LA PRODIGIOSA AVENTURA EL
OPUS DEI.
GÉNESIS Y DESARROLLO DE LA SANTA MAFIA
Jesús Ynfante
LAS BASES DE RECLUTAMIENTO
1. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas
El clerical-autoritarismo impuesto desde 1939 en España
fue el que inspiró la creación del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas. Rubricado por Franco,
el decreto-ley constitutivo del CSIC apareció publicado
en el Boletín Oficial del Estado del 24 de noviembre
de 1939 y proclamaba solemnemente, entre otros propósitos,
el de renovar la gloriosa tradición científica
de la Hispanidad y formar un profesorado rector del "pensamiento
hispánico". [Preámbulo del decreto-ley
de la creación del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Boletín Oficial del Estado, Madrid,
24 de noviembre de 1939]
"Tal empeño - decía en su preámbulo
- ha de cimentarse ante todo en la restauración de
la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida
en el siglo XVIII. Para ello hay que subsanar el divorcio
y discordia entre las ciencias especulativas y experimentales
y promover en el árbol total de la ciencia su armonioso
incremento y su evolución homogénea, evitando
el monstruoso desarrollo de algunas de sus ramas con anquilosamiento
de otras. Hay que crear un contrapeso frente al espacialismo
exagerado y solitario de nuestra época, devolviendo
a las ciencias su régimen de sociabilidad, el cual
supone un franco y seguro retorno a los imperativos de coordinación
y jerarquía. Hay que imponer, en suma, al orden de
la cultura las ideas que han inspirado nuestro glorioso Movimiento,
en las que se conjugan las lecciones más puras de la
tradición universal y católica con las exigencias
de la modernidad."
De hecho, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
aparecía concebido como aparato de ideología
y propaganda científicas del "Estado nacionalsindicalista,
totalitario, unitario, imperialista y eticomisional"
- como sería más tarde definido por sus teóricos
-, que inició su vida a partir de 1936 en España.
[Fue en los años 1940 y 1941 cuando los teóricos
españoles y extranjeros definieron técnicamente
el Estado español como: "Estado nacionalsindicalista,
totalitario, autoritario, unitario, ético, misional
e imperialista." (En "L'Etat espagnol. Le Régime
national-syndicaliste". La Documentation Franqaise, n.º
1368, París, 1950.) Fueron formulaciones teóricas
relevantes: la del caudillaje (Javier Conde), la del sindicalismo
como forma política (Manuel Fraga Iribarne), etc. Francisco
Javier Conde se había inspirado en Carl Schmitt, teórico
clerical-autoritario que vivió en la Alemania nazi;
Manuel Fraga, más castizo, en los textos clásicos
de la Falange. La construcción e implantación
de este Estado se realiza desde el 18 de julio de 1936, es
decir desde el día del alzamiento. Carlos Rama afirma
que "la estructura del nuevo régimen político
no es la obra de un solo hombre ni se constituye en un solo
momento". Carlos Rama: La crisis española del
siglo XX. México, 1962, p. 313. La elaboración
teórica posterior, "la justificación ideológica",
es una característica de la derecha " clásica
"]
Este verdadero propósito aparece algo camuflado en
otro párrafo del mismo decreto-ley:
"La investigación requiere como condición
primordial la comunicación e intercambio con los demás
centros investigadores del mundo. La estancia de nuestros
profesores y estudiantes en el extranjero y la estancia en
España de profesores y estudiantes de otras naciones,
así como la colaboración en congresos científicos
internacionales, exigen un sistema de pensiones, bolsas de
viaje, residencias, propuestas e invitaciones. España
tiene que mantener con el relieve que conviene a su grandeza
las relaciones de aportación y asimilación que
la vida cultural implica de modo general con todos los países,
de modo especialísimo con aquellos sobre los que proyecta
los indelebles caracteres de su señorío espiritual."
El planteamiento del CSIC era, a su modo, correcto y adecuado
a las pretensiones del "Nuevo orden" y su nuevo
Estado. No hay que extrañarse, por tanto, que fuese
una de las obras mimadas de Franco.
La centralización de toda investigación científica
en el Consejo estaba pensada para evitar duplicidades y para
el máximo aprovechamiento de los recursos humanos y
técnicos. El CSIC se ofrecía a los universitarios
como una prolongación de las actividades desarrolladas
en las facultades y en las escuelas superiores. La independencia
respecto a la Universidad, en algún modo necesario
(el silencio de la investigación lejos del tumulto
de ha aulas, el diferente nivel de preparación entre
el joven universitario y el investigador maduro, etc,), se
solucionaba radicalmente separando el CSIC de la Universidad;
aunque luego se hicieran depender, por ejemplo, todos los
laboratorios de química orgánica de las facultades
de ciencias del Instituto Alonso de Barba del CSIC y gran
parte de los catedráticos universitarios fuesen considerados
investigadores, para recubrir en parte la ausencia de resultados
concretos de los "científicos" que habían
utilizado para sus fines apostólicos el Consejo. Esta
autonomía, como más adelante veremos, salió
largamente favorecida por el presupuesto del régimen:
El consejo Superior de Investigaciones Científicas
fue ininterrumpidamente dotado con grandes sumas de dinero
cuyo control escapaba al propio Ministerio de Hacienda.
Tales objetivos, deseables y casi nada disparatados [esta
afirmación puede comprobarse leyendo "Un futuro
para España: la democracia económica y política".
Varios autores. Prólogo de Santiago Carrillo, París,
1967. Aunque sólo sea un esbozo, el programa sobre
investigación científica que aparece desarrollado
en el libro no difiere en muchos puntos de lo sustentado por
los promotores del naciente Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, allá por 1939.] eran presentados
en aquel tiempo de euforia fascista, como una de las salidas
brillantes que había hallado el régimen franquista
para poner en práctica su plan de autarquía
que tuvo forzosamente que basarse en el desarrollo de un capitalismo
de Estado y que quería encontrar en el Consejo Superior
de Investigaciones Científicas su proveedor exclusivo
en inventos patentes.
El papel del INI, con Suances al frente llegó a ser
muy relevante en esta primera época. [Al desoír
la burguesía monopolista las apremiantes llamadas de
su Estado nacional-sindicalista, tuvo que ser el Instituto
Nacional de Industria (INI) el instrumento básico en
la pretendida autarquía] Juan Antonio Suances,
marqués de Suances, por la gracia de Franco, pasó
a ocupar algunos puestos en la estructura del CSIC en su calidad
de presidente del INI. Se pretendía que la investigación
estuviese en estrecho contacto con la industria y que las
empresas públicas y privadas contasen con representantes
en juntas y patronatos del Consejo. Ese era el objetivo del
Patronato Juan de la Cierva en el seno del CSIC, y de ahí
su no encuadramiento en ninguna de las dos grandes ramas en
que sigue dividida la estructura del Consejo.
Tras de su creación, otras disposiciones posteriores
terminaron de perfilar la estructura del Consejo, [otros
decretos-leyes con fecha de 22 de julio de 1942 y 27 de diciembre
de, 1947 complementaron la primera disposición del
24 de noviembre de 1939, por la que se creaba el CSIC. Posteriormente,
hubo una nueva estructuración en la que se refuerza
el papel del Patronato Juan de la Cierva, que representa la
técnica, y otra más reciente a fines de 1966]
utilizando los jerarcas españoles el árbol de
las ciencias de Raimundo Lulio como modelo y emblema. El frondoso
árbol luliano encontró en España, en
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
su representación más genuina y exacta. No está
errada, por tanto, la reciente declaración de que:
" [...] la estructuración de entonces puede decirse
que se adelantó a la del mundo entero al tratar de
impulsar la investigación del país en todos
los campos. Posteriormente, y a raíz del fin de la
segunda guerra mundial, se crearon en los países más
adelantados de Europa organismos similares". [Nota
oficiosa a la prensa española del 29 de noviembre de
1966. Agencia de prensa CIFRA]
Efectivamente, a la vanguardia del mundo entero, en un suelo
previamente esterilizado por el método de aplastar
al disidente, con un clima "adecuado" de represión,
con unas raíces como son los decretos-leyes de Franco
y las asignaciones del presupuesto, el ramaje del árbol
del CSIC tuvo por fuerza que ser frondoso, abarcando todos
los campos, porque dentro del tronco corría, además,
un torrente de savia con "tradición" e "imperio".
La estructura del Consejo aparece dividida en dos ramas principales:
la división de ciencias matemáticas, médicas
y de la naturaleza, y la división de humanidades, ambas
correspondientes a la "clásica" división
en ciencias de la naturaleza y en ciencias del espíritu.
[Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Publicaciones 1940-1964. Madrid, 1964. La División
de humanidades se compone de cerca de cien institutos y centros
autónomos encuadrados en cuatro patronatos: Raimundo
Lulio, Marcelino Menéndez Pelayo, Diego de Saavedra
Fajardo y José María Cuadrado que controlan
prácticamente todo lo que se realiza en España
en materia de ciencias jurídicas, filosóficas,
sociales, históricas, geográficas y en estudios
locales. La División de ciencias comprende los patronatos
Alfonso el Sabio, Santiago Ramón y Cajal y Alonso de
Herrera que encuadran también otro número muy
elevado de institutos y centros autónomos]
El Patronato Juan de la Cierva no aparece encuadrado en ninguna
de las divisiones. Para Álvarez del Villar "[...]
representa el puente levadizo entre la torre de marfil de
la ciencia pura y las necesidades apremiantes de nuestra industria".
[Alfonso Álvarez del Villar : "Ciencia española.
Veinticinco años de investigación en los centros
del CSIC. Comentarios al libro Estructura del CSIC. El Español,
Madrid, 1965] Hoy día, en vez de ser instrumento
de la soñada autarquía, se limita a "colaborar"
en los planes de desarrollo.
Y todo este gigantesco árbol de las ciencias, que
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
pretendía hacer realidad, se alzaba sobre los mismos
quebrantados cimientos que el resto del edificio de la educación
española. [Está todavía por hacer
un análisis de lo que han representado treinta años
de dictadura en la enseñanza, bien sea "la superior",
o la impartida desde escuelas, institutos, o "universidades
laborales".]
La dotación de medios puesta a disposición
del naciente Consejo fue desorbitada. Respondía con
ello el régimen franquista a la política de
escaparate en la que se había empeñado para
poder exhibir más adelante, cuando diera sus frutos,
"la magna labor cultural" que entonces iniciaba.
Basta señalar como ejemplo el de las construcciones
escolares: entre 1945 y 1950, para las enseñanzas primaria
y secundaria se destinaron tan sólo 84 millones de
pesetas, mientras que el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas y la Ciudad Universitaria de Madrid recibieron
483 millones de pesetas, es decir, más de cinco veces
la mencionada cantidad. ["25 años de política
docente". Mañana, n° 1, enero de 1965]
Una parte de los medios del CSIC habían pertenecido
a la Junta de Ampliación de Estudios y a la Fundación
Nacional de Investigaciones Científicas. Estos bienes
pasaron a manos del CSIC en virtud del artículo 10
del decreto-ley constitutivo: "Los bienes de todas clases
pertenecientes a la disuelta Junta para Ampliación
de Estudios y a la Fundación Nacional de Investigaciones
Científicas pasarán al Consejo Superior de Investigaciones
Científicas"; [Decreto-ley de creación
del CSIC. Boletín Oficial del Estado, 14 de noviembre
de 1939] pero la gran fuente de sus ingresos provendría
del presupuesto. En uno de sus párrafos, el artículo
12 especificaba claramente: "Los créditos que
en los presupuestos generales del Estado se destinen a las
atenciones del CSIC o de cualquiera de sus centros serán
librados en firme, a su propio habilitado." Así,
de un plumazo, se desembarazaba al Consejo de las trabas que
la administración del Estado pone a sus órganos
normales, ganando una agilidad que nunca tuvieron las universidades
ni los demás centros oficiales. Esto, cuando desde
1939 los socios del Opus Dei controlaban las finanzas del
Consejo, tuvo su importancia.
Los progenitores inmediatos del Consejo fueron José
Ibáñez Martín y José María
Albareda Herrera. Ya en plena guerra civil, y mientras permanecían
refugiados en la embajada de Chile en Madrid, Ibáñez
Martín y Albareda trazaron planes sobre lo que iba
a ser, terminada la contienda, el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Albareda era profesor de enseñanza
media y pertenecía al Opus desde 1937: Ibáñez
Martín, diputado de la CEDA en las Cortes de la República,
es nombrado por Franco, cuando finaliza la guerra civil, ministro
de Educación nacional. Tras la promulgación
del decreto-ley de creación del CSIC, Ibáñez
Martín ocupa su presidencia; fray José López
Ortiz - luego obispo de Tuy - la vicepresidencia y como encargado
de la coordinación y secretario general es nombrado
José María Albareda.
La nueva política de educación universitaria
la describió el propio ministro, Ibáñez
Martín, en los discursos de apertura de los cursos
1939-1940 y 1940-1941. "Queremos sobre todo una Universidad
nacional subyugada con fuerte disciplina a los intereses materiales
y morales de la Patria [...] Haremos que un mismo pensamiento
y una misma voluntad sean nota común de los afanes
del profesorado [...] Ha de ser empeño del nuevo Estado
impedir que las actividades científicas puedan en ningún
caso ser instrumento perverso contra los sagrados principios
de la Patria." La Ley de Ordenación Universitaria
de 1943, consagra ya esos "intereses materiales y morales"
cuando afirma que la Universidad "acomodará sus
enseñanzas a las del dogma y de la moral católica
y a las normas del Derecho Canónico vigente" y,
"en armonía con los ideales del Estado Nacionalsindicalista,
ajustará sus enseñanzas y sus tareas educativas
a los puntos programáticos del Movimiento". Y
en la sesión plenaria de las Cortes que aclamó
esta misma ley, Ibáñez Martín dijo de
modo claro que " [...] lo verdaderamente importante,
desde el punto de vista político, es cristalizar la
enseñanza del Estado, arrancar de la docencia y la
creación científica la neutralidad ideológica
y desterrar el laicismo, para formar una nueva juventud, poseída
de aquel principio agustiniano de que mucha ciencia nos acerca
al Ser Supremo"; y continuaba: "[...] la ley no
rehuye ningún medio eficaz para esta magna empresa
[...] ". [Antoliano Peña : "Veinticinco
años de luchas estudiantiles". Horizonte español
1966, tomo II, p. 171. Ruedo ibérico, París,
1967. (Se cita el trabajo de Jorge Cerezo Roll: "Veinticinco
años de lucha universitaria".]
Albareda, en cambio, más cauto pero no menos político,
insistiría por su lado - refiriéndose al hombre
moderno - sobre "[...] la necesidad de la tradición
clásicocristiana, sin la que no puede encontrar la
anhelada salvación [...] " [José María
Albareda Herrera: "Consideraciones sobre la investigación
científica en España". Madrid, 1959, p.
429]
Una anécdota de los meses inmediatos al fin de nuestra
guerra civil revela claramente -al margen del énfasis
de los discursos y grandilocuencia de los textos - lo que
Ibáñez Martín y compañía
pensaban de lo que era la ciencia y sus cultivos. Visitó
al citado ministro en su despacho don Ramón Menéndez
Pidal para plantearle el problema de la publicación
de uno de los volúmenes de la "Historia de España"
por él dirigida en la editorial Espasa-Calpe, que había
sido escrita por Sánchez-Albornoz. Pidió Menéndez
Pidal a Ibáñez Martín que considerase
el problema del libro, prohibido por la censura sin leerlo,
y que, si en verdad estaba escrito por un político
militante, trataba de historia medieval, sin la menor alusión
a la contienda civil y a la política actual. El ministro,
lejos de facilitar la publicación, pretendió
consolar a su visitante diciéndole poco más
o menos: - No se preocupe, don Ramón, que a cualquier
muchacho de éstos le enviamos un par de años
al extranjero, le publicamos algo, le elogiamos en los periódicos,
y ya tenemos otro Sánchez-Albornoz. [Esta anécdota
ha sido recogida textualmente de "Notas sobre la investigación
científica en España". Mañana, n.º
9, París-Madrid, 1965] Ibáñez Martín
se refería, sin duda alguna, a los jóvenes militantes
del Opus Dei que, siguiendo los consejos de Escrivá,
iban siendo promocionados por Albareda.
Sin ninguna limitación de raíz política
y los cauces ideológicos señalados, el Opus
Dei hizo a finales del año 1939 su primera aparición
en la vida pública española por el escotillón
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
El decorado, es decir la sede del Consejo, seguía
siendo la misma: varios edificios de ladrillo rojo, en los
viejos altos del Hipódromo madrileño - "la
colina de los chopos" de las imaginaciones de Juan Ramón
Jiménez -, en donde habían trabajado eficazmente
hasta 1936 los discípulos de Giner y de Cossío.
La subida de telón tuvo lugar, también en aquella
fecha, con lo que Ibáñez Martín denominó:
"[...] abrir de par en par las puertas a una generación
no contaminada de pasados errores".
El panorama aparecía, entonces, muy diferente al de
anteguerra. Era la época de caza no sólo de
comunistas y masones, sino también de republicanos,
de liberales o de simplemente progresistas que habían
preferido permanecer en su país antes que exilarse.
La segunda guerra mundial que dio comienzo cinco meses después
de terminada la guerra civil española, colocaba esta
orgía represiva y la antropofagia política de
los clerical-autoritarios en un discreto - y muy favorable
- segundo término. En la universidad, las cátedras
estaban desbastadas, y organismos como la Junta de Ampliación
de Estudios quedaron totalmente desmantelados. La huella de
la Institución Libre de Enseñanza parecía
borrada. Una coyuntura excelente que no iban a desaprovechar
los personajes que entraban en escena. Florentino Pérez-Embid,
socio numerario del Opus Dei y biógrafo oficial del
Fundador, los describiría más tarde como "un
grupo pequeño, pero compacto y bien preparado profesionalmente,
de jóvenes profesores pertenecientes al Opus Dei, guiados
por don José María Escrivá con una orientación
firme y lúcida, que interviene decisivamente en la
puesta en marcha de algunas empresas científicas, llamadas
a adquirir un amplio desarrollo"
La orientación en el grupo no era tan firme ni tan
lúcida y los propósitos no estaban definidos;
prueba de ello es la falta de textos de la época que
respalden esta afirmación. Los textos que aparecen
son todos muy posteriores, justificando con más o menos
énfasis lo ya realizado. Así, por ejemplo, Calvo
Serer, comentando la situación, hablaría en
1950 de "un catolicismo que emprende victoriosamente
la tarea de recristianizar su cultura". Es igualmente
testimonio de aquella época lo escrito en el diario
ABC con fecha 3 de enero de 1951, o lo que publicó
en 1953, expuesto de forma muy dramática:
"Quienes hemos vivido la terrible angustia de un catolicismo
minoritario en el orden político liberal, no podemos
sentir vacilaciones cuando emprendemos la realización
de la única salvación posible: la impregnación
de toda la vida nacional de un sentido católico."
Sólo Escrivá parecía que en 1939 sabía
lo que quería; es decir, tenía clara conciencia
de sus propósitos. Hay dos frases en Camino a las que
tenemos que volver porque ayudan a esclarecer los propósitos
del sacerdote que estaba a la cabeza del grupo inicial del
Opus Dei en 1939. Resulta patente que cuando Escrivá,
durante la República, escribía la máxima
844 de Camino, ["¿Levantar magníficos edificios?...
¿Construir palacios suntuosos?... Que los levanten...
Que los construyan... ¡Almas! - ¡Vivificar almas...,
para aquellos edificios... y para estos palacios! ¡Qué
hermosas casas nos preparan! (Camino, máxima 844.)]
pensaba en los edificios de ladrillo rojo, sede de la Fundación
Nacional de Investigaciones Científicas. Otra frase
de Camino apunta en el mismo sentido: máxima 345: "¡Cultura,
cultura! - Bueno: que nadie nos gane en ambicionarla y poseerla.
- Pero la cultura es medio y no fin."
Para el Opus Dei, la cultura sigue siendo un medio y la religión
otro, aunque sigan sus socios deshaciéndose en explicaciones
para afirmar lo contrario. Adorno por ello ha señalado
que "no se acepta la religión [...] sino por su
utilidad para concretar ciertos objetivos que también
podrían alcanzarse por otros medios" [T.W.
Adorno escribió esto a propósito de los fascistas
en potencia en uno de sus estudios sobre La personalidad autoritaria.
Varios autores, Editorial Proyección, Buenos Aires,
1965.] Es decir, que la religión es utilizada de
igual forma que la cultura. La Sociedad sacerdotal de la Santa
Cruz ha potenciado una nueva estructura (el Instituto secular),
utilizando las inamovibles estructuras eclesiásticas
así como la institución oficial de "la
cultura española" (el CSIC) para sus propios fines,
alcanzando sobre todo un empuje irresistible en la escalada.
Aunque, como luego veremos, la formidable potencia del Opus
Dei se debe fundamentalmente a su propio peso económico
en España.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas
tuvo desde 1939 una personalidad jurídica propia y
pudo, en consecuencia, adquirir, administrar, gravar y enajenar
toda clase de bienes y, en general, realizar todo acto jurídico
de carácter patrimonial. Los ingresos ordinarios del
CSIC proceden de las asignaciones que figuran en los presupuestos
generales del Estado y subvenciones del mismo y de Corporaciones,
asociaciones públicas y particulares; del producto
de la venta (deficitaria) de publicaciones y trabajos de sus
Institutos y Centros; de la recaudación por cualesquiera
otros servicios propios; de los legados, fundaciones, donativos,
etc que arrojan un total de 571 131 830 pesetas en sólo
trece años. El crecimiento de sus ingresos económicos
fue acompañado, con un ritmo ascensional demasiado
rápido para ser realidad, del número de centros
de investigación y de trabajo. Los veinte centros primitivos
se habían convertido, hacia 1953, en ciento cuarenta
y una instituciones, incluidas las delegaciones "exteriores"
y en cerca de doscientas, treinta años más tarde,
en 1969.
En 1947 fue creada en Roma una delegación del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, que tendría
por finalidad "continuar las tareas de la ciencia y la
investigación española en la Ciudad Eterna,
desarrollando y ordenando la labor de los investigadores españoles
en Italia". Sus futuras actividades eran resumidas por
los artífices del proyecto de la manera siguiente:
"Orientar las posibilidades de trabajos investigadores
en materias generales de ciencias puras o de técnica,
establecer una biblioteca científica española
al servicio de las distintas secciones investigadoras de los
respectivos Institutos que integran el Consejo, restaurar
y regir la antigua Escuela de Historia y Arqueología
de España en Roma, regir las demás instituciones
de investigación que existen o se constituyan en Italia,
fundar y sostener residencias para investigadores, seglares
o eclesiásticos, en Roma, [sic]; ejercer las funciones
y realizar los trabajos culturales que la Junta de Relaciones
Culturales estime oportuno encomendarle, estudiar y proponer
a la junta todo cuanto pueda favorecer el intercambio científico
entre Italia y España, mediante cursos de profesores,
becas, servicios bibliográficos, etc."
La apertura de la delegación del CSIC en Roma obedecía,
sin embargo, a causas poco "científicas"
en 1946, Escrivá se había trasladado a Roma
junto con algunos socios notables del Opus Dei para obtener
el estatuto jurídico de Instituto secular y las necesidades
materiales de tales personajes se hicieron cada día
más acuciantes. Como señalaba el articulista
de "Notas sobre la Investigación científica
en España", un examen de las cuentas del CSIC
descubriría numerosos puntos oscuros. La etapa de expansión
del Opus Dei en los años difíciles del fin de
la guerra mundial, la fundación de sus "casas"
en Londres, Roma, etc., ofrecería un capitulo interesante
sobre la exportación de capitales. Las sufridas Cajas
de ahorro parece que financiaron algunas partidas de esta
exportación de capitales, gracias a José Sinués
Urbiola, que dirigió durante algún tiempo la
Confederación de las mismas" [Puck: "Notas
sobre la investigación científica en España",
Mañana, n.º 9, noviembre de 1965. Véase
también capítulo 5]
Un testigo de la escena española, Eloy Terrón,
denunciaba recientemente - refiriéndose sin duda a
los miembros del Opus Dei:
"los propagandistas del desarrollo quieren montar sus
juegos de malabarismo y de ilusión para distraer la
atención de las gentes y hacerles creer en un renacimiento
de la ciencia y la cultura española. Y sobre todo quieren
hacer creer que se va a aprovechar seriamente el potencial
científico y tecnológico del país; lo
más que se ha hecho hasta ahora ha sido hacer unos
cuantos nombramientos de jóvenes "expertos"
dinámicos y con mucho don de gentes" [Eloy
Terrón: "El estado actual de la ciencia y la necesidad
de esclarecerla y criticarla" (Introducción a
un libro en preparación). Realidad, n.º 11-12,
noviembre-diciembre de 1966]
¡Cómo concuerda esta observación de 1966
con "el renacimiento de la ciencia y la cultura"
que los virtuosos del Opus Dei, con Albareda a la cabeza,
preparaban en 1939, a partir de la excepcional plataforma
del CSIC! ¿Qué ha ocurrido, pues, para que veintitantos
años después intenten otro renacimiento? ¿Acaso
uno no ha bastado, o jamás ha existido renacimiento
cultural o científico alguno?
Un equipo de expertos de la OCDE, junto con algunos españoles,
realizaron en 1966 un estudio para conocer el verdadero estado
de la investigación científica española.
Las conclusiones del estudio venían a decir en síntesis
que España en investigación no solamente gasta
poco, sino que además con lo poco que invierte no obtiene
nada, o casi nada, es decir, que "gasta mal".
El ejemplo más inmediato nos lo ofrece la investigación
científica y técnica aplicada a la industria.
Tamames, al tratar el problema de las patentes, afirma que:
"[...] aparte de una legislación sumamente anticuada
en esta cuestión, no existe ningún centro oficial
de verdadera investigación científica y técnica
directamente aplicada a la industria. Lo que más se
acerca a ello es el Patronato Juan de la Cierva de Investigación
Técnica, del CSIC; pero basta hojear su folleto Resumen
de servicios a la Industria para comprobar lo débil
de esa labor. Basta decir que de 56 patentes registradas por
los institutos del patronato, solamente 21 han sido o están
siendo aplicadas por la industria. Y, desde luego, la importancia
de los servicios a la industria no puede medirse sólo
por el número de patentes (a todas luces bajísimo),
sino que habría que estimarlos cualitativamente; y
desde luego, no parece que su trascendencia unitaria compense
lo menguado de la cantidad"
Los resultados del Patronato Juan de la Cierva estaban, sin
embargo, a la altura del resto de la labor científica
e investigadora del CSIC. Si se analizan, por ejemplo, las
plazas de "colaborador e investigador", creadas
a raíz de los decretos del 5 de julio de 1945 y 23
de mayo de 1947 (y posteriormente, del decreto del 13 de julio
de 1951) y el número de plazas cubiertas en la época
de mayor saqueo y malversación de fondos, se advierte
a simple vista el gigantesco fraude público que realizó
la Obra de Dios durante los años que se alimentó
del Consejo.
El número de plazas cubiertas por colaboradores científicos
es como sigue: año 1946: 7 de biología, 7 de
química y 2 de física. Año 1947: 6 de
biología, 4 de química, 1 de física y
1 de geología. Año 1948: 7 de química.
Año 1949: 7 de biología y 13 de química.
Año 1951: 12 de química, 4 de física
y 6 de geología, que hacen un total de 77. El número
de investigadores científicos era todavía más
exiguo. En el año más fructuoso (1949) hubo
4 de biología vegetal, 3 de biología animal
y medicina, 3 de química, 2 de física y 2 de
geología, que arrojan un total de 14. Ni la ruina en
que quedó España después de la guerra
civil, ni la guerra mundial, ni el bloqueo diplomático
pueden explicar tanta penuria de científicos en el
Consejo: siendo el CSIC la matriz del Opus Dei se comprenden
fácilmente las causas.
¿Qué puede seguir a un informe de expertos
que señala tal situación en la investigación
científica en España después de casi
treinta años de "trabajo científico"
y "actividad creadora"? ¿Una destitución
en masa de los responsables de la ciencia oficial española?
¿Podrá talarse el árbol de las ciencias
de Raimundo Lulio, cuya representación más genuina
y exacta la tenemos en España, en el Consejo Superior
de Investigaciones Científicas?
Resultaría excesivo. La corrupción alcanza
todos los niveles y nadie puede tirar la primera piedra. "Se
admite tan sólo crítica constructiva" ha
sido siempre uno de los slogans caseros más socorridos
del régimen.
Además se encuentra detrás, como trasfondo,
"el espíritu de la Obra". La presencia constante
y decisiva del Opus Dei desde su fundación en el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas es algo que
conviene no olvidar a la hora de las responsabilidades. Y
no está de más citar unas máximas de
Camino que son prueba alucinante del ánimo con que
los miembros del Opus Dei analizan los errores cometidos en
el plano profesional (en este caso sería el reconocimiento
de los errores profesionales de un "científico",
miembro del CSIC y del Opus Dei), y como todo examen de conciencia
que recomienda la Santa Madre Iglesia es típicamente
individualista, olvidando, o quizás tan sólo
descuidando, el plano social o colectivo de un trabajo o profesión.
Este olvido e impotencia, que ofrece serias ventajas a los
católicos, no ayuda precisamente a obtener la serenidad
de espíritu tan necesaria, diría López
Ibor, en un mundo pleno de neurosis.
Las citas de Camino corresponden al capítulo titulado
"El plano de tu santidad" que como se sabe representa
para un miembro de la Obra de Dios la santificación
en su trabajo, en su vida profesional, estando íntimamente
ligados, en consecuencia, plano de santidad y vida profesional:
Máxima 404: "¡Has fracasado! - Nosotros
no fracasamos nunca. - Pusiste del todo tu confianza en Dios.
- No perdonaste, luego, ningún medio humano. Convéncete
de esta verdad: el éxito tuyo - ahora y en esto - era
fracasar. No has fracasado: has adquirido experiencia. - ¡Adelante!"
Máxima 406 : "Aquello fue un fracaso, un desastre:
porque perdiste nuestro espíritu. - Ya sabes que, con
miras sobrenaturales, el final (¿victoria?, ¿derrota?,
¡bah!) sólo tiene un nombre: éxito"
Esta aproximación al espíritu de la Obra de
Dios queda completada con el siguiente párrafo de la
máxima 352: "[...] - Corrígete, por favor.
Necio y todo, puedes llegar a ocupar cargos de dirección
(más de un caso se ha visto), y, si no te persuades
de tu falta de dotes, te negarías a escuchar a quienes
tengan don de consejo. - Y causa miedo pensar el daño
que hará tu desgobierno"
Los que tienen don de consejo son, por supuesto, los presbíteros
del Opus Dei; pero lo importante es saber que necio y todo,
uno puede llegar a ocupar cargos de dirección, aunque
parece necesario el enrolamiento previo en el aparato burocrático
de la Obra dc Dios.
Aunque sólo sea el paso, pues se aparta aun más
de la línea del capítulo, es interesante señalar
la doble posición introducida por Escrivá a
la "presencia del católico en la en las actividades
terrenas" por un lado la escapista que el Opus Dei comparte
con toda la Iglesia católica; y por otro, la del enfrentamiento,
de mucha más importancia. La máxima 415 correspondería
a la primera posición: "No hagas mucho caso de
lo que el mundo llama victorias o derrotas. - ¡Sale
tantas veces derrotado cl vencedor!" y que no es nada
comparable, por su fuerza, la máxima 35 de Camino:
" [...] Vuestra "prudencia" es ocasión
de que los enemigos dc Dios, vacío de ideas el cerebro,
se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran
escalar", lo cual nos explica - y ¡de qué
modo! - el trasfondo de la actitud militante de los miembros
del Opus Dei, sobre todo, en los organismos científicos,
durante este periodo. En ésta ambivalencia, por lo
demás, se encuentra una de las claves del potencial
fascista del Opus Dei.
Y ante el enigma que; aún sigue apasionando al Opus
Dei y a los sesudos de la derecha española, de sí
el español está incapacitado o no para la investigación
científica, si es una incapacidad de la raza, o más
bien un complejo del hispano ante la ciencia, debemos señalar,
aunque sea brevemente, que la misma existencia del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas da la respuesta.
Es antológica la frase de Álvarez de Villar
al respecto:
"Un paseo por los laboratorios de cualquier instituto
del Patronato Juan de la Cierva o por los despachos de muchos
de los centros de otros patronatos de Ciencias o de Humanidades
es mucho más convincente que la lectura de las obras
de don Marcelino Menéndez y Pelayo" [Alfonso
Álvarez del Villar: "Ciencia española.
Veinticinco años de investigación de los centros
del CSIC. Comentarios al libro Estructura del CSIC",
El Español, Madrid, 1965]
Sobre la calidad de la enseñanza impartida en el CSIC
existen pruebas y testimonios aún más concluyentes:
"Nadie enseña a los jóvenes españoles
a pensar rigurosamente con dominio pleno de los conceptos
expuestos - escribe Eloy Terrón en El estado actual
de la ciencia y la necesidad de esclarecerla y criticarla
-. El lenguaje de los libros de textos, traducidos o no, es
abracadabrante [...] Una vez graduados muchos hacen el doctorado
en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
bajo la dirección nominal de un catedrático,
pero casi siempre delegada en una segunda o tercera persona
[...] Entre catedráticos, profesores adjuntos, colaboradores,
etc., hay una verdadera obsesión por publicar, y cada
uno que tiene la más leve intervención en el
desarrollo de la tesis quiere que aparezca su nombre entre
los autores; se da un zancadilleo vergonzoso por hacer figurar
su nombre en la publicación. Hay catedráticos
o simples profesores auxiliares que han "publicado"
de esta manera centenares de trabajos. Cualquier idea sirve
para montar sobre ella una publicación. Se adquiere
categoría científica publicando mucho, sea lo
que sea." [Eloy Terrón]
Este fue el caso de la publicación por el Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y con el nombre
de R. Balbín de Lucas del "Atlas lingüístico
de la Península ibérica". "Hay que
destacar - escribió Albareda - el Atlas lingüístico
de la Península ibérica, que ha venido a llenar
un hueco existente en la cartografía de las lenguas
románicas. Se habían publicado algunos atlas
nacionales, pero la obra de conjunto era una exigencia que
se sintió ya desde los tiempos de la Junta de Ampliación
de Estudios." Con esta estudiada ambigüedad, el
astuto de Albareda aludía al viejo atlas planeado por
Navarro Tomás y sus colaboradores en tiempos de la
República y que ha sido al fin publicado, pero sin
que el CSIC, o Balbín, hayan hecho otra cosa que firmar
y adornarse con plumas ajenas. Aunque se haya apropiado de
una obra científica, hay que señalar en descargo
de Balbín de Lucas que el Atlas de Navarro Tomás
y sus colaboradores pertenece a la canalla científica
del Consejo " por derecho de conquista".
"[...] Para ser un científico - continúa
E. Terrón - no hacía falta más que obtener
un título mediante una serie de exámenes teóricos,
conseguir una beca para ir a "trabajar" con alguna
celebridad, a ser posible un premio Nobel y con preferencia
a Alemania, Austria, Suiza (zona de lengua alemana), Inglaterra
y, ahora, a Estados Unidos. Pasar de seis meses a dos o tres
años trabajando con una celebridad, aprender malamente
el alemán o el inglés (y estudiar en realidad
en libros franceses) eran la mejor recomendación para
conseguir una cátedra, tener fama de sabio, o entrar
en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La ciencia adquirida se manifestaba en "explicar"
algún curso rnonográfico, repetir alguna técnica
mal aprendida fuera y publicar un artículo era en una
jerga incomprensible para el mismo autor; pero daba lo mismo,
existía la seguridad de que nadie lo iba a leer, tácitamente
se admitía que un autor español no podía
decir nada de interés. Así adquiría fama
de sabio y todo era cuestión de esperar... la cátedra
era, y aún es ahora más que nunca, escalón
para otros puestos." [Eloy Terrón]
Un episodio escabroso en la vida del Consejo fue el de la
"Historia Mundi", donde quedó patente una
vez más la calidad científica del grupo que
lo usufructuaba.
Calvo Serer declaraba, en 1952, que "toda lucha grande
para influir en el presente y por contribuir a la configuración
del futuro sólo puede basarse en un profundo conocimiento
de la historia. Y que los tres ingredientes - conocimiento
del pasado, pasión por el presente y lucha por el futuro
- son inseparables" [Entrevista con Calvo Serer. Ateneo,
n.º 19, Madrid, 11 de octubre de 1952] Estas palabras
coincidían con los preparativos que había hecho
el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
para la publicación de una ambiciosa Historia mundi,
que trataría sobre "la ciencia y el sectarismo
en la Historia Universal" [s.'c]". [La redacción
de este episodio se basa fundamentalmente en los datos aparecidos
en Mañana, n.º 12, París, febrero de 1966,
p. 21: "Diccionario político español, 1966:
Calvo Serer, don Rafael."]
Se buscó como director a Fritz Kern, que falleció
prematuramente, y después a Valjavec, de la Universidad
de Munich, que le gustaba hacer viajes fastuosos a Madrid.
Un editor de Berna aceptó proporcionar una subvención
anual para la obra.
Por parte extranjera aparecían historiadores como Albright,
Breuil, Gooch, Levi della Vida, Nyberg, etc. Por España
intervenían en el proyecto la brillante pléyade
de catedráticos de Historia instalados en el Consejo,
miembros o dóciles instrumentos del Opus Dei, que se
repartieron el trabajo según su especialidad: Prehistoria
para Martín Almagro, Pericot y Alcobé; García
Gallo y Gibert, Edad media; Jover, Edad moderna; la Historia
de España en América, Pérez-Embid, Rodríguez
Casado, Céspedes y Gil Munilla. La Historia de la crisis
del mundo moderno se la reservó entera Calvo Serer,
no encontrando el Opus Dei ningún especialista de la
misma altura para la Edad contemporánea.
Empezó la empresa, pasaron años, y como los
grandes investigadores españoles no escribían
sus capítulos, el editor se consideró desligado
de su compromiso y el Consejo de Investigaciones perdió
hasta el derecho a hacer la edición española.
Muchos cientos de miles de pesetas se gastaron en el empeño,
y de él no quedó nada: tan sólo el nombre
de Calvo Serer y otros ilustres historiadores españoles,
junto al de sabios europeos de gran prestigio, en la redacción
de una magna obra colectiva que nunca llegó a realizarse.
¿Qué se hizo entonces? ¿Hubo poda en
el árbol luliano de las ciencias? La respuesta la dio
el último Consejo de ministros del mes de noviembre
de 1966 que acordó la reestructuración del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas. "Representa
toda una actualización de las funciones del organismo
más caracterizado de la investigación española",
decía el comunicado. Veamos, pues, la postura inicial
de funcionamiento del Consejo que mereció los honores
de ser actualizada. [Recientemente, Villar Palasi, ministro
de Educación y Ciencia, ha acudido a ilustres científicos,
como Severo Ochoa, para que auxilien con sus consejos y respalden
con su prestigio las reformas que deben emprender ante la
situación catastrófica de la investigación
española.]
La actitud inicial violenta y liquidadora de los prohombres
oficiales de la ciencia y de la cultura, era, en definitiva,
clerical-autoritaria". Basta citar en este sentido la
actitud de un Ibáñez Martín o de cualquiera
de aquellos "científicos" que designados
" por el mando" se encontraron a la cabeza de organismos,
departamentos científicos y puestos directivos de la
política educacional en España.
Calvo Serer resumiría más tarde, en 1950, semejante
labor depuradora como "un catolicismo que emprende victoriosamente
la tarea de recristianizar su cultura", y en el diario
ABC del 3 de enero de 1951, con aquella lapidaría frase
de que "tras la victoria de las armas venía lo
más difícil: había que depurar las costumbres,
esa tradición, esa cultura, de lo mucho que en ellas
se había mezclado de vicioso, de corrupto".
Como bien puede observarse la religión está
muy presente en todo ello. Fuerza cohesionadora en 1936 -
recuérdese que para los vencedores no fue un levantamiento
sino una "cruzada", la religión se ofrecía
como "fuerza de disuasión" a partir de 1939
apoyando la Iglesia católica con toda su fuerza social
y bendiciones a Francisco Franco para que éste gobernase
España por los siglos de los siglos, en un régimen
de paz y bienaventuranzas. El fervor político de la
Iglesia disipó además ciertas dudas que tenía
la gran burguesía española ante ciertos grupos
de Falange.
La depuración de la ciencia y la cultura se emprendía,
pues, con criterios políticos y religiosos que el núcleo
del Opus Dei instalado en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas se esforzaría en imponer. Conforme
crecieron las estructuras del Consejo, la nómina de
estos comisarios clerical-autoritarios aumentó, destacándose
en 1964 por méritos propios: Rafael Balbín Lucas,
secretario de la Junta de la División de Humanidades
y de la Junta coordinadora de Investigaciones filológicas;
Ángel González Álvarez, presidente del
Patronato Ramón y Cajal y director del Instituto Gregorio
Marañón; Ángel Santos Ruiz, secretario
del Patronato Ramón y Cajal y director del Instituto
español de fisiología y bioquímica; A.
Rius Miró, presidente del Patronato Alfonso el Sabio;
V. Aleixandre Ferrandis, vicepresidente del mismo y presidente
de la Comisión de publicaciones de ciencias; E. Gutiérrez
Ríos, secretario del Patronato Alfonso el Sabio y rector,
entonces, de la Universidad de Madrid; etc.
Pero el hombre clave en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas fue siempre Albareda. Los cargos que ocupaba
José María Albareda Herrera en la estructura
del CSlC llegaron a resultar innumerables: miembro del patronato
Alonso de Herrera, secretario general del Consejo ejecutivo,
secretario de la Comisión permanente, vicepresidente
del Consejo técnico del Patronato Alonso de Herrera,
vocal de la Comisión de publicaciones de ciencias,
vocal de la Junta de gobierno del Patronato Juan de la Cierva,
vocal de la Comisión permanente de la misma Junta de
gobierno del Patronato, Juan de la Cierva. También
era director del instituto nacional de edafología y
agrobiología, director asimismo del Instituto de edafología
y biología vegetal y vocal de la Junta de gobierno
de la División de ciencias y de la Comisión
permanente de la misma. Paradójicamente, el puesto
que le absorbía más tiempo era el del Rector
Magnífico de la Universidad de Navarra, en Pamplona.
Albareda falleció, desgraciadamente para el Opus Dei,
en abril de 1965.
Hoy día, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
sigue funcionando bajo el alto patronato del jefe del estado,
Francisco Franco, representado por el ministro de Educación
y Ciencia Villar Palasi, que ostenta el cargo de presidente
nato. El presidente tiene por función dirigir los asuntos
del consejo, convocar el pleno y el ejecutivo y representar
social y jurídicamente dicho organismo. Actualmente,
como presidente honorario, figura José Ibáñez
Martín.
Los tres vicepresidentes (Enrique Gutierrez Ríos,
Luis Pericot García, Antonio Rius Miró) suplen
al presidente en sus funciones y llevan, por delegación
del presidente, la dirección de sus respectivas secciones.
El Secretario General (Ángel González Álvarez)
"coordina" la labor de los patronatos, ejerce las
funciones de su cargo en el pleno, en el consejo ejecutivo
y en la comisión permanente, comunica y ejecuta los
acuerdos de los órganos del gobierno de los patronatos
y de la presidencia; desempeña la jefatura de la organización
administrativa, cuya regulación propondrá al
Consejo ejecutivo, de acuerdo con el Interventor (!); rige
el servicio de informaciones y redacta la memoria anual. En
suma, Ángel González Álvarez, heredero
del puesto de Albareda, sigue siendo el hombre clave del Opus
Dei en el CSIC.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas
cuenta hoy en su nómina con más de 3,000 personas,
de las cuales más de 800 son investigadores superiores;
el resto, investigadores de grado medio y de auxiliares especializados.
El número de centros de investigación se aproxima
a los doscientos, dedicándose los "científicos"
alojados en el CSIC a todas las ramas del saber, incluida
la explotación científica de este organismo
público en provecho de la Obra de Dios y de sus socios.
2. Los tentáculos del
CSIC
3. El Opus Dei en la enseñanza
superior
4. El Opus Dei en la enseñanza
media
5. Los Colegios Mayores y la
Universidad de Navarra
Arriba
Anterior -
Siguiente
Volver
a Libros Silenciados
Ir a la página
pincipal
|