LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL* (REFLEXIONES
ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, Teólogo,
sacerdote numerario del Opus Dei
*Por institucional entiende el autor
la institución del Opus Dei
7. LA ABSOLUTIZACIÓN DE "LO
INSTITUCIONAL"
El aspecto "institucional" tiende a hacerse dominante
sobre el aspecto propiamente espiritual, de conciencia. La
institución se convierte en instancia última
y, en consecuencia, en la referencia definitiva y absoluta:
la institución se convierte en un fin en sí
misma. El fin que la institución está llamada
a cumplir se desvanece y aparece como el mantenimiento de
la propia institución, que tenderá a prevalecer
sobre las personas. Su unidad ya no procederá de la
concordia en el cumplimiento de la misión, sino en
la defensa de los elementos estructurales de la propia institución
en sí misma. Pero ya advirtieron los antiguos, cuando
el fin se difumina, la propia institución cambia de
carácter y se desvirtúa.
Una de las consecuencias más extrañas de esta
situación es que los criterios morales cambian. Ya
no es sobre todo la persona la que debe ser respetada. Ahora
la institución se alza como referencia absoluta y suprema.
Cualquier opinión sobre las limitaciones o defectos
de la institución es considerada como falta grave,
merecedora de los más severos castigos. Se renueva
al viejo delito de "lesa majestad" del antiguo régimen
que era considerado gravemente disolvente de la comunidad
humana. Se ignora que esas opiniones pueden nacer, y de hecho
nacen muchas veces, del deseo de superar los aspectos más
superficiales o administrativos, y de vivir los objetivos
más de fondo que son los que justifican su existencia.
En esta situación, lo institucional prevalece completamente
sobre las personas, y no se dudará en causar daños
graves a las personas si con ello se subraya la primacía
de la institución. Esta situación es muy peligrosa
porque hace que los directores se sitúen en el ámbito
de la conciencia, es decir, en el ámbito que corresponde
sólo a Dios, y que, en consecuencia, traten de vincular
sus decisiones con la propia conciencia de aquellos sobre
los que actúen y además se sientan autorizados
a poner cualquier medio para acceder a ese ámbito,
aduciendo que es lo absolutamente importante. Se fomenta de
esta manera que todos se conviertan en potenciales delatores
de los demás. La delación llega a afirmarse
como manifestación de caridad, pues -se dice- al poner
en conocimiento de los directores cualquier cosas que extrañe,
se está permitiendo que se le pueda ayudar mejor. Esto
es ignorar que a la persona humana no se la puede ayudar a
costa de la misma persona, y que el bien moral no se puede
realizar por imposiciones.
Además, la absolutización de lo institucional
conduce a concebir a las personas solamente como representantes
de lo institucionalmente establecido. Las conversaciones de
las personas estarán repletas de lugares comunes, es
decir, de informaciones sobre el cumplimiento de lo establecido,
o decaerá a niveles banales. Análogamente, la
caridad se concebirá sobre todo como la "ayuda"
para que cada uno se integre cada vez más plenamente
en lo institucional, pues así se está "deseando
lo mejor" para esa persona, sin necesidad de mirar atentamente
a qué es lo que su inclinación o sus circunstancias
pueden aconsejar en cada momento. Por esto se repite sin cesar
que el querer a las personas se manifiesta inequívocamente
en hacerles correcciones, ayudarles a vivir el horario, no
interrumpir la tertulia, y cosas por el estilo. No digo que
estos aspectos sean innecesarios. Lo son, pero solamente como
el aspecto material de relación que debe tener fundamentos
más profundos y humanos.
En la práctica esto se manifiesta también en
que los que gobiernan y, en general, las personas representantes
de la institución, se alzan como instancias absolutas.
La resistencia ante el sigilo sacramental es una muestra clara
de que quienes gobiernan pretenden situarse en la posición
de lo absoluto, es decir, de Dios. Así no es posible
reconocer ni el más leve defecto en quienes son las
autoridades máximas. Se han escrito libros sobre los
defectos de los santos, pero decir eso mismo de las personas
más altas en la institución resulta inaceptable.
Un caso llamativo es el artículo escrito en memoria
de una persona, sacerdote, que fue apartado de sus cargos
y de su situación y que sufrió mucho por ello,
hasta el punto de ejercer su ministerio sacerdotal y su labor
de teólogo solamente al servicio de la Conferencia
Episcopal. En ese artículo en su memoria, no se hace
ninguna referencia a aquel doloroso episodio, pues debe haber
parecido que no era posible exponer sencillamente que se tomaran
medidas tan violentas contra una persona buena que se había
limitado a exponer su opinión sobre un asunto importante.
Es que se pide un sacrificio total de la persona y de su situación,
incluso de su salud, en favor de la institución, mientras
ésta, por su parte, no duda en tomar medidas que suponen
una difamación de hecho de esas mismas personas.
Se olvida que éstas son cosas que han ocurrido en
toda la historia, y que siempre resulta presuntuoso, por no
decir ridículo, considerar que "no soy como los
demás hombres", que nuestra institución
puede incurrir en lo que ha sucedido a todas las demás
instituciones humanas. Es necesario tratar de evitar que esto
ocurra, pero es igualmente importante saber que estas cosas
suceden y que hay que estar prontos para reconocerlas y para
corregirlas. Como se predica frecuentemente, la agilidad para
corregir y ser corregido es más importante que la presunta
inerrancia.
Quizá esto sucede porque se confunde en la práctica
la autoridad "deontológica", es decir, la
capacidad de disponer indicaciones de gobierno, con la autoridad
"epistemológica", es decir, la autoridad
que se refiere al orden del conocimiento. Entonces los que
gobiernan, es decir, los que están investidos de autoridad
deontológica, se consideran dotados de autoridad epistemológica
y hablan de las cosas más diversas en la vida ordinaria
como maestros infalibles, que consideran sus enseñanzas
como más profundas, sus predicaciones como más
ricas y sus propias opiniones sobre las personas y las situaciones,
sean en aspectos doctrinales o sociales o artísticos,
como superiores a las de cualquier otro. Se acostumbran así
a ser escuchados con veneración y de forma incontestable,
estableciendo un tipo de relaciones con los demás que
no es "de igual a igual", es decir, de persona a
persona, sino "de arriba abajo".
Esto significa que son personas que han abdicado casi completamente
de su condición personal y se han convertido en meras
piezas de un conjunto. En la primera formación parece
que se pretende que las personas tomen como pauta de acción
solamente las indicaciones y los llamados "criterios"
determinantes de detalles, sin que respondan a las indicaciones
del sentido común, es decir, de las interpelaciones
de la realidad. Los juicios que se emiten sobre la actuación
de los demás, se basan sobre todos en esas indicaciones
y, entonces, perciben con más intensidad los pequeños
defectos en al cumplir las instrucciones internas de funcionamiento,
que las violaciones más flagrantes del sentido común.
Por ejemplo, en lo referente a la sobriedad cuenta más
el cuidar la puntualidad en el control de las aportaciones,
que no gastar cantidades desorbitadas en el vestido.
De manera particular se pide implícitamente a las
personas que no ejerciten su capacidad de conocer en sentido
"heurístico", es decir, que no hagan ningún
juicio sobre las realidades más importantes. Estos
juicios se esperan exclusivamente de las instancias autoritarias.
Se ha dado el caso de que una persona fuera violentamente
recriminada y castigada por decir que la formación
teológica que se da en la institución era bastante
deficiente y que, sin duda, se requería un cambio serio.
Esto fue considerado como un ataque gravísimo y se
aplicó a quien lo dijo un castigo severo. Sin embargo,
poco después esas propias autoridades repetían
casi con las mismas palabras esos juicios que, por lo demás,
respondían a la evidencia. Además encargaron
a algunas de las "autoridades oficiales" que fueran
por diversos cursos de verano para advertir de la situación
real y para comunicar a todos que ya se estaban tomando las
medidas para solucionarlo. Como es obvio, desde esa situación
no era de esperar que las presuntas medidas que se tomarán
cambiaran algo: todo se ha confiado a las mismas personas
que originaron la situación que se afirmaba deplorar.
El resultado es que las personas que están sumidas
en ese ámbito se ven imperadas a las cosas más
coyunturales y cambiantes con una presión que pretende
vincular la conciencia. Para algunas personas, esto resulta
un tanto angustioso pues no se puede evitar que en algunos
casos la razón natural muestre las limitaciones de
esos juicios y dictámenes autoritarios. La auto revelación
de Dios en la Biblia como "el Dios Altísimo"
era una liberación del peligro de divinizar las instancias
humanas, pues suponía que Dios está por encima
de ellas.
En cambio, cuando lo institucional se absolutiza, pretende
ser la instancia más alta de la cual no hay nada. Por
esto no es de esperar de los que gobiernan una respuesta razonada
sobre las cosas más importantes y cuando alguien comenta
sus dificultades, se le ofrecen simplemente remedios "afectivos"
o "espirituales", detalles de cariño, invitaciones
al centro de los que gobiernan y cosas por el estilo. Si entonces
se tiene la serenidad suficiente para declarar la insuficiencia
de esa respuesta, se juzga su conducta con valoraciones ascéticas,
de orgullo, de indocilidad, o de falta de entrega.
Parece que los únicos que tiene acceso a la realidad
son los que gobiernan, y sus consejeros inmediatos. De cualquier
otra persona se dirá que "no tiene datos suficientes"
para formar una opinión adecuada. No se tiene en cuenta
que, como ya se ha dicho antes, estas realidades se perciben
más en la vida que en los datos. Además, desde
esa perspectiva se fomenta el que todos vayan a proporcionar
esos datos, que la mayoría de las veces son denuncias
muy sesgadas por el interés o el resentimiento.
De hecho resulta poco eficaz hablar abiertamente con las
personas que gobiernan, pues ellas mismas siempre hablan desde
las indicaciones recibidas y son poco aptas para un diálogo
real. Por una parte se sitúan siempre en una posición
de superioridad, y por otra carecen de la capacidad de admitir
que lo que dice el inferior pueda ser acertado. Y en la antigüedad
se advirtió que la presencia de la autoridad es un
obstáculo para el conocimiento de la realidad. Platón
ha mostrado -más que con declaraciones explícitas
con el orden según el cual se desarrollan las conversaciones
en "La República" y en "Las Leyes"-
hasta qué punto es indispensable poner en duda la autoridad,
o liberarse de ella para descubrir el derecho natural.
En "La República" la discusión sobre
el derecho natural comienza mucho después que el viejo
Céfalo, el padre, el jefe de la casa, se ha alejado
para ocuparse de los sacrificios: la ausencia de Céfalo,
o de aquello que él representa, es indispensable para
la búsqueda del derecho natural. Y si esto parece aventurado,
digamos al menos que hombres del tipo de Céfalo no
advierten la necesidad de conocer el derecho natural. Por
lo demás, la discusión hace que los interlocutores
se olviden completamente de la carrera de antorchas en honor
de una diosa, a la que debían asistir: la búsqueda
de derecho natural sustituye la carrera de antorchas. La discusión
recogida en "Las Leyes" tiene lugar mientras los
interlocutores, volviendo por el camino de Mínos -que,
hijo y alumno de Zeus, habla llevado a los cretenses sus leyes
divinas-, se dirigen a pie de la ciudad de Creta a la caverna
de Zeus. La conversación es referida por completo;
pues bien, no hay señal alguna de que ellos terminen
en la meta que se habían propuesto al principio. El
fin de "Las Leyes" está dedicado por completo
al tema central de La República: el derecho natural,
es decir, la filosofía política y su culminación
sustituyen a la caverna de Zeus.
Si consideramos a Sócrates como el representante de
la búsqueda de derecho natural, podemos aclarar las
relaciones de esa búsqueda con la autoridad del modo
siguiente: en una comunidad gobernada por leyes divinas está
absolutamente prohibido someter esas leyes a un auténtico
debate, o sea, a un examen crítico, en presencia de
jóvenes; ahora bien, Sócrates discutió
sobre el derecho natural, que es un asunto que presupone poner
en duda el código ancestral o divino, no sólo
en presencia de jóvenes, sino conversando con ellos.
Por ello fue acusado de impiedad y de corromper a los jóvenes.
Por eso se ha podido escribir que, "la muerte de Sócrates
es un momento clave en la historia de occidente" (Guardini).
Los cargos que pesaron sobre él no se refieren simplemente
al hombre Sócrates, que casualmente es filósofo,
sino que significa la condena de la actividad propiamente
filosófica en cuanto tal, es decir, de la confianza
en lo que cada persona puede ver de la realidad con sus propios
ojos. Y esto no en el seno de la ciudad de Atenas, simplemente,
sino en el seno de toda comunidad humana que pretende estar
unificada por una doctrina superior común.
Una consecuencia inmediata es los que están en el
gobierno de ese tipo de ámbitos son poco capaces de
relaciones humanas auténticas. Entre ellos mismos las
conversaciones están casi exclusivamente circunscritas
a los intereses del gobierno o a cuestiones muy coyunturales,
y cuando cesan en sus cargos se encuentran solos, poco escuchados,
pues entonces las autoridades ya son otras, y en una situación
humana más bien penosa. Lo único en que se han
ejercitado es la transmisión de indicaciones concretas,
y carecen de principios o referencias propias de más
altura que les puedan ayudar a vivir fuera del ámbito
del gobierno. Despojados de sus cargos, resultan de una pobreza
personal inquietante y, lógicamente, no son personas
queridas ni bien relacionadas con los que fueron sus propios
gobernados. Los que desde la posición de gobierno hablaban
con seguridad aplastante, especialmente a las mujeres, se
muestran inseguros cuando se encuentran en una relación
de igual a igual. Quizá por eso se tiende a que permanezcan
tiempo en el cargo, más del que está previsto.
Cuando este estado de cosas se percibe, se va sintiendo como
un distanciamiento de todas esas realidades. Lo que se presentaba
como instancia inapelable se tambalea, y las personas se sienten
capacitadas para cuestionar lo que en sí mismo se presenta
como referencia absoluta. Además se percibe que este
cuestionamiento es perfectamente lícito. Pero si no
se es capaz de dar cuenta de estos fenómenos, es muy
fácil que las personas adquieran una mala conciencia
difusa y un sentimiento de desgarro interior que es difícil
superar. Hay quien por haber vivido en ese ambiente que identificaba
el trato con Dios con las prácticas institucionales
y no haber podido soportarlo, se encuentra luego dificultado
para un trato sereno y piadoso con Dios.
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