desesperadamente
de que se ajusten a las exigencias de tu "ordenador",
a fin de poder tú disfrutar de la única paz
que conoces: una tregua temporal de tus emociones negativas,
cortesía de tu "ordenador" y de tu "programa".
¿Tiene esto solución? Por supuesto que sí.
Naturalmente, no podrás cambiar tu "programa"
de buenas a primeras, o quizá nunca. Pero ni siquiera
lo necesitas. Intenta lo siguiente: imagina que te encuentras
en una situación o con una persona que te resulta desagradable
y que ordinariamente tratas de evitar. Observa ahora cómo
tu "ordenador" entra instintivamente en funcionamiento
e insiste en que evites dicha situación o trates de
modificarla. Si consigues resistir y te niegas a modificar
la situación, observa cómo el "ordenador"
se empeña en que experimentes irritación, ansiedad,
culpabilidad o cualquier otra emoción negativa. Sigue
considerando esa situación (o persona) desagradable
hasta que caigas en la cuenta de que no es ella la que origina
las emociones negativas (ella se limita a "estar ahí"
y a desempeñar su función bien o mal, acertada
o equivocadamente: es lo de menos). Es tu "ordenador"
el que, gracias al "programa", se empeña
en que tú reacciones a base de emociones negativas.
Lo verás mejor si logras comprender que hay personas
que, con un programa diferente, y frente a esa misma situación,
persona o acontecimiento, reaccionan con absoluta calma y
hasta con gusto y contento. No cejes hasta haber captado esta
realidad: la única razón por la que tú
no reaccionas de ese modo es porque tu "ordenador"
insiste obstinadamente en que es la realidad la que debe ser
modificada para ajustarse a su "programa". Observa
todo esto desde fuera, por así decirlo, y comprueba
el prodigioso cambio que se produce en ti.
Una vez que hayas comprendido esta verdad y, consiguientemente,
haya dejado tu "ordenador" de generar emociones
negativas, puedes emprender cualquier acción que creas
conveniente. Puedes evitar la situación o a la persona
en cuestión: puedes tratar de cambiarla; puedes insistir
en que se respeten tus derechos o los derechos de los demás;
puedes incluso recurrir al uso de la fuerza... Pero sólo
después de haber conseguido liberarte de tus trastornos
emocionales, porque sólo entonces tu acción
nacerá de la paz y del amor, no del deseo neurótico
de satisfacer a tu "ordenador", de ajustarte a su
"programa" o de liberarte de las emociones negativas
que genera. Y sólo entonces comprenderás cuán
profunda es la sabiduría de estas palabras: "Al
que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica.
déjale también el manto; y a quien te fuerce
a caminar una milla. acompáñalo dos". Porque
te resultará evidente que la verdadera opresión
proviene, no de las personas que pleitean contigo ni de quien
te somete a un trabajo excesivo, sino de tu "ordenador,
cuyo "programa" acaba con la paz de tu mente en
el momento en que las circunstancias externas dejan de ajustarse
a sus exigencias. Se sabe de personas que han sido felices...
¡incluso en el opresivo clima de un campo de concentración!
De lo que necesitas ser liberado es de la opresión
de tu "programa". Sólo así podrás
experimentar la libertad interior que está en el origen
de toda revolución social, porque esa intensísima
emoción, esa pasión que brota en tu corazón
a la vista de los males sociales y te impulsa a la acción,
tendrá su origen en la realidad, no en tu "programa"
ni en tu ego.
Meditación 4
...Y el joven se marchó entristecido,
porque tenía muchos bienes
(Mt. 10.22)
¿Has pensado alguna vez que has sido "programado"
para ser infeliz y que, por lo tanto, hagas lo que hagas para
obtener la felicidad, estás abocado al fracaso? Es
como si introdujeras una serie de ecuaciones matemáticas
en un ordenador, y éste fallara cada vez que pulsas
el teclado para obtener un pasaje de Shakespeare.
Si quieres ser feliz, no necesitas hacer ningún tipo
de esfuerzo; ni siquiera necesitas buena voluntad o buenos
deseos, sino comprender con claridad de qué manera
has sido "programado" exactamente. Lo que ha ocurrido
es lo siguiente: primero, tu sociedad y tu cultura te han
enseñado a creer que no puedes ser feliz sin determinadas
personas y determinadas cosas. Echa un vistazo a tu alrededor.
y por todas partes verás a personas que en realidad
han construido sus vidas sobre la creencia de que sin determinadas
cosas -dinero, poder, éxito, aceptación, fama,
amor, amistad, espiritualidad, Dios...- no pueden ser felices.
¿Cuál es la combinación exacta en tu
caso?
Una vez que te has "tragado" tu creencia, has desarrollado
instintivamente un especial apego a esa persona o cosa, sin
la que estabas convencido de no poder ser feliz. Luego vinieron
los consabidos esfuerzos por adquirirla, aferrarte a ella
una vez conseguida y eliminar toda posibilidad de perderla.
Todo ello te llevó, finalmente, a una servil dependencia
emocional de ella, hasta el punto de concederle el poder de
hacerte estremecer al conseguirla, de angustiarte ante la
posibilidad de verte privado de ella y de entristecerte en
el caso de perderla efectivamente.
Detente ahora por unos momentos y contempla horrorizado la
lista interminable de ataduras que te tienen preso. Piensa
en cosas y personas concretas, no en abstracciones... Una
vez que tu apego a ellas se hubo apoderado de ti, comenzaste
a esforzarte al máximo, en cada instante de tu vida
consciente, por reordenar el mundo que te rodeaba, en orden
a conseguir y conservar los objetos de tu adhesión.
Es ésta una agotadora tarea que apenas te deja energías
para dedicarte a vivir y disfrutar plenamente de la vida.
Pero, además, es una tarea imposible en un mundo que
no deja de cambiar y que tú, sencillamente, no eres
capaz de controlar. Por eso, en lugar de una vida de plenitud
y serenidad, estás condenado a vivir una vida de frustración,
ansiedad, preocupación, inseguridad, incertidumbre
y tensión. Durante unos pocos y efímeros momentos,
el mundo, efectivamente, cede a tus esfuerzos y se acomoda
a tus deseos, y gozas entonces de una pasajera felicidad.
Mejor dicho: experimentas un instante de placer, que en modo
alguno constituye la felicidad, porque viene acompañado
de un difuso temor a que, en cualquier momento, ese mundo
de cosas y personas que con tanto esfuerzo has conseguido
construir escape a tu control y te llene de frustración,
que es algo que, tarde o temprano, acaba siempre por suceder.
Hay algo aquí que conviene meditar: siempre que te
encuentras inquieto o temeroso, es porque puedes perder o
no conseguir el objeto de tu deseo. ¿no es verdad?
Y siempre que sientes celos, ¿no es porque alguien
puede llevarse aquello a lo que tú estás apegado?
(¿Acaso tu irritación no se debe a que alguien
se interpone entre ti y lo que deseas'?) Observa la paranoia
que te entra cuando ves amenazado el objeto de tu adhesión
o de tu afecto: no eres capaz de pensar con objetividad, y
toda tu visión se deforma, ¿no es así''
Y cuando te encuentras fastidiado, ¿no es porque no
has conseguido en suficiente medida lo que tú crees
que puede hacerte feliz o aquello por lo que sientes apego?
Y cuando estás deprimido y triste, ¿acaso no
ve todo el mundo que es porque la vida no te da aquello sin
lo que estás convencido de que no puedes ser feliz?
Casi todas las emociones negativas que experimentas son fruto
directo de un apego de este tipo.
Así pues, estás agobiado por la carga de tus
ataduras... y luchando desesperadamente por alcanzar la felicidad
precisamente aferrándote a dicha carga. La sola idea
es verdaderamente absurda. Pero lo trágico es que ése
es el único método que nos han enseñado
para lograr la felicidad (un método seguro, por otra
parte, para producir desasosiego, frustración y tristeza).
A casi nadie le han enseñado que, para ser auténticamente
feliz, una sola cosa es necesaria: desprogramarse, liberarse
de esas ataduras.
Cuando uno descubre esta palmaria verdad, le aterra pensar
el dolor que puede suponerle el liberarse de sus ataduras.
Pero lo cierto es que no se trata de un proceso doloroso,
ni mucho menos. Al contrario: liberarse de las ataduras constituye
una tarea absolutamente gratificante, con tal de que el instrumento
empleado para ello no sea la fuerza de voluntad ni la renuncia,
sino la visión. Todo cuanto tienes que hacer es abrir
los ojos y ver que, de hecho, no necesitas en absoluto eso
a lo que estás tan apegado; que has sido programado
y condicionado para creer que no puedes ser feliz o que no
puedes vivir sin esa persona o cosa determinada. Seguramente
recuerdas la angustia que experimentaste cuando perdiste a
alguien o algo que era para ti de incalculable valor; probablemente
estabas seguro de que nunca más volverías a
ser feliz. Pero ¿qué sucedió después?
Pasó el tiempo, y aprendiste a arreglártelas
perfectamente,¿no es así? Aquello debería
haberte hecho ver la falsedad de tu creencia, la mala pasada
que estaba jugándote tu mente "programada".
Un apego no es un hecho. Es una creencia, una fantasía
de tu mente, adquirida mediante una "programación".
Si esa fantasía no existiera en tu mente, no estarías
apegado. Amarías las cosas y a las personas y disfrutarías
de ellas; pero, al no existir la creencia, disfrutarías
de ellas sin atadura de ningún tipo. ¿Existe,
de hecho, otra forma de disfrutar realmente de algo? Pasa
revista a todos tus apegos y ataduras, y dile a cada persona
u objeto que te venga a la mente: "En realidad no estoy
apegado a ti en absoluto. Tan sólo estoy engañándome
a mí mismo creyendo que sin ti no puedo ser feliz".
Limítate a hacer esto con toda honradez, y verás
el cambio que se produce en ti: "En realidad no estoy
apegado a ti en absoluto. Tan sólo estoy engañándome
a mí mismo creyendo que sin ti no puedo ser feliz".
Meditación 5
"Es más fácil que
un camello pase por el ojo de una aguja
que no que entre un rico en el Reino de Dios"
(Mc 10.25)
¿Qué puede hacerse para alcanzar la felicidad?
No hay nada que tú ni cualquier otro podáis
hacer. ¿Por qué? Por la sencilla razón
de que ahora mismo ya eres feliz, ¿y cómo vas
a adquirir lo que ya tienes? Pero, si es así, ¿por
qué no experimentas esa felicidad que ya posees? Pues,
simplemente, porque tu mente no deja de producir infelicidad.
Arroja esa infelicidad de tu mente, y al instante aflorará
al exterior la felicidad que siempre te ha pertenecido. ¿Y
cómo se arroja fuera la infelicidad? Descubre qué
es lo que la origina y examina la causa abiertamente y sin
temor: la infelicidad desaparecerá automáticamente.
Ahora bien, si te fijas como es debido, verás que
hay una sola cosa que origina la infelicidad: el apego. ¿Y
qué es un apego? Es un estado emocional de vinculación
compulsiva a una cosa o persona determinada, originado por
la creencia de que sin esa cosa o persona no es posible ser
feliz. Tal estado emocional se compone de dos elementos; uno
positivo y otro negativo. El elemento positivo es el fogonazo
del placer y la emoción, el estremecimiento que experimentas
cuando logras aquello a lo que estás apegado. El elemento
negativo es la sensación de amenaza y de tensión
que siempre acompaña al apego. Imagínate a alguien
encerrado en un campo de concentración y que no deja
de engullir comida: con una mano se lleva la comida a la boca,
mientras que con la otra protege la comida restante de la
codicia de sus compañeros de encierro, que tratarán
de arrebatársela en cuanto baje la guardia. He ahí
la imagen perfecta de la persona apegada. Por su propia naturaleza,
el apego te hace vulnerable al desorden emocional y amenaza
constantemente con hacer añicos tu paz. ¿Cómo
puedes esperar, entonces, que una persona apegada acceda a
ese océano de felicidad que llamamos el "Reino
de Dios"? ¡Es como esperar que un camello pase
por el ojo de una aguja!
Ahora bien, lo verdaderamente trágico del apego es
que, si no se consigue su objeto, origina infelicidad; y,
si se consigue, no origina propiamente la felicidad, sino
que simplemente produce un instante de placer. seguido de
la preocupación y el temor de perder dicho objeto.
Dirás: "Entonces, ¿no puedo tener ni un
solo apego?". Por supuesto que sí. Puedes tener
todos los apegos que quieras. Pero por cada uno de ellos tendrás
que pagar un precio en forma de pérdida de felicidad.
Fíjate bien: los apegos son de tal naturaleza que,
aun cuando lograras satisfacer muchos de ellos a lo largo
de un día, con que sólo hubiera uno que no pudieras
satisfacer, bastaría para obsesionarte y hacerte infeliz.
No hay manera de ganar la batalla de los apegos. Pretender
un apego sin infelicidad es algo así como buscar agua
que no sea húmeda. Jamás ha habido nadie que
haya dado con la fórmula para conservar los objetos
de los propios apegos sin lucha, sin preocupación,
sin temor y sin caer, tarde o temprano, derrotado.
En realidad, sin embargo, sí hay una forma de ganar
la batalla de los apegos: renunciar a ellos. Contrariamente
a lo que suele creerse, renunciar a los apegos es fácil.
Todo lo que hay que hacer es ver, pero ver realmente, las
siguientes verdades.
Primera verdad: estás aferrado a una falsa creencia,
a saber, la de que sin una cosa o persona determinada no puedes
ser feliz. Examina tus apegos uno a uno y comprobarás
la falsedad de semejante creencia. Tal vez tu corazón
se resista a ello; pero, en el momento en que consigas verlo,
el resultado emocional se producirá de inmediato, y
en ese mismo instante el apego perderá su fuerza.
Segunda verdad: si te limitas a disfrutar las cosas, negándote
a quedar apegado a ellas, es decir. negándote a creer
que no podrás ser feliz sin ellas, te ahorrarás
toda la lucha y toda la tensión emocional que supone
el protegerlas y conservarlas. ¿No conoces lo que es
poder conservar todos los objetos de tus distintos apegos,
sin renunciar a uno sólo de ellos, y poder disfrutarlos
más aún a base de no apegarte ni aferrarte a
ellos, porque te encuentras pacífico y relajado y no
sientes la menor amenaza en relación a su disfrute?
Tercera y última verdad: si aprendes a disfrutar el
aroma de un millar de flores, no te aferrarás a ninguna
de ellas ni sufrirás cuando no puedas conseguirla.
Si tienes mil platos favoritos, la pérdida de uno de
ellos te pasará inadvertida, y tu felicidad no sufrirá
menoscabo. Pero son precisamente tus apegos los que te impiden
desarrollar un más amplio y más variado gusto
por las cosas y las personas.
A la luz de estas tres verdades, no hay apego que sobreviva.
Pero la luz, para que tenga efecto, debe brillar ininterrumpidamente.
Los apegos sólo pueden medrar en la oscuridad del engaño
y la ilusión. Si el rico no puede acceder al reino
del gozo y de la alegría, no es porque quiera ser malo,
sino porque decide ser ciego.
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