SER MUJER EN EL OPUS DEI
Autora: Isabel de Armas
CAPÍTULO 8. TIEMPO DE REFLEXIONES
-¿Qué tipo de mujer
se apunta hoy al Opus Dei?
-¿Se detectan signos de decadencia?
-Nuevo sentido de la trascendencia
-Fariseos de hoy en día
-Manga ancha en las finanzas: una constante
-La norma suprema
-Humanidad, sobre todo
-Los distintos Cristos y el Cristo
real
-Conversión por el amor
-¿Que tienes miedo a equivocarte?
-¿Y por dónde nos andamos
hoy?
-Actitud de búsqueda y actitud
de obediencia
-La gran renovación
-Como norma o como luz
¿Qué tipo de mujer
se apunta hoy al Opus Dei? (3 julio, 1999)
Cada vez son más los que se hacen estas preguntas:
¿Qué aporta, en la actualidad, el Opus Dei a
las mujeres del Norte, es decir, a las que viven en los países
desarrollados?, ¿y a las del Sur, a las mujeres que
sufren los peores consecuencias del subdesarrollo?
Es cierto que, como afirma el sociólogo Pierre Bourdieu,
continuamos viviendo en una sociedad occidental "neomachista",
pero en la que no podemos negar que se ha conseguido romper
lo que la histórica feminista Betty Friedan llamó
la "mística de feminidad"; la famosa trilogía
de madre, esposa y ama de casa. Hoy las mujeres están,
con matices, en la Universidad al 50 por 100; se plantean
su trabajo fuera del hogar como lo más lógico
y natural del mundo, lo que es asumido por las parejas; el
acceso fácil a los anticonceptivos les ha liberado
de la obsesión del embarazo; tienen independencia económica
para decidir sobre sus bienes; se anulan, se separan, se divorcian
o conviven en pareja, pasando o no pasando por la vicaría;
pueden denunciar a sus jefes por acoso sexual y hasta ser
madres más allá de la menopausia.
Bueno, es cierto que todo esto ocurre en medio mundo, en
el Norte, porque ¿qué pasa en el otro medio?
En África, en gran parte de Asia y en Latinoamérica,
la mujer sigue siendo un objeto de posesión, sin acceso
a la educación, al trabajo remunerado, a los anticonceptivos;
un objeto de explotación y de marginación a
los que son sometidas por unas culturas patriarcales y machistas
que convierten a sus mujeres en las más pobres de entre
los pobres.
¿Qué enseña el Opus Dei a esas mujeres
del Sur, que ahora empiezan a luchar por llegar a ser seres
humanos, y a esas otras mujeres, hipotéticamente cultas,
libres y ricas, del Norte? Son millones las mujeres que hoy
disfrutan de educación, sanidad, información
y derecho a decidir el número de hijos que desean tener,
y millones también las mujeres a las que todo esto
les está vedado. ¿Qué les aporta el Opus
Dei, a unas y a otras?
En un reciente estudio sobre la Obra (el análisis
más amplio que se ha llevado a cabo sobre esta Institución
-también es cierto que es tan amplio porque recopila
un montón de trabajos realizados por otros-), su autor,
J. Ynfante, hace especial hincapié en que cuando las
mujeres han pasado a trabajar masivamente fuera de casa, la
ruptura del modelo de familia burguesa, que consistía
en un padre de familia trabajador y una madre ama de casa,
ha afectado negativamente a las captaciones de mujeres en
el Opus Dei, y asegura que a medida que la mujer adquiere
más protagonismo en el mundo contemporáneo,
las posibilidades de crecimiento son menguantes para la sección
de mujeres, sometida totalmente a los varones.
El citado autor añade que en la sección femenina
de la Obra las salidas y abandonos son hoy extremadamente
abundantes, y que de las mujeres que se han atrevido a abandonar
la Institución provienen además los testimonios
más impresionantes sobre la férrea dictadura
interna. "El recelo de la casta sacerdotal dirigente
-escribe- es generalmente mayor hacia las mujeres que hacia
los hombres y se acentúa cuando abandonan el Opus Dei.
El "peligro femenino", junto con el temor al proceso
de disgregación y de atentado a la unidad de la Obra,
resulta muy inquietante y provoca reacciones desmesuradas
por parte de los sacerdotes que ocupan exclusivamente los
puestos directivos de la organización" [JESÚS
YNFANTE, Opus Dei, p. 461].
¿Qué puede aportar la Obra a las jóvenes
del siglo XXI? Te lo pregunto a ti, como veinteañera
inquieta y abierta que eres. ¿Piensas que te puede
ayudar a humanizarte, a hacerte más persona, a amar
más y mejor al prójimo, a vivir los valores
cristianos en la vida cotidiana? Medítalo a fondo,
y cuando te venga bien, me dices algo. Espero tu respuesta
con todo interés. Por mi parte, me remito de nuevo
a los argumentos de Ynfante, cuando afirma que con sus presupuestos
difícilmente podrá encontrar el Opus Dei amplia
acogida entre las mujeres, si continúa siendo además
una organización que sólo busca obediencia y
no reflexión. De ahí que en los últimos
años la captación de mujeres va dirigida a las
muchachas de catorce o quince años, ya que las más
mayores son difíciles de convencer. "Las mujeres
en el Opus Dei -concluye- son seres sometidos a una esclavitud
inimaginable a las puertas del siglo XXI y el regreso a la
Edad Media es más patente en la sección femenina".
Al releer los Evangelios, sorprende observar cómo
Jesús, en medio de una sociedad en la que las mujeres
no contaban para nada, puso especial empeño en liberarse
de la costumbre que imponía la segregación de
la mujer. Pero más asombroso resulta comprobar que
el fundador del Opus Dei y sus seguidores más próximos,
han hecho tan poco caso al ejemplo original, a pesar de lo
mucho que el entorno ha cambiado en veinte siglos de historia.
En la sociedad que Jesús vivió, las mujeres
no contaban para nada, y éstas debían evitar
al máximo la compañía masculina. Hasta
con la propia mujer se aconsejaba hablar poco, y absolutamente
nada con la extraña. Las mujeres vivían en lo
posible retiradas de la vida pública; en el templo
sólo tenían acceso hasta el patio de las mujeres,
y respecto a la obligación de la plegaria estaban equiparadas
a los esclavos. Los Evangelios, sin embargo, no tienen reparos
en hablar de las relaciones de Jesús con determinadas
mujeres. En ninguna ocasión muestra desprecio por ellas,
sino que las trata con sorprendente naturalidad: unas mujeres
lo acompañan a él y a sus discípulos
desde Galilea a Jerusalén (Mc. 15, 40 Y ss.); él
mismo siente un afecto personal hacia algunas mujeres (Lc.
10, 38-42); unas mujeres asisten también a su muerte
y sepultura (Mc. 15,47). La situación, jurídica
y humanamente tan precaria, de la mujer en la sociedad de
aquel tiempo, hubo de resultar considerablemente revalorizada
al prohibir Jesús el divorcio por parte del marido,
a quien sólo bastaba presentar el libelo de repudio
(Lc. 16, 18).¿Por qué ese empeño en no
seguir la pauta claramente apuntada ya en los inicios del
cristianismo?
¿Se detectan signos de
decadencia? (7 de julio, 1999)
No son pocos los observadores y estudiosos del fenómeno
Opus Dei que, a pesar de las apabullantes cifras de militancia
-en torno a los 80.000 socios-, se atreven a hablar de signos
de decadencia, no sólo en lo que se refiere a la sección
de mujeres -que ya hemos comentado-, sino en la totalidad
del montaje.
Mientras que la gran masa de militantes de la Obra vive la
euforia y el orgullo de pertenecer a la que consideran la
asociación más firme y ortodoxa de la Iglesia
Católica -la mimada y preferida por el actual papa
Juan Pablo II, y la más fiel a los mandamientos, leyes
y costumbres-, hay analistas serios que hablan sin titubeos
de síntomas de decadencia de la institución.
La calidad de una máquina se mide por su rendimiento,
pero también hay que analizar el estado del aparato
y, en este punto concreto, la Obra ha sufrido un desgaste
interno considerable -según observa J. Ynfante-. El
mismo autor añade que un dato revelador de la decadencia
en la que se encuentra sumida -entendiendo decadencia como
principio de debilidad o de ruina-, es el número de
miembros electores que participaron en el Consejo General
que eligió el tercer Padre del Opus Dei. Si en el año
1975 fueron 172 miembros electores quienes intervinieron en
la elección de Alvaro del Portillo como segundo Presidente
del Opus Dei, casi 20 años más tarde, en 1994,
eran 140 miembros electores en el Congreso que eligió
a Javier Echevarría como tercer Presidente de la Obra,
puesto que las mujeres electoras, con mera función
consultiva, nunca participan con su voto en Congresos electivos.
De esos 140 hombres, 32 fueron designados por Portillo y los
108 restantes fueron nombramientos realizados por Escrivá
antes de 1975, lo cual permite afirmar que las más
importantes funciones directivas en 1994 se hallaban en manos
de ancianos. Se advierte además que disminuye su número,
una señal inequívoca de decadencia en el vértice
de la pirámide, sobre todo, cuando este fenómeno
ocurre en un aparato fuertemente burocratizado.
Resulta, pues, previsible que aumentarán los signos
de decadencia en el vértice de la pirámide burocrática
del Opus Dei con la ancianidad y la ausencia de renovación
burocrática desde la base. Además, la pérdida
de seducción externa ya constatable, cuando los mecanismos
internos de obediencia automática están desgastados
o funcionan deficientemente, hace prever que el cuarto Padre
de la Obra puede salir elegido por una exigua mayoría
después de interminables escrutinios y que pueda desaparecer
también el llamado "carisma fundacional".
J. Ynfante apunta que la diversidad de factores que han configurado
desde sus orígenes el Opus Dei está generando
lentamente un proceso de disgregación en su propio
seno, dejando entrever grietas en el aparato burocrático,
lo cual representa una tragedia para una organización
férrea como es la Obra y la arrastra a una decadencia
de dimensiones insospechadas.
Como un importante factor de decadencia, destaca la competencia
que sufre el Opus Dei dentro de la Iglesia, desde hace unos
20 años, con la creación de nuevos grupos, que
forman parte del magma recristianizador de los movimientos
laicos católicos, que gozan también de la predilección
del papa Juan Pablo II. Estos nuevos grupos ofrecen el mismo
tipo de militancia católica sin los compromisos férreos
y obediencias absolutas que deben mantener internamente los
miembros de la Obra. Considerable competencia para el Opus
Dei son, o pueden ser, los Legionarios de Cristo -en México-,
Comunión y Liberación -en Italia-, y las comunidades
neocatecumenales, las asociaciones de voluntariado de los
jesuitas y pequeños grupos como Lumen Dei -en España-.
Finalmente, se apunta como otro factor importante de decadencia
para el Opus Dei, el abandono, en las sociedades modernas,
del modelo calcado del yuppy, que ha entrado en declive a
finales del siglo XX. Ya no se trata de perder la vida tras
el dinero, el éxito y el poder, sino que son el tiempo
para el ocio, el gusto por lo natural y una estética
más relajada las claves de una tendencia en las sociedades
occidentales que marcan un nuevo estilo de vida y del cual
participan hasta los últimos movimientos católicos.
Trabajo, éxito, competitividad, agresividad y dinero,
dinero y poder, poder a cualquier precio, han sido y siguen
siendo las señas de identidad del militante masculino
modelo del Opus Dei. Los elementos más significativos
del cambio sociológico, que agrava la decadencia del
Opus Dei, son que el nuevo prototipo humano es menos acelerado,
menos ansioso de alcanzar cimas y de buscar inmediatamente
otras más altas; no se trata de personas agobiadas
por el trabajo, sino que se plantean el disfrute de la vida
y alcanzar mayores cotas de desarrollo personal y de preparación
intelectual. Así, el nuevo prototipo busca menos ansiosamente
el éxito y, junto con un cierto hedonismo, prefiere
un sosiego natural y una mayor realización personal.
Es decir, el modelo opuesto de lo que impone a sus militantes
el Opus Dei.
1975 se apunta como el año en que los desajustes y
los signos de cansancio comenzaron a ser evidentes y visibles
en las filas del Opus, coincidiendo con la fecha de las muertes
de Escrivá y de Franco. La fuerte expansión
mantenida hasta la década de los setenta comenzó
a estancarse con los comienzos de los años setenta,
coincidiendo en España con el final de la dictadura.
También desde entonces, la fuerte cohesión del
aparato interno viene desintegrándose lentamente; buena
muestra de ellos son los abandonos, que producen un claro
estancamiento de los efectivos.
Los estudiosos del tema puntualizan que el principal problema
del Opus Dei no es la disminución real del número
de admisiones, porque abundan los ingresos, sino su estabilidad
en las vocaciones ya conseguidas, porque de igual manera que
abundan las captaciones también abundan los abandonos,
convirtiéndose la Obra en una organización de
paso donde los militantes ingresan muy jóvenes en gran
número, pero muchos la abandonan con una edad más
madura. También entre las bajas reales pueden contabilizarse
los miembros "durmientes", que son aquellos que
sin abandonar completamente la Obra dejan de ejercer apostolados
corporativos y se dedican a ocupaciones personales. Esta especie
es frecuente entre los numerarios de edad avanzada, que prefieren
permanecer en la pasividad antes que llegar a una ruptura
total.
Nuevo sentido de la trascendencia
(11 de julio, 1999)
En tu última carta reconoces que por un momento -momento
que tal vez ha durado un año-, los miembros de la Obra
con los que te relacionas, llegaron a convencerte de que gracias
a ellos sigue habiendo Iglesia; que de su tarea de apostolado
y proselitismo depende el futuro de nuestra religión;
que vienen a ser como el "resto de Israel"... El
oír frases de este tipo, una y otra vez, te fue calando
de forma que tú también llegaste a pensar que
era así. Pero, ¿por qué han de tener
esa exclusiva, cuando hay otros muchos grupos de individuos
seriamente preocupados y ocupados por el presente y el futuro
de sus creencias, de la trascendencia, de la religión?
Si agrandas un poco el círculo de tus relaciones verás
que, desde hace ya varias décadas, no son pocos los
que piensan, que en medio de este mundo tecnológico,
urge un liberador rebasamiento de las situaciones vigentes
mediante la elección de un nuevo estilo de vida. Cada
vez son más los convencidos de que hay que desarrollar
nuevas facultades, una nueva independencia y responsabilidad
personal, la sensibilidad, el sentido estético, la
capacidad de amor, la posibilidad de vivir y trabajar unos
con otros según nuevas formas. Para conseguirlo reflexionan
sobre la religión y la ética.
La existencia, o coexistencia, de muchas doctrinas diversas
y hostiles entre sí no es necesariamente una calamidad.
La variedad es a menudo una manifestación de vigor.
El hecho de plegarse a una concepción única
y unificada no creo que sea buena solución. También
es cierto que la variedad llevada más allá de
los límites tolerables puede ser una manifestación
de frivolidad o de testarudez, e igualmente cierto es que
el exceso de proliferación de opiniones puede llevar
a que muchas se neutralicen entre sí.
Con el fin de salir del laberinto, pueden adoptarse las posiciones
siguientes: 1. La que concluye que sólo una de las
doctrinas, métodos y concepciones presentadas es admisible,
siendo las demás incorrectas, defectuosas o absurdas.
Esta posición es la "actitud dogmática".
2. En segundo lugar colocamos la "actitud ecléctica",
que es aquella que declara que todas las doctrinas, métodos
y concepciones son admisibles, porque cada una dice algo verdadero,
importante o significativo. 3. La "actitud escéptica"
podemos situada en tercer lugar, y es la que proclama que
ninguna de las doctrinas, métodos o concepciones es
admisible, y que, además, no puede encontrarse ninguna
otra -doctrina, método o concepción- que lo
sea. 4. Finalmente topamos con una cuarta posición
que es la "actitud dialéctica", la que asume
que, aunque todas las doctrinas, métodos o concepciones
son admisibles en algunos aspectos, son defectuosas en algunos
otros, de modo que urge bosquejar una "gran síntesis",
que abarque y a la vez supere todas las particulares y limitadas
doctrinas. Esta cuarta posición me parece que es, sin
duda, la más animante.
"Hay que emplear el movimiento en busca de la sabiduría
humana y el reposo o la meditación en busca de la sabiduría
divina", decía hace más de dos siglos el
pensador francés Joseph Joubert. Esta profunda máxima
sigue siendo válida para aquellos que no están
dispuestos a dejarse arrastrar sin más por el mundo
que nos rodea.
Si volvemos la vista atrás, comprobamos que en la
primera parte del siglo que se acaba, algunos desearon, esperaron
y proclamaron el fin de la religión. Pero nadie ha
podido dar pruebas fundadas de tal deseo, esperanza y proclamación.
Y el anuncio de la muerte de Dios tampoco se hizo más
verdadero por el hecho de haberse repetido una y otra vez.
El teólogo Hans Küng, después de profundizar
en el tema, afirma que, al contrario: "La insistente
repetición de esta profecía, que evidentemente
no se ha cumplido, ha sembrado en muchos de entre los mismos
ateos la duda de que pueda en absoluto producirse el fin de
la religión".
Ya sé que tu pregunta inmediata va a ser que exprese
lo que entiendo por religión, y me adelanto a responder
a tu pregunta con la definición que en su tiempo dio
el historiador británico A. J. Toynbee, pues me convence:
"Por religión entiendo la superación del
egocentrismo, tanto en los individuos como en las colectividades,
a base de entablar relación con la realidad espiritual
allende el universo y poner nuestra voluntad en armonía
con ella".
Los más prestigiosos expertos en sociología
de la religión, desde Max Weber y Emile Durkheim hasta
los contemporáneos, están de acuerdo: siempre
habrá, al igual que arte, también religión.
Y la religión seguirá siendo, pese a todos los
cambios, de capital importancia para la humanidad.: sea preferentemente
como factor de integración en la sociedad (pertenencia
a una comunidad), en el sentido de Durkheim; sea más
como elemento de orientación y valoración racional
(instalación en un sistema interpretativo), en el sentido
de Weber; sea directamente en favor de las relaciones personales
e interhumanas, pero con formas sacrales, como apuntan Thomas
Luckmann y Peter Berger; sea indirectamente en favor de las
instituciones y estructuras sociales conservando sus formas
sacrales, como señalan Talcott Parsons y Clifford Geertz;
sea, en fin, que desempeñe una función orientadora
e integradora a base de formar una elite de avanzadilla en
las sociedades pluralistas, como plantea Andrew Greeley [HANS
KONG. Ser cristiano, p. 70].
Ante el fenómeno de la sociedad actual, cada vez más
secularizada, los sociólogos de la religión
hablan, más que del ocaso de la religión, de
su cambio de funciones. Hans Küng observa que es el control
extensivo de la religión lo que ha remitido: la religión
ejerce cada vez menos influencia directa en los ámbitos
de la ciencia, la educación, la política, el
derecho, la medicina y el bienestar social. Pero, ¿puede
deducirse de ahí que el influjo de la religión
en la vida del individuo y de la sociedad en general ha remitido
en la misma medida? En lugar de control y tutela extensivos
puede darse un influjo moral más intensivo e indirecto.
"Humanismo secular no es igual a ateismo secularista,
mundanidad no se identifica con impiedad", dice Küng
con fundado optimismo, al referirse al paradigma moderno.
Por una parte, el sociólogo americano de la religión
Talcott Parsons, piensa que en el proceso de secularización
no se trata tanto de un descenso general ni, mucho menos,
de un ocaso de la religión, sino en primer lugar de
un cambio de función. Pues en una sociedad que va haciéndose
cada vez más compleja y diferenciada hay que desistir
de la primitiva identidad de religión y sociedad. La
religión cobra otro significado social y una nueva
valoración individual. Y esto significa para la religión,
no precisamente su ocaso, sino una nueva oportunidad. Las
eternamente nuevas preguntas del hombre por el sentido de
la vida, el dolor y la muerte, por los valores supremos y
normas últimas para el individuo como para la sociedad,
porque el "de dónde" y "adónde"
del hombre y del cosmos, no solamente siguen en pie, sino
que, a raíz de las catástrofes políticas
y por el descenso de la fe en el progreso -más que
descenso, desencanto-, se han agudizado enormemente. Desde
hace más de dos décadas nos encontramos en vías
de experimentar un nuevo cambio de época: de la modernidad
a la posmodernidad, reconocible en que las fuerzas absolutizadas
de la ciencia, la tecnología y la industria se relativizan
progresivamente. Cada vez son más las personas que
anhelan una auténtica trascendencia en la teoría
y en la práctica: una auténtica superación
cualitativa de la unidimensionalidad del pensar, hablar y
obrar modernos hacia otra alternativa real, en la cual la
relación del hombre con la naturaleza, con el prójimo,
con la sociedad y, en suma, con la realidad última
encuentre una realización nueva y más esperanzada.
No podemos echar al olvido que las consecuencias de la posmodernidad
son aún desconocidas en su totalidad. Sin embargo,
algo que sí es palpable es que cada vez son más
los creyentes que piensan con ilusión en una "tercera
vía" en la que la religión no conserve
todas las funciones de la religión tradicional, pero
sí sus funciones centrales como son: conferir sentido,
fundamentar normas, formar comunidad.
¿Sigues pensando en la posible existencia de una institución
o de un grupo que sea el salvador, el "resto de Israel",
el futuro único de la religión? No te quedes
sólo con un punto de vista; escucha otras voces, ensancha
tus horizontes. No te agarres a ninguna versión exclusiva.
La fe cristiana es apertura, comprensión, entrega y
confianza en el mensaje de la caridad, las bienaventuranzas,
las obras de misericordia. Este mensaje es la única
exclusiva.
Y volviendo a la tan temida, y parece ser que irreversible,
secularización.¿Decir fenómeno de secularización
es lo mismo que decir pérdida de la religiosidad? Bueno,
podemos decir que tal fenómeno significa el proceso
mediante el cual el pensamiento, la práctica y las
instituciones religiosas pierden significado social.
No es ésta una situación insólita en
la historia de las religiones sino que, con frecuencia, al
desintegrarse una estructura religiosa, es sucedida por otra.
No creo que me pase de optimista al pensar que lo que a lo
largo de estas últimas décadas hemos vivido
en la sociedad occidental es como una prolongada fase de transición
entre un modelo de religión fuertemente institucionalizada
y otro no tan institucionalizado, pero que no ha de entenderse
como la desaparición final de todo interés religioso.
En su estudio de la religión y secularización,
"Religion in secular society", Bryan Wilson insiste
en un tema que me parece clave. "En la actualidad -dice,
un sistema religioso no puede ser emocionalmente reconfortante,
si no es intelectualmente satisfactorio". Es evidente
que todos y cada uno, deseamos hallar un sistema de valores
coherente y significativo, pero también son muchos
quienes son contrarios a la ortodoxia eclesiástica
por la debilidad de la teología cristiana tradicional.
Y es que es cierto que las respuestas de los teólogos
conservadores han sido siempre primordialmente casuísticas,
evasivas y poco convincentes. En consecuencia, B. Wilson observa,
que quienes hoy aceptan el cristianismo tradicional lo suelen
hacer por razones distintas de la coherencia de su teología,
o bien porque necesitan algún tipo de refugio contra
el nihilismo y el secularismo, o porque están atados
a la Iglesia por lazos personales o familiares.
Al hablar del fenómeno de secularización, me
parecen especialmente interesantes las sugerencias que plantea
Harvey Cox en su libro, "The secular city". El autor
dice que, de hecho, lo que está ocurriendo en el Occidente
moderno es la liberación por parte de la religión
de los modos de pensamiento y acción mitológicos
y cuasi mágicos, a la vez que la vida y la práctica
religiosas se están despojando también de las
formas eclesiásticas en las que habían quedado
encerradas. Según su opinión, la "secularización"
debe distinguirse del "secularismo", vocablo portador
de una ideología o una cuasi religión de carácter
dogmático, exclusivista e intolerante como suelen ser
todas las ideologías. La secularización, por
el contrario, es un término por el que se describe
lo que está ocurriendo con la religión convencional
en el mundo moderno y que, apunta Cox, es una continuación
del proceso comenzado en la religión bíblica,
mediante el cual la vida del hombre se va liberando de las
tiranías sociales y de las falsas opiniones sobre el
mundo.
Hay quienes afirman que la desaparición de la Iglesia
en sus formas presentes constituiría la tragedia final
de la vida religiosa de las personas; o que la religión
llegaría a desaparecer si su organización no
se apoya sobre la base de una sólida autoridad eclesiástica
y dogmática. Tal opinión podrá ser muy
consistente, pero demuestra una considerable, o total, falta
de fe en el Dios que se proclama como "vivo". Si
tal cosa ocurriera, podría ser entonces precisamente
el final de la religión.
Fariseos de hoy en día (15
de julio, 1999)
Como movimiento laico de varios miles de adeptos, con considerable
influencia en una población total de medio millón
de personas aproximadamente, los fariseos vivían mezclados
entre los demás, pero organizados en comunidades compactas.
Se consideraban a sí mismos los piadosos, los justos,
los temerosos de Dios. Políticamente, los fariseos
en tiempos de Jesús eran moderados, y en el cumplimiento
de la ley gozaban de gran reputación.
Las prescripciones de pureza cultual y la obligación
de los diezmos, para sustento del templo y de la tribu sacerdotal
de Levi, tenían valor de precepto. Pero los fariseos,
más allá de los preceptos, hacían voluntariamente
otras muchas cosas. Se trataba de obras en sí no preceptuadas
ni requeridas, sino complementarias, que podían capitalizarse
para el momento en que al hombre le fuese tomada cuenta de
sus culpas, para que así la balanza de la justicia
divina se inclinase a su favor. Obras de penitencia, ayuno
voluntario, limosna, puntual observancia de tres horas de
oración cada día dondequiera que se estuviese,
etcétera, eran medios especialmente aptos para equilibrar
la balanza moral.
¿Hay muchas diferencias entre estas prácticas
y lo que determinados grupos presentan hoy como lo genuinamente
cristiano -salvando las distancias-? Sin embargo, Jesús,
según parece, no dejó de tener conflictos con
esta moral piadosa, en la que se toman los mandamientos tan
al pie de la letra, con tan escrupulosa minuciosidad, que
en torno a esos mandamientos divinos se tiene que levantar
toda una entramada de ulteriores mandamientos para precaverse
de los pecados que amenazan por doquier, para aplicados a
las cuestiones más pequeñas de cada día,
para decidir en cualquier momento de duda lo que es pecado
y lo que no lo es. Uno debe saber exactamente a qué
atenerse: hasta dónde es lícito caminar en sábado,
qué se puede transportar, qué trabajos se pueden
realizar, si se puede comer un huevo puesto en sábado,
etcétera.
Se acumulan mandamientos sobre mandamientos, prescripciones
sobre prescripciones, llegándose a crear un sistema
moral capaz de abarcar la vida entera del individuo y de la
sociedad. y un celo por la ley cuyo reverso de la medalla
no podía ser más que un continuo temor al pecado,
que por todas partes acecha.
Y es importante sobremanera, en todo momento -comenta Hans
Küng-, el magisterio de los escribas, que se ocupan de
la complicada aplicación de todos y cada uno de los
mandamientos y están en situación de sentenciar
lo que el hombre sencillo tiene que hacer en cada caso y en
cada momento. Se trata, en suma, de una atomización,
un empaquetado de cada uno de los momentos del día,
de la mañana a la noche, en envolturas legales. "Casuística"
es el nombre que más tarde se dio a esta técnica
que tan bien manejaban los fariseos, quienes pensaban que
se trataba de una técnica humanitaria, con la que realmente
pretendían ayudar. Querían hacer practicable
la Ley mediante una habilidosa acomodación al presente.
Querían descargar la conciencia, dar seguridad. Su
intención era definir exactamente hasta dónde
se podía llegar sin pecar. Querían ofrecer salidas
donde parecía imposible encontradas, excavar un túnel
en la montaña de mandamientos acumulada por ellos mismos
entre los hombres y Dios.
En algún momento de nuestra larga correspondencia
te conté cómo en la primavera de 1974, a propósito
de haberse publicado la carta del Fundador del Opus Dei, conocida
como "El campanazo", los sacerdotes encargados de
leerla y comentarla a los socios de la Obra, repetían
una y otra vez, como una lección bien aprendida:
"La gente busca seguridades, y nosotros vamos a dárselas"
(¿no puede ser esto un modo de ayudar a la mayoría
a no ver lo que no quiere ver?). Y también ellos, como
los fariseos de tiempos de Jesús, se mostraban implacables
contra los que no observaban o no aceptaban las normas o directrices
al pie de la letra, por considerar que éstos eran los
que retardaban el advenimiento del Reino de Dios.
Jesús, sin embargo, no era ningún fanático
de la Ley, a pesar de que él la recrudeció,
como prueban las antítesis del Sermón de la
Montaña: la simple ira ya era asesinato, el simple
deseo adúltero ya es adulterio... (Mt. 5,21 s.).
Es cierto que el Jesús histórico vivió
enteramente sujeto a la Ley en líneas generales, pero
igualmente es cierto que nunca vaciló, cuando le pareció
oportuno, en actuar de forma contraria a la Ley. Sin abolirla,
se situó, de hecho, sobre la Ley.
Siguiendo los pasos de los exégetas más críticos,
H. Küng destaca tres datos concretos de los Evangelios;
tres situaciones puntuales en las que Jesús se sitúa
sobre la Ley:
-Ninguna tabulización ritual: nada que entre de fuera
puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que mancha
(Mc. 7,15; Mt. 15,11). Jesús no está interesado
en la limpieza cultual y la corrección ritual. La limpieza
ante Dios sólo la da la limpieza del corazón.
Lo que, en definitiva, pone en tela de juicio es aquella distinción
que servía de base al culto veterotestamentario y a
todo el culto antiguo en general: la distinción entre
un orden profano y otro sagrado.
-Ningún ascetismo basado en el ayuno: mientras el
Bautista no come ni bebe, Jesús come y bebe (Mc. 2,19;
Le. 18,12,14). Jesús no otorga especial valor a la
mortificación, a la penitencia de autocorrección
para ganarse la benevolencia de Dios y acumular méritos.
-Ningún escrúpulo ante el sábado: Jesús
viola manifiestamente el descanso sabático (Mc. 2,23;
Lc. 13,10-17). No se trata tan sólo de que admita excepciones
a la regla; es que pone la misma regla en tela de juicio.
Atribuye a los hombres una libertad radical frente al sábado
con esas palabras, sin duda auténticas: el sábado
se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado
(Mc. 2,27). Para Jesús, ya no es el sábado objetivo
religioso en sí; es el hombre el objetivo del sábado.
Con lo cual, en definitiva, es al hombre mismo a quien de
principio compete determinar cuándo guarda o no guarda
el sábado. Y este criterio se extiende también
a la observancia de los otros mandamientos. No se combate
la Ley, pero sí se convierte al hombre, de hecho, en
medida de la Ley.
A los fariseos del tiempo de Jesús se les echa en
cara que pagan el diezmo de las especias, pero ignoran las
grandes exigencias de Dios en pro de la justicia, el buen
corazón y la lealtad: filtran el mosquito y se tragan
el camello (Mt. 23,33). Que cumplen minuciosamente las prescripciones
de purificación, mientras su propio interior está
sucio: sepulcros bien encalados por fuera, pero llenos de
huesos de muerto por dentro (Mt. 23,25-28). Que alardean de
un gran celo misionero, pero corrompen a los hombres que ganan
para su causa: prosélitos que, por doble motivo, se
hacen dignos del averno (Mt. 23,15). Y, finalmente, que dan
dinero a los pobres, que observan escrupulosamente las horas
de oración, pero que toda su piedad únicamente
está al servicio de su afán de prestigio y de
su vanidad: una teatralidad que ya ha recibido su paga (Mt.
6,1-18).
En buena parte, también valen para los fariseos -los
de ayer y los de hoy- los reproches que Jesús dirige
a los escribas: buscan honores, títulos y reverencias
(Mt. 23,5-12). Alzan mausoleos a los profetas del pasado y
matan a los del presente (Mt. 23,29-36). Y, finalmente, llegamos
a plantearnos la pregunta clave: ¿qué tiene
en el fondo Jesús contra este tipo de religiosidad?
La respuesta es que él no anuncia un reinado de Dios
que el hombre pueda instaurar, edificar, organizar o imponer
mediante una observancia exacta de la Ley. Jesús anuncia
un reino instaurado por la acción liberadora y letificante
de Dios.
Jesús no se muestra partidario de la casuística
farisea, porque, con esta técnica cada pecado queda
aislado: en lugar de las falsas actitudes, tendencias y convicciones
de fondo, se trata en primera línea de las desviaciones
morales concretas (una moral de formulario). Los actos singulares
son registrados y catalogados: en cada mandamiento, faltas
graves y leves, pecados de debilidad y pecados de malicia.
La dimensión profunda del pecado no sale a la luz.
Jesús elimina la casuística, apuntando directamente
a la raíz: no sólo es asesinato el acto de matar,
sino el propio sentimiento de ira; no sólo es adulterio
el acto de adulterar, sino que basta el deseo adúltero;
no sólo es perjurio el acto de jurar en falso, sino
una palabra no verdadera. Jesús no tiene ningún
interés en catalogar los pecados y, en definitiva,
no reconoce más que uno solo: el pecado contra el Espíritu
Santo (Mc. 3,28). Sólo es imperdonable el rechazo del
perdón (Mt. 11,20-24).
También los fariseos tenían muy presente la
idea del mérito, por medio del cual el pecado queda
compensado: al peso del pecado se contrapone el peso de los
méritos, pudiendo éstos llegar incluso a anular
el primero. "En esta compensación de pérdidas
y ganancias, lo que en definitiva importa -comenta con ironía
Küng- es que al final no se cause déficit, sino
que se haya capitalizado para el cielo la mayor cantidad posible
de méritos."
Volviendo a los Evangelios, para Jesús no hay mérito
(Lc. 17,10). El cómputo de méritos no desempeña
ningún papel, como drásticamente muestra la
parábola de los jornaleros de la viña (Mt. 20,1-15).
Lo decisivo son las reglas de la misericordia divina, la cual,
da a cada uno lo máximo; siempre más de lo que
merece. El hombre debe así olvidar lo bueno que ha
hecho (Mt. 6,3). Incluso se le recompensará aun cuando
piense que él no ha merecido nada (Mt. 25,37-40). El
profundo sentido del discurso sobre el salario es que Dios
recompensa realmente. Quien habla de mérito mira a
su propio rendimiento; quien habla de recompensa, a la fidelidad
de Dios.
Por la casuística y el concepto del mérito
se minimiza el pecado, y quien lo practica se vuelve acrítico
consigo mismo: pagado de sí, autosuficiente, presuntuoso.
Y en consecuencia: hipercrítico, injusto, duro y despiadado
con los otros; los "pecadores", los que no son como
él. De ahí el reproche de hipocresía
que Jesús dirige continuamente a los fariseos. Es su
alambicado moralismo y su sofisticada técnica de piedad
lo que se interpone entre Dios y los hombres. No son los publicanos
deshonestos quienes encuentran mayores dificultades de conversión,
sino los piadosos, los seguros de sí mismos. Ellos
fueron los peores enemigos de Jesús, y a ellos, no
a los "pecadores", se aplican la mayoría
de los discursos condenatorios de los Evangelios.
Como en tiempos de Jesús, en la actualidad podemos
comprobar que también hay dos tipos posibles de religión:
la religión ontológico-cultualista y la ético-profética.
La salvación que ofrece el primer tipo es individual;
los individuos se pueden salvar por vía mistérico-litúrgica,
mediante la identificación cultual con un Dios. El
segundo tipo exige del hombre una realización de justicia
y amor. El puesto que en las religiones de misterios tiene
el culto, lo tiene aquí el amor que hace la justicia.
San Pablo habla claro de "la fe que activa por la caridad"
(Gálatas 5,6). Por eso, una religión ontológico-cultualista,
que no es primordialmente ético-profética, no
es religión verdadera.
En la concepción de un cristianismo genuino, el culto
es para el amor y la justicia, y no al contrario. El culto
es expresión del amor y la justicia vividos, o son
plegaria a Dios en demanda de la "gracia" que convierta
nuestro corazón al amor y a la justicia. No se puede
amar a Dios invisible, si no se ama al hombre visible, con
las obras patentes del amor.
Manga ancha en las finanzas, una constante
(19 de julio, 1999)
En el transcurso de nuestra correspondencia, ya hemos hablado,
al menos en una ocasión, del tema de las finanzas en
el Opus Dei, dejando claro que, allí dentro, la inmensa
mayoría no teníamos ni idea de qué iba
el asunto. Pero como, aproximadamente, cada década
salta a la palestra un nuevo escándalo financiero en
el que destacados miembros de la Obra aparecen como protagonistas,
de nuevo planteas el asunto; esta vez lo haces a propósito
del último gran affaire de la década de los
noventa, que ha sido el de la Fundación General Mediterránea.
"El Opus siempre ha utilizado una opaca estructura de
sociedades financieras -asegura J. Ynfante, el autor que más
ha hurgado en el tema de los dineros del Opus-, a través
de las cuales ha movido el dinero de las empresas o sociedades
que controlan o gestionan miembros del Opus Dei. La red llegaría
a estar tan enmarañada que incluso los propios miembros
desconocían donde terminaban las ramificaciones".
Según el mismo autor, la Obra llegó a crear
durante los años cincuenta y sesenta hasta tres estructuras
financieras diferentes al servicio de sus empresas patrimoniales
o "sociedades auxiliares". La primera de ellas estaba
relacionada con su banco más conocido, el Banco Popular
Español. La segunda era, la creada al calor de los
movimientos de fondos de Esfina y sus ramificaciones financieras,
abarcaban desde el Banco Atlántico y Bankunión
al Banco Latino y llegaban a desembocar en la Fundación
General Mediterránea y Rumasa. Finalmente, una tercera
trama financiera era la que. permanecía más
oculta y que correspondía al aparato interno de la
Obra, cuyos hilos se movían desde Roma, estando situada
en el extranjero, preferentemente en Suiza y en otros países
considerados como paraísos fiscales, llegando a utilizar
también el Instituto para las Obras de Religión,
que ejerce funciones como Banco oficial del Vaticano. [JESÚS
YNFANTE, Opus Dei, pp. 274 y 275.]
Ynfante dice que, cuando llegaron los escándalos financieros,
como los provocados por sociedades como Matesa o Rumasa, después
de descubrirse una cadena ininterrumpida de apropiaciones
indebidas, malversaciones de caudales públicos y estafas,
las investigaciones judiciales reconocieron que las finanzas
internas del Opus Dei se asemejaban a un iceberg sin fronteras
donde la parte sumergida quedaba cada vez más fuera
del alcance de las jurisdicciones nacionales, con una estructura
parecida a la de una multinacional con sucursales múltiples
El último escándalo financiero, que afectó
a más de un centenar de sociedades pertenecientes al
Opus Dei, es el de la FGM (Fundación General Mediterránea).
Desde noviembre de 1992 comenzaron a surgir graves problemas
de tesorería en este grupo financiero en España.
Aunque está todo interpenetrado, no se trataba del
Banco Popular Español sino del tentáculo financiero
montado durante los años sesenta a partir del Banco
Atlántico y de Bankunión. Era la FGM, que se
encargó durante algún tiempo de las actividades
"artísticas" del Opus Dei, es decir, que
se ocupó de la colecta y de donaciones en obras de
arte, con casi un centenar de sociedades dependientes, la
que se encontraba al borde de la ruina.
La FGM se había reciclado en las finanzas paralelas.
Junto con el charitable trust inglés The Kranek Foundation
y de la fundación suiza KW Stiftung, la Fundación
General Mediterránea se dedicó a actuar clandestinamente
como banco dentro del grupo financiero del Opus Dei recaudando
fondos, sin ningún control por parte de las autoridades
monetarias, por medio de imposiciones de capital a plazo de
tres meses, seis meses y un año, además de un
7,5 por 100 de interés fijo sin retenciones ni deducciones
fiscales. Cuando ya no bastaron las imposiciones a plazo fijo,
a medida que aumentaron las demandas de liquidez por parte
de las sociedades del grupo, éstas fueron convertidas
en documentos que reflejaban compras de las mismas sociedades
del grupo, con igual opacidad fiscal y los mismos intereses
pactados. Pero aquellas maniobras no podían durar demasiado
tiempo; la situación financiera llegó a ser
insostenible, al borde del descalabro.
Se trataba de una crisis de liquidez que amenazaba a la FGM
con el cierre. El agujero patrimonial se calculaba a finales
de 1992 en unos 20.000 millones de pesetas aproximadamente.
Para evitar el escándalo que suponía declarar
una suspensión de pagos, los miembros del Opus Dei
responsables, decidieron en agosto de 1993, ceder la gestión
del grupo FGM en quiebra a José María Ruiz Mateos
y dos años más tarde, en abril de 1995, los
propios miembros del Opus Dei presentaron en el juzgado una
demanda contra Ruiz Mateos, una "hábil maniobra
jurídica que ayudaba a enterrar el caso judicialmente",
según comenta Ynfante.
Pero un numeroso grupo de accionistas de las sociedades del
mencionado grupo reaccionó en julio de 1995 presentando
una querella criminal por los delitos de estafa, apropiación
indebida, encubrimiento con ánimo de lucro y alzamiento
de bienes no sólo contra J .M. Ruiz Mateos sino también,
entre otros, contra Pablo Bofill Quadras, numerario del Opus
Dei, a quien consideraban el principal responsable.
El quebranto causado por estos escándalos en el prestigio
e imagen de la Obra resulta incalculable. La querella criminal
menciona textualmente "que el reconocimiento y consideración
de buena parte de los perjudicados hacia la organización
católica conocida como Opus Dei fue determinante para
obtener la confianza ciega de los mismos". Es decir,
que en las maniobras financieras realizadas por la FGM, al
margen de la legalidad vigente, en la búsqueda desesperada
de fondos para sufragar los cuantiosos gastos causados por
el propio funcionamiento del aparato burocrático del
Opus Dei, existía ánimo de lucro y voluntad
de engañar, como ha podido constatarse en 1995, actuando
de víctimas propiciatorias quienes creyeron en las
saneadas finanzas de la Obra.
Me causa profunda impresión el releer la especie de
premonición que Yvon Le Vaillant escribió en
mayo de 1966 en Le Nouvel Observateur refiriéndose
a destacados miembros de la Obra: "Estos hombres son
los nostálgicos de una sociedad teocrática:
quisieran ser los caballeros, la aristocracia de una nueva
"cristiandad", es decir, de una sociedad cuya organización
total, política, económica, etcétera,
se hiciera en función de su religión. Pero hay
mucha gente que piensa que el fin de esta aventura será
estruendoso y risible. La mística, si alguna vez la
ha tenido, se degrada con la política y las finanzas,
y la fe ingenua de los primeros días se ha convertido
extrañamente en una especie de integrismo a la americana".
En esta misma línea, dos años antes de que
el periodista francés lanzara esta "premonición",
Urs von Balthasar, en un artículo publicado en 1964,
hacía a los miembros de la Obra una pregunta a la que,
en aquel entonces, no se dignaron responder, y que se les
podría seguir formulando hoy, treinta y tantos años
después, porque el mismo interrogante sigue en pie:
"¿En qué consiste vuestra espiritualidad?",
preguntaba el teólogo suizo, y a continuación,
se hacía la siguiente reflexión: "Cuan
terriblemente importante resulta contestar en la actualidad
a la misma, dado que una nueva forma de vida de "comunidad
universal" ha sido reconocida y autorizada por la Iglesia,
una forma de vida que ha de servir de ejemplo al mundo en
asociar lo que parecía inconciliable, ser totalmente
espiritual y totalmente del mundo, vivir ante la Iglesia y
ante el mundo los consejos evangélicos y estar totalmente
orientado hacia el mundo. Vosotros representáis el
mayor de estos Institutos. Por ello, las miradas convergen
sobre vosotros".
¿En esto consiste -pregunto yo- el ser totalmente
espiritual y totalmente del mundo, o como decíamos
en mis tiempos, "ser contemplativos en medio del mundo"?
Y es que no podemos echar al olvido que en el fondo, no son
ni tan siquiera los políticos quienes nos gobiernan
(la política, las más de las veces, es la intriga,
la conspiración, el pequeño escándalo).
Quienes nos gobiernan realmente son los financieros; el poder
económico y financiero es el poder real, el que gobierna
y dirige las políticas de los Gobiernos. El único
poder organizado es el poder financiero y económico,
a quien en el fondo todo le da igual: religión, ideología,
cultura, idiomas, costumbres, todo.
Y los miembros del Opus Dei que participan en las altas esferas
del poder económico y financiero, ¿hacen algo
que sea distinto de lo que hacen los otros, los que no se
consideran "totalmente espirituales"? ¿Acaso,
han transformado, en lo más mínimo, este máximo
poder? Por esto digo, que después de treinta y tantos
años, la pregunta del teólogo suizo, sigue en
pie: ¿En qué consiste, o mejor, en qué
se traduce vuestra espiritualidad?
La norma suprema (22 de julio, 1999)
Me reprochas, con cierto tono escandalizado, que en mis últimas
cartas cite en reiteradas ocasiones al teólogo Hans
Küng, cuando se trata de un personaje desautorizado por
el actual poder eclesiástico, debido a que su pensamiento
se acerca demasiado en algunos puntos al de los protestantes.
De acuerdo que Küng pretende volver a una especie de
democracia de la fe, de la participación y que, en
definitiva, aboga por una vuelta a los orígenes, planteamiento
que viene a ser hueso duro de roer para una institución
cuya tradición secular está hecha justamente
de lo contrario. Pero nadie puede negarle que ha ayudado a
muchos creyentes a profundizar en la fe y en el compromiso
cristiano.
¿Traiciona H. Küng el depósito de la fe
y se abandona a la demagogia, como algunos, a su vez demagogos,
dicen? La verdad es que su libro, "Ser cristiano",
me parece un trabajo profundo, serio y lleno de gancho; idéntica
impresión tuve con la lectura de "¿Dios
existe?", y lo mismo tengo que decir de "El cristianismo
y las grandes religiones". A pesar de que en un principio
comencé a leer a Küng con cierta prevención,
ya que en los finales de los sesenta y comienzos de los setenta
me habían inculcado que este profesor suizo era el
máximo provocador en la animación de los teólogos
para que prescindieran del magisterio de la Iglesia y adoptaran
posturas contestatarias a tope. Y es que, de hecho, es cierto
que en los comienzos de los setenta escandalizó con
su libro "¿Infalible?", en el que cuestionaba
la infalibilidad pontificia, y en 1971 levantó ampollas
en el mundo católico con su "¿Por qué
sacerdotes?", en el que ponía en cuestión
la necesidad del ministerio sacerdotal en nuestro tiempo.
Resumiendo, he de decirte que, de acuerdo, que la postura
de Küng se ha ido radicalizando gradualmente. Sin embargo,
y a pesar de los pesares que queramos apuntar, hay que reconocer
que sigue siendo uno de los más prestigiosos y conocidos
teólogos católicos del mundo, porque lo que
dice en sus libros, artículos y conferencias continúa
siendo válido para todos aquellos que desean abrir
perspectivas de ascenso y perfectibilidad humanas; para todo
aquel que aspire a ser profundamente moral.
¿Resulta escandaloso que se acuse al Sumo Pontífice
de emplear métodos "absolutistas medievales",
de haber dilapidado la "imagen de misericordia"
inherente al papado, y además, anime a los obispos
a que desobedezcan y se rebelen contra las consignas de un
Papa "convertido al absolutismo pontificio medieval"?
Sólo se me ocurre responder que, así y más
duros han sido en no pocas ocasiones los profetas, aunque
también reconozco -supongo que por lo mismo-, que su
postura es impactante.
Los cristianos proféticos, es decir, los que han configurado
nuevos movimientos en la Iglesia, normalmente han encontrado
una oposición dentro de ella; han causado conflictos
y ellos mismos han sido los primeros que los han sufrido.
Lo único que diferencia al profeta del "hereje"
es que el primero se mantiene dentro de la Iglesia, y desde
dentro de la misma motiva la contradicción clarificadora.
La historia del profetismo dentro de la Iglesia muestra que
el cuerpo eclesial no avanza sin que en un primer momento
exista una negación de algo intraeclesial. El que la
Institución pueda integrar ese nuevo avance motivará
que el profetismo no se convierta en herejía. Y como
ejemplo evidente te recuerdo el caso de Teresa de Ávila
(Santa Teresa de Jesús), las 55 religiosas que votaron
por ella y Juan de la Cruz. Todas ellas y él tuvieron
el valor, por espacio de 12 años, de mantenerse erguidos
contra Roma, a riesgo de un anatema y de la excomunión,
antes de que fuese aceptada su Reforma del Carmelo.
Y es que, si echamos una rápida ojeada a la historia,
vemos que el fenómeno de la condena de los precursores
es una constante en todas las sociedades y también,
por supuesto, en la Iglesia.
"El considerado hereje es -apuntaba el maravilloso Jean
Guitton-, aquel que se adelanta a su tiempo, el que tiene
razón demasiado pronto." Visto desde nuestros
días, por descender al caso concreto, el modernismo
condenado por el papa Pío X en la encíclica
"Pascendi" como una herejía, aparece en el
Concilio Vaticano II como la doctrina y el método de
la Iglesia. Dicho de otro modo: los modernistas de 1906 son
como los precursores de los años sesenta.
"Pero entonces, ¿a qué atenerse?"
Recupero esta insistente pregunta de una de tus recientes
cartas, para responder que, la "regla de oro" se
encuentra en las lúcidas palabras del Sermón
de la Montaña (Mt. 7,12; Le. 6,31): "Todo lo que
querríais que hicieran los demás por vosotros,
hacedlo vosotros por ellos". Como verás, la atención
y la respuesta de Jesús se centra en el singular hombre
concreto.
La voluntad de Dios es la norma (Mt. 26,42; Le. 22,42). El
que cumple la voluntad de Dios, ése es el hermano suyo
y hermana y madre (Me. 3,25). No decir "¡Señor,
Señor!", sino poner por obra el designio del Padre,
eso lleva al Reino de los cielos (Mt. 7,21; Mt. 21,28-32).
Todo el Nuevo Testamento lo confirma: la norma suprema es
la voluntad de Dios.
Hacer la voluntad de Dios. Siguiendo la reflexión
del citado Küng, la verdadera radicalidad de la expresión
sólo se capta si se reconoce que, la mencionada voluntad
de Dios, no se identifica con la ley escrita y muchísimo
menos con la tradición interpretativa de la Ley. [HANS
KÜNG, op. cit., p. 304].
Si es cierto que la Ley puede expresar la voluntad de Dios,
también lo es que puede convertirse en un modo de parapetarse
tras ella en contra de la voluntad de Dios. La Ley conduce
fácilmente así a una actitud de legalismo.
No cabe duda de que toda ley otorga seguridad, ya que cada
cual sabe con ella a qué atenerse, que no es otra cosa
que lo exactamente establecido: se trata de hacer sólo
lo que está mandado, y lo no vedado está permitido.
Las ventajas del legalismo son innegables, y por eso es fácil
de comprender que muchos hombres prefieran atenerse a una
ley antes que tomar una decisión personal; que deseen
contar con límites bien trazados. Así, por ejemplo,
si el adulterio está legalmente prohibido, no por ello
está prohibido todo lo que al adulterio conduce. Y
si también lo está el perjurio, no por ello
lo están las distintas formas de insinceridad. Lo que
pienso en mi interior, lo que quiero en mi corazón,
es cosa mía.
Es a esta actitud legalista a la que Jesús asesta
el golpe de gracia. El hombre no se encuentra respecto a Dios
en una relación jurídica codificada en la que
su propio yo pueda mantenerse al margen. No debe situarse
el hombre ante la ley, sino ante Dios mismo: ante lo que Dios
quiere personalmente de él.
Lo que constituye la religión es un sentido de comunión
con la divinidad, junto con el respeto, temor y adoración
que ella inspira. La humanidad niña o débil
necesita imágenes con que vestir esa visión,
y así crea ritos y acepta dogmas, mitologías
y teologías. Pero la religión verdadera es algo
más profundo, fundado en la roca inconmovible de la
experiencia directa.
A este tomar radicalmente en serio la voluntad de Dios es
a lo que tiende el sermón de la montaña, sermón
que a lo largo de la historia no ha cesado de constituir un
reto para los cristianos y no cristianos. ¿Cuál
es el sentido de estos aforismos en los que Mateo y Lucas
reúnen las exigencias éticas de Jesús?
El mensaje de Jesús no es una suma de preceptos. La
donación, el regalo, la gracia preceden a la norma
y la exigencia. Todos están llamados, a todos les brinda
la salvación sin méritos previos y las promesas
de bienaventuranza son para los desventurados. También
dice Jesús que no hay conversión sin cumplimiento
de la voluntad de Dios, sin buenas obras, sin actos de amor:
corazón y acción no se pueden separar. Las exigencias
de Jesús, como el amor al prójimo, están
motivadas fundamentalmente por la voluntad y esencia de Dios.
En el Sermón de la Montaña no se piden actos
extraordinarios, heroicos, sino actos muy corrientes de amor.
Los provocativos ejemplos de este famoso Sermón (Mt.
5,39-41) no quieren marcar una acotación legal. Las
exigencias de Dios apelan a la liberalidad del hombre, apuntan
a un más, o sea, a lo incondicionado, a lo ilimitado,
al todo. No sólo reclama lo exterior, lo controlable,
sino lo interior, lo incontrolable, el corazón del
hombre. No sólo espera sanos frutos, exige el árbol
sano (Lc. 6,43 sigui.; Mt. 7,16-18). No sólo el obrar,
también el ser. San Agustín lo expresó
en sus tiempos de madurez con su tan citada frase: "Ama
y haz lo que quieras". En nuestro siglo, el escritor
Albert Camus apunta hacia lo mismo cuando dice: "Hace
falta haber encontrado antes el amor que la moral".
Las sorprendentes antítesis del Sermón de la
Montaña, poniendo la voluntad de Dios frente al derecho,
no quieren significar más que esto, que no solamente
van contra la voluntad de Dios el adulterio, el perjurio y
el asesinato consumado, sino también el deseo adúltero,
el pensamiento insincero y la actitud hostil, cosas todas
ellas que la Ley no puede abarcar. El mensaje clave, en fin,
es que con la mirada puesta en lo definitivo y último
-el reinado de Dios-, se espera del hombre su transformación
radical; una integral orientación de la vida del hombre
hacia Dios, un corazón indiviso que no sirva a dos
señores, sino a un único Señor.
Espero que esta honda reflexión ayude a dar respuesta
válida a tu pregunta: "Pero entonces, ¿a
qué atenerse?".
Humanidad, sobre todo (27 de julio,
1999)
A pesar de haberte repasado y meditado el Sermón de
la Montaña, sigues considerando difícil llegar
a descubrir la voluntad de Dios para contigo. ¿No será
que te has acostumbrado a que sean otros quienes te digan
en qué consiste esa voluntad de Dios, pero que tú
nunca te has puesto, de verdad, a descubrirla? Antes de continuar
mi carta te recuerdo que, aprender a andar es comprender que
quien no se obedece a sí mismo es gobernado por otros.
Es más fácil, mucho más fácil,
obedecer a otro que gobernarse a sí mismo. Lo que uno
tiene que plantearse en serio es si quiere gobernarse a sí
mismo o si desea que sean otros quienes le gobiernen.
¿Has leído con calma el Nuevo Testamento? Ahí
Jesús nos lo deja todo bien claro, siempre que abramos
generosamente los ojos para ver, la cabeza para entender,
el corazón para sentir. Podemos darle un repaso y comprobarás
que la voluntad de Dios se manifiesta inequívoca y
con toda claridad.
En primer lugar vemos que Dios no desea otra cosa que el
beneficio del hombre; su verdadera grandeza, su auténtica
dignidad. La voluntad de Dios, de la primera a la última
página de la Biblia, apunta a la "salvación"
de los hombres. Es una voluntad que salva ayudando, sanando,
liberando. Dios quiere, la vida, la libertad, la paz, la salvación,
la gran felicidad última del hombre, en cuanto a individuo
y en cuanto a colectividad. En ningún momento Dios
es visto sin el hombre, ni se ve al hombre sin Dios, de lo
que hemos de deducir que no podemos estar a favor de Dios
y en contra del hombre; que no se puede querer ser piadoso
y comportarse de forma inhumana.
"Ve primero a reconciliarte con tu hermano, vuelve entonces
y presenta tu ofrenda" (Mc 5,23). ¿Qué
se encierra en esta frase? Que la reconciliación y
el servicio cotidiano al prójimo tiene prioridad sobre
el servicio divino y la observancia del calendario cultual.
Que el propio hombre pasa a ocupar el lugar del ordenamiento
absolutizado de la Ley: humanidad en lugar de legalismo, institucionalismo,
juridicismo, dogmatismo.
Las indicaciones de Dios no quieren más que ayudar
y servir al hombre. Nadie puede, por tanto, tomar en serio
a Dios y su voluntad si no hace lo mismo con el hombre y su
bien. La ofensa a la humanidad del hombre cierra el paso al
verdadero servicio de Dios. La humanización del hombre
es presupuesto del verdadero servicio de Dios.
El amor al prójimo está continuamente presente
en el mensaje de Jesús, y como en el amor es más
importante el obrar que el simple decir, no son las palabras
sino las acciones las que demuestran si existe el amor. "Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente; éste es el mandamiento
principal y el primero" (Mt. 22,37). Y, ¿cuánto
debo amar al prójimo? Jesús da una respuesta
lapidaria y absoluta: "Como a ti mismo" (Mt. 22,
39). Este doble mandamiento asocia el amor a Dios y el amor
al hombre en unidad indisoluble. Desde entonces resulta imposible
jugar la carta de Dios en contra del hombre y viceversa.
Para nosotros, egoístas por naturaleza, esto significa
un giro radical: asumir el punto de vista del otro, tratar
al prójimo como quisiéramos ser tratados por
él (Mt. 7,12). Se trata, ante todo, de enderezar el
propio yo hacia el otro, de estar vigilante, abierto y dispuesto
a favor del prójimo, de estar pronto a ayudarle sin
condición de ningún tipo. Y ante la propuesta
de, ¿quién es mi prójimo? Jesús
responde que no es mi prójimo solamente quien está
cerca, desde un principio, más cerca de mí:
los miembros de mi familia, de mi círculo de amigos,
de mi clase social... Prójimo puede serio también
el extraño, el más extraño, todo el que
llega. Bien claro lo dice el relato del buen samaritano: prójimo
es todo el que en este momento me necesita (Lc. 10,29-37).
En la parábola se insiste en la urgencia con que de
mí se espera el amor en el caso concreto, en la necesidad
del momento, más allá de las reglas convencionales
de la moral. La parábola reclama un comportamiento
activo y creador, una acción decidida y espontánea.
Jesús aparece en los Evangelios como un hombre verdaderamente
amoroso: que toma en brazos a los niños (Mc. 10,13,16),
que se deja ungir con perfume por mujeres (Lc. 7,36-50), se
siente especialmente ligado por amor a Lázaro y a sus
hermanas (Lc. 10,38-42) y a sus discípulos los llama
amigos (Jn. 15,13-15). Su amor no es un amor egoísta,
que sólo busca el propio provecho, sino un amor verdaderamente
humano, fuerte, que busca el bien del otro con alma y cuerpo,
de palabra y de obra. En el amor verdadero todo deseo se hace
don, no posesión.
Jesús lo muestra así en las acciones más
corrientes de la vida cotidiana: el puesto que uno escoge
en el banquete (Lc. 14,7-11), el que no condena sino que juzga
con misericordia (Lc. 6, 36 sigui.; Mt. 7,1), el que se cuida
de decir la verdad sin reservas (Mt. 5,37).
Después de meditar a fondo los Evangelios, el heterodoxo
Hans Küng sintetiza el mensaje de amor de Jesús
en tres frases programáticas que me parecen fundamentales:
"Amor quiere decir perdón, amor quiere decir renuncia
y amor quiere decir servicio".
-La disposición al perdón sin límites
-el perdón suelta todos los nudos y deja la historia
abierta para nuevas ascensiones es una nota característica
de Jesús: siete veces, no; setenta veces siete. Es
decir, siempre, hasta el infinito (Mt. 18,22; Lc. 17,4). Hay
que perdonar siempre, por principio.
-La renuncia voluntaria sin contrapartida es nota característica
de Jesús. Renuncia a ciertos derechos en favor del
otro: acompañar dos millas al que me fuerza a caminar
una (Mt. 5,41). Renuncia al poder a propia costa; dejar también
la capa a quien me quite la túnica (Mt. 5,40). Renuncia
a la réplica violenta: volver también la mejilla
izquierda a quien me abofetea la derecha (Mt. 5,39).
-También es nota característica de Jesús
el servicio desinteresado. Es significativo que la recomendación
de Jesús sobre el servicio sea siempre la misma, aunque
transmitida con diferentes formulaciones: el que sea el primero,
sea el servidor de todos (Mc. 10,43 y ss.). Es una llamada
al servicio, tanto de los superiores hacia los inferiores
como al revés, es decir, el mutuo servicio de todos.
Todo el comportamiento de Jesús responde a su predicación,
y con su palabra y su acción siempre se volvió
hacia los débiles, los enfermos, los abandonados, y
con su fortaleza, a todos ellos les brindó una oportunidad
de ser hombres. Estuvo al lado de los que realmente son pobres:
de los que pasan hambre, de los que se quedan cortos, de los
que están al margen, de los que andan retrasados, de
los rechazados y oprimidos de este mundo.
A los ricos, que amontonan riquezas que la polilla y la carcoma
echan a perder, a esos ricos que ponen su corazón en
las riquezas, los juzga Jesús de detestables (Mt. 6,19-21).
El éxito, la elevación social, no tiene sentido
para él: a todo el que se encumbra lo abajarán
y al que se abaja lo encumbrarán (Le. 14,11). Es menester
decidirse, no se puede tener dos dioses.
Dondequiera que los bienes se interpongan entre Dios y el
hombre, donde quiera que uno sirva al dinero haciéndolo
su ídolo (Mt. 6,24), ahí se aplica el "¡ay
de vosotros, los ricos!". Pero también advierte
que el pequeño criado puede ser tan duro de corazón
como el gran rey (Mt. 18,23-35). Jesús no propaga el
desposeimiento de los ricos. No reclama la venganza contra
los explotadores, la opresión de los opresores, la
expropiación de los expropiadores, sino la paz y la
renuncia a la fuerza. Ni tan siquiera exigió a todos
sus seguidores la renuncia a sus propios bienes. Algunos de
sus más próximos -Pedro, Marta y María-
tenían casa propia, él mismo aprueba que Zaqueo
reparta sólo la mitad de sus bienes (Lc. 19,8), y lo
que pide al joven rico para poder seguirle, no lo pide a todos
de manera sistemática y en cualquier situación
(Mc. 10,17-22). Sin embargo, lo que sí pide a todos
es la "pobreza de espíritu", que es la actitud
fundamental de una vida sobria, sin pretensiones, sin arrogancia
ni presunción, sin inquietud desmedida por lo económico
y material. La pobreza de espíritu es la libertad interior
de los bienes propios, que debe realizarse de distinta manera
en las distintas situaciones. Pero, eso sí, siempre
de tal modo que los valores económicos no sean los
valores supremos, que rija una escala de valores en la que
impere "primero el Reino de Dios y luego todo lo demás"
(Mc 6,33). Y cuando este punto de referencia comienza a estar
claro, también empezamos a vislumbrar que todo hombre
se encuentra siempre ante Dios y ante los hombres como un
"pobre pecador", como mendigo que necesita misericordia
y perdón.
Si crees, sinceramente, que el Opus Dei puede ayudarte a
descubrir y vivir la voluntad de Dios tal y como indican los
Evangelios, tira para adelante, no lo dudes. Por mi parte,
he de decirte que identificar la voluntad de Dios con tanto
mundo de apariencias, reglamentos, normas, órdenes,
directrices y ciegas obediencias, me fue imposible; me cortaban
la respiración, me ahogaban.
Pienso que la educación espiritual tendría
que ocupar, seguir ocupando, un lugar importante. Pero no
como una educación religiosa "orientada",
o mejor dicho, "teledirigida" -que es lo que trato
de criticar-, sino más bien destinada a abrir al individuo
a las grandes corrientes universales de la espiritualidad.
Estoy convencida de que un pensamiento religioso es auténtico,
cuando es universal por su orientación.
Los distintos Cristos y el
Cristo real (31 de julio, 1999)
Como de ser limitados no nos escapamos nadie, a la hora de
dar cuerpo a nuestras creencias, cada uno, según sus
entendederas, ofrece su propia versión, a veces muy
distintas una de otra. Recuerdo a una numeraria -dejó
de serio después de 20 años de militancia-,
que comentaba con cierta desesperación, al referirse
al grueso de las numerarias que la rodeaban: "Lo que
me une a estas mujeres es el amor a Jesucristo, y a veces
pienso que amo a otro distinto". Efectivamente, en la
práctica del cristianismo podemos distinguir distintos
Cristos. H. Küng habla, entre otros, de los Cristos siguientes:
el de la piedad, el del dogma, el de los "entusiastas",
el de los literatos y, por fin, el Cristo real. Contando con
nuestra limitación, tal vez lo importante sea dar con
el Cristo que mejor nos vaya para nuestro desarrollo personal
y humano.
Las experiencias cristianas del único Cristo pueden
ser muy distintas. Hay cristianos que desde muy pronto han
conocido a Cristo como el piadoso y siempre amable divino
Salvador. Otros lo han conocido como el gran Caudillo. Otros
se han sentido tocados por su dulce y humilde corazón,
hasta el punto de hacer del Corazón de Jesús
el nombre propio de Cristo. Para muchos, el nombre de Jesús
no evoca, durante toda su vida, otra cosa que los días
de Navidad. Otros, finalmente, sólo piensan en el Hijo
divino de una madre virgen, amabilísima, mucho más
humana y cercana a nosotros.
¿Cuál de las imágenes de Cristo es la
verdadera?
El Cristo del dogma, lleva a adorar a Dios como divinidad
más que a imitarle como hombre terreno; el Cristo de
los "entusiastas", del movimiento pentecostal y
de los carismáticos, lleva al canto de alabanza y al
pietismo; el Dios de los literatos y de los poetas, descubre
horizontes del lenguaje y de la imagen que permiten traducir,
transponer y comprender de forma nueva el acontecimiento de
Jesús. Pero, ¿cuál es el Cristo real?
Küng responde:
"En realidad, el Cristo de los cristianos es una persona
muy concreta, humana, histórica: el Cristo de los cristianos
no es otro que Jesús de Nazaret. Es por esto por lo
que el cristianismo se basa esencialmente en la Historia,
y la fe cristiana es esencialmente una fe histórica".
La fe cristiana es una entrega incondicional y un abandono
confiado del hombre entero, con todas las fuerzas de su espíritu,
al mensaje cristiano y al que en él viene anunciado;
es decir, un acto de entendimiento, de la voluntad y del sentimiento,
una confianza que incluye una aceptación intelectual.
Küng concluye diciendo que "sólo un creer
y saber conjuntos, es decir, un saber creyente y un creer
sapiente, son hoy capaces de aprehender al verdadero Cristo
en toda su amplitud y profundidad" .
Personalmente pienso que, cualquier medio -institución,
dirección espiritual, comunidad, guru- que te ayude
a acercarte a este Cristo real, es válido. Lo realmente
importante es que tengas claro este punto de referencia de
lo que el Cristo real es.
Conversión por el amor
(2 de agosto, 1999)
No sé si el empeño es tuyo o si te lo han contagiado,
pero de cualquier forma, me pregunto: ¿Por qué
esa manía de querer poner puertas al campo? Y además,
en tu última carta me repites tantas frases hechas
ya por mí archiconocidas: que "gracias a su constante
vigilancia en la Iglesia perdura la pureza de doctrina",
que "sigue habiendo mucha confusión", que
"en el terreno doctrinal no se pueden hacer concesiones",
que "es preciso permanecer vigilantes y atentos"...
¿Pero es que nunca has detectado que toda esa pretendida
y presumida perfección se convierte, a menudo, en una
espada fría y peligrosa?
Si te notara totalmente convencida de lo que me dices, no
me molestaría en escribirte, pero como te veo con ganas
de contrastar opiniones para conseguir así aclararte,
siguiendo el hilo de tu comunicación, te cuento mi
modo de ver las cosas que me explicas.
Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia no define
ya a la fe como un conjunto de verdades sobrenaturales y de
preceptos positivos que vinieron en su día a completar,
a superponerse a la llamada "religión natural",
para construir así la religión cristiana. La
constitución "Dei Verbum" del mencionado
Concilio, reserva la palabra "revelación"
para designar a la automanifestación directa de Dios
en la Historia de la Salvación, con su culminación
en Jesucristo; no se define exclusivamente como un cuerpo
de doctrina. El corazón de la experiencia evangélica
radica en la comprensión de la indisoluble unidad de
los horizontes humano y divino del hombre. No hay superposición;
ambos horizontes se confunden.
A raíz del Vaticano II los teólogos cobraron
mayor conciencia de la alteridad del Dios revelado en el Evangelio:
un Dios humilde, respetuoso con nuestras libertades y amante
de la creación. Cualquier proselitismo que pretendiera
imponer otra visión, falsificaría su verdadera
imagen; imagen que se hace realidad viva a través de
una simple presencia cristiana, respetuosa de los demás,
que acepta a los otros tal y como son y en sus mismas diferencias,
sin tratar de convertirlos más que a través
del amor al prójimo.
El teólogo Karl Rahner critica de forma contundente
esas actitudes religiosas que tienden a la idolatría,
a la deificación de las "causas segundas",
a dar la fuerza de una ley divina a determinados preceptos
morales. El Dios del Evangelio es completamente Otro. Lo que
nos aporta, no es una moral, es Él mismo. El misterio
consiste precisamente, en que Él ha sido hombre y ha
vivido en nuestro mismo horizonte. [KARL RAHNER, Lo dinámico
en la Iglesia].
"Id y enseñad a todos los pueblos", fue
la última consigna de Jesús. Enseñar
a vivir en su presencia y a comprender que el cristianismo
consiste en que Dios vive en la humanidad y la humanidad en
Dios. La consigna de Jesús no significa: enseñad
a los pueblos mis principios, mis soluciones o mis teorías
-el Dios del Evangelio no es un Dios-Solución-. Creo
que la consigna significa, simplemente: enseñad a los
pueblos quién soy yo, viviendo a sus ojos en la fidelidad
evangélica; algo que se consigue en un clima de oración
y de docilidad al Espíritu. Sólo bajo la acción
del espíritu nos encontraremos a nosotros mismos, y
acertaremos a encontrar el camino del mayor y mejor servicio
a Dios, a la Iglesia y a la ayuda y el bien de los otros.
Me gusta recordar que si Cristo es el mediador del Padre,
el Espíritu es quien desencadena historia, el Señor
y dador de vida, es quien renueva la faz de la Tierra para
que esa Tierra renovada sea la meditación del misterio
de Dios.
El cristianismo doctrinal, desde su postura de estatismo
dogmático, da pocas facilidades al Espíritu
para que se manifieste. En sus formas de hacer sólo
caben dos actitudes: Autoritaria o paternalista. Sus gestos
siempre son crispados o de desolación. Vive en actitud
de asedio y, ante tanta adversidad no cabe más respuesta
que la rigidez. En su moralismo estrecho no hay lugar ni para
la confianza ni para la auténtica disponibilidad, es
decir, el clima que todo diálogo requiere.
Por el contrario, el cristiano que, sencilla y llanamente,
intenta seguir a Jesús, duda, tropieza, se equivoca,
pero si consigue que el espíritu evangélico
-Cristo- esté presente de alguna forma en el mundo
que le rodea, puede sentir toda la alegría, ya que
esta presencia constituye, en definitiva, su única
razón de ser. Su actitud es de disponibilidad y de
aceptación del entorno, guardándose de separar
la cizaña del grano. Cualquier postura hecha de rechazo,
de ruptura o de anatema, es diametralmente contraria a la
ética que quiere y hace por vivir.
Sus reglas, sus normas, han de traducirse en una gran exigencia
de libertad interior, en un constante crecer de la capacidad
de autodirigirse y en un ejercer el juicio de la conciencia
iluminada, con el fin de liberarse de todo sectarismo y poder
así ejercer la tolerancia, la comprensión y,
en definitiva, la caridad en todo su despliegue de valores
humanos; valores que abarquen a todas las capas sociales,
desde las menos favorecidas a las más cultivadas.
¿Y qué es entonces el pecado?, te preguntas.
Pecado es todo aquello que da muerte al hombre. El pecado
consiste en participar, hacer posible y eficaz el pecado en
el mundo. Todo lo limitado y creado debe medirse en último
término por un sólo criterio: si produce vida
o muerte. El verdadero creyente es aquel que invocando a Dios
da vida a los hombres. Aquel que invocando a una divinidad
da muerte al hombre es un idólatra. En el testimonio
en favor de la vida creo que está la raíz más
profunda.
La caridad cristiana no es purísima doctrina, desde
luego, tampoco se traduce solamente en activismo para combatir
las múltiples miserias materiales, físicas y
morales, desigualdades, opresiones, injusticias..., porque
como apuntaba con amplia visión el padre Arrupe en
su discurso ante la Congregación de Procuradores, del
5 de octubre de 1970: "Todos estos problemas no tienen
solución más que a niveles superiores y como
resultado de un conocimiento científico profundo y
preciso". Y por eso consideraba imprescindible formar
cristianos con una sólida preparación científica
que llevaran a cabo un auténtico "apostolado social"
que no se limite a la tentación puramente activista.
¿Te das cuenta ahora de por qué insisto en
que no hay que poner puertas al campo? Hay mucho campo abierto
en el que actuar; en el que es preciso actuar, pero sin ponerle
puertas. De acuerdo con que todas las religiones, y también
todas las disciplinas científicas, se transmiten por
inculcación, por adoctrinamiento, pero eso no quiere
decir que, por fuerza, hay que caer en el sectarismo. Lo que
define al sectario, así, a simple vista, es su incapacidad
para superar el nivel de inculcación; ese tope que
ha de tener todo adoctrinamiento. Cuando una doctrina no transmite,
junto a sus contenidos, los medios para fundamentarlos o cuando
se inmuniza contra todas las críticas, está
funcionando como una secta.
El cristiano doctrinal, con su rigidez, se empeña
en poner puertas al campo. El cristiano que, sencilla y llanamente,
intenta seguir a Jesús, necesita campo abierto en el
que hacer realidad su conversión por el amor.
Aunque han pasado casi 40 años desde la celebración
del Concilio Vaticano II, en la Iglesia católica -al
menos en sectores hoy decisivos-, continúa sonando
a novedoso el hecho de que la primera línea que divide
o aglutina no es la línea de autoridad, y correlativamente
de la obediencia, sino la línea de la comprensión
y praxis de la fe.
¿Que tienes miedo a equivocarte?
(7 de agosto, 1999)
¿Que temes dar un paso en falso, tanto si apuntas
a un lado como hacia otro? Bueno, tomar una decisión
-cualquiera que sea-, implica asumir un riesgo. Si optas por
caminar, siempre has de tener un pie en el aire, no hay otra
forma de avanzar. Pero te sigues preguntando: "¿Y
si fuera cierto lo que dicen, una y otra vez, que de ellos
depende un saneado futuro de la Iglesia?.." Y otra razón
de innegable peso te parece que es el reiterado visto bueno
del actual Papa.
Que con el apoyo incondicional de Juan Pablo II, la Obra
se ha ido haciendo, gradualmente, con parcelas cada vez más
amplias del Gobierno del Vaticano, no cabe la menor duda,
como tampoco cabe dudar de que su meta consiste en llegar
cada vez más a una mayor conquista. Sin embargo, también
hay que contar con que en la cabeza de la Iglesia católica
existen los movimientos pendulares, y si durante las décadas
de los ochenta y los noventa el Opus Dei, gracias a su aceptación
plena por parte del papado, está en el candelero, también
cabe la posibilidad de que no lo esté tanto, o hasta
deje de estado, si en la política vaticana llegan a
soplar vientos más liberales con la elección
de un nuevo pontífice.
Si echamos un vistazo a la historia de la cristiandad, descubrimos
que existen siglos de pequeña comunidad y siglos de
gran organización, siglos de minoría y siglos
de mayoría; perseguidos que se convierten en dominadores
y, con frecuencia, en perseguidores. A siglos de Iglesia subterránea
suceden siglos de Iglesia estatal; a los siglos de los mártires
neronianos, los de los obispos cortesanos constantinianos.
Hay tiempos de monjes y doctos y, conviviendo a menudo con
ellos, de políticos eclesiásticos; a la época
de la conversión de los bárbaros, al tiempo
del nacimiento de Europa, siguen épocas de reinstauración
y nuevo derrumbamiento del Imperio romano por obra de los
Papas y emperadores cristianos. Se dan siglos de sínodos
papales y siglos de concilio de reforma del mismo papado;
se da una edad de oro de humanistas cristianos y de renacentistas
mundanos, así como una revolución eclesial de
reformadores, siglos de ortodoxia católica y protestante
y siglos de resurrección evangélica. Tiempos
de acomodación y tiempos de resistencia, "saecula
obscura" y el "siecle des lumieres", siglos
de innovación y siglos de restauración, siglos
de desesperación y siglos de esperanza. [HANS KUNG,
op. cit., pp. 148 y 149].
"No es extraño que surja otra vez la misma pregunta
-dice H. Küng-: ¿Qué es propiamente lo
que aglutina los 20 siglos, tan extremadamente diferenciados,
de historia y tradición cristianas?". Y no encuentra
más que una respuesta: "El recuerdo de un tal
Jesús, al que a través de los siglos se le ha
seguido llamando Cristo, el último y definitivo enviado
de Dios".
A continuación, se hace una segunda pregunta: "¿Qué
es lo peculiar del cristianismo?". Y responde: "El
cristianismo, en definitiva, no puede ser o hacerse relevante
más que activando (en la teoría y en la praxis,
como siempre) el recuerdo de Jesús en cuanto determinante
último, o sea, activando el recuerdo de Jesús
el Cristo, no simplemente de Jesús como uno de los
hombres decisivos. No hay cristianismo más que donde,
en la teoría y en la praxis, se activa el recuerdo
de Jesucristo".
En la medida en que tengas claro este punto de referencia
-en la teoría y en la práctica-, el temor a
equivocarte irá desapareciendo.
¿Y por dónde nos andamos
hoy? (11 de agosto, 1999)
No podemos reducir y menos negar la realidad. Pero la realidad
es compleja y nosotros limitados, y a menudo, claro está,
nos desborda. Por eso, para no sentimos desbordados, tendemos
a la simplificación atrincherándonos en el "así,
sí; así, no". En el terreno de lo religioso
esta tentación ha venido siendo una constante: blanco
o negro.
En los años posconciliares, en el ámbito católico
comenzó a ser cada vez más frecuente, la figura
de quien tachaba de progresista a todo el que no comulgaba
con sus ideas excesivamente conservadoras, y la de quien lanzaba
la acusación de integrista contra todo aquel que no
era partidario de los excesos de cambios y variaciones. Como
verás, una clara forma de simplificación.
En aquel entonces, mi postura, como la de tantos otros, era
la de una persona que se esforzaba por no estrechar los horizontes
que la misma Iglesia mantenía legítimamente
abiertos. Pablo VI no cesaba de apuntar ideas animantes en
este sentido: "No sea vuestro corazón cerrado
y exclusivo, encerrado en la sombra de vuestro campanario,
sino que se comporte siempre y en todo momento con sentido
de Iglesia".
Otras de sus reiteradas frases famosas fueron: "Un verdadero
cristiano no conoce el inmovilismo"; "vuestra mirada
no debe limitarse, o cerrarse, a ningún horizonte".
"La firmeza de la fe católica no será un
confín, será una puerta; no para cerrarla al
diálogo, sino para mantenerla abierta; no para echar
en cara los errores, sino para salir al encuentro de las virtudes."
Ni integrismo ni progresismo. Ni inmovilismo paranoide ni
picoteo e inestabilidad esquizoide. Se trataba de buscar y
encontrar la alternativa entre la rigidez paranoide y la dispersión
esquizoide, entre la inmovilidad petrificada y la agitación
permanente.
Y en esa lucha, más o menos, seguimos, ya que hoy
en día la batalla continúa siendo la misma:
aperturistas y conservadores. Lo que ocurre es que los segundos
son los que en la actualidad cuentan con el visto bueno, hasta
el punto de que los primeros hablan alarmados de un claro
empeño de Roma por volver a la Edad Media.
El Vaticano II (1962-1965), rubricó con su sello -un
proceso iniciado tiempo atrás pero siempre sofocado-,
todo lo que antes había sido condenado por las altas
instancias oficiales: el cambio de paradigma de la Reforma
fue al fin consumado mediante la revaluación de la
Biblia y la predicación, la admisión de la lengua
vernácula en la liturgia, la activa participación
de los laicos y la acomodación de la Iglesia a las
diversas naciones... Y la ejecución del cambio de paradigma
de la modernidad se manifestó en la afirmación
de la ciencia natural moderna antes condenada (imagen copernicana
del mundo, idea darwinista de la evolución), de la
historia moderna y de la ciencia bíblica histórico-crítica,
como también en la afirmación de la moderna
democracia, de la soberanía popular, de la libertad
de religiones y de conciencia y de los antes desaprobados
derechos humanos en general (supresión de la censura
y del Índice). La Edad Media -tanto tiempo vigente
dentro del catolicismo gracias al mantenimiento de la lengua
latina, la escolástica, el derecho canónico
y la Inquisición-llegó a su fin, por más
que en Roma aún se intente, mediante una "recatolización"
con barniz exterior de modernidad, restaurar dentro de la,
Iglesia el paradigma medieval antirreformador y antimodernista.
[HANS KUNG, El cristianismo y las grandes religiones, pp.
76 y 77].
"Reforma e Ilustración trajeron consigo la secularización
característica de la sociedad moderna, donde la religión,
el clero, la teología y el derecho sacral ya no lo
determinan todo como en el paradigma medieval, donde más
bien la ciencia, la técnica, la economía y la
cultura han alcanzado independencia, autonomía, mundaneidad,
justamente secularidad" -puntualiza Hans Küng-.
Pero superada la euforia del Vaticano II, y también
sus estragos, los estudiosos hablan de un insistente y no
eventual retorno a la Edad Media, en la que el Opus Dei tiene
mucho que ver. Según J. Ynfante, la Edad Media es un
referente obligado para entender el complejo mundo de las
relaciones entre el papa Juan Pablo II y el Opus Dei. La Iglesia
primitiva medieval esperaba una segunda venida de Cristo,
si no cada hora, al menos al final de cada siglo. La fiebre
milenarista también ha prendido en sectores de la Iglesia
católica y, como si estuviera atravesando el mundo
una nueva era de cruzadas, el papa Juan Pablo II junto con
el Opus Dei y otras organizaciones católicas ultraconservadoras
han emprendido un combate contra las fuerzas del "progreso"
o la "razón" que niegan a Dios y a la religión.
Con semejante espíritu estos nuevos cruzados pretenden
confirmar la legitimidad de la Iglesia militante y el regreso
a la Edad Media parece ser su única apuesta de futuro,
aunque representan lo peor del medievo como pueden ser la
irracionalidad, el oscurantismo y la intolerancia. [J. YNFANTE,
op. cit., p. 470].
Según Ynfante, la aventura de las cruzadas engarza
nueve siglos más tarde con la aventura de un mosén
aragonés, imbuido de espíritu medieval, que
luchó con todas sus fuerzas por un catolicismo de cruzada
y encontró entre los vencedores de la Guerra Civil
española los mismos presupuestos ideológicos
que ambicionaba para su organización, que comenzaba
entonces y que pretendía fuese una copia de vicariatos
castrenses y prelaturas del medievo. Así la consigna
que barrió Europa con el grito guerrero de "¡Dios
lo quiere!" tomó forma en la Obra de Dios, que
se ha visto favorecida por un Papa polaco, por más
señas lector de Camino, libro del ya beato Fundador
del Opus Dei, donde aparecen "militancias Cristianas"
y "gente escogida a su servicio" (máxima
905) y menciona también el "¡Dios lo quiere!"(máxima
857) de las primeras cruzadas.
Estos dos autores citados no son los únicos en destacar
el claro empeño de regreso a la Edad Media, tanto por
parte del Papa actual como del Opus Dei. Edward Luttwak, por
ejemplo, decía en el periódico francés
Le Monde, hace un par de años, que "para el papa
Juan Pablo II forman una nueva generación de católicos
planetarios y resulta sintomático que la Iglesia católica
cuente con los cruzados del Opus Dei como principal fuerza
de vanguardia y de tropas de refresco en la época del
"turbocapitalismo" y de la mundialización".
También T. W. Adorno afirma que "ese fanático
ahínco por defender a Dios como en tiempo de las cruzadas
lleva a sus miembros a integrar una mafia de individuos fronteriza
con la locura" [T. W. Adorno, La personalidad autoritaria].
El sociólogo Alberto Moncada, distingue entre los
católicos actuales, dos prototipos claramente definidos.
El primer grupo lo constituyen los que son católicos
como los de antes, es decir, fieles cumplidores de lo que
les dice la Iglesia y regulares consumidores de la información
y la formación que ésta les proporciona. Son
personas que no aceptan una crítica al aparato eclesiástico
porque les parece como un insulto a la propia familia, que
se enfadan cuando se les pone de manifiesto las debilidades
y las prepotencias eclesiásticas, que piensan que ser
católico es equivalente a ser honrado y que no toleran
otro análisis de la moral y las costumbres que el que
le ofrecen los mentores. Este tipo de personas suele coincidir
con las ideas, los comportamientos y las nostalgias de quienes
echan de menos una sociedad más orgánica, menos
fragmentada, en la que cada uno conozca su sitio, ejerza sus
libertades pero, sobre todo, cumpla con sus deberes. Es más
una religión del corazón que de la cabeza y,
por ello, sus seguidores no creen que hay que dar muchas vueltas
a los conflictos entre la razón y la fe, sino dejarse
guiar siempre por la autoridad competente.
El otro grupo lo constituyen aquellos creyentes que practican
su fe, pero no aceptan a pie juntillas todo lo que les dice
la jerarquía, y hoy en concreto les parece excesivo
el fundamentalismo y extremismo del Papa actual. Aspiran a
integrar su fe en sus otras determinaciones y, en general,
reconocen el imperativo de la conciencia como principal fuente
de moralidad. Entre estos católicos es donde hay más
partidarios del ecumenismo cristiano, de cerrar la brecha
del pasado y utilizar el mensaje del Evangelio para participar
de las grandes metas morales contemporáneas, como la
paz, la tolerancia y la solidaridad. [ALBERTO MONCADA, Tipología
religiosa al filo del Tercer milenio. Revista de Ciencias
Sociales, n. 8, pp. 234 y 235].
Actitud de búsqueda y actitud
de obediencia (17 de agosto, 1999)
Esperaba de nuevo tu pregunta -la misma que ya me has hecho
en diferentes ocasiones-, y otra vez ha llegado: "Pero
entonces, ¿a qué atenerse?" -dices-. "Con
las directrices, con el reglamento, uno sabe siempre lo que
ha de hacer, lo que debe hacer."
Al leer tu carta me ha venido a la cabeza la imagen de la
hija de un general del ejército, a la que conocí
siendo ambas numerarias. A sus cuarenta años cumplidos,
reconocía abiertamente, que por el tipo de educación
que había recibido y por su manera de ser, no tenía
más remedio que "funcionar en la fila". Aseguraba
que nunca había logrado pensar o sentir nada que no
fuera encasillado al instante; ya fuese en una casilla llamada
"padres", o "profesoras y monjas" o, más
tarde -siendo ya del Opus-, en otras casillas que tenían
el nombre de "directora", "confesor" o
"Padre". Sus pensamientos y emociones eran como
fichas que caían en ranuras ya predestinadas. Nunca
había sentido ni pensado algo propio, espontáneo,
no dirigido, no impuesto por las que en un momento u otro,
eran sus superiores. Lo que más le podía horrorizar
eran los mundillos donde la gente se mantiene abierta hacia
nuevas emociones o aventuras; grupos e individuos que viven
al día, como pelotas bailando en la cima de surtidotes
de agua saltarina.
A persona tan encasillada, era inútil darle a entender,
que entre ese extremo que le horripilaba, y su postura -también
extrema-, había un campo enorme. Que no sólo
existía el orden total o el caos generalizado.
Sonreía cuando le intentaba explicar que, con su forma
de pensar y hacer, todos acabaríamos siendo como guisantes
en conserva; cada uno de ellos idéntico a todos los
demás. Que ni las mismas numerarias éramos una
simple suma de magnitudes homólogas, así como
las patatas en una bolsa forman una bolsa de patatas (sin
tener en cuenta que hasta las patatas se diferencian unas
de otras).
Con comedida sonrisa ante mis "atrevidas" comparaciones
sin decir nada parecía decirme: "Patata o guisante,
en bolsa o en lata...Ya sé que a ti te espanta todo
esto, pero a mí no".
Con todos los respetos debidos, pensaba y pienso que quienes
se aferran con uñas y dientes a una institución,
persona o cosa descienden automáticamente algunos peldaños
en la escala de la humanidad, porque dejan de pensar por sí
mismos. Albert Einstein lo formuló de manera mucho
más dura al decir que él "desprecia al
que le asegura que camina dentro de las filas y al paso porque
tal tipo de persona no tiene necesidad de cabeza. La. médula
espinal le bastaría ampliamente".
Por mi parte, fue imposible llegar a comunicarle, de alguna
forma, que vivir siempre con seguridad también es peligroso.
Se corre el peligro de no llegar a ser nunca uno mismo, de
perder el más profundo y verdadero yo.
La gran renovación (23 de
agosto, 1999)
"Es preciso estar vigilantes para no dejarse contaminar...".
"No hay que bajar la guardia..."; "El enemigo
está siempre al acecho..." En la década
de los setenta, frases de este tipo y palabras como: "desviaciones,
engaño, aberraciones...", estaban constantemente
en boca de los directores de la Obra. Por aquellas fechas,
hasta cierto punto se entendía esta forma de psicosis,
ya que nos encontrábamos en plena movida postconciliar,
pero es que, por lo que me dices, hoy la obsesión continúa
siendo la misma: batalla por la llamada "pureza de doctrina",
por "no dejarse contagiar por ideas dudosas, erróneas
o perniciosas..." Lo grave de la repetición de
esta cantinela es que a quienes la cantan, no les permite
conocer eso mismo que denuncian, ni tan siquiera les consiente
saber si denuncian algo real o conjuran simplemente un fantasma.
¿Por qué esa constante refriega contra gigantes
imaginarios, si las más de las veces no suele haber
más que enanos con los que luchar? Cuando la práctica
de la "caza de brujas" presenta caracteres obsesivos
termina por ensanchar el área de lo que denuncia a
horizontes insospechados.
Esta actitud constante de desenmascaramiento y denuncia acaban
por ser estériles y esterilizantes porque dificultan
cualquier tipo de comprensión. Con esto no quiero decir
que lo bueno sea perderse en la noche en la que todos los
gatos son pardos; lo que pretendo expresar es que no creo
que la llamada "mano dura", por sistema, sea en
absoluto buena. No es bueno fiarse principalmente de la espada;
no es bueno instalarse en posiciones exclusivamente defensivas;
no es bueno recurrir de forma permanente y regular a los medios
duros -porque son más fáciles y expeditivos-
y a medidas coercitivas. Son posturas que irritan sin iluminar
y también son las que mejor se prestan a la rutina
y a la negligencia de las sanas inquietudes del intelecto.
Pienso que las posiciones abiertas y de progreso son más
importantes que las posiciones de defensa, y conste que con
esto no quiero negar que la Iglesia tiene un deber imprescriptible
de defender la fe contra el error, pero me parece más
importante que ejerza la autoridad docente, por sistema, y
sólo en casos muy excepcionales la autoridad coercitiva,
porque como decía Karl Rahner: "La Iglesia traicionaría
el Evangelio, y el magisterio su misión, si no tuviera,
en ciertas circunstancias, la valentía de decir un
"no" categórico a una doctrina que surgiera
en la Iglesia y quisiera adquirir en ella derecho de ciudadanía"
[KARL RAHNER, Rewe Thomiste, abril-junio 1970, p. 319].
En conclusión, quiero decirte que me resulta insoportable
la actitud de ver fantasmas por todas partes -lo que no quiere
decir que haya alguno-, y que siento la misma aversión
por el amargo celo de un integrismo a cuyos ojos "todo
se ha dicho ya" que por la facultad de un progresismo
o neomodernismo que opina que "todo está por hacer".
El Concilio Vaticano II invitó al pueblo cristiano
a una gran renovación; supuso una total reorientación,
una revolución con relación a diez siglos de
historia. El Concilio lo que pide es que volvamos a tomar
conciencia explícita de lo que realmente ha de ocupar
el primer lugar en la vida de la Iglesia: la gracia con sus
dones libres y el amor de caridad.
Allí donde se encuentren la gracia y la caridad (realidades
invisibles pero que de inmediato se detectan cuando están
igual que cuando no están), allá se encuentra
la vida de la Iglesia. Donde no se detecta la gracia santificante
y la caridad, ahí no puede encontrarse la personalidad
de la Iglesia. La defensa contra la herejía, que sigue
siendo para la Iglesia un deber supremo, ha dejado de ser
-era la preocupación principal de los ministros de
su gobierno desde el siglo XI- la preocupación absolutamente
primera. Lo que, según la enseñanza del Concilio
debe constituir la preocupación primordial, es el amor
de Cristo que hay que manifestar a los hombres, y la verdad
de Cristo que hay que comunicarles.
La gran renovación que nos pidió el Concilio
hace treinta y tantos años -pero no lo olvidemos, después
de nueve siglos-, fue en primer lugar y ante todo, una renovación
interior, en la fe viva. En su ausencia no hay nada que esperar.
Este fue el signo, "la pintada" que el Concilio
inscribió en la pared. Fe viva es creer en la gracia
santificante y en la caridad; es creer, en fin, en un orden
sobrenatural, en la trascendencia de Dios, en el Espíritu
Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles
(1 Cor. 3,16; 6,19). Los habita enviando mensajes, iluminando
las mentes y ensanchando los corazones.
El Espíritu Santo es el Alma de la Iglesia porque
es el primer principio de vida ("Señor y dador
de vida", decimos en el Credo, a pesar de que la última
versión del mismo ha suprimido este significativo párrafo,
y tan sólo hace hincapié en el ("Dios Padre
todopoderoso"), habita en el fondo de los corazones de
sus miembros, inspira y dirige -Él, el Espíritu
de Cristo-, el comportamiento de este gran cuerpo a través
de la historia humana (Constitución Lumen gentium,
Encíclica Divinum Ulud, de León XIII y Encíclica
Mystici Corporis, de Pío XII).
El Vaticano II llamó particularmente la atención
de los cristianos sobre la Iglesia de Cristo que ha tomado
forma en la Tierra desde que en Pentecostés envió
a su espíritu sobre los apóstoles. El pasaje
de la primera epístola de San Pedro lo recoge así:
"Mas vosotros sois raza elegida, sacerdocio real, nación
santa, pueblo que Dios ha querido, para que anunciéis
las grandezas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas
a su luz admirable, vosotros que antes no erais pueblo y que
ahora sois el pueblo de Dios" (1 Pe. 2,9-10).
"La condición de este pueblo -dice la Constitución
"Lumen gentium" cap. 2- es la dignidad y la libertad
de los hijos de Dios, en cuyo corazón el Espíritu
Santo habita como en un templo. Tiene por ley el mandamiento
nuevo de amar como Cristo mismo nos ha amado. Su fin es el
Reino de Dios inaugurado en la Tierra por Dios mismo, que
debe dilatarse ulteriormente hasta que, al fin de los siglos,
reciba finalmente de Dios su consumación cuando aparezca
Cristo, nuestra vida."
Cada cual tiene que ejercer el sacerdocio real con su vida,
su oración, su amor a Dios y al prójimo, su
participación en los sacramentos, y su perseverancia
en tender, a pesar de sus debilidades, a la perfección
de la caridad.
El intelectual y político francés, André
Malraux, predijo hace varias décadas: "El siglo
XXI será religioso o no será", y al borde
del nuevo milenio nos encontramos con el panorama de un despliegue
de movimientos religiosos que no cuenta con precedente en
la historia de la humanidad. Los grupos de corte cristiano,
reformista, islámico, shii, hindú, judío
o budista, son legión, y en cada uno de ellos subsisten
retazos de la religión original. También hay
en la actualidad grupos que levantan bandera de la autoafirmación
vitalista y creadora, de ateismo sagrado, o de mística
terrenal a lo Nietzsche.
Siguiendo la predicción de Malraux, tengo la esperanza
de que quizá, con todo este despliegue de variopinta
religiosidad, se trate de preparar el surgimiento de la verdadera
religión del Espíritu.
El filósofo Eugenio Trías, afirma en sus últimos
trabajos, que si hay un tema relevante en este fin de milenio,
éste es, sin duda, el religioso. "La religión
vuelve a estar de actualidad -dice- después de dos
siglos en los cuales parecíamos asistir a un declive
irreversible. Lejos de ser un factor cultural en retroceso
parece hallarse, hoy, en primer plano de los asuntos mundiales"
[EUGENIO TRIAS, Pensar la religión, p. 15].
Trías reflexiona que podría considerarse que
cada revelación religiosa, la que tiene por marco una
religión positiva particular (la cristiana, la islámica,
la budista, la hindú, la zaroastriana, la maniquea,
etcétera), constituye un esbozo y un fragmento; una
revelación parcial y abocetada del gran tapiz textual
que constituye el hecho religioso tomado en su conjunto, o
concebido como totalidad ideal. Tal religión unitaria,
postulada como objeto del "gran anhelo" del hamo
religiosus, podría ser llamada, quizá, la religión
del Espíritu".
E. Trías propone abrir la mente y la mirada al complejo
mundo, con todas sus diferencias marcadas de cultura y civilización.
"Pues de hecho -escribe-, este mundo-todo constituye
un laberinto en el que cada uno de los tramos y paradas del
mismo lo constituye un peculiar enclave cultural que viene
formado e informado por una determinada formación religiosa
procedente de un glorioso pasado: cristiano-ortodoxo, reformista,
islámico, chiíta, hindú, judío,
budista. Con lo que vuelvo a mi institución primera:
es preciso pensar, seriamente, en la posibilidad de que pueda
crearse el terreno propicio para el surgimiento de una nueva
religión: la religión del Espíritu".
Sería la religión postrera y póstuma,
o el horizonte escatológico y finalístico de
toda religión, tal y como la concibió, dentro
del marco del trinitarismo cristiano, el abad calabrés
Joaquín di Fiore en la segunda mitad del siglo XII.
[EUGENIO TRIAS, La edad del espíritu.].
Siguiendo el interesante y sugestivo pensamiento de Trías,
por espíritu ha de entenderse aquella fuerza (huracanada,
tormentosa) que desarraiga radicalmente al sujeto de su situación
corriente y cotidiana de perfecto asentamiento en una identidad,
en un marco familiar y social de referencia, en un mundo perfectamente
conocido e interpretado, generando en él un posible
movimiento de giro, de conversión o revolución
(en el sentido físico del término), de manera
que el sujeto se mueva 180 grados alrededor de sí y
se prepare, para un encuentro consigo (con su propio daimon,
que es la personificación simbólica del espíritu
o el sujeto espiritual que se presenta al sujeto de esa experiencia,
que le conmina y le provoca, o le interpela y le dirige).
Esa experiencia espiritual es, en efecto, la experiencia de
la gracia.
Como norma o como luz (25 de agosto,
1999)
Durante meses me has ido haciendo un sinfín de preguntas
a las que he ido contestando de la forma más clara
y sincera que, en ese momento, era capaz de hacerlo. Después
de tantas respuestas, unas más válidas y otras
menos -supongo-, pido mi turno para exponer un interrogante
que casi desde un principio ronda por mi cabeza. Si el Opus
Dei te plantea tantas dudas como lugar idóneo para
encarnar tus ideales, ¿por qué no haces para
apuntar, pero ya, hacia otro lado?
En los tiempos que corremos de libertad, más o menos,
igual para ambos sexos, de coeducación, de considerables
posibilidades de poder llegar a adquirir una sólida
preparación intelectual y profesional, de independencia
económica, de abierta información y educación
sexual, de solidaridad y preocupación social con un
sentido más amplio que en tiempos anteriores -hay las
más variopintas ONG, Cáritas y otros muchos
grupos, a nivel internacional, nacional o local-, de importantes
oportunidades de llegar a conocer otras culturas, otras formas
de vida, ¿no te has parado a pensar en serio, que existen
gran variedad de organizaciones en las que puedes muy bien
encarnar tus ideales? No te obceques con un sólo punto
de mira, pues hay muy diversos modos de entrega; de dar y
recibir amor verdadero, de encontrar asideros, objetivos,
razones de ser, motivación, sentido.
La reacción frente a esa moral de grandes empresas
brillantes es el surgir de un tipo de ética que se
caracteriza por una moral elemental de las virtudes sencillas,
de aplicación a la vida ordinaria: la bondad que se
manifiesta prácticamente en la pronta disposición
a prestar ayuda y socorrer al prójimo, el sentido de
la justicia, la "decencia" u honradez fundamental
en el trato con los otros hombres, el compañerismo,
la actitud de puntual cumplimiento de los deberes y obligaciones
propios de cada cual, y un modo tal de ser que los demás
puedan contar contigo.
Se trata de ejercer una moralidad sobria, escueta y vivida
casi como un "oficio", sin pretensiones de heroísmo
y santidad. Una moral, como verás, que nada tiene de
aristocrática, reservada para sabios, héroes,
santos..., sino que es una moral para todos.
Ya sé -me adelanto a tus posibles comentarios y objeciones-,
que hay quien critica a las ONG porque consideran que son,
paradójicamente, un invento financiado por los Gobiernos,
Bancos y Multinacionales. Les reconocen que tienen alguna
función de apoyo secundario, pero les achacan que la
mayoría no pasan de ser instrumentos para la privatización
de la caridad institucional. De cualquier forma, lo cierto
es que en estos grupos colabora un montón de gente
llena de buena fe, y que llevan a cabo obras reales de ayuda
a los necesitados y de efectiva promoción humana.
Pienso que después del boom de las ONG, es deseable
que llegue una segunda etapa de madurez, de clarividencia,
de lucidez, que permita a estas organizaciones liberarse de
superficialidades, de manipulaciones mercantilistas y políticas,
que clarifique quién es quién en este sector,
que las libere de dependencias, etcétera.
Se critica que parte de sus colaboradores se apuntan al voluntariado
porque les sobra tiempo, o porque necesitan currículum,
o porque es un buen lugar para ligar. Pero, en el fondo, la
vida de esos voluntarios no cambia en nada, ni su manera de
ver el mundo.
Las ONG pueden ser actores decisivos en el espacio sociopolítico,
o pueden contribuir a una falsa solidaridad o caridad que
adormece conciencias y evita todo compromiso transformador.
Depende de cómo se plantee cada quién la participación
y el compromiso dentro de ellas.
Pero a pesar de todas las críticas, hay que reconocer
que el balance es necesariamente positivo y su papel, a escala
nacional e internacional, tiene cada vez más peso.
Entiendo que quienes han crecido y han sido educados en esa
rueda que ya es hoy el Opus Dei -como es el caso de los hijos
de los supernumerarios, formados en los centros de educación
hechos por ellos y para ellos mismos-, pasen a militar muy
a gusto en sus filas. Pero personas como tú, que te
has movido y desarrollado en otros medios con mayor amplitud
de miras -no te veo yo andando con un dogma debajo del brazo
para dejarlo caer en la cabeza de uno u otro prójimo-,
te plantees convertirte en merluza congelada, cuando cualquiera
sabe que ésta no tiene color con la fresca, no lo puedo
entender. ¿No será que, por las razones que
sean, tu autoestima ha sufrido algún bajón drástico?
¿Se trata, tal vez, de un problema de inmadurez, de
inseguridad? Lucha, no te abandones: sé fuerte. La
fortaleza no se mide por el grosor de los músculos,
ni por el número de kilos que una persona puede levantar.
Fortaleza significa, sobre todo, aguantar, no romperse, no
tirar la toalla. Muévete, continúa buscando.
No, no te dejes congelar, ni te conviertas en una más
de esa especie de reserva de mujeres dóciles y arrebatadas
-en algunos casos no sé si se trataba de emoción
genuina o de adulación- por un culto idolátrico
a la persona del Fundador de su colectivo.
El objetivo de la vida del espíritu es llegar a dar
con la iluminación interior que armoniza y equilibra
desafiando al puro racionalismo, a la lógica, al sentido
común. En todos los idiomas, en el campo de la mística,
y también en el del arte, se habla de luz interior,
del despertar de la luz, de la iluminación. Ya en las
primeras palabras de la Biblia, el desorden inicial, el Caos,
es descrito como tinieblas, y la luz es creada para contrarrestadas.
San Juan de la Cruz recurre a la luz del corazón como
guía en "la noche oscura del alma", y Goethe,
envuelto ya en la tiniebla de la muerte, exclama: "luz,
más luz". En todas las filosofías del mundo,
en todas las religiones, en toda poesía o literatura
ejercida en función del conocimiento, se encuentran
metáforas que equiparan la ignorancia a las tinieblas
y el saber a la luz; una luz que no ha de oponerse a las tinieblas
sino que está contenida aún en las tinieblas
mismas.
La iluminación es la claridad que hay en las cosas
y se aprende a descubrirla. La visión de la realidad
tal cual es, depurada, intensificada, visión de una
realidad de última instancia. Se trata de una experiencia
circular, que se cierra, que vuelve sobre sí, pero
con algo fundamentalmente nuevo; como con otra vuelta de tuerca.
Es el logro de una nueva perspectiva mental, significa la
revelación de un nuevo mundo hasta entonces no percibido.
La iluminación acontece súbitamente -los creyentes
decimos que por gracia divina-, pero contando con nuestra
búsqueda deliberada, con nuestra vida interior (que
está hecha de oración, desapego, paciencia,
confianza, generosidad, trabajo honrado, amor al prójimo).
Búsqueda deliberada, marcha confiada y paciente, en
la que de pronto se ve claro lo que hasta ese momento había
sido confuso. Se ve el bosque a pesar de tantos árboles...
No se ven otras cosas diferentes de las de antes, pero se
ven de otra manera.
La iluminación nunca llega mientras predominen, en
uno y en los otros, las ambiciones y los deseos personales,
la envidia, los celos, los sentimientos de inferioridad y
de superioridad. Los momentos luminosos se cumplen únicamente
cuando el yo se olvida de sí mismo, cuando deja de
ser posesivo, cuando ya nada le interesa poseer.
Resulta muy difícil describir lo que es la iluminación
liberadora, el conocimiento iluminado. Pero aunque sea imposible
transmitir en palabras el sentido o la esencia de la iluminación,
no me cabe duda de que todo ser humano puede vivida.
El nacimiento de Jesús de Nazaret, llamado "la
luz del mundo" en el Evangelio de San Juan, simboliza
el renacimiento interior del hombre, por vía de la
purificadora y liberadora iluminación. El gran símbolo
del nacimiento de Jesús, de la Navidad, es la luz;
el astro luminoso que se detiene sobre Belén y señala
el advenimiento y el camino. Es la luz interior que nace y
renace y sin la cual no hay liberación, ni redención,
ni camino hacia el renacimiento iluminado del hombre. El advenimiento
de Cristo que es "la luz del mundo", representa
la súbita iluminación del mundo, que en forma
inconmensurable hace posible la convivencia de los seres diversos,
de los diversos credos, conciliados sobre la faz de un planeta
iluminado por un sol único.
A propósito de este sol único me viene a la
cabeza el contenido de un escrito que me envió en 1989
Raimundo Panikkar. Se trata de una ponencia suya titulada,
"De una pluralidad de religiones a un pluralismo religioso".
En su trabajo, el profesor Panikkar expone: "La cuestión
que Asia, África o América plantean consiste
en dilucidar si el cristianismo quiere seguir siendo una religión
monoteísta de cuño abrahámico o si está
dispuesta a abrirse a una vocación insospechada, sin
otra confianza que la fe en Cristo, sin otra garantía
que la promesa del Espíritu". En esta segunda
opción el cristianismo ha de interpretarse como levadura
que hice fermentar la masa; como sal que no quiere convertido
todo en sal, sino sólo dar un mayor y mejor sabor a
cada cosa; como luz que ilumina a todo hombre que viene a
este mundo.
Y acabo mi carta de hoy remitiéndome una vez más
a la fuente -la fuente de los creyentes cristianos-. Jesús
proclamó a su pueblo y al mundo un mensaje de búsqueda
espiritual, allí donde la obediencia absoluta era considerada
como una panacea, por lo menos desde tiempos de Moisés.
Pero 20 siglos más tarde, siguen existiendo los que
sienten a Dios como luz y los que le sienten como norma.
Si abiertamente te consideras del segundo grupo, pienso que,
militando en las filas del Opus Dei puedes encontrarte realizada
y a gusto -recuerda la reiterativa frase de los sacerdotes
de la Obra: "La gente quiere seguridades, y nosotros
vamos a dárselas"-. Pero si tu actitud es de búsqueda
espiritual, me temo que tu futuro inmediato puede llenarse
de angustia y sufrimiento. Pídele a ese Dios de luz
que te ayude a ver por dónde has de conducir tu voluntad,
tu querer; esa fuerza viva, esfuerzo enérgico indispensable
para existir y vivir, para aumentar la existencia y la vida.
Antes de acabar quiero recordarte, que tanto si adoptas una
postura como otra, de cualquier forma, un lastre vas a tener
siempre, porque a la vida no hay quien le quite el peso de
la miseria, de la pena, de los reveses y de los esfuerzos
-vanos o no-. Cada quien necesitamos una cierta cantidad de
lastre, como el buque necesita el suyo para sostenerse a plomo
y navegar derecho. Porque así como nuestro cuerpo estallaría
si se le sustrajese la presión de la atmósfera,
así también, si alejáramos de nuestra
vida el peso de las limitaciones y carencias, la arrogancia
crecería, crecería hasta destrozamos; por insensatez,
por locura.
Pienso que ya va siendo hora de poner punto final a nuestra
correspondencia, a través de la cual he ido uniendo
trozos de recuerdo y retales de memoria, con los que, sin
apenas darme cuenta, he ido confeccionando toda esta labor
de retazos que espero te sirva de algo; una historia de retales
de memoria y de recuerdo que se ajusta bien a la verdad de
una intensa realidad vivida. Y consciente de que nadie se
despoja del pasado con la simple decisión de tomar
un nuevo curso; por mucho que retorne una posición
abandonada, un ser dotado de conciencia y memoria no puede
volver al punto de partida, lo que hace es seguir caminando
con los pros y los contras, las luces y las sombras que van
surgiendo en su recorrido.
Tardé casi nueve años en aprender a decir no;
a decidir que no quería acabar teledirigida y diciendo
siempre sí a todo lo que se me insinuaba; a darme cuenta
de que mi espíritu, mi yo más profundo, apuntaba
más hacia el "caminante no hay camino" machadiano
que a las contundentes 999 máximas de Camino que nos
gobernaban. Porque estaba -y estoy- cada vez más convencida
de que los caminos que conducen a la verdad son múltiples,
y el mejor, para cada uno, es el que él mismo descubre,
realizando, al recorrerlo, su propio destino.
FIN DEL LIBRO
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