UNA LLAMADA AL AMOR
Autor: Anthony de Mello
MEDITACIONES: DE LA 21 A LA 25
Meditación 21
"Los fariseos decían a los
discípulos: '¿Por qué
come vuestro maestro con los publicanos y pecadores'".
(Mt 9.11)
Si deseas entrar en contacto con la realidad de una cosa,
lo primero que tienes que comprender es que toda idea deforma
la realidad y constituye un obstáculo para ver dicha
realidad. La idea no es la realidad: la idea "vino"
no es el vino; la idea "mujer" no es esa determinada
mujer. Si de veras quieres entrar en contacto con la realidad
de esa mujer, debes dejar de lado tu idea de la mujer y tener
la experiencia de ella en su singularidad concreta y en su
unicidad. Por desgracia, la mayoría de las personas
no se toman, la mayoría de las veces, la molestia de
ver este tipo de cosas en su singularidad, se limitan a ver
las palabras o las ideas, pero sin mirar nunca con ojos de
niño esa realidad concreta, única, viva y con
plumas que se mueve ahí mismo, delante de ellos; lo
único que ven es un gorrión. Nunca ven el maravilloso
prodigio de ese ser humano único que tienen ante sí;
tan sólo ven a una mujer campesina hindú, por
ejemplo. La idea, por consiguiente, es un obstáculo
para percibir la realidad.
Pero hay otro obstáculo a la percepción de
la realidad: el juicio. Tal cosa o persona es buena o mala,
fea o hermosa. Ya es suficiente obstáculo, a la hora
de fijarse en esa persona concreta, el tener la idea de "hindú",
de "mujer" o de "campesina". Pero, encima,
ahora añado un juicio y digo: "es buena"
o "es mala"; "es guapa y atractiva" o
"es fea y poco atractiva". Lo cual me impide verla,
porque no es ni buena ni mala. Es "ella", en toda
su singularidad. El cocodrilo y el tigre no son ni buenos
ni malos; son cocodrilo y tigre. "Bueno" y "malo"
dicen relación a algo exterior a ellos. En la medida
en que convienen a mi propósito, o son gratos a mis
ojos, o me son útiles, o constituyen para mí
una amenaza, en esa medida les llamo "buenos" o
"malos".
Piensa ahora en ti mismo cuando alguien dice de ti que eres
"bueno" o "atractivo" o "guapo".
Una de dos: o bien te muestras duro y displicente, porque
en realidad te consideras malo, y te dices a ti mismo que,
si el otro te conociera tal como eres, no diría que
eres bueno; o bien aceptas las palabras de esa otra persona
y te crees de veras que eres bueno, y hasta te hace ilusión
el cumplido. En ambos casos te equivocas, porque no eres ni
bueno ni malo. Tú eres tú. Si te dejas influir
por los juicios de quienes te rodean, estarás siempre
acumulando tensión, inseguridad y preocupación,
porque, del mismo modo que hoy te llaman "bueno",
y ello te alegra, mañana pueden llamarte "malo".
y te deprimirás. Por eso, la reacción apropiada
y correcta, cuando alguien dice que eres "bueno",
consiste en decir: "Esta persona, dada su actual percepción
y talante, me ve bueno, lo cual no dice nada acerca de mí.
Otro en su lugar, y con su propia manera de ser y de percibir
las cosas, me vería malo, lo cual tampoco diría
nada acerca de mí".
¡Con qué facilidad nos dejamos engañar
por el juicio de los demás y nos formamos una imagen
de nosotros mismos basada en ese juicio...! Para liberarte
de verdad necesitas escuchar las cosas buenas y malas que
ellos quieran contarte, pero no has de reaccionar con mayor
emoción que la que manifiesta un ordenador cuando le
introducen los datos. Y es que lo que ellos digan acerca de
ti revela mucho más sobre ellos mismos que sobre tu
persona.
En realidad, también tienes que ser consciente de
los juicios que tú hagas acerca de ti mismo, porque
incluso éstos se basan, por lo general, en los sistemas
de valores de las personas que te rodean. Si juzgas, condenas
o apruebas, ¿acaso ves la realidad? Si contemplas algo
a través del prisma del juicio, de la aprobación
o de la condena, ¿no es ése el principal obstáculo
para comprender y observar las cosas tal como son? Cuenta
hasta diez cuando una persona te diga que eres alguien muy
especial para ella; si aceptas el cumplido, empezarás
a acumular tensión. ¿Para qué quieres
ser especial para alguien y someterte a semejante clase de
juicio aprobatorio? ¿Por qué no contentarte
simplemente con ser tú mismo?
Cuando una persona te haga saber lo especial que eres para
ella, todo lo más que puedes decir es: "Esta persona,
dados sus gustos y necesidades, sus instintos, sus apetencias
y sus proyecciones, siente una especial atracción hacia
mí, lo cual no dice nada acerca de mí como persona.
Otros muchos me encontrarán absolutamente vulgar, y
ello tampoco dice nada acerca de mí como persona".
En el momento en que aceptes el cumplido y te complazcas en
él, habrás dado a esa persona el control sobre
ti. Temerás constantemente que conozca a otra persona
que le resulte muy especial y te haga perder la posición
de privilegio que ocupas en su vida. Consiguientemente, te
pasarás la vida bailando al son que ella quiera tocar
y respondiendo a sus expectativas, con lo cual habrás
perdido tu libertad. En suma, habrás conseguido depender
de ella para ser feliz, porque has hecho que tu felicidad
dependa del juicio de ella acerca de ti.
Por si fuera poco, aún puedes empeorar las cosas poniéndote
a buscar a otras personas que te digan lo especial que eres
para ellas e invirtiendo un montón de tiempo y de energías
en asegurarte de que nunca van a cambiar esa imagen que tienen
de ti. ¡Qué forma de vivir más agotadora...!
De pronto, el miedo hace acto de presencia en tu vida; miedo
a que se destruya tu imagen. Pero, si lo que buscas es la
audacia y la libertad, tienes que deshacerte de ese miedo.
¿Cómo? Negándote a tomar en serio a cualquiera
que te diga lo especial que eres para él. Las palabras
"Tú eres algo muy especial para mí"
tan sólo dicen algo acerca de mi actual disposición
con respecto a ti, de mis gustos de mi actual estado de ánimo
y de la fase evolutiva en que me encuentro. No dicen otra
cosa. Acéptalas, pues, como un simple dato y no te
alegres por ellas. Lo que puede alegrarte es mi compañía
no mi cumplido; mi actual interacción contigo, no mi
elogio. Y, si eres juicioso, me animarás a descubrir
a otras personas igualmente especiales, para no verte nunca
tentado de aferrarte a esa imagen que yo tengo de ti. No es
dicha imagen la que ha de procurarte gozo y contento, porque
eres consciente de que la imagen que yo tengo de ti puede
cambiar muy fácilmente. Lo que has de disfrutar, pues,
es el momento presente, porque, si te complaces en la imagen
que yo tengo de ti, entonces te tendré controlado,
y te dará miedo ser tú mismo, por temor a hacerme
daño; te dará miedo decirme la verdad y hacer
cualquier cosa que pueda deteriorar la imagen que yo tengo
de ti.
Aplícalo ahora a cualquier imagen que la gente tenga
de ti y que te haga ver que eres un genio, un sabio, un santo
o algo parecido; siéntete halagado, y en ese momento
habrás perdido tu libertad, porque en adelante no dejarás
de esforzarte por conseguir que no cambien de opinión.
Temerás cometer errores, ser tú mismo, hacer
o decir cualquier cosa que pueda dañar dicha imagen.
Habrás perdido la libertad de ponerte en ridículo,
de ser objeto de bromas y chanzas, de hacer y decir lo que
a ti te parezca, en lugar de lo que parece encajar con la
imagen que los demás tienen de ti. ¿Cómo
se acaba con esto? A base de muchas horas de paciente estudio,
concienciación y observación de lo que tan estúpida
imagen te proporciona: una emoción mezclada de inseguridad,
falta de libertad y sufrimiento. Si logras ver esto con claridad,
te desaparecerán las ganas de ser especial para nadie
o de que nadie te tenga en una elevada consideración,
no temerás andar con pecadores y personajes de dudosa
reputación y harás y dirás lo que te
plazca, sin importarte lo que la gente piense de ti. Conseguirás
ser tan falto de auto-conciencia como los pájaros y
las flores, demasiado ocupados en la tarea de vivir como para
preocuparse lo más mínimo de lo que los demás
puedan pensar de ellos y de si son o dejan de ser algo especial
para otros. Y, al fin, lograrás ser libre y audaz.
Meditación 22
"Dichosos los siervos a quienes
su señor
encuentre despiertos cuando regrese."
(Lc 12.37)
En todas las partes del mundo, la gente anda buscando el
amor, porque todos están convencidos de que sólo
el amor puede salvar al mundo. Pero muy pocos comprenden en
qué consiste realmente el amor y cómo brota
en el corazón humano. Con demasiada frecuencia se equipara
el amor a los buenos sentimientos para con los demás,
a la benevolencia, a la no-violencia, al servicio... Pero
todas estas cosas, en sí mismas, no son el amor. El
amor brota del conocimiento consciente. Sólo en la
medida en que seas capaz de ver a alguien tal como realmente
es aquí y ahora, no tal como es en tu memoria, en tu
deseo, en tu imaginación o en tu proyección,
podrás verdaderamente amarla; de lo contrario, no será
a la persona a la que ames, sino a la idea que te has formado
de ella, o bien a la persona como objeto de tu deseo, pero
no tal como es en sí misma.
Por eso, el primer acto de amor consiste en ver a esa persona
u objeto, esa realidad, tal como verdaderamente es. Lo cual
exige la enorme disciplina de liberarte de tus deseos, de
tus prejuicios, de tus recuerdos, de tus proyecciones, de
tu manera selectiva de mirar; una disciplina tan exigente
que la mayoría de las personas prefieren lanzarse de
cabeza a realizar buenas acciones y a ser serviciales que
someterse al fuego abrasador de semejante ascesis. Cuando
te pones a servir a alguien a quien no te has tomado la molestia
de comprender, ¿estás satisfaciendo la necesidad
de esa persona o la tuya propia? El primer ingrediente del
amor, por tanto, consiste en comprender realmente al otro.
El segundo ingrediente, tan importante como el primero, es
comprenderte a ti mismo, iluminar implacablemente, con la
luz del conocimiento consciente, tus motivos, tus emociones,
tus necesidades, tu falta de honradez, tu egoísmo,
tu tendencia a controlar y a manipular. Lo cual significa
llamar a las cosas por su nombre, por muy doloroso que resulte.
Si logras tener esta clase de conciencia del otro y de ti
mismo, sabrás lo que es el amor, porque poseerás
una mente y un corazón alerta, vigilantes, claros y
sensibles; una claridad de percepción y una sensibilidad
que te harán reaccionar correcta y adecuadamente en
cada situación y en cada momento. Unas veces te verás
irresistiblemente llamado a la acción; otras, te refrenarás
y te contendrás. Unas veces te verás obligado
a ignorar a los demás; otras, les prestarás
la atención que solicitan. Unas veces te mostrarás
amable y complaciente; otras, duro, intransigente. enérgico
y hasta violento. Y es que el amor, que brota de la sensibilidad,
adopta las más inesperadas formas y responde, no a
pautas y principios preconcebidos, sino a la realidad concreta
del momento. Cuando experimentes por primera vez esta clase
de sensibilidad, probablemente sientas verdadero terror, porque
todas tus defensas se vendrán abajo, tu falta de honradez
quedará al descubierto y los muros de protección
que te rodean serán destruidos.
Piensa en el terror que invade a un hombre acaudalado cuando
alcanza a ver realmente la lastimosa situación de los
pobres; o a un dictador sediento de poder cuando se digna
contemplar el verdadero estado en que se encuentra el pueblo
por él oprimido; o a un fanático intolerante
cuando logra comprender que sus convicciones no se corresponden
con los hechos. O piensa en el terror que invade al romántico
enamorado cuando se decide de veras a admitir que lo que él
ama no es a su amada, sino la imagen que tiene de ella. Por
eso es por lo que el más doloroso acto que un ser humano
puede realizar es el acto de mirar. Es en este acto de mirar
donde nace el amor; mejor dicho, ese acto de mirar es el amor.
Una vez que empieces a mirar, tu sensibilidad te llevará
a tomar conciencia, no sólo de las cosas que decidas
ver, sino de todas las demás cosas. Y tu pobre ego
tratará desesperadamente de embotar esa sensibilidad,
porque se ha visto despojado de sus defensas y se ha quedado
sin protección y sin nada a lo que aferrarse. Si alguna
vez te permites mirar, será tu muerte. Por eso es por
lo que el amor es tan aterrador: porque amar es mirar, y mirar
es morir. Pero es también la más deliciosa y
estimulante experiencia de este mundo, porque en la muerte
del ego está la libertad, la paz, la serenidad, la
alegría...
Si lo que de veras deseas es amar, entonces ponte inmediatamente
a mirar; pero tómatelo en serio. Fíjate en alguien
que te desagrade y percibe de veras tus prejuicios; fíjate
en alguien o algo a lo que te aferres y comprueba realmente
el sufrimiento, la inutilidad y la falta de libertad que supone
el aferrarse... y contempla detenida y tiernamente los rostros
humanos y la conducta humana. Tómate tiempo para mirar
asombrado la naturaleza, el vuelo de un pájaro, la
lozanía de una flor, la caída de una hoja seca,
el fluir de un río, la salida de la luna, la silueta
de una montaña a contraluz... Y mientras lo haces,
la sólida coraza que protege tu corazón se reblandecerá
y se fundirá, y tu corazón rebosará de
sensibilidad y delicadeza. Se desvanecerá la oscuridad
de tus ojos, tu visión se hará clara y penetrante,
y al fin sabrás lo que es el amor.
Meditación 23
"Después de despedir a la gente.
subió al monte a solas para orar"
(Mt 14.23)
¿No se te ha ocurrido nunca pensar que sólo
eres capaz de amar cuando estás solo? Pero ¿qué
significa amar? Significa ver a una persona, una cosa, una
situación. tal como realmente es, no tal como tú
la imaginas, y reaccionar ante ella como merece. No puedes
amar lo que ni siquiera ves.
¿Y qué es lo que te impide amar? Tus conceptos,
tus categorías, tus prejuicios y proyecciones, tus
necesidades y apegos, los "clichés" que tú
mismo has elaborado a partir de tus propios condicionamientos
y experiencias pasadas. Ver es la más ardua tarea que
un ser humano puede emprender. porque requiere una mente alerta
y disciplinada, mientras que la mayoría de la gente
prefiere ceder a la pereza mental antes que tomarse la molestia
de ver a cada persona y cada cosa de un modo siempre nuevo,
con la novedad de cada momento.
Liberarte de tus condicionamientos para poder ver es bastante
difícil. Pero el ver te exige algo aún más
doloroso: liberarte del control que la sociedad ejerce sobre
ti; un control cuyos tentáculos han penetrado hasta
las raíces mismas de tu ser, hasta el punto de que
liberarte de él es tanto como despedazarte.
Si quieres comprenderlo, piensa en un niño al que
se le inocula el gusto por la droga. A medida que la droga
penetra en su cuerpo, el niño se va haciendo adicto,
y todo su ser demanda a gritos dicha droga. Llega un momento
en que la falta de la droga le resulta tan insoportable que
prefiere morir.
Pues bien, esto es exactamente lo que la sociedad hizo contigo
cuando eras un niño. No te estaba permitido disfrutar
del sólido y nutritivo alimento de la vida: el trabajo,
la actividad y la compañía de las personas y
los placeres de los sentidos y de la mente. Se te hizo tomar
afición a unas drogas llamadas "aprobación".
"aprecio", "éxito". "prestigio",
"poder"... Una vez que les tomaste el gusto, te
hiciste adicto a ellas y empezaste a temer la posibilidad
de perderlas. Sentías terror con sólo pensar
en los fallos, en los errores o en las críticas. De
modo que te hiciste cobardemente dependiente de los demás
y perdiste tu libertad. Ahora tienen otros el poder de hacerte
feliz o desdichado. Y, por más que detestes el dolor
que ello supone, te encuentras completamente desvalido.
No hay un solo minuto en el que, consciente o inconscientemente,
no trates de sintonizar con las reacciones de los demás,
marchando al ritmo de sus exigencias. Cuando te ves ignorado
o desaprobado. experimentas una soledad tan insoportable que
acudes de nuevo a los demás mendigando el consuelo
de su apoyo, su aliento y sus palabras de ánimo. Vivir
con los demás en este estado conlleva una tensión
interminable: pero vivir sin ellos acarrea el agudo dolor
de la soledad. Has perdido tu capacidad de verlos con toda
claridad tal como son y de reaccionar adecuadamente ante ellos,
porque, en general. tu percepción de ellos está
oscurecida por tu necesidad de conseguir la "droga".
La aterradora e ineludible consecuencia de todo ello es que
te has vuelto incapaz de amar nada ni a nadie. Si deseas amar,
has de aprender a ver de nuevo. Y si deseas ver, has de renunciar
a tu "droga". Tienes que arrancar de tu ser esas
raíces de la sociedad que se te han metido hasta los
tuétanos. Tienes que liberarte de ellas. Externamente,
todo seguirá como antes, y tú seguirás
estando en el mundo, pero sin ser del mundo. E internamente
serás al fin libre y estarás absolutamente solo.
Es únicamente en esa soledad, en ese absoluto aislamiento,
como desaparecerán la dependencia y el deseo y brotará
la capacidad de amar, porque ya no verás a los demás
como medios de satisfacer tu adicción.
Sólo quien lo ha intentado conoce el terror de semejante
proceso. Es como si te invitaran a morir. Es como pedirle
al pobre drogadicto que renuncie a la única felicidad
que ha conocido y la sustituya por el sabor del pan, la fruta,
el aire limpio de la mañana y el frescor del agua del
torrente, mientras se esfuerza por hacer frente al síndrome
de abstinencia y al vacío que experimenta en su interior
una vez desaparecida la droga. Para su enfebrecida mente,
nada que no sea la droga puede llenar ese vacío. ¿Puedes
imaginar una vida en la que te niegues a disfrutar de una
sola palabra de aprobación y de aprecio o a contar
con el apoyo de un brazo amigo; una vida en la que no dependas
emocionalmente de nadie, de manera que nadie tenga ya el poder
de hacerte feliz o desdichado; una vida en la que no necesites
a ninguna persona en particular, ni ser especial para nadie,
ni considerar a nadie como propio? Hasta las aves del cielo
tienen nidos, y los zorros guaridas, pero tú no tendrás
dónde reposar tu cabeza a lo largo de tu travesía
de la vida.
Si alguna vez llegas a ese estado, al fin sabrás lo
que significa ver con una visión despejada y no enturbiada
por el miedo o el deseo. Y sabrás también lo
que significa amar. Pero para llegar a esa región del
amor deberás soportar el trance de la muerte, porque
amar a las personas supone haber muerto a la necesidad de
las mismas y estar absolutamente solo.
¿Cómo se llega ahí? A base de un incesante
proceso de concienciación... y con la infinita paciencia
y compasión que deberías tener para con un drogadicto.
También te ayudará el emprender actividades
que puedas realizar con todo tu ser; actividades que de tal
manera te guste realizar que, mientras te ocupas en ellas,
no signifique nada para ti ni el éxito ni el reconocimiento
ni la aprobación de los demás. E igualmente
útil te será volver a la naturaleza: despide
a las multitudes, sube al monte y comulga silenciosamente
con los árboles y las flores, con los pájaros
y los animales, con el cielo, las nubes y las estrellas. Entonces
sabrás que tu corazón te ha llevado al vasto
desierto de la soledad, donde no hay a tu lado absolutamente
nadie. Al principio te parecerá insoportable, porque
no estás acostumbrado a la soledad. Pero, si consigues
superar los primeros momentos, no tardarás en comprobar
cómo el desierto florece en amor. Tu corazón
romperá a cantar, y será primavera para siempre.
Meditación 24
"No juzguéis y no seréis
juzgados"
(Mt 7. l)
Es tranquilizador pensar que el más excelso acto de
amor que puedes realizar no es un acto de servicio, sino un
acto de contemplación, de visión. Cuando sirves
a las personas, lo que haces es ayudar, apoyar, consolar,
aliviar su dolor... Cuando las ves en su belleza y bondad
interiores, lo que haces es transformar y crear.
Piensa en algunas de las personas a las que aprecias y que
te atraigan. Intenta ver a cada una de ellas como si fuera
la primera vez, sin dejarte influenciar por el conocimiento
o la experiencia, buena o mala, que tengas de ellas. Intenta
descubrir en ellas algo que, debido a la familiaridad, se
te haya pasado por alto, porque la familiaridad produce rutina,
ceguera y aburrimiento. No puedes amar lo que no eres capaz
de ver de un modo nuevo. No puedes amar lo que no eres capaz
de estar constantemente descubriendo.
Piensa ahora en personas que te desagraden. Observa, en primer
lugar, qué es lo que te desagrada de ellas: estudia
sus defectos con imparcialidad y objetividad. Para ello, naturalmente,
no puedes hacer uso de "clichés" referidos
a ellas: orgulloso, holgazán, egoísta, arrogante...
El "cliché" es producto de la pereza mental,
porque resulta muy fácil aplicarle a alguien un estereotipo
o una "etiqueta". En cambio, es difícil y
arriesgado ver a las personas en su singularidad y unicidad.
Debes examinar esos defectos "clínicamente",
es decir, debes cerciorarte de tu objetividad. Ten en cuenta
la posibilidad de que lo que ves en esas personas como un
defecto tal vez no lo sea en absoluto, sino que en realidad
puede ser algo hacia lo que tu educación y las circunstancias
te han hecho sentir aversión. Si, a pesar de todo,
todavía sigues viendo en ello un defecto, trata de
comprender que el origen del mismo reside en sus experiencias
de la infancia, en sus condicionamientos del pasado, en una
defectuosa forma de pensar y de percibir y, sobre todo, en
su inconsciencia, no en su malicia. A medida que hagas esto,
tu actitud se trocará en amor y en perdón, porque
examinar, observar y comprender es perdonar.
Después de estudiar los defectos, intenta descubrir
las virtudes que atesora esa persona y que el desagrado que
sientes hacia ella te ha impedido ver hasta ahora. Y, mientras
lo haces, observa cualesquiera cambios de actitud o de sentimientos
que te sobrevengan, porque la aversión hacia ella ha
enturbiado tu visión y te ha impedido ver.
A continuación, piensa en cada una de las personas
con las que vives y trabajas, observando cómo cada
una de ellas se transforma a tus ojos cuando las miras de
esta manera. Al verlas así, les estás ofreciendo
un don infinitamente más valioso que cualquier acto
de servicio que puedas prestarles, porque, al hacerlo, las
has transformado, las has "creado" en tu corazón:
y, supuesto un cierto grado de contacto entre tú y
ellas, también ellas experimentarán realmente
una auténtica transformación. Y ahora ofrécete
a ti mismo idéntico don. Si has sido capaz de hacerlo
por otros, no te resultará muy difícil. Sigue
el mismo procedimiento: no juzgues o condenes ninguno de tus
defectos o neurosis. Si no has juzgado a los demás,
tampoco tú debes ser juzgado. Indaga, estudia y analiza
tus defectos para lograr una mejor comprensión que
te lleve al amor y al perdón, y descubrirás
con gozo cómo resultas transformado por esa actitud
extrañamente tierna y comprensiva que brota en ti para
contigo mismo. Una actitud que nace en tu interior y se extiende
a toda criatura viviente.
Meditación 25
"Y si tu mano te es ocasión
de pecado, córtatela:
más vale entrar manco en la Vida
que con las dos manos ir a la gehenna...
Y si tu ojo te es ocasión de pecado, arráncatelo;
más vale entrar ciego en el Reino de Dios
que con los dos ojos ser arrojado al fuego"
(Mc 9.43ss)
Cuando tratas con personas ciegas, empiezas a comprender
que sintonizan con unas realidades de las que tú no
tienes ni idea. Su sensibilidad hacia el mundo del tacto,
del olfato, del gusto y del oído es tal que, a su lado,
el resto de los humanos parecemos torpes y desmañados
patanes. Nos dan lástima las personas que han perdido
la vista, pero rara vez tomamos en cuenta el enriquecimiento
que les proporcionan los restantes sentidos. Por supuesto
que es una pena el que dicho enriquecimiento se produzca al
elevado precio de la ceguera, y es perfectamente concebible
que se pueda tener la misma sensibilidad que tienen los ciegos
hacia el mundo de los restantes sentidos sin necesidad de
perder la vista. Lo que no es posible, ni siquiera concebible,
es que despiertes jamás al mundo del amor sin desprenderte
resueltamente de aquellas partes de tu ser psicológico
que llamamos los "apegos".
Si te niegas a hacerlo, no experimentarás el amor,
la única cosa que da sentido a la existencia humana,
porque el amor es el pasaporte para el gozo, la paz y la libertad
permanentes. Hay una sola cosa que te impide acceder a ese
mundo, y esa cosa es el apego, producido por el ojo codicioso,
que provoca el ansia en tu corazón, y por la mano avarienta,
que intenta aferrar, poseer y hacer suyo lo que el ojo ve,
y se niega a soltarlo. Ese ojo ha de ser extirpado, y esa
mano cortada, si se quiere que nazca el amor. Con esos muñones
por manos, no podrás apoderarte de nada más.
Con esas cuencas vacías por ojos, no tardarás
en hacerte sensible a ciertas realidades cuya existencia jamás
habrías sospechado.
Ahora, por fin, ya puedes amar. Hasta ahora, todo lo que
tenías era una cierta cordialidad y benevolencia, una
cierta simpatía e interés por los demás,
que erróneamente considerabas que era amor, pero que
tiene tan poco en común con el amor como la mortecina
luz de una vela con la luz del sol.
¿Qué es amar? Es ser sensible a cada porción
de la realidad dentro y fuera de ti y, al mismo tiempo, reaccionar
con entusiasmo hacia dicha realidad, unas veces para abrazarla,
otras para atacarla, otras para ignorarla, y otras para prestarle
toda tu atención, pero siempre respondiendo a ella,
no por necesidad, sino por sensibilidad.
¿Y qué es un apego? Es una necesidad compulsiva
que embota tu sensibilidad, una droga que enturbia tu percepción.
Por eso, mientras tengas el más mínimo apego
hacia cualquier cosa o persona, no puede nacer el amor. Porque
el amor es sensibilidad, y la sensibilidad se destruye cuando
resulta dañada, aunque sea mínimamente. Del
mismo modo que el funcionamiento defectuoso de una pieza esencial
de un sistema de radar distorsiona la recepción y falsea
tu respuesta a lo que percibes.
No existe el amor defectuoso, incompleto o parcial. El amor,
como la sensibilidad, o lo es en plenitud o, simplemente,
no es. O lo tienes íntegro o no lo tienes. Por eso,
sólo cuando desaparecen los apegos accede uno al reino
ilimitado de esa libertad espiritual que llamamos "amor"
y queda libre para ver y responder. Pero no hay que confundir
esta libertad con la indiferencia de quienes jamás
han conocido la fase del apego. ¿Cómo vas a
arrancarte un ojo o cortarte una mano que no tienes? Esa indiferencia,
que tantas personas confunden con el amor (como no están
apegados a nadie, piensan que aman a todo el mundo), no es
sensibilidad, sino un endurecimiento de corazón originado
por un rechazo, por una desilusión o por la práctica
de la renuncia.
Es preciso atravesar las procelosas aguas de los apegos si
se desea arribar a la tierra del amor. Sin embargo. hay personas
que, sin haber zarpado jamás, están convencidas
de haber arribado. Pero lo cierto es que hay que estar muy
sano y ser muy perspicaz para que el bisturí amputador
pueda hacer su labor y el mundo del amor pueda brotar en la
conciencia. Y no te engañes: eso sólo se logra
con violencia. Sólo los violentos arrebatan el Reino.
¿Por qué la violencia? Porque, por sí
sola, la vida jamás podría producir el amor,
sino únicamente conducir a la atracción, de
la atracción al placer, y más tarde al apego
y a la satisfacción, que finalmente conduce al cansancio
y al aburrimiento. Viene a continuación una fase neutra
o "de meseta"... y vuelta a empezar: la atracción,
el placer, el apego, la satisfacción... Todo ello mezclado
de ansiedades, celos, posesividad, tristeza, dolor, etc..
lo cual convierte el ciclo en una especie de "montaña
rusa".
Cuando se ha repetido una y otra vez el ciclo, llega un momento
en que acabas harto y quisieras poner fin a todo el proceso.
Si tienes la suerte de no topar con ninguna otra cosa o persona
que atraiga tu atención. podrás al fin obtener
una paz un tanto frágil y precaria. Eso es lo más
que la vida puede darte, aunque es posible que lo confundas
con la libertad y, consiguientemente, acabes muriéndote
sin haber conocido jamás lo que significa ser realmente
libre y amar.
No. Si deseas liberarte del ciclo y acceder al mundo del
amor, deberás atacar mientras el apego siga vivito
y coleando, no una vez que lo hayas superado. Y deberás
atacar, no con el bisturí de la renuncia, porque esa
clase de mutilación no hace más que endurecer,
sino con el bisturí de la conciencia.
¿Y de qué debes ser consciente? De tres cosas:
en primer lugar, debes ver el sufrimiento que esa "droga"
te está ocasionando, los altibajos, los estremecimientos,
las ansiedades, las decepciones y el aburrimiento a que inevitablemente
te conduce. En segundo lugar, debes darte cuenta de que esa
"droga" está escamoteándote algo,
a saber, la libertad de amar y disfrutar de cada minuto y
cada cosa de la vida. En tercer lugar, debes comprender que,
debido a tu adicción y a tu programación, has
atribuido al objeto de tu apego una belleza y un valor que,
sencillamente, no posee: aquello de lo que estás tan
enamorado tan sólo está en tu mente, no en la
cosa o persona amada. Si logras ver esto, el bisturí
de la conciencia deshará el hechizo.
Suele afirmarse que sólo cuando te sientes profundamente
amado puedes abrirte con amor a los demás.
Pero eso no es cierto. Un hombre enamorado se abre realmente
al mundo, pero no con amor, sino con euforia. Para él,
el mundo adquiere un irreal color de rosa que se desvanece
en cuanto desparece la euforia. Su presunto amor no se debe
a que perciba claramente la realidad, sino a que está
convencido, acertada o equivocadamente, de que es amado por
alguien; un convencimiento peligrosamente frágil, porque
se basa en la persona por la que cree ser amado, que es voluble
y tornadiza por naturaleza y que en cualquier momento puede
pulsar el interruptor y acabar con su euforia. No es de extrañar
que quienes así proceden no consigan jamás perder
su inseguridad.
(Cuando te abres al mundo por causa del amor que otra persona
siente por ti, estás radiante; pero lo que irradias
no es tu percepción de la realidad, sino el amor que
has recibido de esa otra persona, la cual controla el "interruptor",
de tal manera que, cuando lo pulsa, hace que tu brillo o irradiación
se desvanezca).
Cuando uses el bisturí de la conciencia para pasar
del apego al amor, hay algo que debes tener en cuenta: no
seas severo ni impaciente ni te detestes a ti mismo.
¿Cómo puede nacer el amor de semejantes actitudes?
Mejor será que te muestres compasivo contigo mismo
y conserves la flema con que el cirujano maneja el bisturí.
Puede que entonces descubras que eres maravillosamente capaz
de amar el objeto de tu apego y disfrutar de él aún
más que antes y, al mismo tiempo, disfrutar igualmente
de cualquier otra cosa o persona.
Ésta es la piedra de toque para averiguar si lo que
tienes es amor. Lejos de hacerte indiferente, ahora puedes
disfrutar de todo y de todos como antes disfrutabas del objeto
de tu apego. Ahora ya no hay más estremecimientos ni,
consiguientemente, más sufrimiento ni incertidumbre.
De hecho, podría decirse que disfrutas de todo y no
disfrutas de nada, porque has hecho el gran descubrimiento
de que aquello de lo que disfrutas, con ocasión de
cualesquiera cosas y personas, es algo que está en
tu propio interior. La orquesta está dentro de ti,
y la llevas contigo adondequiera que vayas. Las cosas y las
personas exteriores a ti no hacen sino determinar la melodía
concreta que la orquesta debe interpretar. Y cuando no hay
nada ni nadie que atraiga tu atención, la orquesta
tocará su propia música, porque no necesita
ningún estímulo externo. Ahora llevas en tu
corazón una felicidad que nada ajeno a ti puede darte
ni arrebatarte.
Y aquí radica la otra prueba del amor: eres feliz
sin saber por qué. Pero ¿es duradero ese amor?
La verdad es que no hay garantía alguna de que lo sea,
porque, aun cuando el amor no puede ser parcial, sí
puede ser de duración limitada. El amor viene y se
va en la medida en que tu mente está despierta y consciente
o. por el contrario, se ha vuelto a dormir. Ahora bien, aun
así, una vez que has probado eso que llaman "amor",
sabrás que ningún precio es demasiado elevado
y ningún sacrificio demasiado grande, ni siquiera la
pérdida de ambos ojos o la amputación de una
mano, cuando a cambio se puede obtener la única cosa
en el mundo por la que merece la pena vivir.
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