Javier Hernández-Pacheco, Universidad de Sevilla
Texto publicado en "Espíritu". Cuadernos
del Instituto de Balmesiana. Año XLIX-2000-nº121.
pp.169-171
Antonio Ruiz Retegui nació en Cádiz el 7 de
septiembre de 1945. Hijo de un médico de la Armada,
creció en San Fernando, ciudad a la que siempre se
sintió ligado. Estudió ciencias físicas
en las Universidades de Sevilla y Barcelona. Muy joven tomó
contacto con el Opus Dei, institución a la que dedicó
su vida primero como miembro numerario y, después,
tras concluir en Roma y Pamplona sus estudios de teología
con el grado de doctor, como sacerdote, hasta su reciente
y prematura muerte, víctima de una hemorragia cerebral,
el 13 de marzo de 2000. Ocupó cargos de formación
en la institución, primero en labores internas y posteriormente
como Capellán Mayor de la Universidad de Navarra y
director del Departamento de Teología para Universitarios.
El carácter independiente de su docencia y el vigor
siempre personal de su labor sacerdotal y apostólica,
dieron paso con el tiempo a un conflicto no resuelto con las
autoridades de esta Universidad, que abandonó en 1990.
Posteriormente fue durante algún tiempo profesor de
la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma, institución
dirigida por la prelatura Opus Dei, y profesor visitante en
la Facultad de Teología de Lugano (Suiza). Los últimos
años, apartado de toda labor docente y académica,
vivió en Madrid, dedicado a su labor pastoral en el
marco de la prelatura, y a estudiar y escribir. Si su estancia
en Pamplona fue especialmente fecunda en la proyección
pública de su docencia y de su acción evangélica,
los últimos años de su vida intelectual en Madrid
suponen, en el marco de la soledad, de la reflexión
y el estudio, los más fecundos en la producción
de una obra teológica que está en lo fundamental
todavía inédita.
Pienso que en toda semblanza que pueda hacerse de Retegui
es preciso resaltar este doble aspecto -de su acción
pública, pastoral y docente, por un lado; y de su trabajo
intelectual teórico, por otro-. Pero no como dos facetas
independientes, sino como algo que en ambos casos surge de
la misma raíz, que hay que buscar en un compromiso
vital cristiano, que, lejos de toda beatería, de toda
irracionalidad gregaria, se expande en el ámbito dialógico
de lo razonable, de lo que a él le parecía tanto
más discutible cuanto más radical y trascendente.
Si había algo digno de discusión, eso era para
él la fe en Jesucristo. Así se rompían,
hablando con él y en su docencia, los límites
-supuestamente definitivos en el ámbito en el que se
movía- entre lo opinable y lo dogmático. Nada
había para él más digno de su apasionada
opinión que un dogma. Y así la teología
no era un frío marco de definiciones, a "defender"
frente a enemigos y fuente de condenas para los extraños,
sino la expansión intelectual de la fe en el ámbito
de la discusión amistosa y académica. Ser cristiano
en medio de la Universidad, en el marco de una discusión
abierta en la que uno está obligado a expresar con
argumentos -no con ordenes o condenas, ni siquiera con "exhortaciones"-
la propia convicción: ése era el punto de partida
de su "teología para universitarios", que
no era, por lo demás, un "determinado tipo de
teología", sino teología sin más:
discusión razonada sobre las cosas de Dios.
Iría muy descaminado en mi opinión, quien quisiese
ver en la docencia o en los escritos de Retegui vocación
de heterodoxia. Se formó en el Opus Dei bajo las guías
de la más sólida tradición tomista, de
la que nunca se desdijo y que se refleja en su último
libro: "Consideraciones sobre la belleza desde la antropología".
Sin embargo, sus referencias no se recluían en la estrechez
de escuela. Era un apasionado lector, y recomendador de libros,
que gustaba regalar para que fuesen leídos. Y ahí,
junto a C. S. Lewis o Guardini, le gustaba remitirse a Hanah
Arendt, a Bloom, o a los grandes autores de la literatura
universal; en general a autores que se situaban, no en el
horizonte de una "cultura católica", sino
de una "cultura general" ("católica"
en el sentido etimológico). Ahí, sobre el contrafondo,
por ejemplo, de las grandes figuras de Shakespeare, es donde
pensaba que la fe debía hacerse diálogo para
llegar a ser teología. Y que su intento fue logrado,
es algo de lo que podemos dar testimonio todos los que hemos
disfrutado de su docencia y de su magisterio
Sí tuviéramos que circunscribir más
las raíces de su pensamiento teológico, tendríamos,
por supuesto, que hablar del Padre Escrivá de Balaguer.
En último término, esa idea de teología
en medio de la Universidad que someramente he intentado describir
como propia de Retegui, no es sino el trasunto de la más
radical concepción de santidad en medio del mundo,
que constituye la gran aportación del Padre Escrivá
a la espiritualidad cristiana. Ser cristiano, y un pensador
cristiano por lo demás, no cabe en el marco estrecho
de una "capillita" o de una escuela teológica,
sino que exige de nosotros, en este caso como intelectuales
comprometidos con la fe, remitirnos a un horizonte universal,
a un "mundo", que hay que cristianizar apostólicamente,
pero que en absoluto constituye un ámbito cerrado para
los ya convencidos. El grito de Juan Pablo II: "¡abrid
las puertas, no tengáis miedo!", bien hubiera
podido ser el lema general de toda la obra escrita y docente
de Retegui, conforme en este sentido hasta su raíz
con el carismático mensaje fundacional de Escrivá
de Balaguer.
De igual modo, tiene que ver con esa influencia la sensibilidad
de Retegui por todo lo que podríamos llamar "virtudes
humanas". Ser cristiano era para él la expansión
de lo humano en el ámbito dialógico de la gracia,
en la amistad con Dios; y por tanto algo que ocurre en continuidad
con lo característicamente humano. Eso característico
del hombre es el "logos", ciertamente en el sentido
aristotélico de la definición de humanidad,
pero que él fácilmente interpretaba en un contexto
antropológico más rico, en el que "logos"
y "razón" significan la capacidad -específicamente
humana, pero también divina- para la comunicación
para la vida compartida en definitiva para la amistad.
Aquí hay que mencionar una segunda influencia en el
pensamiento de Retegui, que hemos de buscar en el magisterio
de Juan Pablo II. De alguna manera se puede decir que la llegada
al pontificado de este, por así decir, "filósofo
eslavo", que incorpora al Magisterio de la Iglesia la
influencia del pensamiento fenomenológico -muy afincado
en los ámbitos católicos polacos-, supuso para
Retegui una conmoción y un acicate para ampliar sin
rupturas su formación tomista hacia una filosofía
más flexible, más pastoral y humana, si se quiere.
Especial importancia tiene en este sentido el tratamiento
que hace Juan Pablo II de la sexualidad como diálogo
y comunicación. De aquí arranca Retegui para
desarrollar uno de los aspectos más vigorosos y novedosos
de su pensamiento en un antropología y teología
(moral y dogmática) de la sexualidad. En ella se pone
de manifiesto frente a los prejuicios (anti-) corporalistas
de la vieja moral, que la sexualidad no es algo meramente
corporal, sino expresión esencial de la persona en
cuanto tal: comunicación y donación; y por tanto
algo originalmente "lógico" y espiritual.
Junto a Juan Pablo II habría que mencionar también
la influencia del Cardenal Ratzinger, a través del
cual toma contacto con los teólogos centroeuropeos
-Guardini y von Balthasar merecen una especial mención
y con De Lubac-. Esta influencia es especialmente notoria
en su libro Pulchrum. Esta obra quiere ser una relectura de
la filosofía tradicional desde claves estéticas,
las cuales, en el ámbito de "los preambula fidei"
abren la vía de acceso a la comprensión de Dios
mismo que es posible para nuestra naturaleza finita. Nada
es bueno, ni de Dios, que no sea -en el pleno y a la vez vulgar
sentido de la palabra- "atractivo".
Muchas más cosas se podrían decir de Antonio
Ruiz Retegui, pero desbordarían el marco de lo que
quiere ser aquí una rápida semblanza en su memoria
inmediatamente tras su muerte. Y además sonarían
muy pobres a todos los que tuvimos la suerte de conocerle
y de disfrutar de sus enseñanzas. Tras él queda
una obra, que hay que repensar y trabajar, porque está
inédita en gran parte; y que constituye una de las
más importantes aportaciones teológicas en la
España de fin de siglo. Y para los muchos que fuimos
sus amigos -jamás pensó que amigos hubiera que
tener pocos- queda el profundo agradecimiento por su vida.
(Textos escaneados, revisados y corregidos por Juan Antonio
Campos González. Universidad de Sevilla VI-2002)
Arriba
Anterior -
Siguiente
Ir a la página
principal
|