SANTOS
Y PILLOS. El Opus Dei y sus paradojas
Joan Estruch
CAPÍTULO XI. LA CONSOLIDACIÓN DEL OPUS DEI
1. Una nueva época
Aun suponiendo que tuviera un valor meramente simbólico,
lo cierto es que la fecha de la carta de monseñor Escrivá,
de la que nos hemos ocupado en el capítulo anterior,
no podía haber sido elegida con mayor acierto, al menos
desde nuestra perspectiva concreta. En efecto, era como si
el presente trabajo hubiese necesitado hallar, en torno a
estas fechas, un hecho con valor de símbolo que nos
permitiera separar el período a partir del cual será
posible centrar fundamentalmente la atención en la
temática concreta de la segunda parte de este estudio,
del primer período analizado hasta aquí, que
nos habrá proporcionado los antecedentes históricos
de la cuestión, al mismo tiempo que la ha contextualizado.
La fecha del mes de octubre de 1958 satisface efectivamente,
para nuestro propósito, todos los requisitos de semejante
delimitación. En la historia de la Iglesia católica
supone el verdadero fin de toda una época y el inicio
de una etapa nueva por muchos conceptos. Durante ese mes se
produce el fallecimiento de Pío XII (el día
9) y la elección de Juan XXI1I (el día 28).
El anuncio de la convocatoria del concilio Vaticano II, al
cabo de menos de tres meses, representará en el seno
del catolicismo una convulsión de consecuencias importantísimas,
tanto "ad intra" como "ad extra". En este
sentido, el cambio de pontífice simboliza una transformación
que va mucho más allá del mero (aunque significativo)
cambio de apariencia y de estilo personal entre dos figuras
tan heterogéneas como las de Pío XII y Juan
XXIII. La transformación afectará a importantes
aspectos de la autodefinición de la propia Iglesia,
y singularmente a los modos de ejercicio de la autoridad y
al tipo de relaciones entre el laicado y el clero, así
como entre este último y la jerarquía. La transformación
afectará asimismo a las relaciones entre el catolicismo
y los demás grupos religiosos, cristianos y no cristianos.
Y supondrá, en último término, la adopción
de un nuevo modelo de "presencia de la Iglesia en el
mundo", por decirlo en el lenguaje de la época,
o, en terminología más habitual en sociología,
un nuevo modelo de inserción de la institución
eclesiástica dentro de la sociedad global.
Ese nuevo modelo de inserción de la Iglesia en la
sociedad tiene, para la España de Franco, graves consecuencias,
en la medida precisamente en que la legitimación del
régimen político de Franco se había apoyado,
en muy buena parte, en otro modelo distinto de inserción
que en cierto modo la propia Iglesia católica va a
desautorizar. Estado oficialmente católico, el Estado
español podía justificar la ausencia de toda
modalidad de "pluralismo" en nombre de la necesaria
lucha contra los perniciosos efectos del "proceso de
secularización", que en otros países estaban
contribuyendo decisivamente a la decadencia inherente, según
el lenguaje oficial, a las democracias liberales. Recordemos
una vez más la fórmula de Rafael Calvo Serer,
miembro del Opus Dei, en un artículo periodístico
del año 1957 (diario "ABC", 23 de mayo):
"La libertad de conciencia conduce a la pérdida
de la fe, la libertad de expresión a la demagogia,
a la confusión mental y a la pornografía, y
la libertad de asociación al anarquismo y de rechazo
al totalitarismo".
A partir del momento en que la Iglesia católica admita
de forma oficial el "pluralismo" -y bendiga la libertad
de conciencia, la libertad de expresión y la libertad
de asociación- el régimen de Franco quedará
súbitamente deslegitimado, para aparecer progresivamente
como lo que era en realidad: un verdadero anacronismo en medio
de la Europa occidental de la segunda mitad del siglo XX.
(Ésta es la razón por la cual, de entre todos
los documentos del concilio Vaticano II, el relativo a la
"libertad religiosa" fue el que mayor crispación
provocó a nivel político y mayores resistencias
suscitó entre los obispos españoles más
próximos al régimen.)
En este sentido, pues, el mes de octubre del año 1958
es una fecha que simboliza el momento crucial de un cambio
de enormes repercusiones, que generará incomodidad
y reticencias en la España franquista, como habrá
de generarlas, por lo demás, en la por definición
conservadora burocracia de la Iglesia.
Ahora bien: lo cierto es que por más que con el inicio
de su proceso de expansión internacional el Opus Dei
empiece a tener ya muchas patas (el chiste del "Octopus
Dei" o "pulpo de Dios" no tardó en ponerse
en circulación), sus dos apoyos fundamentales, no obstante,
siguen asentados en el Madrid de Franco y en la Curia vaticana.
Lo cual implica que todo el conjunto de cambios prefigurados
por la elección de Juan XXIII le pillan, literalmente,
a contrapié. Hasta tal punto, que durante las décadas
de los años sesenta y setenta la historia entera del
Opus podría leerse como la historia de la tensión
entre la resistencia y la adaptación a dichos cambios.
Con todo, no se agota aquí la significación
simbólica de la fecha del mes de octubre de 1958. En
efecto, éste es exactamente el momento en que inicia
sus actividades el Centro de estudios empresariales que el
Opus Dei establece en Barcelona, aunque vinculado a la Universidad
que el propio Opus Dei posee en Navarra. Simultáneamente
la Compañía de Jesús se encarga de poner
en funcionamiento un centro similar, también en Barcelona.
Ambas instituciones, que llegarán a adquirir notable
importancia, se hallan hoy situadas a unos pocos centenares
de metros una de otra. Por último, ese mismo mes de
octubre de 1958 es el del comienzo de las actividades de la
Escuela de administración pública creada por
Laureano López Rodó, miembro del Opus Dei, en
las proximidades de Madrid (López Rodó, 1990,
156).
De este modo resulta posible fechar en octubre de 1958 -aunque
sea sólo simbólicamente- la institucionalización
de dos procesos conceptualmente distintos, desarrollo económico
y modernización (Berger, 1986), pero que en la España
de los años sesenta serán concomitantes y estrictamente
paralelos: las Escuelas de estudios empresariales simbolizarán
la incorporación de la economía española
al sistema capitalista moderno, por la vía de la modernización
de las empresas, mientras que la Escuela de administración
pública jugará un papel de primera magnitud
en la modernización del aparato estatal, por la vía
de la formación tecnocrática, impulsada desde
las instancias responsables de los Planes de desarrollo económico.
Dado todo este conjunto de factores, en los que el Opus Dei
está de un modo u otro implicado, el hecho de que el
mes de octubre de 1958 se inicie con la carta "Non ignoratis"
de monseñor Escrivá, y con la manifestación
de su voluntad de desmarcarse de la figura jurídica
de los "institutos seculares" y de las formas del
llamado "estado de perfección" reviste un
valor simbólico incuestionable.
Así pues, en la conmemoración de los treinta
años de la (no menos simbólica) fecha de fundación
del Opus Dei, el documento que en el capítulo anterior
hemos analizado simbolizaría la toma de posición
del movimiento fundado por Escrivá ante todos los cambios
que se avecinan. En este sentido habría que decir de
la carta del 2 de octubre de 1958, y sobre todo de su fecha,
aquello de "se non é vero é ben trovato".
De ahí que en este punto preciso cupiera abandonar
el rompecabezas del Opus Dei, con el fin de centrarnos exclusivamente
de ahora en adelante en el tema de las relaciones entre su
ética económica y su ascética profesional,
por una parte, y la modernización y el desarrollo económico,
por otra.
Al mismo tiempo sin embargo no quisiéramos dejar súbitamente
interrumpida aquí una mínima visión panorámica
de la que ha sido la evolución histórica del
Opus Dei hasta nuestros días. Siquiera de forma esquemática,
por tanto, reanudaremos el hilo de los distintos aspectos
de la vida y la actuación del Opus donde la habíamos
dejado en las páginas anteriores, para ver cuáles
son los acontecimientos principales que desde entonces hasta
hoy tienen lugar.
Por otra parte, y en la medida en que lo que básicamente
caracteriza la evolución del Opus Dei a lo largo de
todos estos años es la progresiva ampliación
de sus bases de reclutamiento, la consolidación y extensión
de su implantación internacional, y la creciente diversificación
de las actividades que directa o indirectamente patrocina,
hay un elemento básico y decisivo que a partir de ahora
será preciso tomar en consideración y al que
hasta aquí, en cambio, no había sido indispensable
prestar atención. Concretamente nos referimos al hecho
de que, como consecuencia de su crecimiento y de su diversificación,
va a producirse en el seno del Opus un lógico fenómeno
de relativa distanciación entre "las bases",
cada vez más numerosas, y "la cúpula",
cada vez más especializada en las tareas de dirección.
Se trata de un distanciamiento que no tiene por qué
implicar forzosamente la aparición de conflictos internos,
hasta cierto punto inevitables en toda gran organización,
pero de los que el Opus Dei ha sabido preservarse en muy buena
medida (excepto tal vez en algún momento particularmente
critico, como por ejemplo en las postrimerías de la
década de los sesenta, en que una serie de sacerdotes
jóvenes abandonan el Opus por desacuerdo con sus "compromisos
políticos", y "nueve responsables solicitan
ser relevados de sus funciones"; Hermet, 1981, II, 470).
Nos referimos más bien, sencillamente, al hecho de
que si entre el "grupo de amigos" de los años
cuarenta y buena parte de la década de los cincuenta
existía una relativa posibilidad de conocimiento recíproco
y de colaboración más o menos estrecha, en la
organización compleja e internacional que es ahora
el Opus Dei dichas relaciones son necesariamente mucho más
tenues. Y ello comporta una doble consecuencia, que a nuestro
modo de ver deberá ser especialmente tenida en cuenta.
Por un lado, explica la que va a ser la evolución
ideológica del Opus Dei: aquello que en los textos
estatutarios había quedado definido como "objetivo
específico" del instituto va a resultar cada vez
más incómodo, por cuanto el grupo se hace demasiado
numeroso y demasiado diverso como para poderse sentir plenamente
identificado con el recurso a la etiqueta de los "intelectuales"
y de la "parte directiva de la sociedad": de donde
la progresiva insistencia en "la santificación
del trabajo" (sin mayores precisiones) como único
denominador común de todos los socios de la Obra. Y
en segundo lugar se hará cada vez mayor hincapié
en la "libertad" de cada uno de los miembros en
su actuación, por cuanto nuevamente el Opus Dei se
halla confrontado al hecho de que sus socios son demasiado
diversos y demasiado numerosos como para poder imponer criterios
homogeneizadores.
En cuanto a la segunda consecuencia, se trata de que en cada
uno de los ámbitos de actuación del Opus Dei
van a surgir los correspondientes "expertos", muchas
veces con escasas conexiones mutuas: entre un sacerdote del
Opus Dei en el Perú, una socia numeraria que trabaja
en una librería universitaria en Pamplona, aquel que
dirige una residencia o un club en Chicago o en un país
africano, y el economista que se dedica a la formación
de empresarios en Manila, las relaciones son, como apuntábamos,
mucho más tenues que en un periodo histórico
anterior.
Como resultado de todo ello se produce así el distanciamiento
al que hacíamos referencia, y que implica que la mayor
parte de los miembros de la Obra (las "bases") no
necesariamente tienen por qué estar al corriente de
las actuaciones de sus dirigentes, y en especial de "la
cúpula" romana. Más aún si se tiene
en cuenta que la literatura "oficial" se preocupa
por divulgar determinados tipos de actividades, a la par que
otros quedan en una discretísima penumbra.
2. Expansión y diversificación
Aunque sea de forma esquemática, vamos a tratar de
ver cómo se lleva a cabo, a partir de 1958, el continuado
proceso de internacionalización del Opus Dei. Para
ello vamos a fijarnos tanto en su expansión como en
la creciente diversificación de sus actividades, y
vamos a distinguir tres grandes tipos o modelos de implantación:
el de los países no europeos donde ésta es mas
reciente (de entre los que, sin pretensiones de exhaustividad,
elegiremos cuatro como muestra), el del continente sudamericano,
que presenta unas características netamente diferenciadas,
y el de los países europeos (con la salvedad de España
y del caso peculiar de Roma y del Vaticano, que serán
abordados posteriormente en unos apartados específicos).
1) Cuatro países de nueva implantación:
Australia, Filipinas, Japón, Kenya
a) Australia. Presencia del Opus Dei desde
1963; los primeros miembros son españoles y norteamericanos.
En 1965, primer grupo femenino de tres españolas (numerarias
auxiliares).
Actividades: Inauguración del primer centro
cultural el año 1965 (objetivo: preparar a estudiantes
para su ingreso en la universidad). Inauguración, en
1971, de una residencia para 200 estudiantes universitarios,
cerca de Sidney (Warrane College), que es simultáneamente
un centro docente. Con posterioridad se abren una residencia
femenina, un centro de formación en labores domésticas
y, para los muchachos, dos centros de estudios y un club para
estudiantes, así como un colegio de niñas y
otro de niños, promovidos por miembros del Opus, aunque
no constan oficialmente como centros del Opus (Sastre, 495ss;
West, l6lss).
Conflictos: A los tres años de haberse inaugurado
el Warrane College, la universidad abre una investigación
oficial a raíz de una serie de protestas estudiantiles:
porque estaba prohibida la entrada de mujeres en las habitaciones,
según West; por la censura de periódicos y televisión,
y por las presiones a las que son sometidos los estudiantes
a fin de que ingresen en el Opus, según Walsh (Walsh,
72); ninguna referencia a conflicto alguno en el libro de
Sastre.
Cifras: En 1987, unos 300 miembros y nueve sacerdotes.
Los miembros "ejercen las más variadas profesiones,
unas científicas, académicas y altamente intelectuales,
y otras manuales" (West, 173).
b) Filipinas.
Presencia a partir de 1964; llegada de las primeras mujeres
en 1965.
Actividades: Un centro cultural, un centro de conferencias,
una escuela de formación profesional para futuras criadas
y camareras; y sobre todo, el Centro de Investigación
y Comunicación, fundado en 1967, que es un instituto
de estudios económicos y de formación empresarial,
y que ha terminado convirtiéndose casi "en una
universidad especializada en economía, ciencias empresariales,
pedagogía y humanidades" (West, 151). De esta
institución dependen, por su parte, dos centros de
formación profesional obrera (mecánica, electricidad,
electrónica), uno de los cuales está subvencionado
desde Alemania por una fundación estrechamente vinculada
al Opus Dei (Hertel, 65s).
c) Japón. En 1958 uno de los primeros
discípulos de Escrivá es enviado al Japón;
al poco tiempo le siguen otros dos españoles, sacerdotes
como él. Las primeras mujeres llegan en 1960.
Actividades: La obra más importante es un instituto
de idiomas, con locales para unos 1.500 alumnos, y una residencia,
en Ashiya. En Nagasaki abren una escuela, con dos secciones
(masculina y femenina). Concebido para universitarios y profesionales,
el Centro de idiomas "pone en contacto a los japoneses
con las lenguas y la civilización occidentales",
a la vez que constituye un "foco de evangelización
entre las personas que acuden a estudiar idiomas" (Sastre,
466s). También en este caso, pues, se da prioridad
al "apostolado de la inteligencia" porque, como
decía monseñor Escrivá, "a los hombres,
como a los peces, hay que cogerlos por la cabeza" (Vázquez,
354).
d) Kenya. Idéntica pauta que en el caso
anterior: inicialmente el "Padre" envía (1958)
a uno de sus primeros discípulos, en este caso Pedro
Casciaro, español y sacerdote. Tras las primeras gestiones
preliminares, llega el primer grupo estable, que ha de hacerse
cargo de las actividades; y posteriormente, un grupito de
mujeres.
Actividades: Creación de un colegio universitario
y residencia, ampliado luego con una escuela comercial (1966),
una escuela secundaria (1978) y una escuela primaria (1987).
Para las chicas, asimismo en Nairobi, escuela de secretariado,
residencia, colegio, y en otro edificio una escuela de formación
femenina. También aquí la pauta es, pues, la
misma: formación de líderes y evangelización.
En su libro West menciona sus entrevistas con antiguos alumnos
del colegio universitario: un ingeniero, que trabaja para
el gobierno y es cooperador del Opus; un profesor de contabilidad
del propio colegio; un dirigente de una compañía
petrolífera; un profesor de física y matemáticas.
Y entre las mujeres, una jurista, miembro del Tribunal Supremo,
convertida al catolicismo y socia del Opus; una asistenta
social que trabaja en otro ámbito, "porque no
podía aceptar la política anticonceptiva del
gobierno" (West, 71); y un matrimonio con seis hijos,
uno de los cuales se llama "Josemaría" (ibíd.,
72).
Conflictos: En el caso de Kenya se produjo inicialmente
un conflicto interesante, al considerar las autoridades eclesiásticas
locales que el grupo promotor del Opus era un "grupo
religioso misionero", con lo cual la subvención
gubernamental para la retribución del personal docente
quedaba automáticamente reducida en un 50 %. Ello provocó
en 1960 una protesta del Opus a la Sagrada Congregación
correspondiente, a fin de que no se tratara "a los miembros
de los "verdaderos" institutos seculares como si
fueran religiosos" (Fuenmayor y otros autores, 566s;
cursiva en el original). El documento es sumamente interesante,
en parte porque es una de las pocas pruebas concretas que
tenemos de la confusión entre institutos seculares
y religiosos, de la que tanto se lamentan los dirigentes del
Opus Dei; pero en parte también porque "un año
y medio después" de la carta de monseñor
Escrivá diciendo que "no somos un instituto secular,
ni se nos puede aplicar este nombre", el Procurador general
del Opus Dei presenta a su instituto como un "verdadero
instituto secular".
Basten estos cuatro países como muestra de un primer
modelo de implantación del Opus Dei, a través
de la creación de obras corporativas, de orden básicamente
docente.
Preciso es añadir que la literatura "oficial"
es enormemente selectiva, en el sentido de que sólo
proporciona información acerca de determinados países,
mientras que no explica absolutamente nada de otros. Así
por ejemplo, los autores coinciden en hablar de Kenya con
cierto detalle (Sastre, 460-463; West, 57-74), a la vez que
de otro país africano, Nigeria, se dice simplemente
que el Opus Dei está presente en él, sin ninguna
otra indicación. Igualmente, se habla, aunque de forma
vaga, de los Estados Unidos (Sastre, 388-392; West, 125-142),
mientras que sólo se menciona la presencia del Opus
Dei en el Canadá, sin ninguna explicación.
2) América Latina
a) La literatura "oficial" da de la implantación
en los países de América Latina una visión
que parece responder a un modelo de tipo muy distinto al que
acabamos de comentar. Además de las residencias y colegios
habituales en todos los países, se emprenden en el
continente latinoamericano otras clases de iniciativas.
En el caso de México, por ejemplo (West, 111-123),
el complejo de Montefalco (en el estado de Morelos) comprende
un centro de promoción campesina, una casa de retiros,
dos colegios, una escuela de capacitación agraria y
una escuela femenina de "ciencias domésticas".
Además de algunos otros centros, en la ciudad de México
existe igualmente una clínica oftalmológica
vinculada a la Universidad Panamericana, que es una universidad
"fundada por miembros y amigos del Opus Dei" (West,
121).
También en el Perú el Opus Dei crea, además
de un Instituto rural (con emisora de radio propia), la Universidad
de Piura, al norte del país, con estudios de ingeniería,
administración de empresas y periodismo (Sastre, 450).
Otra Universidad es la de La Sabana, en Colombia (Seco, 165).
b) En segundo lugar, en diversos países de
América Latina se ha acusado al Opus Dei de involucrarse
directamente en la política, igual que en el caso de
España. E igual que en el caso de España, oficialmente
se ha dicho que el Opus Dei en cuanto a tal no interviene
jamás en política, mientras que sus miembros
gozan de entera libertad de actuación en este campo.
Se han formulado acusaciones muy duras, que no se han podido
probar, en el caso de Chile: vinculación con la CIA
y con la dictadura de Pinochet. Dos autores alemanes llegaron
a relacionar al Opus Dei con el tráfico de armas y
con los "escuadrones de la muerte" y la llamada
triple A argentina (Roth y Ender, 1984): pero perdieron el
proceso judicial abierto a instancias del Opus Dei. También
en Colombia se han hecho acusaciones semejantes.
Creemos que no seria incorrecto ni excesivo afirmar que en
varios países de la América Latina algunos miembros
del Opus Dei han asumido compromisos políticos -como
lo habían hecho en España y "no" suelen
hacerlo en la mayor parte de países europeos- y, por
otra parte, que el Opus Dei en cuanto tal ha sido claramente
beligerante en el conflicto que durante años ha enfrentado
a las autoridades romanas y a los representantes de la llamada
"teología de la liberación".
c) Un tercer rasgo característico de la implantación
del Opus Dei en América Latina lo ha constituido su
presencia institucional asumiendo responsabilidades pastorales.
El año 1957 Pío XII confió al Opus Dei
una "prelatura territorial" en el Perú (se
trata de territorios que, sin constituir jurídicamente
una diócesis, poseen su propio clero, con un "prelado"
que ejerce las funciones de obispo). Al terminar el año
1988 había entre los miembros del Opus Dei (según
los datos del "Annuarzo Pontificio") un total de
once obispos, todos ellos en América Latina. Cinco
en el Perú: un vasco, Ignacio María de Orbegozo,
que había sido en 1957 el primer prelado de Yauyos,
actualmente obispo de Chiclayo; y un peruano, Luis Sánchez
Moreno, obispo desde 1961 y en la actualidad en la prelatura
de Yauyos. (Estos dos miembros del Opus son los únicos
que participaron en las sesiones del concilio VaticanoII como
"padres conciliares", hecho sin duda no fácil
de asimilar para los miembros de la "cúpula romana"
y en especial para monseñor Escrivá; véase
Moncada, 1987, 29). Los otros tres son un catalán,
Enric Pelach, obispo de Abancay desde 1968, y dos peruanos,
Juan Antonio Ugarte, auxiliar de Cuzco, y Juan Luis Cipriani,
auxiliar de Ayacucho.
En el Perú se hallan, pues, casi la mitad de los obispos
del Opus Dei. Los seis restantes estaban, en el año
1988, en seis países distintos: Francisco de Guruceaga,
obispo de Laguaira (Venezuela); Juan Ignacio Larrea, de origen
argentino, obispo de Guayaquil (Ecuador); Hugo Puccini, obispo
de Santa Marta (Colombia); Fernando Sáenz, español
de origen, obispo auxiliar de Santa Ana (El Salvador); Alfonso
Delgado, obispo de Santo Tomé (Argentina), y Adolfo
Rodríguez, de origen español, obispo de Los
Ángeles (Chile).
Este monopolio hispanoamericano se romperá por vez
primera en 1989, al ser consagrado obispo un sacerdote europeo
del Opus Dei, tras un conflicto que duró más
de dos años (Hertel, 1 84ss): Klaus Küng, obispo
de Feldkirch (Austria). Con posterioridad fueron consagrados
un obispo en el Brasil, así como el prelado del Opus,
Álvaro del Portillo, y Julián Herranz, residente
igualmente en Roma y con un cargo importante en la Curia.
d) Finalmente, un último rasgo diferencia asimismo
la presencia del Opus Dei en América Latina de la de
los demás países (excepto España): las
grandes concentraciones masivas con motivo de los viajes de
monseñor Escrivá. Tales manifestaciones no se
producen jamás en los distintos países europeos
recorridos por el "Padre". En cambio, ésta
es una de las características de sus tres viajes americanos
(México, 1970; Brasil, Argentina, Chile, Perú,
Ecuador, Venezuela, 1974; Venezuela y Guatemala, 1975): además
del dato obvio de la posibilidad de comunicación en
una lengua común, probablemente hay que ver en ello
un reflejo del tipo de implantación que acabamos de
comentar, con una presencia más visible del Opus Dei
en la vida de estos países y, por ende, con una posibilidad
objetiva de congregar a unos millares de personas. Si el Opus
Dei había empezado en la España de los años
cuarenta como obra "no de muchedumbres, sino de selección",
y si en la mayoría de los países continúa
siéndolo todavía hoy, en América Latina
se transforma gradualmente en obra de selección y "también"
de muchedumbres.
3) Europa
Esta distinción entre "selección"
y "muchedumbres" constituye con toda probabilidad
el mejor indicador para entender la diversidad de las iniciativas
promovidas por el Opus Dei en los distintos países
europeos. Residencias, centros culturales y clubs recreativos
para jóvenes, son siempre el denominador común
y el lugar privilegiado desde el que se propaga la influencia
de la Obra y se lleva a cabo la selección de los candidatos
a ingresar en ella. De todos modos, y como reconoce Luis Ignacio
Seco, que es miembro de la Obra, "no he encontrado ninguna
publicación exhaustiva de estas labores, lo cual me
parece natural, dada la poca afición de los miembros
del Opus Dei a las estadísticas y a las gráficas
de crecimiento" (Seco, 151).
El grado siguiente, dentro del proceso de expansión,
lo constituyen los centros docentes propiamente dichos: escuelas
primarias y secundarias, escuelas de formación profesional
y de capacitación agraria, y escuelas de formación
femenina. Así como, a otro nivel, las actividades relacionadas
con los medios de comunicación: editoriales, librerías,
revistas, etc.
a) La implantación del Opus Dei en la Gran
Bretaña e Irlanda está mínimamente documentada
merced a West (p. 97-109), Seco (p. 152s) y, desde una óptica
no "oficial", Walsh (p. 159-165). Entre los hechos
importantes no explicados por la literatura oficial es de
destacar el documento publicado el año 1981 por el
cardenal Basil Hume, obispo de la diócesis de Westminster.
Tras haber "estudiado atentamente determinadas críticas
públicas sobre las actividades del Opus Dei en la Gran
Bretaña, así como la correspondencia que sobre
este tema he ido recibiendo", con cartas de crítica
y cartas de elogio, y después dc haber "celebrado
reuniones con los responsables del Opus Dei", el cardenal
decide hacer públicas unas recomendaciones, que previamente
les han sido comunicadas a dichos responsables. El principio
fundamental que las inspira es, de acuerdo con el obispo benedictino
inglés, la necesidad de que cualquier movimiento internacional
respete las características tradicionales y las formas
de actuación habituales de las sociedades concretas
en las cuales trabaja. Las cuatro recomendaciones son las
siguientes: que no se exijan votos ni compromisos a los menores
de edad; que los padres o tutores tengan conocimiento de la
relación de los jóvenes con el Opus Dei; que
se garantice la libertad individual de asociarse y de abandonar
la organización sin coacciones, así como la
libertad de elección de un director espiritual sin
que éste haya de ser forzosamente del Opus Dei; y,
finalmente, que en todas sus iniciativas y actividades el
Opus Dei indique claramente quién las dirige o quién
las patrocina (puede verse el texto íntegro del documento
en Rocca, 1985, 205s).
Menores de edad, coacciones y secreto: el documento del cardenal
Hume es especialmente interesante por cuanto permite precisar
con bastante exactitud el tipo de acusaciones de las que el
Opus Dei suele ser objeto. Justamente en el caso de la Gran
Bretaña, y ante "la cerrazón de los ingleses
en cuestiones personales" y su resistencia "ante
cualquier conversación que tocara el ámbito
privado de cada uno, en especial el tema religioso",
monseñor Escrivá había instruido así
a sus hijos británicos: "tenéis que meteros
en la vida de los demás como Jesucristo se metió
en la mía, sin pedirme permiso" (en Berglar, 282).
h) Un foco de implantación que recientemente
ha adquirido gran importancia, y al que la literatura "oficial"
apenas alude, es el de los países germánicos:
concretamente, el norte de Suiza, Austria y el sudeste de
Alemania. La razón del interés por esta zona,
a la vez que la razón del discretisimo silencio, podría
ser doble: en primer lugar, la hasta hace poco estratégica
situación de Viena como "ciudad frontera entre
las dos Europas" (Sastre, 442), que hacía exclamar
a monseñor Escrivá que "seréis mis
hijos austríacos los que deis un buen empujón,
desde vuestra tierra, a toda la labor en la Europa oriental".
Indudablemente esta "labor" ha comenzado ya, y
no es imposible que se convierta en los próximos años
en uno de los objetivos prioritarios del Opus Dei. Incluso
pudiera dar lugar a un nuevo episodio de su histórica
confrontación con la Compañía de Jesús.
En una entrevista publicada en 1990 el jesuita francés
Pierre de Charentenay, tras recordar la vocación de
"formación de elites" de la Compañía,
que se traduce en una "voluntad de estar presentes donde
pueden decidirse las cuestiones importantes" (Charentenay,
71), comentaba que en 1990 no había ningún jesuita
en Rusia, pero que posiblemente iría pronto un equipo;
que en los países bálticos había ya algunos
jesuitas, los cuales "sin duda recibirían refuerzos",
y que otro tanto iba a suceder en Checoslovaquia y en Hungría
(ibíd., 72).
En segundo lugar, preciso es decir que la implantación
en esta zona germánica se ha producido, en parte al
menos, mediante una penetración en las estructuras
eclesiásticas diocesanas de los obispados, prácticamente
contiguos, de Feldkirch (Voralberg, Austria), Augsburgo (Alemania)
y Chur (región suiza de los Grisones y Liechtenstein).
El autor que más abundante documentación aporta
sobre esta área relaciona el hecho con la constitución
de un importante centro financiero vinculado al Opus Dei y
que gira básicamente en torno a dos grandes fundaciones
(Hertel, 168-1 87).
c) En el caso de Italia, y prescindiendo momentáneamente
del mundo relacionado con el Vaticano, además de las
iniciativas habituales en otros lugares, debe destacarse,
aunque sólo sea porque todos los autores del Opus Dei
hablan expresa y largamente de él, el centro Elis (Educazione,
lavoro, ístruzione, sport) inaugurado el año
1965. Erigido en un barrio periférico de Roma, el centro
comprende una escuela de formacion profesional, una residencia
y un club deportivo para muchachos, así como las instalaciones
equivalentes para las chicas. La originalidad del centro Elis
no radica tanto, por consiguiente, en el contenido de sus
actividades, similares a las de tantos otros, antes bien en
dos hechos simbólicamente significativos para el Opus
Dei.
El primero de ellos tiene que ver con el origen de la iniciativa:
con motivo del octogésimo aniversario de Pío
XII se organizó en el mundo entero una colecta, cuyo
fruto le fue ofrecido como obsequio. El papa murió
sin haber dispuesto de los fondos, y una oportuna filtración
hizo saber a los dirigentes del Opus Dei que Juan XXIII deseaba
dar a aquel dinero un destino concreto. Tras elaborar y presentar
un proyecto muy detallado, los dirigentes del Opus obtuvieron
la adjudicación de los fondos para la creación
del centro Elis. (Un dignatario eclesiástico explicó
en reiteradas ocasiones que al ser recibido un día
por Juan XXIII, éste exclamó: "Ahora mismo
acaban de marcharse los del Opus; todo el rato han estado
hablando de dinero, tanto, que aún me da vueltas la
cabeza.") El segundo hecho, no menos significativo para
el Opus Dei, es que el acto oficial de inauguración
del centro, en 1965, fue presidido personalmente por Pablo
VI. Ninguno de los autores de la literatura "oficial"
omite el detalle: probablemente porque les proporciona una
de las escasísimas oportunidades en que pueden reproducir
unas palabras, obviamente elogiosas en este caso, de Pablo
VI acerca del Opus Dei.
Otro acontecimiento igualmente referido a Italia, pero mucho
menos aireado por la literatura "oficial", lo constituye
el proceso de investigación ordenado en 1986 por el
ministro del Interior, Scalfaro, a raíz de una interpelación
parlamentaria sobre el tema -una vez más- del secreto
y del hipotético carácter de "sociedad
secreta" del Opus Dei. El asunto fue ampliamente divulgado
por la prensa, y con mayores o menores dosis de sensacionalismo
se terminó vinculando entre ellas cuestiones como la
de Marcinkus y el IOR, Calvi y la Banca Ambrosiana, Ruiz-Mateos
y Rumasa, Gelli y la Logia P2, las fundaciones relacionadas
con el Opus, etc. (véase por ejemplo Walsh, 167ss y,
sobre todo, desde la propia Italia, Magister, 1986). Uno de
los raros autores del Opus que hace referencia al tema (West,
24s) concluye que todo ello respondía al interés
de unos pocos por fomentar el escándalo y calumniar
al Opus Dei, pero que la investigación ordenada por
el ministro Scalfaro demostró claramente que "el
Opus Dei no era una asociación secreta". Sin embargo,
opta por silenciar un dato que Giancarlo Rocca, en cambio,
precisa: a saber, que el ministro italiano basa su argumentación
en un oficio de la Santa Sede que afirma que "cuantos
pertenecen al Opus Dei (sacerdotes y laicos) están
obligados a evitar el secreto y la clandestinidad", y
que "tienen el deber de manifestar su pertenencia siempre
que sean legítimamente preguntados" (Rocca, 1989,
389). El mismo autor comenta que ello supone un cambio importante,
no ya respecto a las antiguas Constituciones de 1950, sino
respecto incluso a los Estatutos de la prelatura hoy vigentes,
los cuales especifican que sólo "a petición
del obispo, se facilitan los nombres de los sacerdotes y de
los directores de los centros de la diócesis correspondiente"
("Estatutos", 1982, art. 89.2).
3. España
Por razones obvias, e1 caso español ha sido siempre
y constituye todavía hoy un caso especial en la historia
del Opus Dei. Desde el punto de vista que en este momento
nos ocupa, de la expansión y diversificación
de sus actividades a lo largo de los últimos decenios,
las características diversas que acabamos de observar
en algunos países europeos, americanos, asiáticos,
etc., las encontramos todas reunidas en el caso de España.
Con "una única excepción": pese a
que algunos miembros españoles del Opus son obispos,
jamás ha habido ningún obispo del Opus en una
diócesis española. De otro modo, y aunque sin
llegar tal vez a la exageración de la que se hace eco
el australiano William West: "Se dice que en algunas
ciudades españolas hay un centro del Opus Dei casi
en cada esquina" (West, 95), puede convenirse con este
autor que en España el Opus, "como el grano de
mostaza del Evangelio, ha crecido hasta convertirse en un
árbol frondoso, donde anidan "toda clase de pájaros""
(ibíd., 96; el entrecomillado es nuestro).
a) De acuerdo con los datos oficiales del "Annuario
Pontificio", al empezar la década de los años
noventa la prelatura del Opus Dei tenía unos 1.400
sacerdotes, cerca de 350 seminaristas y 75.000 laicos en el
mundo entero (el "Anuario" publica estas cifras
a partir de la edición de 1987: en el quinquenio comprendido
entre 1987 y 1991, el crecimiento global del número
de sacerdotes ha sido de un 9.5 %, y el de los laicos de un
0.5 %). Aunque éstas son las únicas cifras oficiales
de que se dispone públicamente, se considera que de
cada diez miembros, cuatro son españoles. Por otra
parte, si se tiene en cuenta que los miembros numerarios representan
aproximadamente un 20 % del total (Hertel, 158), cabría
preguntarse si a este nivel la proporción de españoles
aumenta o disminuye. En este terreno parece como si estuvieran
aún en vigor las viejas Constituciones del Opus Dei
del año 1950, que decían que "a los extraños,
se les oculta el número de los socios" (art. 190):
mas nuestra hipótesis sería que el porcentaje
de miembros españoles aumenta a medida que se pasa
de las cifras globales a las de los numerarios, y de estas
últimas a las de los sacerdotes. Dicho en otras palabras:
cuanto más nos acercamos a la "cúpula",
más patente resulta que el Opus Dei sigue siendo, todavía
hoy, un movimiento fundamentalmente español, o, como
mínimo, fundamentalmente dirigido y controlado por
españoles.
Las escasas informaciones oficiales que pueden extraerse
del "Annuario Pontificio" confirman al menos la
plausibilidad de la hipótesis: no sólo es español
el prelado, sino que también lo es el vicario general
de la prelatura. En el Ateneo Romano de la Santa Cruz (instituto
de estudios superiores), son españoles el rector, el
vicerrector, los dos decanos (Filosofía y Teología)
y el director de la Biblioteca, e italianos el secretario
y el administrador ("Annuario Pontificio", 1991,
1612). Entre las personalidades que ostentan algún
título honorífico (prelado de honor, etc.) observamos
la presencia de una neta mayoría de españoles
(ibíd., 1909-2276). También entre los miembros
del Opus que ocupan algún cargo en la Curia vaticana
hallamos un claro predominio de españoles.
b) Entre las obras "corporativas" o asumidas
como propias, y las promovidas por la libre iniciativa de
miembros o amigos del Opus Dei, que no menos libremente confían
su dirección espiritual a la prelatura, hallamos en
España instituciones docentes de todo tipo: escuelas
primarias, escuelas secundarias, escuelas de formación
profesional, escuelas de educación especial, escuelas
de capacitación agraria, etc. (de estas últimas,
West afirma que existen en España "unas 36";
West, 82). A ello deben añadirse residencias, centros
culturales, escuelas de idiomas, escuelas femeninas de formación
doméstica, casas de convivencias y de retiros, clubs,
centros recreativos y escuelas deportivas que "junto
a la formación y entrenamiento deportivos ofrecen formación
espiritual y cultural" (West, 83). Varias editoriales,
una red de librerías, revistas (pese a que en nombre
de la "humildad colectiva", "el Opus Dei no
edita publicaciones con el nombre de la Obra", de acuerdo
con el artículo 89.3 de los Estatutos de 1982); o incluso
algunas tiendas donde alquilar películas de vídeo
"moralmente aceptables".
Todo ello -conviene no olvidarlo- se aplica a una institución
que en el momento de su aprobación pontificia (1950),
sin excluir la creación "de escuelas propias",
afirmaba que "prefería, en la medida de lo posible,
prestar su colaboración anónima en escuelas
públicas" (Fuenmayor y otros autores, 548).
c) "Last but not least", por supuesto, a
esta lista de iniciativas preciso es añadir la Universidad
de Navarra, que había iniciado sus actividades en 1952
como centro dependiente de la Universidad civil de Zaragoza
con el nombre de "Estudio General", pero que a partir
de 1960 "añade a su primitivo nombre el prestigioso
título de Universidad Católica con que le ha
honrado la Iglesia" (Fontán, 148). La homologación
de los títulos de la Universidad del Opus a los de
cualquier universidad española, lograda en el año
1962 tras un laborioso proceso que culminó en la firma
de un convenio entre la Santa Sede y el Estado español,
fue en un primer momento motivo de polémica y de protestas
en el mundo universitario de la época. Pero la Universidad
de Navarra ha ido consolidándose paulatinamente, y
algunos de sus centros (Medicina y Periodismo, por ejemplo)
han llegado a gozar en algunos momentos de muy buena reputación.
El coste de la matrícula es ciertamente más
elevado que en las universidades estatales: entre cinco y
seis veces más caro, por ejemplo, en el caso concreto
de los estudios de la Facultad de Económicas para el
curso 1989-1990. Pero el valor de este dato ha de relativizarse,
sin duda, en función del grado de racionalidad del
sistema de distribución de becas. Por lo demás,
el diseño del plan de estudios es estrictamente paralelo
al de todas las otras universidades, con la única salvedad
de la inclusión de una asignatura anual suplementaria
de teología: tomando otra vez el ejemplo de los estudios
de la Facultad de Económicas, un alumno de tercer curso
de la sección de Empresariales tenía que matricularse
(en 1989-1990) de teoría económica II, estadística,
hacienda pública y sistemas fiscales, organización
y administración de empresas, contabilidad de costos
y teología II.
Con frecuencia se ha esgrimido el argumento de que los estudiantes
de la Universidad de Navarra no están autorizados a
consultar libremente toda clase de libros, lo cual puede plantear
notables dificultades en el caso de los estudios de humanidades
y de ciencias sociales, por ejemplo. Se trata, según
todos los indicios, de una especie de perpetuación
del ya desaparecido "indice de libros prohibidos"
antiguamente en vigor dentro de la Iglesia católica.
El argumento parece silenciado, pero no desmentido, por la
literatura "oficial"; e indirectamente confirmado,
en cambio, por el hecho de que un manual de sociología
publicado por Ediciones Rialp incluye una bibliografía
que da orientaciones sobre veinte títulos seleccionados,
con observaciones como las siguientes: "En su exposición
incluye teorías no acordes con la visión cristiana
del hombre", razón por la que la obra en cuestión
se recomienda a "lectores especializados con sólidos
criterios doctrinales"; o bien: "obra basada en
una concepción que aboga por el retorno del hombre
a los valores del espíritu; no obstante, en algunos
pasajes hay valoraciones ambiguas" (Carreño, 333y
334).
En relación con la Universidad de Navarra, uno de
los conflictos más espectaculares tuvo lugar en 1968,
con motivo de un debate en las "Cortes españolas"
(sucedáneo del Parlamento durante el franquismo) sobre
la Ley de Presupuestos. Un diputado, Femando Suárez,
denunció el hecho de que el Estado concediera una subvención
de un millón de pesetas a la Universidad Pontificia
de Salamanca, dos a la de los jesuitas de Deusto y cien a
la del Opus Dei en Navarra. Recientemente, López Rodó
ha contado que muy pocas horas después de los hechos
le expuso la situación a Franco (López Rodó,
1991, 28S). Según él, la cifra era de treinta
millones tan sólo; nada dice, sin embargo, de la desigualdad
respecto de las demás universidades no estatales, y,
en cualquier caso, confirma la existencia de la subvención
estatal, cuando menos de seis meses antes monseñor
Escrivá de Balaguer había afirmado que "el
Estado español no ayuda a atender los gastos de sostenimiento
de la Universidad de Navarra" ("Conversaciones",
n°. 83), y anteriormente, dentro del mismo año
1967, en una entrevista para la revista "Time",
había declarado que "en pocos sitios hemos encontrado
menos facilidades que en España" y que "gobiernos
de países donde la mayoría de los ciudadanos
no son católicos, han ayudado con mucha más
generosidad que el Estado español a las actividades
docentes y benéficas promovidas por miembros de la
Obra" ("Conversaciones", n°. 33).
d) Aunque monseñor Escrivá reside habitualmente
en Roma, viaja con frecuencia a España. Y como en el
caso de la América Latina, si no más, algunos
de estos viajes son preparados por sus "hijos" de
tal forma que se conviertan en ocasión de multitudinarias
asambleas y de actos de homenaje al fundador del Opus.
La erección de la Universidad de Navarra, e1 año
1960, es precisamente la primera oportunidad en la que el
"Padre" se encuentra "con verdaderas muchedumbres"
(Fuenmayor y otros autores, 307). En un viaje de diez días,
durante el mes de octubre, visita Madrid, Zaragoza y Pamplona.
En Madrid "la nave de la iglesia (en la que celebra la
misa) está abarrotada por miembros del Opus Dei"
(Sastre, 473). En Zaragoza es nombrado doctor "honoris
causa": "El paraninfo se llena de público
hasta en sus más insólitos rincones" (ibíd.,
474). En Pamplona, el Gran Canciller de la Universidad (más
adelante lo será también de la de Piura, en
el Perú) es nombrado "hijo adoptivo" de la
ciudad: "La multitud le ovaciona calurosamente"
(Gondrand, 222). También en 1960 es condecorado con
la Gran Cruz de Carlos III (Vázquez, 550).
Durante el verano del año 1964 es nombrado hijo adoptivo
de Barcelona (Vázquez, 356). Pero aunque durante aquellas
mismas fechas monseñor Escrivá se halla en el
País Vasco (López Rodó, 1990, 473) y
aunque en noviembre viaja de nuevo a Pamplona (Sastre, 488),
hasta el otoño de 1966 no se celebrará el acto
de entrega del título: un "acto íntimo"
esta vez (López Rodó, 1991, 86), que representa
"algo más que un gesto de agradecimiento por parte
de la ciudad", pero que monseñor Escrivá
no quiere que pueda ser interpretado "como una revancha",
veinticinco años después de un conflicto que
en Barcelona había revestido particular gravedad (López
Rodó, 1991, 88).
En 1967, otra vez en su Universidad, "hablará
en el campus, ante una multitud de más de veinte mil
personas" (Sastre, 503). El texto del sermón que
pronuncia, reproducido íntegramente en el volumen de
"Conversaciones" (p. 233-247), es como un documento
programático de esta nueva etapa histórica del
Opus Dei, tras el concilio Vaticano II. Escrivá habla
en su homilía de la "santificación de la
vida ordinaria", de una "mentalidad laical"
opuesta a un inaceptable "catolicismo oficial",
de libertad contrapuesta a "la intolerancia y el fanatismo",
y del rechazo de la "mentalidad de selectos". El
mismo año en que monseñor Escrivá hace
estas afirmaciones, el "Annuario Pontificio" (1967,
905) sigue presentando al Opus Dei como un instituto secular
que tiene como finalidad "promover entre todas las clases
de la sociedad civil, y especialmente entre los intelectuales,
la búsqueda de la perfección cristiana en medio
del mundo".
En su homilía el "Padre" añade todavía
que "también las obras que -en cuanto asociación-
promueve el Opus Dei, tienen esas características eminentemente
seculares: no son obras eclesiásticas" ("Conversaciones",
n°. 119): así lo afirma, en pleno campus de una
Universidad de la Iglesia, quien ha sido nombrado Gran Canciller
de la misma por un decreto de la Sagrada Congregación
de Seminarios y Universidades (Fuenmayor y otros autores,
307).
e) En 1972 tiene lugar el más espectacular
de los viajes del "Padre" por la península
Ibérica. Un viaje presentado como "decisión
heroica" por Sastre (p. 528) y como "correría
apostólica" por Vázquez de Prada (p. 387).
Un viaje de dos meses ("dos meses de catequesis",
Gondrand, 264), justificado por la "crisis que Dios permite
en la Iglesia" (Sastre, 529), una Iglesia que "está
por dentro tan mal" que "sentía el "Padre"
que el cuerpo le pedía pelea" (Vázquez,
387).
Así pues, ante la crisis postconciliar de los últimos
años del pontificado de Pablo VI, "pelea".
En Pamplona, en "su" Universidad, afirma que "todos
los apostolados del Opus Dei se reducen a uno solo: dar doctrina"
(Gondrand, 264). Y eso es lo que hará en todas y cada
una de las etapas del viaje:
Bilbao, Madrid, Oporto, Lisboa, Jerez, Valencia y Barcelona.
"Doctrina" acerca de los sacerdotes: "Hay sacerdotes
que, en lugar de hablar de Dios, que es de lo único
que tienen obligación de tratar, hablan de política,
de sociología, de antropología. Como no saben
una palabra, se equivocan; y, además, el Señor
no está contento" (Gondrand, 268). Por consiguiente,
declara, "vamos a salvar sacerdotes" (Vázquez,
390). "Doctrina" acerca del matrimonio (y el divorcio):
"Si se tuviera la manga ancha, y se les dejara, a la
primera riña, ¡adiós! En cambio, están
de morros ocho días, y después vuelven a quererse,
y ya son felices toda la vida" (Vázquez, 393).
"Doctrina" sobre la confesión, práctica
que algunos católicos están abandonando, y en
la que durante estos años el Opus Dei va a insistir
enormemente. "Doctrina" sobre la liturgia, que ha
de estar bien hecha, sin prisas, y no como algunos que "se
ponen en mangas de camisa, de cualquier forma" (Gondrand,
269). Y "doctrina" acerca de los hijos, en unos
momentos en los que hay quien "comete crímenes
horrendos, verdaderos infanticidios" (Vázquez,
394).
La España que Escrivá había querido
"recristianizar" treinta años antes, es en
estos momentos una España en pleno "proceso de
secularización", que dirige su mirada cada vez
más hacia la Europa del Mercado Común y cada
vez menos hacia la Europa de los santuarios de Fátima
y de Lourdes.
Y es que, "desde que se clausuraron las sesiones del
Concilio Vaticano II, la Iglesia ha sufrido violentas sacudidas"
(Sastre, 528). Como dice Berglar, "la inspiración
del Espíritu Santo no le faltó al Concilio.
Pero esto no quiere decir que cada uno de los padres conciliares
fuera, en cada momento de las cuatro sesiones, receptáculo
y portavoz del Espíritu Santo, ni tampoco que todos
los documentos están inspirados "por igual"
y de tal manera por el Espíritu Santo que no necesiten
una interpretación" (Berglar, 296). Por esta razón
monseñor Escrivá había podido afirmar,
en 1970, ante los miembros del consejo general del Opus: "Sufro
muchísimo, hijos míos. Estamos viviendo un momento
de locura. Las almas, a millones, se sienten confundidas"
(ibíd., 305).
Trasladémonos, pues, a Roma, el otro gran centro de
implantación y de actividad del Opus Dei, y el foco
de este "momento de locura" que según Escrivá
le toca vivir a la Iglesia.
4. Roma
1) El concilio Vaticano II
En varios otros momentos hemos hecho referencia ya a este
tema del Concilio: tanto al escaso entusiasmo con el que el
Opus Dei acogió la idea de su convocatoria y su preparación,
como a la imagen no demasiado positiva ni seria que la literatura
"oficial" parece presentar de la figura de Juan
XXIII (una imagen y una falta de entusiasmo harto extendidas,
por lo demás, en determinados ambientes de la Curia
vaticana). Por otra parte, y pese a que retroactivamente se
nos querrá presentar a Escrivá como un precursor
del Concilio y su mensaje como una anticipación de
algunos documentos conciliares, hemos visto igualmente que
el balance global que del Concilio hace Berglar no es demasiado
positivo. Lo mismo cabría decir de Vázquez de
Prada, quien comienza el capítulo 10 de su libro recordando
la máxima según la cual todo concilio pasa por
tres fases -la primera, del demonio; la segunda, de los hombres;
y la tercera, de Dios- para añadir que en el caso del
Vaticano II "la primera secuencia se alargó en
demasía" (Vázquez, 361).
En la aplicación de las declaraciones conciliares,
Vázquez habla de "desmadre". De desconcierto
de los fieles cristianos. Discretamente alude al disgusto
o contrariedad de monseñor Escrivá por la reforma
litúrgica. En muchos lugares, "con mayor o menor
descalabro, se iba resquebrajando la fe". El "Padre"
alecciona a sus hijos y les pone en guardia. "Evitar
que el mal se infiltrara en sus almas", "eliminar
posibles desorientaciones", "alertar sobre la peligrosidad
de ciertas teorías", procurar que no "les
alcanzasen ni siquiera las salpicaduras de los errores":
tal parece haber sido el programa del Opus Dei en los años
del postconcilio (Vázquez, 362).
Si otras instituciones sufren "una especie de cataclismo
religioso", en cambio "el espíritu del Opus
Dei permanecía, por supuesto, en su prístina
identidad". Aun así, ante "el desconcierto
doctrinal y la desbandada eclesiástica", al "Padre"
"el temperamento se le sublevaba" porque, siempre
según ese autor, "le parecían inadmisibles
la pasividad y los titubeos, sin que nadie se atreviera a
poner remedio a la situación. Más le molestaba
la tendencia a convertir en problemático cualquier
asunto, dejándose llevar del fatalismo, en lugar de
buscar soluciones" (Vázquez, 363). Pese a que
su nombre no es mencionado, el juicio sobre el dubitativo
y "hamletiano" papa Montini es casi tan explícito
como duro.
A lo largo de otras tres páginas más, Vázquez
de Prada no se anda con rodeos. Algunos "sectores del
clero" reclaman libertad, equivalente a poder "imponer
su propio criterio". Se trata de sacerdotes "contaminados
por una propaganda social de tinte marxista", que hablan
de "la Iglesia de los pobres", "malcolgando
la sotana en cualquier percha", suponiendo que no lleguen
hasta el extremo de "alistarse en la guerilla".
El autor critica sucesivamente "las homilías de
los domingos", los "insensatos experimentos litúrgicos"
y el abandono de la "indumentaria tradicional" del
sacerdote. Subraya las "defecciones en las comunidades
religiosas", el vaciamiento de los seminarios, "las
prácticas arbitrarias" en la administración
de los sacramentos. Por culpa de la "incuria" de
muchos obispos, los fieles son "como ovejas sin pastor"
(Vázquez, 364-366).
En este período de "derrocamiento eclesiástico"
(ibíd., 366), el Opus Dei tiende a concebirse a si
mismo como "el pequeño resto de Israel",
el núcleo fiel que debe salvar a la Iglesia del naufragio
provocado por el concilio Vaticano II.
¿Cuál fue, de todos modos, la participación
concreta de los miembros de la "cúpula" del
Opus en las tareas del Concilio? Conociendo el estilo de los
biógrafos de Escrivá queda claro que al fundador
le supo muy mal no poder participar directamente en él.
Efectivamente, Gondrand afirma que "de acuerdo con la
Santa Sede, no participará como padre conciliar en
las tareas del Vaticano II, pero las seguirá de cerca"
(Gondrand, 231). ¡Como si la decisión de asistir
al Concilio -como "padre conciliar"- fuera fruto
de unos pactos establecidos entre la Santa Sede y los interesados!
Los padres conciliares son los obispos "et alii a Summo
Ponttfice ad Concilium vocati" ("Actae Apostolicae
Sedis", 1962, 612): Escrivá no era obispo ni fue
convocado por el Santo Padre. Berglar es algo más cauto,
pero aun así no logra evitar la tentación de
afirmar -sin aportar pruebas, evidentemente- que "en
realidad, a Juan xxIII le hubiese gustado nombrar consultores
del Concilio tanto al Presidente general como al Secretario
general del Opus Dei, pero esto hubiera supuesto una sobrecarga
enorme de trabajo y una dedicación de tiempo por parte
del Fundador a quien se le exigía un esfuerzo que superaba
casi lo humano" (Berglar, 299). En una palabra: el "Padre"
no es tenido en cuenta y su nombre no aparecerá jamás
en conexión directa con el Concilio.
Mas no terminan aquí los embrollos de la literatura
"oficial". Alvaro del Portillo sí va a participar
directamente en algunas tareas preparatorias del Concilio,
"como presidente de una de las comisiones previas, la
de los laicos", además de ser, durante el Concilio,
secretario de la Comisión "sobre la disciplina
del clero" y "experto, también, de otras
comisiones" (Gondrand, 231; véase, en el mismo
sentido, el curriculum de Alvaro del Portillo en Rodríguez
y otros autores, 34; Portillo, 1981, 11; etc.). También
en este punto Berglar es más ambiguo: "Don Alvaro
del Portillo participó desde el primer momento en la
preparación del Concilio, especialmente en lo referente
al tema "los laicos en la Iglesia"; más tarde
fue nombrado secretario de la Comisión conciliar "De
disciplina cleri et populi chnistiani" y perito de algunas
otras comisiones" (Berglar, 299). Efectivamente, la Comisión
conciliar sobre la disciplina del clero la preside e1 cardenal
Ciriaci, que es a la vez el "cardenal protector"
del Opus Dei; el secretario es del Portillo, y el secretario
de actas, Julián Herranz, también del Opus.
Por lo demás, en los volúmenes de las "Actae
Apostolicae Sedis" correspondientes a estos años,
Alvaro del Portillo aparece al final de una relación
de expertos (1962, 784) y figura asimismo como miembro de
la "Pontificia Comissione "dei Religiosi" per
la preparazione del Concilio Vaticano II" ("Actae
Apostolicae Sedis", 1960, 844; el entrecomillado es nuestro);
Amadeo de Fuenmayor es consultor de esta misma Comisión
"de religiosos" (ibíd., 845). En cambio,
en la relación de miembros y consultores de la "Comissione
dell'Apostolato dei laici" (ibíd., 852s), no figura
ningún miembro del Opus Dei.
La otra fuente que refleja esos nombramientos y cargos, el
"Annuario Pontificio", nos proporciona los siguientes
datos acerca de la participación de los miembros del
Opus Dei en las tareas del Concilio: en la edición
del año 1961 se confirma que Alvaro del Portillo es
miembro de la Comisión de religiosos, y que Amadeo
de Fuenmayor es consultor de esa misma Comisión preparatoria,
mientras que José María Albareda, entonces rector
de la Universidad Católica de Navarra, es consultor
de la Comisión de estudios y seminarios. El "Annuario"
de 1962 presenta a Salvador Canals como consultor de la "Secretaría
de Prensa y Espectáculo" de preparación
del Concilio. Pero en la relación nominal de los integrantes
de la Comisión preparatoria de apostolado de los laicos
tampoco aparece ningún miembro del Opus Dei.
Parece haber aquí, por tanto, una cierta incongruencia.
O bien las fuentes oficiales de la Santa Sede no documentan
suficientemente la presencia del Opus en las comisiones conciliares,
o bien no se acaba de entender de qué forma su participación
se efectúa "especialmente en lo referente al tema
de los laicos en la Iglesia" (Berglar, 299). Claro está
que será fundamentalmente éste el tema en el
que el Opus Dei querrá presentarse más tarde
como movimiento que se había anticipado al Concilio,
con una línea de pensamiento que éste terminó
reconociendo y oficializando (Benito, 1967, 566). En este
sentido no deja de resultar curioso que a lo largo de las
1.300 páginas del "Diario del Concilio",
de Henri Fesquet, el Opus Dei sea mencionado una sola vez,
en relación precisamente con el tema de los laicos.
Pero Fesquet cita al Opus para decir que si el reconocimiento
de la madurez del laicado es condición de una auténtica
presencia de la Iglesia en el mundo moderno, lo cierto es
que "hasta ahora no se han tomado aún medidas
suficientes para asegurarla de otra manera que por medio de
unos institutos seculares tan sospechosos como el Opus Dei"
(Fesquet, 610).
2) El Opus Dei y la Curia vaticana
Pero si el grado de participación directa de la cúpula
del Opus Dei en las tareas del concilio Vaticano II es en
definitiva harto menguado, menor de lo que la literatura "oficial"
pretende aparentar y posiblemente menor de lo que los dirigentes
del Opus Dei hubiesen deseado, no cabe decir lo mismo de su
progresiva penetración en los organismos de la Curia
vaticana.
A lo largo de los años de preparación y celebración
del Concilio, en efecto, el aparato burocrático de
la Iglesia continúa funcionando: en parte con la inercia
inherente a toda burocracia, en muy buena parte poniéndose
al servicio del Concilio, pero en parte también al
servicio de los diversos intentos de boicot del Concilio.
La reorganización y reestructuración de la Curia
no se llevará a cabo hasta las postrimerías
de la década de los sesenta: y hasta tanto no se produzca
esa reforma de la burocracia vaticana, el Opus Dei va a incrementar
de modo notable su presencia en ella.
Al iniciarse el pontificado de Juan XXIII, Alvaro del Portillo
es consultor de la Congregación de Religiosos y de
la Congregación del Concilio (atención: esta
congregación curial nada tiene que ver con el Vaticano
II, sino que se trata del organismo que habitualmente se ocupaba
de las cuestiones de disciplina del clero, así como
de la supervisión de cofradías y asociaciones,
de la Acción Católica, de las fundaciones y
de los beneficios y bienes eclesiásticos). El prefecto
de dicha congregación es el cardenal Ciriaci, futuro
"protector" del Opus Dei. Y al año siguiente
entrará a trabajar en ella Julián Herranz, en
la "sección de actividad pastoral y catequética"
("Annuario Pontificio", 1961; el trío Ciriaci-Portillo-Herranz
será el que en el Concilio asumirá la dirección
de la Comisión de disciplina del clero, según
antes vimos). En la Congregación de Religiosos continúan
trabajando Salvador Canals (oficina jurídica de los
institutos seculares) y Javier de Silió (comisario);
mientras que Escrivá es consultor de la Congregación
de Seminarios y Universidades.
De acuerdo con los datos del "Anuario" de 1961,
además del ingreso en el mundo curial de Julián
Herranz, que ya no volverá a abandonarlo, se produce
la entrada de Portillo en la "Suprema Sagrada Congregación
del Santo Oficio". Salvador Canals, por su parte, deja
al cabo de muchos años su trabajo en la Congregación
de Religiosos y se convierte en consultor de la Comisión
Pontificia de Cine, Radio y Televisión; es también
"auditor" del Tribunal de la Santa Rota.
Al año siguiente el Opus Dei aparece por vez primera
en un ámbito que va a tener para ellos, posteriormente,
una importancia fundamental: monseñor Escrivá
es nombrado consultor de la Comisión para la interpretación
auténtica del Código de derecho canónico.
Simultáneamente, el nombre de Canals vuelve a aparecer
en la Congregación de Religiosos, pero ahora como consultor,
junto a Portillo. Continúa trabajando en dicha Congregación
Javier de Silió, a la vez que se incorpora a ella otro
miembro del Opus, Severino Monzó: todo ello en el momento
en que oficialmente el Opus Dei está haciendo gestiones
para dejar de depender de la Congregación de Religiosos...
A ese cargo en dicha Congregación, Salvador Canals
acumula el de la Santa Rota y el de la Comisión de
medios de comunicación audiovisuales, e ingresa además
como consultor en la Congregación del Concilio, donde
estaban ya, como hemos visto, Portillo y Herranz ("Annuario
Pontificio", 1962).
Esta situación va a mantenerse hasta la terminación
del Vaticano II. Son, pues, años de expansión
del Opus Dei dentro del mundo de la Curia. Inmediatamente
después del Concilio, el Opus Dei tiene una intervención
muy escasa en los nuevos organismos creados en el Vaticano
como fruto de los aspectos más renovadores del Concilio
(Secretariados para la unidad, para los no cristianos, para
los no creyentes, Consejo de laicos, etc.), los cuales son
mayoritariamente ocupados por los representantes de las corrientes
más "abiertas" o "avanzadas", que
viven durante estos años unos momentos de euforia.
Estos mismos sectores, en cambio, menosprecian la importancia
de otro ámbito, que les resulta poco atractivo y al
que nadie quiere dedicarse: el derecho canónico. Desde
el Opus Dei, por el contrario, se fomenta el cultivo de esta
disciplina; Navarra se convierte en cantera de una escuela
de canonistas, y desde el mismo momento de la creación
de la Comisión para la revisión del Código
de derecho canónico, el Opus está muy presente
en ella. Inicialmente el secretario de la Comisión
es un jesuita vasco, Bidagor, poco amigo del Opus; pero el
secretario adjunto es un profesor belga de Lovaina, que al
poco tiempo será nombrado doctor "honoris causa"
de Navarra; y uno de los dos primeros "oficiales"
que trabajan en la comisión es Julián Herranz,
sacerdote del Opus, a la vez que Portillo figura como consultor
(Annuario Pontificio, 1966). Ambos se mantendrán en
ella hasta la aprobación del nuevo Código (entretanto,
en Navarra, Fuenmayor será decano de la Facultad de
Derecho Canónico), momento en el que Herranz se convierte
en secretario de la Comisión "para la interpretación
auténtica del Código" (Annuario Pontificio,
1964), transformada más adelante en Consejo Pontificio
para la interpretación de los textos legislativos (Annuario
Pontificio, 1989), un tipo de cargo que suele comportar la
concesión de la mitra episcopal, que Herranz obtiene
en 1990.
Los otros organismos curiales en los que la presencia de
miembros del Opus es constante son la Congregación
de Religiosos -pese a la voluntad de la Obra de independizarse
de ella- y la antigua Comisión de cine, radio y televisión,
convertida después del Concilio en Comisión
para las comunicaciones sociales. En la Congregación
de Religiosos, Alvaro del Portillo figura como consultor hasta
1967, y Salvador Canals hasta los años setenta, mientras
que Julio Atienza substituye a Severino Monzó, en 1965,
en la oficina de institutos seculares. En cuanto a la Comisión
para las comunicaciones sociales, además de Salvador
Canals ingresa en ella como consultor laico Ángel Benito
(Annuario Pontificio, 1966); al terminar la década
de los ochenta, Portillo aparecerá en ella como consultor,
a la vez que Joaquín Navarro Valls ocupará el
cargo de director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
De acuerdo con la tesis de Grootaers, después de la
clausura del Concilio el sector más conservador de
la Curia, que anteriormente había empleado "diversas
estrategias para imposibilitar la renovación, comienza
a actuar con ataques indirectos: se denuncian ante el Papa
los abusos que se están cometiendo, y se le ruega que
reaccione" (Grootaers, 95). Ello habría provocado
en Pablo VI una inquietud creciente, convertida en alarma
a partir de 1967, y que alcanzó su punto más
crítico al año siguiente, con motivo de las
reacciones hostiles a la publicación de la encíclica
"Humanae vitae". En la medida en que quepa poner
en relación a la cúpula romana del Opus con
estos sectores más conservadores de la Curia, éste
sería muy exactamente el contexto en el que habría
que situar la irritación de monseñor Escrivá
cuando encuentra "inadmisibles la pasividad y los titubeos
sin que nadie se atreviera a poner remedio a la situación"
(Vázquez, 363). Pero éste es asimismo el momento
en que monseñor Benelli, el principal colaborador de
Pablo VI, se convierte en el promotor de la reestructuración
de la Curia (Grootaers, 128, nota 1).
El acceso de Benelli -enemigo acérrimo del Opus, según
veremos en el próximo apartado- a la Secretaría
de Estado del Vaticano coincide con el momento de máxima
implantación del Opus Dei en los organismos de la Curia:
Portillo es consultor y juez de la Congregación para
la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio), consultor
de la Congregación del Clero y de la Comisión
de revisión del Código de derecho canónico;
Canals es comisario de la Congregación de Disciplina
de los Sacramentos (sección de causas de dispensa matrimonial),
auditor de la Rota y consultor de las Congregaciones de Religiosos
y del Clero, y de la Comisión de comunicaciones sociales;
Herranz trabaja en la Comisión de revisión del
Código; Atienza trabaja en la sección de institutos
seculares de la Congregación de Religiosos; Benito
es consultor de la Comisión de comunicaciones sociales.
Monseñor Escrivá, en cambio, deja de ser consultor
de la Congregación de Seminarios y Universidades y,
por vez primera en muchos años, no ostenta ningún
cargo vinculado a los organismos curiales (Annuario Pontificio,
1969).
Pero la reestructuración de la Curia promovida por
Benelli supone un freno a este proceso de constante expansión
del Opus Dei, el cual paulatinamente irá perdiendo
posiciones, en estricto paralelismo con la paralización
del proceso de resolución de su estatuto jurídico,
que seguidamente analizaremos. Y será precisamente
en el momento del desbloqueo de dicho proceso, coincidente
con la elección de Juan Pablo II, cuando se producirá
una nueva modificación de su presencia en los organismos
curiales, esta vez en lugares y con objetivos distintos a
los de los años sesenta.
En efecto, después de la muerte de Canals y Escrivá
(1975), del alejamiento de Benelli hacia la sede de Florencia
(1977), del fallecimiento de Pablo VI y de Juan Pablo I (1978),
y de la consiguiente elección del cardenal Wojtyla,
el Opus Dei consigue encauzar definitivamente la resolución
de su estatuto jurídico hacia el reconocimiento como
"prelatura personal". Una vez alcanzado dicho objetivo,
pasa a depender de la Congregación de los Obispos.
Por otra parte, la introducción del proceso de beatificación
de su fundador es competencia de la Congregación para
las Causas de los Santos. Esos dos organismos curiales, junto
con la Comisión que se ocupa del Código de derecho
canónico, constituirán durante los años
ochenta y noventa la base de la presencia institucional del
Opus en los organismos curiales.
En el Annuario Pontificio del año 1982 el Opus Dei
aparece registrado todavía como instituto secular ("veinticuatro
años después" de que Escrivá hubiera
afirmado que "en lo sucesivo no se nos puede aplicar
ese nombre"; Fuenmayor y otros autores, 564). Al año
siguiente figura ya en el Annuario como prelatura personal
(aprobada el 28 de noviembre de 1982). Javier Echevarría,
vicario general de la prelatura, es consultor de la Congregación
para las Causas de los Santos. El prelado, Alvaro del Portillo,
también. El y Herranz están al mismo tiempo
en la Comisión para la revisión del Código
de derecho canónico (Annuario Pontificio, 1983). Algo
más tarde, Herranz es nombrado consultor de la Congregación
de los Obispos, de la que depende la prelatura (Annuario Pontificio,
1984). Y al terminar la década de los ochenta e iniciarse
la de los noventa, el obstáculo que había supuesto
la presencia poco amistosa de monseñor Benelli ha quedado
superado, y la cúpula romana del Opus Dei vuelve a
estar sólidamente implantada en la Curia. Monseñor
del Portillo, Prelado, y obispo desde 1991, además
de Gran Canciller de las Universidades de Navarra (España),
Piura (Perú) y La Sabana (Colombia), es asimismo Gran
Canciller del Ateneo Romano della Santa Croce y consultor
de la Congregación para las "Causas de los Santos",
de la del Clero, y del Consejo para las comunicaciones sociales.
Julián Herranz, igualmente obispo desde 1991, es el
secretario del Consejo para la interpretación de los
textos legislativos, y consultor de la Congregación
de Obispos. Javier Echevarría, vicario general de la
prelatura, es consultor de la Congregación para las
"Causas de los Santos". También lo es Joaquín
Alonso, mientras que José Luis Gutiérrez es
uno de los siete miembros del Colegio de relatores de la "misma"
Congregación. En la Congregación para la Doctrina
de la Fe están Fernando Ocáriz y Antonio Miralles,
que es a la vez decano de la Facultad de Teología del
Ateneo Romano de la Santa Cruz. Amadeo de Fuenmayor es consultor
del Consejo para la interpretación de los textos legislativos.
En la Comisión para la educación católica
está Ignacio Carrasco de Paula, consultor asimismo
del Consejo Pontificio para la familia y rector del Ateneo
Romano de la Santa Cruz (cuyo vicerrector es Valentín
Gómez-Iglesias, coautor con Fuenmayor e Illanes del
volumen "El itinerario jurídico del Opus Dei").
Por su parte, Javier García de Cárdenas es rector
del Colegio Internacional Romano de la prelatura (Annuario
Pontificio, 1990 y 1991).
La relación no tiene pretensiones de exhaustividad.
Nos hemos limitado exclusivamente a aquellos sacerdotes del
Opus Dei que son españoles y tienen algún cargo
en el mundo vaticano, con la intención de mostrar que
la implantación es importante y, en segundo lugar,
que la cúpula de la prelatura sigue siendo básicamente
española.
3) El Opus Dei y el pontificado de Pablo VI
La insistencia de la literatura "oficial" en querer
presentar bajo un aspecto amable y positivo las relaciones
entre los máximos dirigentes del Opus Dei y Pablo VI
no logra disimular el caractcr dificil, y a menudo conflictivo,
de tales relaciones. Por más que se ponga en labios
del "Padre" la frase según la cual monseñor
Montini fue "la primera mano amiga que encontré
en Roma" (Sastre, 483), o bien que Pablo VI "estaba
profundamente convencido de la extraordinaria importancia
de monseñor Escrivá de Balaguer en la historia
de la iglesia" (Beglar, 236), está claro que las
actitudes de Pablo VI fueron en realidad bastante menos favorables
a los intereses del Opus Dei y que, por su parte, las de Escrivá
hacia Pablo VI estuvieron escasamente presididas por la comprensión
y la simpatía.
La elección de Pablo VI provocó según
Antonio Pérez, sacerdote por entonces del Opus Dei,
la indignación de Escrivá, quien llegó
a exclamar que "todos los que habían cooperado
en esa elección se iban a condenar al infierno"
(Moncada, 1987, 27). Ese mismo autor sostiene que, siendo
arzobispo de, monseñor Montini había negado
la autorización para la apertura de una residencia
del Opus (Moncada, 1987, 27). No es fácil conciliar
esas afirmaciones con la versión según la cual
"sabemos que Pablo VI utilizaba Camino para su meditación
personal" (Berglar, 249). En cualquier caso, lo que es
incuestionable, y está perfectamente documentado, es
que monseñor Montini sentía escasas simpatías
por el régimen franquista y que veía con preocupación
el hecho de que ciertos sectores de la Iglesia española
desempeñaran el papel de instancia legitimadora de
dicho sistema. Y ello sucedía en un momento en el que
la presencia de algunos miembros del Opus en el gobierno español
era notoria y visible. Por expresarlo en los términos
sobrios de la "Historia de la Iglesia en España",
"el nombramiento de Montini fue acogido, sobre todo en
los amplios sectores del régimen, con frío respeto
y sin una brizna de aquel entusiasmo patriótico-religioso
de los tiempos de Pío XII" (García Villoslada,
dir., 686).
Por otra parte, las relaciones entre Pablo VI y Escrivá
están fuertemente condicionadas por la voluntad del
Opus Dei de modificar su estatuto jurídico, alejándose
de la figura de los institutos seculares. Y en este sentido
preciso es reconocer que los quince años del pontificado
de Pablo VI representan, para el Opus Dei, la paralización
de su proyecto.
En efecto, con independencia del modo como llegue a reolverse
algún día el enigma del alcance, la difusión
y la datación de la carta de Escrivá "Non
ignoratis", de la que nos hemos ocupado en el capítulo
anterior, lo cierto es que durante el pontificado de Juan
XXIII monseñor Escrivá procede a un primer intento
formal de modificar el estatuto jurídico de su instituto
secular. En los primeros días del año 1962,
se dirige simultáneamente al Papa y al cardenal secretario
de Estado y, si bien en un lenguaje mucho menos radical que
el de la carta "Non ignoratis", solicita que se
considere la posibilidad de conferir a su instituto secular
un nuevo estatuto que evite toda equiparación de sus
miembros a los religiosos, ya que este hecho perjudica gravemente
"el apostolado de penetración del instituto"
(Fuenmayor y otros autores, 570; seis años más
tarde monseñor Escrivá declarará que
esa fórmula del apostolado de "penetración"
"no se aplica para nada al apostolado del Opus Dei";
"Conversaciones", n°. 66). La solución
concreta que propone -una prelatura en la cual quedarían
incardinados todos los sacerdotes del instituto- es denegada
por la Santa Sede, la cual recuerda por escrito a monseñor
Escrivá que en el momento de su aprobación se
otorgaron al Opus Dei una serie de "privilegios que en
la actualidad difícilmente podrían ser concedidos",
y que una independización con respecto a la Congregación
de Religiosos supondría automáticamente "la
pérdida de dichos privilegios", que posee en la
medida en que "es un estado de perfección"
(Fuenmayor y otros autores, 572).
Así pues, las razones por las que las negociaciones
desembocan en un punto muerto parecen bastante diáfanas.
El Opus Dei, por un lado, no quiere seguir siendo "instituto
secular" y "estado de perfección", ni
desea permanecer bajo la dependencia de la Congregación
de Religiosos; pero por otro lado, en absoluto quiere renunciar
a los privilegios de que goza, básicamente en lo que
a su autonomía respecto de las estructuras eclesiásticas
diocesanas se refiere. Y la Santa Sede da a entender a Escrivá,
sin rodeos, que si deja de ser instituto secular y estado
de perfección, "quedará reducido a una
simple asociación de sacerdotes y laicos, y perderá
sus privilegios" (Fuenmayor y otros autores, 572). "La
negativa recibida fue, para monseñor Escrivá
de Balaguer, causa de profundo dolor" (ibíd.,
338).
El tema no volverá a ser abordado hasta los comienzos
del pontificado de Pablo VI. Y habida cuenta de la forma en
que es tratado en la literatura "oficial" del Opus
Dei, claramente se deduce que queda planteado en unos términos
nada favorables a sus intereses. Pese a las alusiones a la
"mano amiga" y a la "amable sonrisa" de
Pablo VI, lo cierto es que la posible transformación
jurídica del Opus quedará totalmente paralizada
durante el resto de ese pontificado, y que -como dice Artigues-
"cabe pensar que los primeros meses de 1964 han sido
para el Opus Dei un período especialmente difícil"
(Artigues, 134).
Aunque no sea el único, uno de los ejes básicos
en torno a los cuales giran estas dificultades puede situarse
en la audiencia de Pablo VI a Escrivá del día
24 de enero de 1964 (al cabo de medio año de su elección
como papa). Primer dato sintomático: al comentar las
"excelentes" relaciones entre Escrivá y la
Santa Sede, Berglar escribe que los diversos papas "concedieron
importantes audiencias privadas a monseñor Escrivá
de Balaguer"; mas en su listado de tales audiencias,
omite la del mes de enero de 1964 (Berglar, 412, nota 27).
Otros autores la mencionan, pero limitándose a hablar
del "cariñoso abrazo" (Gondrand, 232; Sastre,
483), sin referirse para nada al contenido de la entrevista.
Unos días más tarde, Escrivá recibe una
carta de Pablo VI: "Hay en ella términos elogiosos"
(Vázquez, 332). Además de los elogios y los
abrazos, se abordó igualmente "el problema institucional
de la Obra" (Fuenmayor y otros autores, 350).
A través de una carta de Escrivá a Pablo VI
(del 14 de febrero de 1964, reproducida en Fuenmayor y otros
autores, 574s) sabemos, por ejemplo, que e1 Santo Padre le
había pedido expresamente el texto de las Constituciones
del Opus Dei.
Sabemos asimismo que Escrivá añadió
algunos otros documentos; entre ellos la carta "Non ignoratis",
según la versión "oficial", si bien
este extremo no parece confirmado, antes bien, desmentido
(véase la contradicción entre la lista de documentos
tal como aparece descrita en Fuenmayor y otros autores, 350,
y tal como la describe Monseñor Escrivá, Ibíd..,
574s, contradicción que hemos observado en el capítulo
anterior). Por lo demás, la única alusión
que la carta hace al "problema institucional" es
para decir "que no tenemos prisa" (Ibíd..,
575). Hasta el punto que al cabo de tres meses Escrivá
queda "un tanto sorprendido" al enterarse de la
forma indirecta de que Pablo VI "ha hecho estudiar"
los documentos que él le había mandado (Ibíd..,
351).
El "no tenemos prisa" parece responder más
bien al hecho de que en esos momentos el Opus Dei está
atravesando por horas de crisis. La calculadísima ambigüedad
del lenguaje empleado en la literatura "oficial"
así lo confirma. Curiosamente, "el mismo día"
en que escribe a Pablo VI la carta a la que acabamos de hacer
referencia, el "Padre" afirma, según Vázquez
de Prada, que "arreciaba la persecución",
que "no hay otra palabra en el diccionario para expresar
lo que ocurría" y que se sentía tratado
como si fuera "ya no el cacharro de la basura, sino la
escupidera de todo el mundo" (Vázquez, 512s).
Por lo que cuenta López Rodó, monseñor
Escrivá le había comentado personalmente que
Pablo VI "le dijo cosas que ni su madre se las hubiera
dicho" (López Rodó, 1990, 160). Ciertamente,
las madres se deshacen a veces en elogios de los hijos; pero
suelen ser más bien cuando los hijos no están
escuchando. Y no es menos cierto que nadie suele reñir
a los hijos tanto como la madre.
En todo caso, el que nos consta que por esta misma época
"le dijo cosas" a monseñor Escrivá
fue el teólogo suizo Hans Urs von Baltasar. Unas pocas
semanas antes de la audiencia de Pablo VI a Escrivá,
había publicado un denso e importante artículo
en el cual revisaba la trayectoria de las principales corrientes
intregristas dentro de la Iglesia Católica, y afirmaba
que "sin duda, la más poderosa de todas ellas
es hoy el Opus Dei" (Von Balthasar, 1963, 742). Unos
meses más tarde, mientras "la persecución
arrecia" según Escrivá, y mientras Pablo
VI está "haciendo estudiar" los documentos
que Escrivá le ha remitido, von Balthasar publica un
segundo artículo en el cual, dirigiéndose directamente
al Opus Dei, escribe: "Que tengáis mucho poder,
mucho dinero, muchos cargos políticos y culturales;
que empleéis una táctica inteligente y discreta
con el fin de alcanzar esas posiciones por la vía más
rápida y directa; no hay nada que decir. En sí
mismo, el poder no es malo. Toda la cuestión, la cuestión
decisiva, es ésta: ¿para qué queréis
el poder? ¿Qué pensáis hacer con él?
¿Cuál es el espíritu que pretendéis
propagar con estos medios?" (Von Balthasar, 1964, 117).
Son varios los autores que coinciden en afirmar que la fase
más tempestuosa de la crisis se cierra en octubre de
1964, fecha en la cual Escrivá es recibido de nuevo
por Pablo VI. ¿Armisticio? En cierto modo, sí:
la ofensiva cesa; pero a cambio de ciertas exigencias. A partir
de este momento el Opus Dei habría cedido en la cuestión
del secreto o la discreción, habría empezado
a hablar abundantemente de libertad y habría substituido
su antiguo silencio por una creciente propaganda de sus actividades
y obras sociales (Artigues, 136; Hermet, 1980, 1, 267; Piñol,
4lss). Por lo demás, se habría acordado una
pausa de espera antes de volver a plantear la cuestión
jurídica (así lo admite incluso la literatura
"oficial"; Fuenmayor y otros autores, 353). En concreto,
ello significa que durante otros dieciocho años el
Opus Dei va a seguir siendo un instituto secular.
Con motivo de esta misma audiencia del mes de octubre de
1964, Pablo VI entrega a monseñor Escrivá una
carta, al parecer elogiosa. Dado que nunca ha sido publicada
(el apéndice de Fuenmayor y otros autores no la reproduce,
y en el texto ni siquiera es mencionada) cabe preguntarse,
de todos modos, si se trata exclusivamente de una carta de
elogio del Opus Dei. Puestos a preguntar, cabría incluso
la posibilidad -tal como nos ha sucedido ya en otras ocasiones-
de que se tratara efectivamente de una carta elogiosa, pero
no de elogio del Opus Dei: en efecto, resulta que en el primer
párrafo (reproducido en Vázquez, 333), Pablo
VI hace referencia a "los miembros de esta Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz". Bien es verdad que otros autores reproducen
un fragmento distinto del documento (Sastre, 484; Seco, 58),
en el que el Opus Dei es mencionado. Pero únicamente
una lectura íntegra permitiría saber si la carta
contiene otras afirmaciones acaso no tan elogiosas, o bien
si el Papa -la "mano amiga" que Escrivá encontró
en Roma en 1946, cuando la entidad oficialmente reconocida
era la Sociedad Sacerdotal y no el Opus Dei- continúa
estableciendo alguna clase de distinción entre Sociedad
Sacerdotal y Opus Dei. Se ha comentado, en este sentido, que
incluso en el momento de la muerte de monseñor Escrivá,
en 1975, Pablo VI envió a la sede central del Opus
unas líneas de pésame en las que aludía
al difunto en cuanto fundador de la Sociedad Sacerdotal, sin
más. Y lo cierto es que aunque todas las biografías
del "Padre" mencionan la existencia de la carta,
ninguna de ellas la reproduce íntegra.
Finalmente, estas observaciones sobre la mayor o menor cordialidad
de las relaciones entre la "cúpula" romana
del Opus y el "terzo piano" de la Plaza de San Pedro
exigen algún comentario relativo a uno de los principales
colaboradores personales de Pablo VI, sobre el cual los autores
del Opus descargan la agresividad que nunca descargarán
-o que no se atreven a descargar abiertamente- sobre la figura
del Papa. Nos referimos, claro está, a monseñor
Benelli, a quien hicimos ya alusión más arriba
en cuanto "promotor de una reestructuración de
los servicios curiales" (Grootaers, 128) al final de
la década de los sesenta, reestructuración que
frenó la gradual expansión de los dirigentes
del Opus dentro de los organismos de la burocracia vaticana.
Sorprende, por inhabitual, el lenguaje utilizado por algunos
autores del Opus Dei para hablar de un alto dignatario eclesiástico
como monseñor Benelli. En un capítulo de su
obra "El franquismo y la Iglesia", dedicado a la
deterioración de las relaciones entre el primero y
la segunda, Gómez Pérez acusa a Benelli de "apoyo
indirecto, pero eficaz" de los conflictos protagonizados
por una "activa minoría de sacerdotes y religiosos".
Considera incluso que "monseñor Benelli alentaba
-o por lo menos no frenaba- el enfrentamiento de los movimientos
(de Acción Católica) con la jerarquía
(Gómez Pérez, 1986, 160). Algo más adelante,
reproduce varias notas publicadas en la prensa internacional
con motivo del fallecimiento de Benelli, el año 1982,
en las que se dice de él que era "un hombre con
puntos de vista conservadores", que tenía "mucho
poder en el Vaticano" y que "leía todas las
cartas dirigidas al Papa y todos los informes; organizaba
las audiencias, proponía los nombramientos de nuncios
y de obispos" (ibíd., 160; véase igualmente
162s).
En las "Memorias" del político y diplomático
López Rodó, la figura de monseñor Benelli
no corre mejor suerte. Un ministro de Franco le espeta: "usted
manda en la Iglesia y yo en España" (López
Rodó, 1991, 234). Con motivo de una enfermedad de Pablo
VI, el año 1967, el entonces embajador español
dice que no juzga que Benelli tenga "la experiencia y
la madurez necesarias" para hacerse cargo de determinados
asuntos (ibíd., 237). Y dos años más
tarde, el nuevo embajador español afirma que hay que
decirle "a ese Monseñor (Benelli) que deje de
entrometerse en cuestiones políticas y de opinar de
lo que no entiende" (ibíd., 481).
Lo que resulta singularmente significativo no son tanto los
juicios sobre (o contra) monseñor Benelli en sí
mismos, como el hecho de que unos autores que suelen ser tan
exquisitamente prudentes en sus apreciaciones cuando se trata
de personalidades eclesiásticas, se permitan en este
caso reproducir unas observaciones y unos comentarios tan
hostiles. (Señalemos, de paso, que en las diversas
biografías del "Padre" el nombre de Benelli
no aparece para nada, con las dos únicas excepciones
que algo más adelante veremos.)
Lo cierto es que la historia de los enfrentamientos entre
Benelli y el Opus es larga y que sus orígenes son lejanos.
Antes de ser nombrado en 1967 por Pablo VI para trabajar en
la Secretaría de Estado, Benelli había pasado
unos años en Madrid como consejero de la nunciatura,
a raíz de la substitución del nuncio Antoniutti
(amigo del Opus y amigo de Franco) por el nuncio Riberi (no
tan amigo e ninguno de los dos). En un libro publicado en
1985 Paul Hofman, que había sido corresponsal del "New
York Times" en Madrid, aplica cómo monseñor
Riberi le había comentado que en la nunciatura era
imposible hablar abiertamente en presencia del personal doméstico,
que la nunciatura estaba llena de "monjas" del Opus
y que se había visto obligado a substituir a algunas
telefonistas porque tenía la convicción de que
escuchaban todas las conversaciones (Hofman, 229s). En una
de las entrevistas realízadas durante la investigación,
un obispo me dijo exactamente 1o mismo: amigo personal de
Benelli, ambos habían convenido en dar un nombre falso
cuando telefoneaba a la nunciatura, porque estaban persuadidos
de que las conversaciones eran escuchadas por las numeradas
"inservientes" del Opus Dei. También en la
mesa quedaban automáticamente interrumpidas las conversaciones
sobre temas "delicados", cuando entraban en el comedor
las numerarias auxiliares del Opus Dei en funciones de camareras.
Aun prescindiendo de la posible discusión sobre la
veracidad objetiva de tales informaciones, lo que nos interesa
subrayar aquí es la "sensación" de
monseñor Benelli y de los demás implicados de
estar siendo espiados. Y, por consiguiente, la hostilidad
de las relaciones entre Benelli y los dirigentes del Opus
Dei. Pues bien: ese mismo monseñor Benelli es quien
se convierte a partir de 1967 en un estrecho colaborador de
Pablo VI, y quien -según Gómez Pérez,
miembro del Opus- 'lee las cartas y los informes dirigidos
al Papa, organiza las audiencias', etc. Al morir monseñor
Escrivá (1975) el representante personal que Pablo
VI envía a los funerales será precisamente...
¡monseñor Benelli (Sastre, 632 y 635; Gondrand,
293).
Por más que la literatura "oficial" quiera
persuadimos de lo contrario, las relaciones entre Pablo VI
y el Opus Dei fueron siempre difíciles y tensas. Y
ello aplica que diecisiete años después de haber
escrito solemnemente que "no somos un instituto secular,
ni en lo sucesivo se nos puede aplicar ese nombre" (en
la carta "Non ignoratis"; Fuenmayor y otros autores,
564), monseñor Escrivá fuese todavía,
al morir, el presidente general del instituto secular del
Opus Dei.
4) El Opus Dei, prelatura personal
Si tras la segunda audiencia de Pablo VI a Escrivá,
en 1964, el tema del estatuto jurídico del Opus Dei
entra en un prolongado compás de espera, poco después
de la muerte del fundador los acontecimientos se aceleran.
El año 1977 monseñor Benelli es nombrado arzobispo
de Florencia y abandona Roma. El año siguiente es el
de la muerte de Pablo VI y el de la elección de Juan
Pablo I y de su muerte al cabo de un mes. En el segundo cónclave
del año 1978 está probablemente en juego, entre
muchas otras cosas, el futuro del Opus Dei. Monseñor
Benelli es uno de los cardenales que cuenta con mayores probabilidades
de ser elegido papa, su candidatura estuvo a punto de reunir
los necesarios dos tercios de los votos (Grootaers, 124-133).
Pero el elegido es finalmente el cardenal polaco Wojtyla,
quien declara casi inmediatamente que juzga necesario resolver
"la cuestión de la configuración jurídica
del Opus Dei".
A partir de este momento, el resto del proceso hasta llegar
a la erección de la prelatura del Opus Dei está
suficientemente documentado, y no vamos a detenernos en él,
si bien es preciso decir que durará aún otros
cuatro años y que no va estar exento de ciertas dificultades.
También sobre las prelaturas personales y sus características
la bibliografía es abundantísima y ha sido producida
sobre todo por miembros del Opus, única prelatura personal
hasta hoy existente. (Véase Rocca, 1985, 103-128, con
muchas referencias bibliográficas y con indicación
de algunos aspectos jurídicos no del todo resueltos,
además del apéndice documental correspondiente,
p. 207-227; Fuenmayor y otros autores, 421-503 y, sobre todo,
los documentos de las p. 594-627; véanse asimismo Walsh,
83-113 y Hertel, 132-141, como síntesis en versión
"no oficial', por contraposición a las síntesis
"oficiales" de Berglar, 361 -384, Lo.Tourneau, 62-68,
o a los estudios incluidos en el volumen de Rodríguez
y otros autores, 403-465.)
Con la publicación del documento pontificio de erección
del Opus Dei en prelatura personal y de sus Estatutos ("Código
de derecho particular del Opus Dei"), llega a su fin
el largo y complejo "itinerario jurídico"
del movimiento fundado por monseñor Escrivá
de Balaguer. Los autores "críticos' ponen de relieve
el hecho de que los dirigentes del Opus Dei afirman, en esta
oportunidad, exactamente lo mismo que habían afirmado
ya en 1950, en el momento de la aprobación del instituto
secular a saber, que el Opus Dei hallado su solución
jurídica "definitiva".
· * * * * * * * * *
Pero el itinerario jurídico del Opus no es el único
que llega así a su fin. Aquí finaliza igualmente
el extraordinario ejercicio de "alternación"
al que hemos asistido y que hemos tratado de ir resiguiendo
a lo largo de todas estas páginas.
En la constitución apostólica "Ut sit"
(de erección de la prelatura), después de reconocer
que el Opus Dei fue fundado en Madrid el día 2 de octubre
de 1928 por José María Escrivá de Balaguer,
guiado por la inspiración divina, se afirma que "desde
sus comienzos, esta institución se ha esforzado, no
sólo en iluminar con luces nuevas la misión
de los laicos en la Iglesia y en la sociedad humana, sino
también en ponerla por obra; se ha esforzado igualmente
en llevar a la práctica la doctrina de la vocación
universal a la santidad, y en promover entre todas las clases
sociales la santificación del trabajo profesional y
por medio del trabajo profesional' (en Rodríguez y
otros autores, 395s).
Para una organización eclesiástica, resulta
difícilmente concebible un ejercicio de alternación
que culmine en un éxito más rotundo que aquel
que logra poner en labios de un Pontífice la propia
reinterpretación del pasado y su adecuación
a las circunstancias del presente. No son los discípulos
del "Padre", sino que es Juan Pablo II quien atribuye
a la "inspiración divina" una fundación,
con una fecha concreta "del año 1928", realizada
por "Escrivá de Balaguer". ¡Cualquiera
se atreve a poner en tela de juicio el nombre, la fecha y
la inspiración!
Habíamos iniciado esta recapitulación histórica
del Opus Dei partiendo de la tesis, que considerábamos
elemental y de sentido común, según la cual
el Opus Dei había ido evolucionando gradualmente y
adaptándose a las nuevas circunstancias a medida que
se modificaba el contexto de su inserción española
(de la república y la guerra civil al franquismo y
al postfranquismo), internacional (del fascismo y la guerra
mundial a la guerra fría y la distensión), y
eclesiástica (del preconcilio al postconcilio). Desde
esta perspectiva resulta comprensible que el Opus Dei hable
hoy de "la misión de los laicos en la Iglesia",
de "vocación universal a la santidad", de
"santificación del trabajo" y de "todas
las clases sociales", y que durante los primeros años
hablara en cambio de "caudillos", de "universitarios
e intelectuales" y de "santa intransigencia, santa
coacción y santa desvergüenza". Pero hemos
podido comprobar que la literatura que aquí hemos denominado
"oficial" se negaba sistemáticamente a adoptar
esta perspectiva, afirmando que el Opus Dei jamás había
cambiado y jamás tendría que cambiar. Después
de haber contemplado las numerosas vicisitudes de todo tipo
por las que ha atravesado el Opus Dei en el transcurso de
su breve pero compleja historia, el hecho de conseguir que
un solemne documento pontificio afirme que "desde sus
comienzos" el Opus Dei ha dicho y hecho aquello que hoy
dice que hace, supone no sólo el éxito de un
ejercicio de alternación, sino también el triunfo
de la "santa pillería" en la que tanto se
distinguió monseñor Escrivá de Balaguer.
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