Gracias a Dios, ¡nos fuimos!
OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?

El ser humano y su mundo
Índice
Introducción
1. El "sentido de la vida"
2. El hombre entre lo terreno y lo trascendente
3. La instancia institucional y sus pretensiones de absoluto
4. La formación y el gobierno de los hombres
5. Entender, explicar
6. El mundo interpretado
7. Educación
8. Calidad de vida - Vida de calidad
9. Autoaceptación y donación
10. Enamorarse
11. La referencia a la voluntad de Dios
12. La gracia y "su" naturaleza
13. La defensa de la fe
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Antonio Ruiz ReteguiEL SER HUMANO Y SU MUNDO
(Algunas claves de la antropología cristiana)
febrero 2000

Antonio Ruiz Retegui
Teólogo. Sacerdote numerario del Opus Dei

 

CAPÍTULO 7. EDUCACIÓN

Comentario a la descripción del "gentleman" de Newman

1. La descripción de Newman

"Decir que el caballero es una persona que nunca hace daño, equivale casi a definirlo. Esta descripción, además de ser refinada, es hasta cierto punto, precisa. Su tarea principal consiste en eliminar los obstáculos que dificultan la libre actividad de aquellos que lo rodean. Más que tomar la iniciativa por cuenta propia, es una ayuda para la acción propia de los demás. Su ayuda se podría comparar a la de aquellas cosas que se denominan comodidades o facilidades para las disposiciones de naturaleza personal: algo así como una butaca o un buen fuego, que tienen su papel a la hora de superar el frío o el cansancio, aunque la naturaleza proporcione, también sin ellos, tantos medios para descansar como calor animal. De manera análoga, el verdadero caballero evita todo aquello que podría causar perturbación o inquietud en el ánimo de aquellos con los que le ha tocado compartir la suerte; evita siempre los conflictos de opiniones o de sentimientos, las reservas, las desconfianzas, los comentarios negativos o amargos, el resentimiento. Su gran tarea es hacer que cada uno se encuentre a gusto, como en su casa. No olvida nunca la condición de cada uno y así es amable con el tímido, gentil con el distante y comprensivo con el que podría parecer ridículo. Sabe siempre con quien está hablando, evita hacer alusiones fuera de lugar, o esgrimir argumentos ad hominem o que pudieran resultar molestos. Rara vez es él mismo el tema de conversación, y nunca se hace pesado. Da poca importancia a los favores que hace y, aunque da, parece más bien recibir. No habla de sí mismo salvo cuando se ve forzado a ello, no se defiende nunca de las acusaciones recurriendo a retorcer sin más lo que le han dicho, no presta atención a las calumnias o a los chismes, es escrupuloso a la hora de atribuir malas intenciones a aquellos que se le oponen, e interpreta todo por su lado más positivo. En la discusión no es nunca mezquino, ni se toma jamás ventajas desleales. No confunde nunca las críticas malévolas o las frases hirientes con auténticas argumentaciones, y no insinúa nunca lo que no es capaz de decir abiertamente. Con una prudente amplitud de miras, observa la máxima de sabio clásico, de que deberíamos comportarnos siempre respecto de nuestros adversarios como si un día hubieran de llegar a ser nuestros amigos. Tiene demasiado buen sentido como para sentirse o tendido por insultos, está demasiado ocupado para recordar los errores y tiene demasiada mansedumbre como para guardar rencor. Es paciente, tolerante y resignado en base a principios filosóficos: se somete al dolor porque es inevitable, al duelo porque no se puede remediar y a la muerte porque tal es su destino. Si se ve implicado en cualquier tipo de polémica, su mente disciplinada lo salva de la grosera descortesía de mentes quizá mejores, pero menos educadas las cuales, como cuchillos romos, rompen y desgarran en vez de cortar limpio, no captan el meollo de la cuestión, dispersan las propias energías en cuestiones accidentales, no se hacen cargo de las razones del adversario y acaban dejando la cuestión más confusa de lo que la encontraron. Sus razones pueden ser acertadas o equivocadas, pero tiene las ideas demasiado claras para ser injusto. Es al mismo tiempo sencillo y enérgico, conciso y decidido. Es difícil encontrar en otro lugar tanta imparcialidad, respeto e indulgencia porque verdaderamente se pone en el lugar de su adversario y procura dar cuenta de sus errores desde dentro. Conoce tanto la fuerza como la debilidad de la razón humana, el campo que le es propio y los límites de este campo. Si no tiene fe, será demasiado profundo y de mentalidad demasiado amplia como para pretender ridiculizar la religión o actuar en contra de ella. Es demasiado sabio como para ser dogmático o fanático de su incredulidad. Respeta la piedad y la devoción. Incluso contribuye a sostener instituciones en las que no cree porque las considera venerables, hermosas, o beneficiosas. Honra a los ministros de la religión y, cortésmente, se limita a no aceptar sus misterios, sin atacarlos o denunciarlos. Es amigo de la tolerancia religiosa, y esto no sólo porque su filosofía le ha enseñado a mirar con mirada imparcial todas las forma de fe, sino también por esa especie de delicadeza gentil en los sentimientos, que es propia de la civilización.

No es que, aunque no sea cristiano, no pueda tener también él a su modo una religión. En este caso su religión es una religión de imaginación y de sentimiento; es la materialización de aquellas ideas de lo sublime, de lo majestuoso y de lo bello sin las que no podría haber una filosofía liberal. Alguna vez reconoce al ser divino, a veces reviste un principio o una cualidad desconocidos con los atributos de la perfección. Y hace de esta deducción de su razón o creación de su fantasía, la ocasión de pensamientos tan excelentes, y el punto de partida de una doctrina articulada y sistemática, que casi parece un discípulo del mismo cristianismo. Debido a la misma precisión y seguridad de sus capacidades lógicas, es capaz de ver qué sentimientos son coherentes en aquellos que profesan una determinada doctrina religiosa, y parece a los demás que él sienta y crea un completo arco de verdades teológicas, que existe en su mente de un modo no diverso a como lo está un cierto número de deducciones.

Tales son algunos rasgos del carácter ético que será formado por la inteligencia cultivada, prescindiendo del principio religioso. Este temple de carácter puede encontrarse dentro del ámbito de la Iglesia, o fuera de ella, en hombres santos o en hombres disolutos; forman parte del ideal más elevado del mundo, en parte pueden ser una ayuda y en parte pueden ser un obstáculo para el desarrollo de lo católico. Pueden corroborar la educación de un San Francisco de Sales o de un Cardenal Pole; pueden constituir los límites del horizonte mental de un Shaftesbury o de un Gibbon. San Basilio y Juliano fueron compañeros de estudios en la Academia de Atenas; y uno llegó a ser santo y doctor de la Iglesia, el otro su enemigo sarcástico e incansable" (The Idea of a University, VIII, 10)).

2. Comentario

En esta definición del Caballero, se consideran solamente aspectos que se refieren al trato entre las personas, y más concretamente al trato dialógico entre ellas, no al trato que suele denominarse social, técnico o mercantil. Esto resulta, a primera vista, un tanto sorprendente. No se dice nada sobre si el Caballero debe ser una persona que no se emborracha, que no tiene trato con personas de fama dudosa, que paga sus deudas, que está informado sobre los asuntos políticos y sociales más importantes de su entorno vital. Por esto, la descripción del Caballero no es un elenco de las posibles perfecciones humanas o "morales", sino un tipo de calidad humana que es muy "de este mundo", pero de las dimensiones más altas de la existencia humana en este mundo. Hay aquí una especie de "reduccionismo" muy expresivo: parece que la persona en cuanto tal, o el Caballero, sea visto ante todo desde la capacidad que tienen las personas para conversar. No es que se desprecie la compostura, o las normas sociales de la cortesía y del "saber estar", pero estos aspectos de la educación están como implícitos en el trato dialógico, que es el aspecto fundamental de la relación entre las personas. Hay aquí una enseñanza importante para situar adecuadamente las virtudes relacionadas con la caridad cristiana y el respeto. En efecto, la relación correcta entre las personas no se debe situar primariamente en las atenciones de tipo corporal o material -como son el atender a sus necesidades más biológicas o sensibles-, sino en las relaciones que se expresan a través del diálogo. Esto es algo semejante -sólo semejante- a las observaciones que hace Isak Dinesen en sus "Dagherrotypes", cuando dice que "hace cien años, la educación de un auténtico Caballero, era un asunto largo y costoso. Un Caballero era resultado de procedimientos particulares prefijados, nobles y complejos. Y seguramente a nuestra época le sería difícil darse cuenta de cuántos de estos procedimientos consistían en darle la justa sensibilidad y el justo comportamiento en relación con la dignidad femenina. Un verdadero Caballero se reconocía ante todo por su comportamiento respecto de este único punto. Sí, bebe demasiado" podían decir de él las mujeres. "No paga nunca al sastre. Sabemos bien que sabe ser brutal". Pero si era irreprensible respecto a aquel primer artículo de fe, concluían: "Pero es un auténtico Caballero". En los círculos de los oficiales ingleses estaba prohibido, en cualquier circunstancia y en cualquier contexto, pronunciar el nombre de una mujer. Violar esta ley era la ofensa más grande en absoluto que se podía hacer a ideal del Caballero".

Hay un refrán castellano que dice que "en la mesa y en el juego, la educación se ve luego". El comportamiento en la mesa es ciertamente una referencia expresiva, pero quizá se reduce a un aspecto que en el fondo es derivativo y secundario, pues se sitúa en un ámbito que es inferior al del trato de diálogo con otras personas, aunque efectivamente la manera de comer expresa bastante bien la manera como se ha humanizado la función biológica de nutrirse. Por su parte, el juego sí puede ser un ámbito muy expresivo de la calidad de la educación de las personas, pues en él se advierte la manera de tratar a un "adversario" que no debe ser, por eso, un enemigo. Además, la actitud en el juego muestra hasta qué punto la pasión o el deseo de vencer se supedita al respeto del otro.

La definición del Caballero que encontramos aquí es una descripción de lo que debería ser el objetivo primario de la educación. En este contexto la educación podría definirse como aquello que se echa de menos cuando se dice de alguien que es un "maleducado". Ciertamente esto no constituye una definición positiva, pero a cualquier persona con cierta sensibilidad esta observación le resultará más semejante a la que ofrece Newman en el texto que tenemos presente.

"Decir que el caballero es una persona que nunca hace daño, equivale casi a definirlo. Esta descripción, además de ser refinada, es, hasta cierto punto, precisa."

La primera frase es ya altamente expresiva: el Caballero es "una persona que nunca hace daño". Esto no es una definición desde el "hacer el bien a los demás". Ciertamente el aspecto de hacer el bien aparecerá enseguida, pero para precisar cuál es el bien que se hace y cuál es el modo de hacer ese bien, se comienza diciendo que lo primero es no hacer daño. En esta aparentemente superficial entrada se pone ya la base sobre la que se asienta todo: el Caballero no se sitúa de entrada en la perspectiva de Dios. De Dios nos viene todo lo que sucede, lo bueno y lo malo. A veces lo malo, lo doloroso, lo incómodo resulta a la larga muy beneficioso para las personas. En su definición del Caballero, Newman parte de la convicción de que aunque del mal pueda resultar muchas veces el bien, a nosotros lo que nos compete es que para que resulte el bien hay que hacer el bien. Esto es una forma de expresar la idea clásica de que nuestro primer deber respecto de los demás no es procurar su perfección moral, sino su felicidad.

Esto significa partir de una conciencia clara de la posición del hombre en el mundo ante los demás, y en su participación "limitada" de la Providencia divina.

El fondo de este inicio en la definición del Caballero, es de muy amplio alcance antropológico y personal. El hombre cabal no se sitúa ante los demás como un representante de Dios, con los atributos y las pretensiones de lo divino. Dios a veces envía contradicciones y sufrimientos, pero nosotros no debemos participar de la Providencia de Dios en ese aspecto. "Non nocere", no hacer daño, ha sido la formulación del primer principio de la benevolencia.

El trato con los demás sería muy problemático si alguien se arrogara la potestad de hacer el mal para que resulte un bien, como manifestación de la caridad. Lo primero entre las cosas que están en nuestra mano al tratar a los demás es no hacerles daño. Quizá no podamos hacerles un gran bien, pero al menos hemos de cuidar siempre no hacerles daño. En el ámbito de la medicina hoy el principio de "non nocere" está actualmente muy cuestionado, pero sigue siendo un principio de cuya evidencia tienen conciencia los más "humanos": los conocimientos técnicos no deben aplicarse para hacer el mal, aunque el sujeto pasivo lo pida.

La razón es que quien no duda en hacer daño a otro con la perspectiva de que resulte un bien, se sitúa en una perspectiva impropiamente elevada para la criatura humana. Nosotros no podemos prever todas las consecuencias de nuestra acción. Algunas veces resultarán daños indirectos, pero eso hay que aceptarlo como inevitable, y nunca como algo perseguido directamente.

Una persona de la que se sabe que se conduce siempre por el "non nocere", es una persona ante la que uno se siente seguro y puede confiar. No es simplemente un extraño o un indiferente, pero tampoco será alguien que tome nuestra vida en sus manos como si fuera Dios.

"Su tarea principal consiste en eliminar los obstáculos que dificultan la libre actividad de aquellos que lo rodean. Más que tomar la iniciativa por cuenta propia, es una ayuda para la acción propia de los demás".

Ahora muestra que el no dañar no es toda la misión del Caballero, sino que tras ese empeño por no hacer daño, hay también una acción positiva, una intervención concreta en la vida de los demás. Pero esta intervención no tiene la forma de una irrupción violenta, como si apareciera en la vida una fuerza poderosa que arrastra a las propias energías vitales, abrumándolas, entrando en conflicto con ellas. No. El Caballero tiene una presencia más discreta y, al mismo tiempo, más profunda. Consiste en ayudar a que la persona pueda actuar por sí misma, a que pueda hacer lo que ella misma quiere a que cumpa sus inclinaciones más íntimas y sutiles. Por eso dice Newman que "quita obstáculos", allana el camino, facilita hacer lo que uno mismo quiere hacer. La intervención del Caballero no significa que en mi vida aparezca otra fuerza que entre en conflicto con lo que brota de mi alma, de mi corazón, sino que es una fuerza que se pone siempre en continuidad con lo que yo mismo quiero.

Se podría hacer una analogía con lo que en la mecánica de los coches es la "dirección asistida". El mecanismo de la dirección asistida seguramente es complejo y poderoso, pero es al mismo tiempo sumamente "discreto". No se nota directamente. Se advierte al experimentar que la conducción es mucho más fácil y suave, que no hay que hacer un esfuerzo extraordinario para dirigirlo personalmente.

Lo que Newman está diciendo es que cuando el Caballero llega a la vida de una persona hace que su obrar sea más fácil, que no tenga que vencer las circunstancias que a veces nos distorsionan y hacen que no podamos mantener el pulso, y la acción salga desviada de lo que queríamos. Esto es especialmente significativo cuando se trata de aspectos o matices del temperamento o del modo de ser, que son estrictamente personales y que son fácilmente perturbables por la acción "fuerte" de personas de más carácter. Entonces es fácil que las personas más delicadas o débiles de carácter se sientan como "presionadas" a ciertas acciones que son contrarias a su temperamento, o quizá incluso a su debilidad. Estas personas quizá requieren un entorno muy favorable para expresarse por sí mismas sin ser disturbadas. Como cuando alguien no conoce el ambiente en que está, o no domina bien el lenguaje y no es capaz de decir lo que realmente desea, sin quedar aprisionado o distorsionado por la sutil presión de ese ambiente, o por las exigencias de la gramática y de la sintaxis.

Esto implica que el Caballero no actúa atendiendo solamente a lo que a él le interesa, aunque sea algo muy bueno de suyo, sino que está atento a lo que quiere aquella persona con la que convive. Con otras palabras, el Caballero percibe en las personas a las que trata la inclinación interna de ellas, las finalidades, las aficiones, los gustos, y les abre cauce para que puedan realizarse sin dificultades ni rémoras.

El Caballero hace que la persona se sienta verdaderamente "en compañía". Esto no es solamente estar en presencia de alguien. La verdadera compañía "humana" acrecienta la energía vital de las personas, las hace más vivas, hace que surjan de ellas las energías vitales más verdaderas, saca de las personas lo mejor que tienen. Esto tiene que ver con lo que se dice antes sobre ayudar a que las personas alcancen lo que realmente quieren. "Lo que realmente queremos" no es siempre lo que deseamos inmediatamente, pues en ocasiones deseamos algo que en el fondo no queremos, porque lo deseamos no con lo mejor que hay en nosotros. Cuando se dice que el Caballero saca lo mejor que hay en nosotros se alude a que nos hace disponernos según nuestras mejores inclinaciones. Esto no significa que trate de imponer "el bien" abstracto tal como él lo concibe según su idiosincrasia. El Caballero es quien detecta las inclinaciones de fondo que hay en nuestro corazón y nos ayuda a actuar según nuestro modo de ser.

No se trata simplemente de ser una ayuda neutral. En esto su acción se distingue de la mera dirección asistida. Cuando se atiende a las inclinaciones de los demás, se sabe ayudar a lo que realmente quieren, pero sin imponer el bien desde fuera, sino haciendo que brote lo más auténtico y profundo de cada uno. El Caballero es alguien que saca lo mejor que hay en la persona a la que trata.

"Su ayuda se podría comparar a la de aquellas cosas que se denominan comodidades o facilidades para las disposiciones de naturaleza personal; algo así como una butaca o un buen fuego, que tienen su papel a la hora de superar el frío o el cansancio, aunque la naturaleza proporcione, también sin ellos, tanto medios para descansar como calor animal".

La ayuda que proporciona el Caballero es "discreta". No se hace imprescindible, no se nota demasiado. Esta ayuda se experimenta como algo natural y nada violento. Su presencia no es dominante ni agobiante. Es grata y sencilla, y hace que nos sintamos posesores de nuestros actos sin tener que remitirnos demasiado a él. Por eso, el caballero no es una persona demasiado explícitamente presente. Quizá se podría decir que se le echa en falta no inmediatamente, sino más bien a la larga. Es como el aire o el fuego que no se notan mucho cuando están haciéndonos el bien, pero sí se notan cuando faltan.

"De manera análoga, el verdadero caballero evita todo aquello que podría causar perturbación o inquietud en el ánimo de aquellos con los que le ha tocado compartir la suerte; evita siempre los conflictos de opiniones o de sentimientos, las reservas, las desconfianzas, los comentarios negativos o amargos, el resentimiento".

La presencia del Caballero en un diálogo se caracteriza ante todo porque no tiene un carácter polémico. Su conversación es serena y, al mismo tiempo, inspira serenidad porque sabe evitar las referencias a asuntos molestos, y porque se expresa siempre de modo que quien dialoga con él se siente cercano, nunca enfrentado o reclamado de tomar partido por él.

El diálogo habitual no se compone de meras afirmaciones o frases en las que se transmite una determinada información que ha de ser afirmada y defendida. En el diálogo personal ciertamente se dicen cosas, se transmiten informaciones, pero el tono no es primariamente "informático" y, por eso, no necesita ser enfático, sino que las mutuas intervenciones están llenas de comentarios, opiniones, que se aceptan en un clima de comprensión mutua, de atención y de serenidad.

A veces se habla de modo que parece que se reclama tomar partido a favor, como si cualquier asunto, por trivial que sea, proporcionara la ocasión de establecer "bandos". Esto no es nada extraño. Hay personas que hablan del tema que sea de una forma autoritaria, como imponiéndose. En algunas ocasiones, aunque sea para alabar a los demás, hablan desde una postura de seguridad en su juicio que generalmente se percibe, al menos implícitamente, como molesta, como no dejando espacio para que alguien pueda pensar, sin hacerse violencia, de forma distinta. El tema de conversación más trivial es ocasión para que algunos casi exijan que se polemice con ellos, sea sobre la exactitud de su reloj, la calidad superior del libro del que se muestran partidarios, o la fecha de la batalla de Arbelas.

Al mismo tiempo, cuando se ve en situaciones de este tipo, el Caballero sabe serenar el ánimo y llevar a conversación por el camino de la confianza. En pocas palabras, su conversación no es nunca como una polémica en la que alguien tenga forzosamente que salir como "el que llevaba razón", sino la unión armónica de dos personas que hablan complementándose y enriqueciéndose mutuamente.

El Caballero percibe, lógicamente, muchas cosas que no son de su agrado, actitudes que le parecen incorrectas, opiniones con las que no está en pleno acuerdo, o incluso modos de hacer que no le parecen completamente adecuados, pero no manifiesta su discordancia si no es absolutamente necesario. Y cuando lo hace, no corrige desde fuera, ni crea situaciones tensas.

Tiene en más a la persona que a la verdad abstracta. Hay gentes que parece que tienen más interés por la verdad, o por la corrección, que por las personas concretas, mostrando así que no entienden realmente dónde está la verdad, pues efectivamente la verdad está más en la persona viva que en la "teoría" o en la "ortodoxia". Quien corrige o "puntualiza" con frecuencia a los demás, o le hace considerar los aspectos negativos de su acción, o matiza constantemente sus opiniones, parece que está más ocupado en mostrar que el otro no ha considerado todos los aspectos de la realidad, cosa que es obvia y que siempre se puede hacer. Nosotros no podemos hacernos cargo de todo, y cuando se nos recuerda se introducen inquietudes gratuitas e innecesarias.

Esto hace que la conversación con algunas personas sea siempre "partidista", mientras que el Caballero favorece con naturalidad y serenamente que cada cual exponga sus opiniones o comentarios sin temor a ser reprochado por cualquier defecto o a que no se le deje "pasar una". En las conversaciones y en el trato entre las personas, siempre se puede considerar el aspecto de verdad que está exponiendo el que habla, sin que sea necesario poner de relieve las limitaciones de sus planteamientos.

En el trato ordinario, el Caballero sabe situarse en la perspectiva del otro, y acogerla en lo que tiene de positivo. Esto crea un ámbito de confianza y de seguridad que es vital para poder vivir una vida "ordinaria", doméstica, serena, sin tener que tensar la propia alma para responder a todas las objeciones que constantemente se podría hacer, ni pedir razones excesivamente rigurosas para justificar cada paso que damos, especialmente cuando estos pasos no responden tanto a principios básicos, sino a cuestiones de carácter o de temperamento, que no se pueden justificar plenamente con razones.

Lo contrario de esta actitud es la de quien ante lo más nimio muestra reservas, pide explicaciones y reclama ser convencido por quien habla. En los debates políticos se advierte muchas veces que la más tenue afirmación de uno es respondida críticamente por el del partido contrario, que se empeña en mostrar que no ha sido plenamente coherente, que sus razonamientos no son concluyentes y que pueden contradecirse.

La vida ordinaria nos pone frecuentemente en situaciones que no son "justificables" de inmediato, porque son el fruto de resoluciones espontáneas, no excesivamente pensadas. Sería agotador tener que dar cuenta cabal de cada una de nuestras acciones diarias o de nuestros modos de hacer, o de nuestras preferencias. Esto es particularmente importante en el ámbito de la vida íntima familiar, y más aún en el ámbito de la relación amorosa. Ahí la norma no es solamente lo correcto universal, sino el modo de ser de cada una de las personas, y puede no ser fácil tener suficientemente en cuenta el modo de ser del otro, sus estados de ánimo, y respetarlos y favorecerlos relativizando la propia perspectiva.

El Caballero está, podría decirse, siempre a favor de quien actúa, y mira su acción por el lado más positivo. Esto significa que no es susceptible, ni descubre motivos menos limpios, ni se da por ofendido por actuaciones que quizá no son la que más le agradarían.

Esto es esencial para la vida de las personas que deben estar necesariamente muy cerca unas de otras. Si se vive así, la vida es dulce y la compañía es una bendición. Pero si toma cuerpo la actitud de distanciamiento, se crean por razones nimias una tensiones que pueden llegar a impedir que la persona pueda sentirse "en casa".

Siempre se debe recordar que querer de verdad a una persona no es tanto, o al menos, no es solamente, sentir una gran atracción por ella, sino afirmarla en su realidad personal, "dejar1a ser" como ella es. Si prevalece el protagonismo del sentimiento subjetivo, en realidad no se quiere a esa persona, sólo se la desea como medio de la propia satisfacción afectiva.

Hay un aspecto que es evidentemente secundario pero que expresa también que el trato es respetuoso. Me refiero a las "bromas". Todos sabemos que hay bromas que tienen un carácter negativo, y otras que tienen tono positivo. Quien ante una equivocación de una persona de confianza, le dice que "no aciertas una", seguramente no lo hace para ofenderle, pero cuando esto se nos dice a nosotros experimentamos un cierto desagrado. A todos nos gustan más los comentarios que, aunque sean en tono de broma, tienen carácter positivo, como, por ejemplo, cuando alguien nos dice "cantas tan bien que podrías grabar un disco", aunque sea evidente que eso es una exageración. Las bromas negativas además suelen ser la manifestación de que quien las hace se sitúa por encima del otro. No es raro que quien hace bromas negativas que son recibidas con desagrado, se queje de que el destinatario de esas bromas no haya sabido soportarlas bien. Son personas que tienden a echar la culpa de toda dificultad al otro. Incluso cuando detectan que una relación humana de amistad se va deteriorando, tienden a culpar al otro, sin considerar que quizá han sido ellos mismos los que han fomentado ese deterioro.

Es propio de la persona que no sólo "quiere", sino que además "respeta", el hacer comentarios siempre positivos sobre la actuación de su prójimo. Esta forma de conducta en el trato con los demás es signo de que el cariño no es tosco, sino que tiene como base natural el respeto. El Caballero es una persona que antes de querer, respeta. Su afecto tiene el presupuesto del respeto. Por eso es un afecto delicado y seguro.

"Su gran tarea es hacer que cada uno se encuentre a gusto, corno en su casa".

"En casa" es una manera de significar aquel ámbito en el que la vida transcurre en confianza, donde uno es mirado siempre de manera positiva, donde no tiene que defenderse, ni siquiera de los propios defectos. "En casa" estamos cuando nos acompañan las personas que amamos y que nos aman sobre una base de delicadeza y de respeto. La casa es como un reflejo del ámbito en que Dios ha querido que transcurra nuestra existencia, y Dios "deja ser", no se impone, sino que concede a cada uno libertad incluso para olvidarse en muchos momentos de Él, mientras se ocupa en cosa de menor cuantía.

Cuando una persona se siente "en casa" su acción se desarrolla sin las trabas que a veces impone el trato con otras personas. No es que "en casa" estemos solos, pero se supone que las personas que allí nos acompañan no nos ponen trabas, sino que, al contrario, facilitan la acción. Esto es muy importante en la educación de las personas para la convivencia, y más aún, para la intimidad personal que supone el matrimonio. En efecto, en el matrimonio la convivencia tiene una intimidad que no es sólo "persona!", sino también corporal. Esa convivencia reclama una capacidad de adaptación grande a los modos de ser y a las circunstancias temperamentales del cónyuge.

Quienes viven juntos han de compartir el mismo ámbito y el mismo ritmo de vida, y se influyen mutuamente en los estados de ánimo. Esto implica que es posible que haya circunstancias que a uno le interesen mucho, o le pongan tenso, mientras que al otro le dejan más o menos indiferente. Entonces el amor bueno debe llevar a tratar de buscar la adaptación suave, que está tan lejos del mero sometimiento como del afán de imposición o de la indiferencia. Gran parte de las dificultades que surgen en la convivencia conyugal y, en general, en la convivencia domestica ordinaria, no procede tanto de la discrepancia sobre los grandes principios, cuando del hecho de que uno no sea sensible a los ritmos del otro, o de que trate inconscientemente de imponer sus estados de ánimo, sus preocupaciones. La convivencia es una delicia, y las personas se sientes verdaderamente "en casa" cuando sus prisas son comprendidas y no sólo calificadas de absurdas, cuando su estado de ánimo no se ve avasallado por la imposición del estado de ánimo del otro, que quizá tiene más carácter, o es de temperamento más enérgico. Dos personas que están verdaderamente enamoradas, pueden sentir reacciones muy diversas ante los mismo problemas, sin que por ello ninguna de esas reacciones sea absurda. Aquí la cualidad humana de la comprensión y el respeto, es un complemente indispensable del amor que sienten. Sin este respeto y comprensión, el amor más intenso puede resultar deteriorado.

"No olvida nunca la condición de cada uno, y así es amable con el tímido, gentil con el distante y comprensivo con el que podría parecer ridículo".

Tener presente la condición de cada uno es considerar el modo de ser de los demás, y, en concreto, que todos tenemos peculiaridades temperamentales, que hay cosas que a uno le ponen especialmente nervioso, o tenso, o alegre, y que estas reacciones dependen de factores que no siempre son controlables o que incluso forman parte del propio temperamento. El Caballero es alguien que inspira confianza al que tiende a la inseguridad o a la timidez. Todos sabemos que hay presencias que nos ponen violentos, que hay personas que sienten "miedo escénico", o cosas por el estilo, que tienen falta de soltura para hablar con desconocidos, o que son temperamentalmente tímidos. Todas estas cosas son poco racionales en sentido estricto, y dificultan el despliegue de la acción verdaderamente "libre". Es un gran bien encontrar alguien que crea un ámbito de cercanía y facilita la relación personal. El Caballero sabe adaptarse a la condición de cada uno, disolviendo la costra que puede crear la diferencia de carácter, sin dejarse llevar por la posible repugnancia que tienden a inducir los defectos del modo de ser de cada uno.

"Sabe siempre con quien está hablando, evita hacer alusiones fuera de lugar o esgrimir argumentos ad hominem o que pudieran resultar molestos".

El Caballero hace de esas cualidades una disposición estable en su trato con los demás. Por eso argumenta de manera que quien le escucha pueda entrar con facilidad en la conversación, sin aludir a asuntos que le sean molestos o dolorosos. Especialmente es manifestación de esta delicadeza el evitar intrusiones en la persona del otro, que serían falta de respeto. En la conversación doméstica es muy importante no aludir a las palabras del otro adjudicándole intenciones malas, cuando quizá sólo ha habido inconsideración o la presencia que otros factores que no escapan a la atención de quien se queja.

Los argumentos ad hominem suponen un apartarse de las razones que se presentan, y referirse a las condiciones personales subjetivas de quien escucha. Siempre es una falta de delicadeza y de respeto hacer alusión a los defectos morales de alguien para descalificar sus razonamientos. Quien para descalificar los escritos de Platón recuerda que probablemente era homosexual, muestra que tiene en poco la fuerza del razonamiento. Cuando esto se hace de manera directa en el trato personal, se maltrata a las personas.

"Rara vez es él mismo el tema de conversación, y nunca se hace pesado".

La muestra de que el Caballero tiene presente a los demás, es que él mismo no aparece como tema explícito de la conversación. Quien hace muchas referencias a su estado de ánimo, o a sus penas, o a las dificultades que tiene que afrontar, muestra que está muy en el centro de su propio mundo y que, por eso mismo, tiene poca capacidad para el diálogo verdaderamente humano.

Por eso es también muy propio del Caballero el no insistir demasiado en sus propios argumentos o en sus opiniones, sino el tener en cuenta que la atención que los demás pueden dedicarle es razonablemente limitada. Se da cuenta de que lo que para él quizá tiene mucha importancia, puede ser menos importante para los demás, y eso no le amarga, sino que lo acepta como manifestación de la condición natural del hombre. El Caballero no agota los argumentos, ni exige de los demás una atención desmesurada. Por eso dice Newman que no se hace pesado: enseguida detecta que está exigiendo demasiado de la atención de los demás. Sabe que aún entre las personas más queridas se puede llegar a pedir demasiado. Los esposos han de tener presente que a veces el cónyuge tiene sueño, o que no tiene la cabeza para determinadas razones, o el estado de ánimo para ciertos problemas. Pretender ser comprendido inmediatamente y en toda la profundidad, es tener presente sólo la propia persona y muy poco a la persona del otro.

Un aspecto relacionado con el respeto a los demás es el que se refiere al cuidado para no invadir su vida de manera desconsiderada, lo cual se hace muchas veces a través de las llamadas telefónicas. No es raro que se llame a otra persona y parezca que se siente con derecho a disponer de su tiempo, sin tener en cuenta que quizá esa persona estaba ocupada, o tenía prisa, o estaba atendiendo a otro. Cuando se llama a otro por el teléfono habría que comenzar siempre preguntando si se tiene tiempo para atenderle.

Estas consideraciones habría que tenerlas más presentes aún cuando se trata de visitar físicamente a otro en su casa. Salvo en caso de confianza íntima nunca se debería entrar en el hogar de otra persona sin anunciar previamente la visita. Y, por supuesto, habría que cuidar no apoderarse del tiempo de la persona visitada hasta el punto de dificultar el que pueda cumplir sus planes personales. Además hay que tener en cuenta que entrar en el hogar de otra persona es acceder a un ámbito de intimidad que debe ser tratado con suma delicadeza: allí se puede ver el gusto que tiene, los libros que lee, las cosas que usa, la riqueza o pobreza de que dispone, etc. Todo lo cual debe ser tratado con el respeto debido a quien nos ha abierto esa parcela de su intimidad. Es propio del respeto el acceder a los ámbitos de intimidad con delicadeza, sin dar la impresión de invadir desconsideradamente lo ajeno. Por eso, estas observaciones se pueden aplicar a todos aquellos casos en que uno se acerca a la intimidad del otro, sea su casa, o la mesa de trabajo, o los libros que lleva bajo el brazo. En todas estas ocasiones será muestra de respeto el no inquirir sobre detalles, o no mirar lo que no se nos comunica directamente. En pocas palabras, la persona educada no es "curiosa" con las cosas de los demás.

"Da poca importancia a los favores que hace y aunque da, parece más bien recibir".

El Caballero es especialmente elegante a la hora de hacer favores. No subraya con insistencia lo que él ha hecho, o las gestiones que ha debido realizar para ayudar al otro, porque su "realismo" le hace más sensible a la necesidad ajena que a la solicitud propia. Esto ha de cuidarse con especial atención porque la tendencia de la persona que se tiene a sí mismo en el centro, puede ser aludir a lo que ha dado o a su disposición a ayudar con una insistencia que, de hecho, muestra que se tiene a sí mismo más presente incluso cuando hace esos favores. Quien cuando hace un favor repite una y otra vez que sigue a disposición para lo que sea, aunque le cueste, manifiesta que siente y subraya más lo que él hace que la alegría del favorecido. Por eso lo elegante del Caballero es que apenas hace alusión a su esfuerzo por ayudar, o a la ayuda efectiva.

"No habla de sí mismo salvo cuando se ve forzado a ello, no se defiende nunca de las acusaciones recurriendo a retorcer sin más lo que le han dicho, no presta atención a las calumnias o a los chismes, es escrupuloso a la hora de atribuir malas intenciones a aquellos que se le oponen, e interpreta todo por su lado más positivo".

De nuevo repite Newman que el Caballero advierte que es poco elegante, porque es poco humano, hacer alusiones a sí mismo. Estas alusiones serían manifestación de que quien habla está en el centro de su propia vida, lo cual sería muestra de que su vida es poco "humana", pues lo propio de lo humano, en contraposición a la mera "vida" animal, es precisamente el superar la "centralidad" de su propia posición.

Cuando una persona sabe ponerse en el lugar de los demás, es cuando su vida tiene más consistencia, y por eso sabe que es poco vulnerable a las críticas mezquinas. Quien se empeña en defenderse de esas críticas miserables, manifiesta que le afectan más de lo que es razonable, por eso la respuesta suele ser crispada y echa mano de cualquier argumento, aunque sea retorciendo artificiosamente lo que le han dicho. Además sabe que esas críticas muchas veces proceden de inconsideración o ligereza, y no a una especial mala voluntad. Más aún, el Caballero cuenta con que las personas, a pesar de la debilidad de la condición humana, no suelen tener intenciones aviesas. En cualquier caso él tiene una mirada limpia y prefiere engañarse una vez, que cultivar una desconfianza sistemática.

Por otra parte, la nobleza de alma lleva siempre a considerar las cosas por el lado más positivo, que ciertamente existe y puede encontrarse con cierta facilidad. Cuando está en la posición del profesor, se presenta con frecuencia la situación de recibir objeciones más o menos difíciles. El profesor tiene casi siempre la capacidad de ridiculizar las objeciones de sus alumnos, los cuales, por su menor preparación, suelen presentar las objeciones de forma bastante imperfecta. Es propio del profesor respetuoso acoger las objeciones y, si son consistentes, reformularlas de manera más rigurosa. Y esto aunque no pueda darles una respuesta definitiva o apodíctica.

"En la discusión no es nunca mezquino, ni se toma jamás ventajas desleales. No confunde nunca las críticas malévolas o las frases hirientes con auténticas argumentaciones, y no insinúa nunca lo que no es capaz de decir abiertamente".

Las conversaciones y los debates sobre opiniones diversas son un ámbito en el que se pone a prueba la calidad de la mente de las personas. En principio quien participa en una discusión honesta debe estar dispuesto a ser convencido, de manera que, si "pierde", no se sienta derrotado, sino enriquecido por nuevos conocimientos. Sin embargo, quien entra en la discusión sólo con el propósito de derrotar a su oponente, fácilmente echará mano de cualquier arma para conseguir su objetivo. Si hay personas que lo contemplan advertirán la falta de honestidad al recurrir a argumentos o frases que pueden herir el ánimo del otro ya que no puede rebatir sus razones. Sabemos bien que hay recursos dialécticos que miran más a minar el estado de ánimo de la persona que a aclarar las cuestiones. En muchos debates públicos, políticos o televisivos, hay quienes comienzan con un ataque violento a la persona en algo de lo que es particularmente sensible, para debilitarle el ánimo y que su mente se abrume y se oscurezca.

Tampoco es nada elegante insinuar algo que no se manifiesta con claridad. "Yo lo sé pero no lo quiero decir" es una frase implícita en algunas de esas actitudes. Hay personas que hablan desde una cierta actitud de superioridad que suponen implícita en su mayor información.

"Con una prudente amplitud de miras, observa la máxima de sabio clásico, de que deberíamos comportamos siempre respecto de nuestros adversarios como si un día hubieran de llegar a ser nuestros amigos".

Esta es una de las características más encantadoras de quien entra en una discusión sin deseos de destruir al oponente, sino con un sentido vivo de respeto siempre a su persona. El criterio de pensar que quizá esa persona con la que discutimos acabará siendo un amigo, ayuda a mantener la discusión en el ámbito de lo razonable, sin que la diferencia de opiniones tenga que implicar una animadversión personal. Siempre se debería discutir de manera que la divergencia de opiniones no destruyera las amistades. Incluso en el nivel de la pugna material se reconocía clásicamente la categoría del "iustus hostes", el contrincante justo. La caridad no prohíbe tener adversarios y combatirlos: prohíbe odiarlos.

"Tiene demasiado buen sentido como para sentirse ofendido por insultos, está demasiado ocupado para recordar los errores, y tiene demasiada mansedumbre como para guardar rencor".

El Caballero cuida que las posibles pugnas que necesariamente hay en la vida no le amarguen el corazón. El mayor daño que otra persona puede hacerle no es perjudicarle en un asunto o vencer en una discusión, que son daños que quedan "fuera", sino llenarle el corazón de amargura, porque entonces se impide que la persona pueda querer con limpieza. Por eso procura que no tome cuerpo en él la reacción del amor propio, que le llevaría a sentirse ofendido, o a guardar resentimiento o rencor ante actitudes ajenas que seguramente son más superficiales de lo que el propio orgullo suele insinuar. Por eso no pide a los -demás una consideración excesiva con él, ni da más importancia- a lo negativo de lo que realmente tiene.

"Es paciente, tolerante y resignado en base a principios filosóficos: se somete al dolor porque es inevitable, al duelo porque no se puede remediar, y a la muerte porque tal es su destino".

La resignación a que hace alusión Newman es algo más profundo y más humano que una especie de pasividad negativa. Es aceptación de la realidad, la cual no se acomoda a nuestros caprichos o deseos. La rebeldía o el malhumor ante las contrariedades o incluso las desgracias de la vida no es muestra de vitalidad, sino de una actitud interior que pretende configurar al mundo al propio gusto. Esto es señal de que la persona es poco realista, y de que ve el mundo a través del filtro de sus puros intereses.

El enorme poder que la técnica ha puesto en manos del hombre. hace que actualmente pueda vencer buena parte de las resistencias que el mundo, la realidad, las personas, la naturaleza ponen ante la vida: actualmente disponemos de analgésicos que nos permiten evitar el dolor, de coches rápidos que no permiten casi eludir las distancias, acondicionadores de aire que nos permiten casi vivir independientemente de las condiciones climatológicas. Todo esto hace que el hombre sienta actualmente el choque con la realidad con menos intensidad que en otras épocas, en las que tenía una dependencia más evidente de las realidades externas y pueda insinuarse en su interior un deseo de configurar el mundo a su gusto. Todo esto parece haber exaltado al hombre, pero esta situación incluye el riesgo de dejar al hombre sin el apoyo que esa realidad "dura" ofrece al mismo hombre en el caso de la debilidad. Quien no se experimenta en aceptar la realidad de los demás y de la naturaleza, queda de hecho con poco apoyo en el momento del quebranto: si no se sabe contar con la realidad cuando ésta es dura y condicionante, tampoco podrá contar con ella cuando esté necesitado de sostén, y así no es infrecuente ver personas que se hunden en sus penas porque están como encerradas en su subjetividad y presas de sus sentimientos y de sus estados de ánimo, sin poder experimentar el consuelo de la ayuda de los amigos. Se entiende bien que quien pretende imponer su estado de ánimo al ambiente en el que está y a las personas con las que convive en vez de adecuarse a la situación ajena, tampoco podrá salir del pozo de su pena y recibir ánimo de quien le ofrece consuelo y alegría.

"Si se ve implicado en cualquier tipo de polémica, su mente disciplinada lo salva de la grosera descortesía de mentes quizá mejores, pero menos educadas las cuales, como cuchillos romos, rompen y desgarran en vez de cortar limpio, no captan el meollo de la cuestión, dispersan las propias energías en cuestiones accidentales, no se hacen cargo de las razones del adversario y acaban dejando la cuestión más confusa de lo que la encontraron".

Este párrafo es una descripción concisa de lo que sucede cuando se pierde la visión de conjunto, y la mente queda encerrada en una perspectiva corta. Newman contrapone la "mente disciplinada" frente a la "grosera descortesía". Y el criterio no es el grado de inteligencia, sino la capacidad para tratar los asuntos en su medida justa. Se nos dice que puede haber una inteligencia no pequeña, pero que sin embargo adolezca de estrechez y de falta de perspectiva. Entonces las cuestiones son tratadas en sus detalles angostos, sin alcanzar el conjunto que es lo realmente significativo. En muchas discusiones no se alcanza ningún resultado porque la mirada de los que hablan quedan presas en los detalles y se frenan en discusiones minuciosas, y no dan a cada aspecto del problema la importancia que tiene en el conjunto. Por eso, al final, las cuestiones sobre las que se ha tratado no se aclaran, sino que quedan más enredadas de lo que estaban al principio.

Esto se advierte muy claramente cuando alguien describe una situación: hay una gran diferencia entre dar muchos detalles sin captar la esencia de lo que realmente ha pasado, y dar cuenta cabal de lo que ha sucedido aunque no se den demasiados detalles. Es como en las biografías de las que se dice que tienen mucha documentación y muchos datos, pero "pierden" al personaje. La abundancia de datos no garantiza por sí misma la justeza de la visión.

En las discusiones sobre temas intelectualmente complejos es muy importante mantener la visión de aquello que se trata de dilucidar, "sin que los árboles impidan ver el bosque". Yeso no es cuestión de estricta capacidad intelectual sino de educación de la inteligencia en las virtudes de la disciplina y de la sobriedad intelectual.

Podría decirse que, en general, la calidad de la inteligencia de las personas no se debe medir simplemente por su capacidad abstracta, sino que se debe considerar como de gran importancia la capacidad de mantener la perspectiva adecuada, de dar con el tono apropiado para las personas con las que se discute, para la cuestión sobre la que se trata y para la situación en que se está.

"Sus razones pueden ser acertadas o equivocadas, pero tiene las ideas demasiado claras para ser in justo".

Esta observación vuelve sobre la idea de que el Caballero no es necesariamente una persona de inteligencia superior. Su calidad personal no se apoya en una tal superioridad, sino en que usa de su inteligencia de manera verdaderamente personal, es decir, al servicio de las relaciones personales. El Caballero tiene en más la calidad de sus relaciones personales que el uso presuntamente superior de su inteligencia. Por eso, cuando se ve superado por los razonamientos ajenos no recurre a la ironía ni a la injusticia para evitar se sensación subjetiva de haber sido desairado.

Además, el Caballero es consciente de que su inteligencia o sus razonamientos quizá no sean definitivos o más profundos que los de los demás, pero no recurre a argucias injustas. Trata a los demás teniendo en cuenta que quizá sean superiores a él en inteligencia y en corazón, y que probablemente vean las cosas con más claridad que él. Pero eso no lo paraliza ni le amarga. Sobre todo le evita caer en recursos poco nobles.

Por eso, el Caballero no reclama adhesión a su postura recurriendo a razones que no son del caso, como la amistad u otro tipo de vínculos, ni toma como afrentas personales el hecho de discrepar sobre los asuntos que están sometidos a discusión.

"Es al mismo tiempo sencillo y enérgico, conciso y decidido".

Las inevitables limitaciones intelectuales que el Caballero reconoce en sí mismo, como en todas las personas, no son una excusa para retraerse de la acción. Sabe que "ars longa, vita brevis", que si hubiéramos de esperar a tener un conocimiento plenamente seguro de todo lo que nos traemos entre manos para poder actuar, no lo haríamos nunca y quedaríamos paralizados enseguida.

La sencillez del Caballero es equilibrio para actuar después de tener un "razonable" conocimiento de las personas y de las situaciones. La conciencia de la limitación propia no lo hace remiso ni inseguro en sus decisiones. Quien se frena por no poder alcanzar un conocimiento completamente seguro muestra que es una persona inmadura, poco realista, y probablemente demasiado temerosa de equivocarse. La decisión de la persona madura no es inconsciencia porque está dispuesto a rectificar, sin sentirse demasiado "humillado" por equivocarse algunas veces.

Decía Tomás de Aquino que "la libertad es la capacidad de dar por terminado un proceso deliberativo". La consideración de los factores que influyen en nuestras decisiones no debe ser una búsqueda crispada de un seguro de no equivocamos.

"Es difícil encontrar en otro lugar tanta imparcialidad, respeto e indulgencia porque verdaderamente se pone en el lugar de su adversario y procura dar cuenta de sus errores desde dentro".

Esta observación, como las anteriores, deberían enseñarse en los ámbitos de formación intelectual como muestra de auténtico amor a la verdad, por encima del deseo de preeminencia personal. En muchos debates universitarios se observa una auténtica dificultad por parte de las personas para salir del ámbito de la propia perspectiva o de los enfoques de los propios estudios para comprender los discursos ajenos. Pero ésta es una de las características del diálogo verdaderamente humano: el que escucha no se debe limitar a acoger una información que le llega desde fuera, sino que ha de tratar de ponerse en la mente del que le habla, y hacerse cargo de la fuerza que las razones tienen para él. Ésta es la única forma de mantener un diálogo real y no un mero intercambio físico de afirmaciones más o menos enfrentadas.

El Caballero da por supuesto que el que le habla considera que sus razones son consistentes, es decir, que no es un engañador ni un embaucador. Por eso evitará siempre los juicio violentamente "descalificativos". Si ha de discrepar procurará hacerlo desde dentro del ámbito del razonamiento de su adversario, y entonces éste podrá acoger esa crítica con serenidad, sin tener que conceder demasiado, ni reconocerse necio ni incoherente. En algunos debates intelectuales de altura se advierte claramente cuando las críticas son acogidas por quien las recibe, y cuándo no son acogidas porque han sido formuladas de manera tosca e hiriente.

"Conoce tanto la fuerza como la debilidad de la razón humana, el campo que le es propio y los límites de este campo".

Ésta es uno de los conocimientos más importante que debemos adquirir: el de los límites de la razón humana, y el de sus ámbitos propios. Al comienzo de su "Ética a Nicómaco" Aristóteles dice que hay que saber qué tipo de rigor intelectual compete a cada asunto, a cada ciencia, o a cada ámbito de la acción humana. Esto supone tener en cuenta que hay ámbitos en los que debe contar y de hecho cuentan, más que las razones, los sentimientos, y que hay cosas que no se pueden demostrar de modo matemático.

Los límites de la razón humana consisten en buena parte en el hecho de que los hombres no somos seres puramente espirituales, y que nuestro conocimiento no puede ser puramente racional. El hombre más riguroso debe confiar en los demás, es decir, ha de tener una fe humana. Además no se debería pasar por alto el hecho de que -en nuestra aceptación de las razones y del pensamiento ajeno cuentan mucho factores que no son estrictamente racionales. Por ejemplo, entre los filósofos hay preferencias por unos sistemas u otros, y esas preferencias no pueden ser rigurosamente demostrables: quien es hegeliano no puede dar una demostración exacta y rigurosamente irrebatible de porqué prefiere a Hegel frente a, por ejemplo, Kant. Su preferencia tiene algo de inclinación intuitiva, o de "gusto" intelectual, de fe humana. Esa preferencia intelectual puede ser "razonable", pero que no puede ser completamente demostrada racionalmente.

El Caballero sabe de estos límites de la razón humana, pero no por ello cae en el desencanto o en la desconfianza completa o en escepticismo: simplemente sabe que aunque la fuerza de la razón sea grande, no es algo absoluto. Esto es lo que lo dispone para adoptar una posición respetuosa respecto de la religión. El Caballero, aunque él personalmente no tenga fe, no desprecia la religión. Sabe que la oposición entre la razón y la fe, es ficticia, y que el racionalismo absoluto es abstracto e inconsecuente.

"Si no tiene fe, será demasiado profundo y de mentalidad demasiado amplia como para pretender ridiculizar la religión o actuar en contra de ella".

El respeto a la religión es calificado de signo de "profundidad" y de "amplitud de mente". Esto significa que el desprecio de la religión es señal de "superficialidad" y de "estrechez de mente". En estas frases tan concisas se encuentran observaciones de gran importancia.

El Caballero sabe que aunque la fe en una presunta revelación sobrenatural, no sea algo que se encuentre en los límites estrictos de la racionalidad, sin embargo es ciertamente "razonable". Quien confiesa tener fe no es, por eso mismo, una persona irracional, ni oscurantista, ni reprimido, ni cavernícola, ni retrógrado. Cuando el Caballero no tiene fe, reconoce que tener fe no es un mal que haya que combatir, aunque quizá vea que algunos hombres hayan actuado mal en nombre de la fe. Sabe que en la fe religiosa hay valores estrictamente humanos de gran importancia, y que sería un despropósito actuar en su contra.

"Es demasiado sabio como para ser dogmático o fanático de su incredulidad. Respeta la piedad y la devoción".

La postura del Caballero no creyente es suficientemente "sabia" como para no ser un fanático de la incredulidad. Esto se advierte en algunas personas de cierta clase humana, pero que no tiene fe, cuando afirman que más que "ateos", son "agnósticos", es decir, no afirman positivamente que Dios no existe, sino que no tienen la fe en la revelación sobrenatural.

La actitud de los que combaten la religión, en la forma que sea, tiene seguramente algo de resentimiento, y muestra que detrás de esa actitud hay una especie de fanatismo implícito en la ciencia, o en el progreso, o en el apego a este vida. En esa actitud negativa, se vislumbra una falta de reconocimiento de valores y bienes humanos que son evidentes para el que quiere mirar con limpieza. No es difícil intuir que los que atacan a la religión de manera directa, suelen ser personas no buenas, con un fondo de amargura y negatividad que se muestra también en otros ámbitos de la vida.

"Incluso -contribuye a sostener instituciones en las que no cree porque las considera venerables, hermosas, o beneficiosas. Honra a los ministros de la religión y, cortésmente, se limita a no aceptar sus misterios, sin atacarlos o denunciarlos".

La religión, de manera particular la religión cristiana, no es una afirmación de lo sobrenatural a costa de la naturaleza. La vida religiosa de las personas y de los pueblos, está en la base de riquezas humanas incontables. La mayor parte del arte occidental, y quizá también de su desarrollo intelectual, científico y técnico, tiene una deuda directa con la fe cristiana y con la riqueza de sus misterios.

Actualmente se pretende presentar la fe solamente bajo la perspectiva de los defectos históricos de los cristianos. Esto supone una reducción de la mirada que seguramente no está libre de gregarismo, cuando no de malevolencia. Es un daño grave a las personas el predisponerlas en contra de la religión, como si tener fe o pertenecer a la Iglesia Católica o a alguna de sus instituciones, fuera necesariamente signo de falta de calidad humana. Hay ambientes intelectuales que no admiten que se haga ninguna referencia a los Evangelios o a los grandes maestros de la tradición cristiana, pero sí admiten con gusto que se citen los libros de la sabiduría oriental, o cualquier poeta o pensador incrédulo, y más si es explícitamente anticristiano. Incluso he advertido que se siente malestar ante las citas de los clásicos latinos, porque el latín suena a "cosa de curas". Se prefiere decir "avant la leerte" que decir "ante litteram".

"El Caballero sabe reconocer la belleza que la vida cristiana ha hecho nacer en la vida de los hombres y de los pueblos, y la grandeza de la santidad que ha brotado en el seno de la Iglesia, y la vinculación de esa belleza y de esa santidad con la realidad de la fe. Es amigo de la tolerancia religiosa, y esto no sólo porque su filosofía le ha enseñado a mirar con mirada imparcial todas las forma de fe, sino también por esa especie de delicadeza gentil en los sentimientos, que es propia de la civilización".

El Caballero es tolerante porque es comprensivo con las personas. Ciertamente advierte que algunos creyentes son cerriles, o pobres de planteamientos, o estrechos de mente, como sucede con todo tipo de personas. Pero no ve la religión ni sus instituciones desde la perspectiva de sus representantes menos afortunados, sino reconociendo sus figuras más ricas y egregias. El Caballero es comprensivo con la necesidad de seguridades en las cosas más importantes, que suele tener la mayoría de los seres humanos.

Dice Newman, en una frase encantadora, que es propio de la civilización una "cierta delicadeza gentil de sentimientos". Esta expresión traduce unas palabras que en inglés hacen referencia a lo femenino, corno si fuera propio de la civilización "feminizar" en cierto modo a los hombres. Evidentemente no se trata aquí de una apología de la homosexualidad o de la pérdida de la condición masculina. Más bien se afirma que la civilización conlleva un realce de los valores humanos que están particularmente presentes en la mitad de la humanidad representada por las mujeres. Esto puede sonar mal a oídos de quienes rechazan toda diferencia propiamente humana debida a la condición de varones o mujeres, pero me parece evidente que la común condición humana de las mujeres y de los varones se hace presente con matices diversos en unas o en otros. Los matices de la forma femenina del ser humano son subrayados cuando una cultura supera la unidimensionalidad virilocrática y permite una presencia efectiva de la mujer en su seno.

"No es que, aunque no sea cristiano, no pueda tener también él a su modo una religión".

El Caballero, cuando no tiene fe, es suficientemente profundo como para tener un cierto sistema que pueda expresar la dimensión de absoluto que se advierte en la vida humana y en el mundo. Aunque no sea creyente, el Caballero no es un tosco materialista que defienda que no somos más que corpúsculos que se combinan químicamente. Aunque fuera así, el Caballero no ignora la grandes cuestiones de la vida humana, ni las rechaza como alienaciones de ignorantes, sino que las reconoce y procura darles una respuesta más o menos consistente.

Por eso no extraño que el Caballero no creyente puede dar muestras de tener algo parecido a una religión. Sería difícil que una persona sensible y cultivada dejara totalmente baldía la dimensión humana de lo religioso. No es que la religión sea meramente la respuesta a una dimensión humana junto a las demás. No es solamente eso, pero eso también lo es, y el Caballero puede muy bien, aunque no tenga fe, ser sensible a esta dimensión humana. El escritor británico Robert Bolt, autor de obras tan conocidas como "Un hombre para la eternidad" o "La misión", se consideraba a sí mismo como un no creyente apasionado por lo religioso. La calidad de su sensibilidad en este campo la muestra la finura con que supo reflejar la dimensión religiosa en ésas y otras de sus obras.

"En este caso su religión es una religión de imaginación y de sentimiento; es la materialización de aquellas ideas de lo sublime, de lo majestuoso y de lo bello sin las que no podría haber una filosofía liberal".

Newman muestra en este párrafo el camino que suele seguir el Caballero no creyente para adoptar una cierta postura religiosa. Ese camino tiene como principio la sensibilidad para lo majestuoso, lo sublime o lo bello que se desarrollan en la educación liberal, es decir, en la educación propia de los hombres que se preparan para ejercitar su libertad al más alto nivel. La educación y la filosofía liberal a la que se refiere Newman en estas líneas son muy distintas de lo que suele denominarse liberalismo en nuestro mundo cultural. El sentido clásico del liberalismo es la visión del hombre como ser libre, no sometido a los determinismos de la materia o de la mera biología. La perspectiva materialista tiende de suyo a fomentar posturas intelectuales deterministas y a considerar la libertad como una mera apariencia. Para que surja y se desarrolle una idea adecuada de la grandeza de la libertad no se puede partir del presupuesto de que "en el fondo todo es materia", sino de la frase venerable "en el principio lo que está es la Palabra, es decir, el sentido, el significado, la mente, el espíritu y, por eso, la libertad". Si no se llega a tener fe en el Verbo, al menos el Caballero admite como su punto de partida la realidad de lo sublime, y de lo majestuoso, y de lo bello. Y en ese punto de partida, está ya el principio de una actitud afín a lo religioso.

"Alguna vez reconoce al ser divino, a veces reviste un principio o una cualidad desconocidos con los atributos de la perfección".

Es propio de la grandeza y de la apertura de mente, el reconocer un ser divino, es decir, se resiste a considerar que toda las verdaderas maravillas que hay en el mundo no sean más que sublimaciones de realidades puramente materiales, o a que todo lo que existe sea puramente fruto de unos procesos ciegos. Sócrates, que era un hombre pagano, fue llevado por la grandeza de su alma a afirmar decididamente la existencia de "otro mundo" en el que los desajustes y maldades de este mundo fueran reparados cumplidamente. Y todos los hombres de cierta nobleza han admirado la figura del gran ateniense. El Caballero sabe que las grandes aspiraciones que laten en el corazón humano no pueden ser un engaño, y por eso a veces intuye que debe haber un ser superior personal.

"y hace de esta deducción de su razón o creación de su fantasía, la ocasión de pensamientos tan excelentes, y el punto de partida de una doctrina articulada y sistemática, que casi parece un discípulo del mismo cristianismo".

La delicadeza de alma y de pensamiento son realmente propedéuticas para el encuentro con el cristianismo. "Anima naturaliter cristiana" decía Tertuliano.

"Debido a la misma precisión y seguridad de sus capacidades lógicas, es capaz de ver qué sentimientos son coherentes en aquellos que profesan una determinada doctrina religiosa, y parece a los demás que él sienta y crea un completo arco de verdades teológicas, que existe en su mente de un modo no diverso a como lo está un cierto número de deducciones".

El Caballero muestra la capacidad humana de detectar la coherencia de la conducta de los que se confiesan creyentes. No es que él tenga esa fe, pero tiene capacidad lógica suficiente para percibir la unidad intrínseca entre la diversas manifestaciones vitales de la fe. Por eso capta el fenómeno religioso con amplitud, y no aplica a la fe ciertas manifestaciones que son más bien propias de la debilidad humana o de las pasiones elementales. Cuando se escucha que la fe cristiana ha sido principio de empobrecimiento o de retraso en la mente de los hombres, podemos estar seguros de que no estamos en presencia de un Caballero, pues éste sabe distinguir, en base a la mera lógica humana, lo que es fruto de la fe y lo que tiene otras raíces.

Este modo de ver refleja una de las características más preciosas de la mente bien cultivada, que es la capacidad para entender las cosas en la unidad que realmente tienen, es decir, para percibir las relaciones reales que hay entre los diversos fenómenos de la vida. Puede haber mentes muy profundas, capaces de analizar un punto concreto aislado. Pero lo propio del Caballero es, como se ha dicho antes, el mantener la visión unitaria completa, no perder de vista en conjunto, saber siempre en qué punto del problema se encuentra la discusión. Para tener esta unidad de mirada, es necesaria esa fidelidad a las relaciones reales que hay entre los fenómenos, sin dejarse llevar por la precipitación o por el interés personal al adjudicar a las personas motivos que no tiene, o a la religión efectos que no le corresponden.

"Tales son algunos rasgos del carácter ético que será formado por la inteligencia cultivada, prescindiendo del principio religioso".

"Prescindiendo del principio religioso", es decir, que esta definición tan positiva no se presenta como fruto de la fe, sino como consecuencia del cultivo adecuado de lo mejor que hay en el hombre por su misma naturaleza. Podría parecer que la calidad humana del Caballero se identifica con las exigencias de la religión revelada. Pero no es así. Esta correspondencia tan asombrosa entre lo que nos pide la religión y lo que se presenta en este texto como ideal del Caballero, es sencillamente una muestra de que la gracia sobrenatural, está en concordancia con la naturaleza, y que la perfección de la naturaleza dentro de su propio ámbito, muestra una afinidad notable con la vida de la gracia.

"Este temple de carácter puede encontrarse dentro del ámbito de la Iglesia, o fuera de ella, en hombres santos o en hombres disolutos; forma parte del ideal más elevado del mundo, en parte pueden ser una ayuda y en parte pueden ser un obstáculo para el desarrollo de lo católico".

Es muy importante esta precisión final que hace Newman: la perfección propia del Caballero no es inmediatamente perfección espiritual o religiosa. Son dos cosas distintas. La perfección del Caballero está en el orden del desarrollo de la naturaleza humana según sus posibilidades propias, la perfección cristiana es fruto de la acción directa de Dios, y mira hacia la vida eterna. Es muy importante distinguir estos dos elementos para evitar confusiones en la manera de entender la vida cristiana, y especialmente para advertir los posibles equívocos que se esconden en la experiencia. La perfección cristiana mira a la salvación eterna, y la nobleza del Caballero se refiere al desarrollo de las perfecciones naturales del hombre en el seno de la comunidad humana. La primera corresponde a lo que los antiguos llamaban fin último perfecto, que era el fin trascendente de la contemplación eterna de Dios. La segunda se refiere a lo que los antiguos llamaban fin último imperfecto, que era terreno y caduco, pero que tenía efectivamente elementos para que se lo pudiera denominar acertadamente fin "último". Newman dice que "forma parte del ideal más elevado del mundo". Él mismo veía su vida según esta distinción. En la "Apología" habla de una época, entre 1835 y 1839, como la más feliz de su vida, aunque aún no había alcanzado el final de la historia de sus ideas religiosas. Y en una de sus cartas confiesa claramente que desde que es católico es un hombre triste, mientras que cuando vivía en Oriel College de Oxford era muy feliz. No identifica la alegría con la santidad. La felicidad tiene que ver con la actualización de las posibilidades humanas, la santidad se refiere a la unión con Dios, y es compatible con tener la dimensión natural de la propia humanidad es estado muy tosco.

La distinción entre los dos fines últimos del hombre es muy importante, no sólo teóricamente, sino, sobre todo, en la vida cristiana. Esto es así porque la relación con Dios tiene aspectos institucionales y visibles que inciden, a veces muy intensamente, en la dimensión de la felicidad terrena. Una persona que tiene un puesto in stitucion al relevante en la Iglesia, o en una institución religiosa, puede sentir una satisfacción que no es de suyo la alegría que brota directamente del amor a Dios, sino que procede de tener una situación en "esta vida" que supone desarrollo de las posibilidades terrenas, como son la consideración ajena, el trabajo gratificante, la experiencia de la propia eficacia, etc.

Cuando Newman escribió esta definición del Caballero había tenido ya el dolor de haber abandonado la situación humanamente satisfactoria de su vida en Oxford, por tener una relación con Dios en un ámbito más profundo: había sacrificado su situación institucional, y con ella, su alegría y su seguridad humanas, por su relación teologal. Hay personas que confunden, un poco precipitadamente, la alegría de la situación institucional que está en el orden del cumplimiento del fin último imperfecto, terreno, con la alegría de la adecuada disposición respecto del fin último perfecto y trascendente. En cualquier caso es siempre bueno distinguir, aunque no se deba separar absolutamente, lo que es la situación en el mundo, que incluye la situación en la institución religiosa, por una parte, y la verdadera relación teologal con Dios, por otra.

"Pueden corroborar la educación de un San Francisco de Sales o de un Cardenal Pole; pueden constituir los límites del horizonte mental de un Shaftesbury o de un Gibbon. San Basilio y Juliano fueron compañeros de estudios en la Academia de Atenas; y uno llegó a ser santo y doctor de la Iglesia, el otro su enemigo sarcástico e incansable" (The Idea of a University, VIII, 10).

Termina Newman proponiendo casos concretos en los que auténticos Caballeros han tenido conductas distintas respecto de la religión. Esto supone que a veces hay que reconocer excelencia humana en personas que no han sido teologalmente correctas. Por eso, cuando se trata de proponer modelos humanos, no se debe mirar solamente a la santidad de las personas, sino el aspecto de cumplimiento del fin último imperfecto que es el terreno y es el que aparece ante la mirada de los hombres. La excelencia humana no se identifica con la santidad.

Ciertamente, cuando la santidad es muy plena y auténtica "arrastra" aspectos de la excelencia terrena. Pero puede haber santos que humanamente se muestren con carencias importantes desde el punto de vista humano.

3. Advertencia final

El autor de este comentario no se considera, en absoluto, en posesión de las cualidades que aquí ha tratado de describir. Más bien siente que es la admiración que le provoca el descubrirlas en algunas personas excepcionales, lo que le hace percibir las con especial claridad. Lo único que reconoce en sí mismo, y con singular intensidad, es el gozo que experimenta cuando tiene la fortuna de descubrir que estas cualidades brillan en alguien que le es cercano y querido. A falta de las cualidades del Caballero, piensa que posee una gran riqueza, aunque sea de segundo grado, al poder percibirlas y sentir ese gozo.

 

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