LO TEOLOGAL Y LO INSTITUCIONAL*
(REFLEXIONES ÍNTIMAS)
Autor: Antonio Ruíz Retegui, teólogo,
sacerdote numerario del Opus Dei
*Por institucional entiende el autor
la institución del Opus Dei
6. ESPÍRITU O
"ESTILO"
La preferencia por las indicaciones concretas frente a la
libertad y la creatividad de la conciencia personal, hace
que tenga lugar un deslizamiento desde la dimensión
a la que se refiere la libertad, que es el espíritu,
hacia las manifestaciones externas, que es lo que podríamos
calificar de "estilo", en cuanto modo concreto de
hacer las cosas que se refieren a la vida cristiana.
El deslizamiento desde el espíritu hacia el estilo,
tiene como manifestación inmediata el hecho de que
las que se consideran personas "formadoras", son
sobre todo aquellas que son hábiles para inducir formas
de comportamiento concreto, sin llegar al fondo de las personas.
Lógicamente no es que estos "formadores"
no hagan referencia a las cuestiones de fondo. Lo que sucede
es que esas referencias se hacen simplemente como adorno o
acompañamiento de las indicaciones concretas. Las referencias
a las cuestiones de fondo, a la libertad y a las espontaneidad,
pueden no pasar de ser un elemento más de lo convencionalmente
establecido.
Una consecuencia negativa importante del deslizamiento desde
la primacía del "espíritu" hacia la
preponderancia del "estilo", es el carácter
que adopta el apostolado y el proselitismo. En efecto, si
no se atiende sobre todo al "espíritu" que
radica en el fondo del alma, el proselitismo se convierte
en un proceso en el que los jóvenes son introducidos
en un ambiente determinado, con sus modo de hacer, con su
estilo de vida, su "ambiente", de manera que sean
chicos "encajados". Pero este modo de hacer proselitismo
resulta inquietante en cuanto se advierte que las personas
no están atraídas por el fondo o por el sentido
de vocación y de misión, sino por factores mucho
más externos.
No es raro que esas personas consideradas como buenas "formadoras"
o muy apostólicas que se mantienen al nivel de los
actos concretos, sean muy inseguras o débiles de fondo.
En realidad son personas que viven a nivel superficial, aunque
trabajen mucho y sean muy solícitos en su tarea de
detallar mucho las cosas, de lograr mucha información
concreta sobre las personas. Pero se trata de una labor insegura
que no alcanza el fondo de los corazones. Y no es infrecuente
que llegue un momento que esas mismas personas se encuentren
vacías y sin un sentido claro de su existencia, pues
advierten que han gastado sus años en cumplir las consignas
que se les daban y en poner por obra unas habilidades o destrezas
bastante superficiales.
Las personas formadas según ese modelo, para que puedan
responder a lo que se les dice, han sido despojadas previamente
de sus capacidades propias de advertir la realidad y de darle
una respuesta personal. Los sentimientos, que son el lugar
del entronque del ser humano con la realidad del mundo en
que vive, son vistos con desconfianza de manera que, más
que formarlos, se pretende anularlos. De ese modo ya se puede
confiar toda la orientación para actuar a las indicaciones
de la autoridad, que entonces podrán seguirse sin trabas.
Esto es lo que está en el fondo de unas valoraciones
curiosas que consideran como detalles heroicos lo que cualquier
persona honrada hace sin ningún sentido de hacer algo
extraordinario. Es que cuando se ha perdido el sentido de
la realidad y se mira exclusivamente a las indicaciones vigentes,
todo recibe la calificación también a partir
de esas indicaciones, que son las que establecen qué
es lo heroico y qué es lo meritorio. Así se
aplican a las actuaciones de ciertas personas que son los
ejemplos convencionales unos calificativos de heroísmo
o de caridad extraordinaria o de piedad sorprendente lo que
en realidad son comportamientos normales honrados.
Análogamente en la llamada "dirección
espiritual" se limita a vigilar la puesta en práctica
de las normas de acción concretas, sin llegar a las
disposiciones y al ejercicio de las capacidades más
profundas del alma. Los que dirigen ya no son tanto personas
que velan por la riqueza del espíritu de fondo, o por
el logro de los fines, que casi desaparecen de la mirada,
cuanto por el cumplimiento de reglamentos y normativas concretas.
Por eso, no es necesario que esas personas tengan las especiales
condiciones que siempre se han considerado necesarias para
dirigir espiritualmente a otros: ya no se precisan tanto maestros
de oración, cuanto buenos administrativos que apliquen
con rigor las normas establecidas por las autoridades.
En un guión reciente muy amplio sobre la charla personal
se trata, de acuerdo con lo que vengo diciendo, sobre todo
de la sinceridad y de la obediencia a las indicaciones recibidas,
pero se trata muy poco, de que la charla debe ser efectivamente
una charla en la que se conoce a la persona, con todas sus
singularidades e inclinaciones y especialmente con aquello
que es principio de se pueda decir, por ejemplo, que alguien
está en "su sitio" o que algo es "lo
suyo".
En consecuencia, a los que gobiernan se les aplica la responsabilidad
de mantener el orden previsto entre las personas, pero sin
que ese orden tenga la hondura de un "espíritu"
vivido, o del cumplimiento del ideal, sino únicamente
un carácter disciplinar un tanto externo. No se mirará
tanto la "calidad" de los medios de formación,
cuanto la vigilancia por el cumplimiento de la indicaciones
concretas establecidas. Esto conduce inexorablemente a una
trasformación de la naturaleza de la unidad que queda
reducida a la unidad mecánica de una disciplina rígida,
en la que la dimensión "humana" resulta confiada
exclusivamente a unos detalles de cariño muy materiales
y sensibles, pero no al respeto real a las personas y a su
capacidad de conocer y de formarse opiniones por sí
mismas.
Esto se trata de fundamentar a veces en la afirmación
de que cuando se obedece a esas indicaciones la vida interior
progresa casi automáticamente. Es como si se pensara
que esos actos han de tener una eficacia cuasi sacramental.
Pero no debe olvidarse nunca que incluso en los sacramentos,
que sí tienen eficacia "ex opere operato",
ha de buscarse no sólo el acto ritual sino la gracia
de Cristo. De hecho no es raro encontrarse con personas que
son muy detallistas en el cumplimiento del plan de vida, pero
que en verdad son poco piadosas. Son personas que ponen gran
detalle en "hacer la oración", pero no van
a "hablar personalmente con el Señor". Igualmente
hay personas que cuidan mucho los detalles relativos a la
fraternidad -respeto de los horarios, atención a las
fechas, evitar las llamadas telefónicas durante las
tertulias, etc.- pero escuchan y comprenden poco a las personas
concretas. Por eso no es infrecuente que quienes han vivido
un plan de vida muy rico, cuando cambian las circunstancias
externas casi dejan de practicar la fe.
La unidad que resulta es una forma de unidad degradada, que
ya no es la unidad propia de personas singulares que tiene
cada una inteligencia y un corazón propios, sino la
unidad de un disciplina férrea, en la que el aspecto
humano es confiado exclusivamente a los modos edulcorados
de intervenir, y a los detalles de atención a los aspectos
materiales y corporales: solicitud por la salud, invitaciones
a comer, oportunidades para el descanso. Si alguien denunciara
ese trato como superficial y pretendiera ser escuchado, enseguida
se dictaminarla que está cansado o que tiene algún
desajuste de carácter psíquico. Por curioso
que pudiera parecer, esto es lo que sucedía en la antigua
Unión Soviética, cuando se encerraba a los disidentes
en hospitales como enfermos psiquiátricos.
En cierto modo, la dirección espiritual se limita
a una recopilación de datos sobre las personas para
proporcionarlas a la autoridad que de este modo puede alegar
siempre que tiene "más datos". Se convierte
entonces en algo esencial el hecho de que los datos que se
conocen en la dirección espiritual se puedan y se deban
comunicar a los que gobiernan.
Al mismo tiempo, los que han de impartir la dirección
espiritual se ven forzados a abdicar de su conciencia para
ser simplemente transmisores de las indicaciones de los que
gobiernan. A quienes tiene el encargo de la dirección
espiritual se les advierte que su misión no es tanto
comprender a las personas, cuanto transmitirles enérgicamente
las indicaciones que viene "de arriba". Si alguien
adujera que ha dado consejos según las normas morales
generales y su propia conciencia, será advertido de
que las respuestas "correctas" a las personas en
cualesquiera situaciones están ya perfectamente determinadas
por la propia institución a través de ciertas
normas que han de considerarse universalmente válidas,
y de las indicaciones de los que gobiernan.
Esto supone sin duda una confusión peligrosa entre
el fuero interno, propio de la dirección espiritual,
y el fuero externo, que corresponde al gobierno. Así,
en no pocas ocasiones quienes han de dar la dirección
espiritual se sienten violentados en su conciencia y no se
encuentran capaces de secundar las determinaciones que reciben.
Quizá a raíz de esa confusión se encuentra
en el hecho de que, como decía antes, quien gobierna
pretende siempre situarse en posición privilegiada
aduciendo que tiene "más datos", incluyendo
sobre todo los datos sobre la conciencia de las personas.
Pero, como también se decía antes, es muy posible
que quien tenga esos datos, incluidos los de conciencia, conozca
poco a las personas. En efecto, las personas en cuanto tales
no se pueden conocer principalmente a través de datos,
sino que han de conocerse en la conversación libre
y en la vida misma, y en un ambiente en el que las opiniones
personales son dificultadas y substituidas por los lugares
comunes y las explicaciones institucionales, apenas pueden
manifestarse. Habría que tener en cuenta que la conciencia
pertenece sólo a Dios, y que, en cambio, hay que conocer
otro amplio campo de la realidad personal, que sólo
se manifiesta en un ámbito de libertad para manifestar
lo que se piensa de fondo sobre las cosas más importantes.
A veces algunas personas tienen reacciones inesperadas y sorprendentes,
pero no porque hayan ocultado los datos que se esperan, sino
porque esas reacciones tienen su raíz en la visión
que esa persona se ha ido formando sobre las cosas que vive,
y que no ha podido manifestar serenamente.
Es relativamente fácil ser sinceros cuando se trata
de debilidades ascéticas, y es bastante seguro que
se recibirá comprensión, pero no es nada probable
recibir la misma atención y comprensión cuanto
el asunto que se trata de manifestar se refiere a temas más
generales y de fondo, por ejemplo, el modo de dar la formación
o de orientar el gobierno. En esos casos lo más probable
es que se reciba la advertencia de que no se tiene datos suficientes
para opinar.
En todo este asunto es esencial reconocer que cada persona
tiene la capacidad propia para formar un juicio recto sobre
el fondo de las cosas que vive, aunque no tenga conocimiento
de todos los detalles. Lo decisivo está a la vista
de todos, y nos solamente a la vista de los que gobiernan,
especialmente si éstos forman sus juicios desde unas
informaciones que son indirectas y se refieren a detalles
muy concretos. Por ejemplo, las consideraciones que se hacen
en este escrito no se apoyan en especiales informaciones confidenciales,
pero no por eso están más débilmente
fundamentadas.
Estos defectos se hacen esencialmente patentes en los medios
de formación colectivos como las convivencias y los
cursos anuales. Los grandes y esenciales aspectos del espíritu
de la Obra, como son la "consecratio mundi", el
poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas, se
difuminan de horizonte y casi desaparecen de los medios de
formación, porque se han quedado sin contenido.
En esas ocasiones se pone todo el interés en insistir
a todos que vivan las indicaciones concretas recibidas, pero
apenas aparecen los fines amplios que son los que deberían
justificar todas esas indicaciones. Por eso muchas veces esos
medios colectivos resultan un tanto estrechos. Los temas de
más alcance, que son los que podrían mover a
las personas a poner todos sus talentos en juego para mejorar,
son confiados a clases y charlas rutinarias y aburridas, sin
ninguna incidencia práctica, que se confían
a personas con poca o ninguna preparación. Luego, al
hacer una valoración de esos medios, se atiende casi
exclusivamente a mirar si se vivieron las indicaciones ascéticas
y disciplinares que se dieron, sin considerar si se han logrado
los objetivos de formación de más amplio y profundo
alcance.
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