LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
LO PEQUEÑO
"La gran tragedia de la mantequilla" de que habla
Camino: "tomé mantequilla, no tomé mantequilla".
Todo lo grande es un cúmulo de cosas pequeñas.
Por supuesto que sí. "Porque fuiste fiel en lo
poco, te confiaré lo mucho", dice Jesús.
Entiendo que lo pequeño sea finura de amor ¡cómo
no! Lo que no entiendo es que se utilice lo pequeño
para evitar luchas o posibilidades más comprometidas.
Ante la inmensa complejidad de la vida, de las circunstancias
de cada uno, de las mil individualidades naturales, en la
Obra se ha optado por radicarlo todo en lo pequeño.
En la problemática de los cinco minutos más
o menos de oración (los numerarios en su plan de vida
tienen dos medias horas al día), en la puntualidad
para hacer todos los días a la misma hora la lectura
espiritual (un cuarto de hora diario), que una silla no roce
la pared, el orden en el armario, etc. En ello hay que volcar
la mejor capacidad de lucha, el más intenso afán
de superación. Deben ser puntos específicos
del examen diario. Y tema de la charla semanal. Para centrar
la lucha, como el Padre dice, en las murallas dc la fortaleza,
y que los ataques no lleguen a ningún punto principal
de la misma (Camino, 307).
Una lucha, enseñan, que descomplica y simplifica.
Como medio podría ser así. Cuando se extralimita
su importancia, no sólo no simplifica sino que complica.
Cuando lo pequeño se alza como barrera, como muro dc
contención -de la problemática real-, entiendo
yo que más que estimular, aplasta, entontece, infantiliza.
Lo pequeño tratado y obligado de esa manera, empequeñece.
Propone un sistema de lucha que por preventiva es la que más
enreda y complica. Maniatiza.
A base de tener que coordinar tanta complicación,
lo que se crean son personalidades en constante generación
de rebuscamientos. Se logra diluir mucha problemática
real en lo pequeño, mucho más real que el mismo
detalle. Pero desproblematizando por desproblematizar se ha
problematizado lo más sencillo y real de la vida diaria.
Personas que podrían haber desarrollado facultades
maravillosas, y que necesariamente se van anquilosando, adocenando,
se van haciendo una masa "fiel", carentes de personalidad
real.
Ser pequeños, lo que podríamos llamar "razonablemente
pequeños", en la Obra, no es, como debería
ser, poner la razón al servicio de sus fines y de la
propia vocación. Es anular la razón misma al
servicio de la Obra, de su "razón única".
Siendo, dice Monseñor, como niños de dos años,
que no ven más allá de lo que quieren sus padres.
Cualquier insignificancia, lo más pequeño,
un detalle cualquiera -a favor de la Obra- ha de ser para
sus socios, en su buen espíritu de solicitud por lo
pequeño, motivo de los más grandes aspavientos,
de grandes algarabías, de efusivas manifestaciones
de acogida y reconocimiento.
¡La importancia de pegar un sello! Dice el Padre que
es tan importante pegar un sello como escribir un libro o
desempeñar una cátedra: depende -sigue diciendo-
del Amor con que se haga. Un amor que no dudo puede ser el
mismo para lo uno que para lo otro. Sin que por ello pueda
ser igual que personas con capacidad para dar clases en la
Universidad se pasen la vida dedicados a pegar sellos.
¿Qué somos nosotros al lado de Dios?, argumenta
Monseñor. Realmente algo muy pequeño. La grandeza
del hombre está únicamente en que Dios le haya
querido hijo suyo, heredero dc su gloria y corredentor con
él. En la mente del fundador de la Obra, esta pequeñez
de la criatura frente a su creador es también aplicable
-para todos los socios de ésta- frente a sus directrices
y consignas.
Si alguien no lo entiende así plenamente, si no ve
en sus directores el único objeto de sus aspiraciones,
sigue diciendo el Padre, "es como pretender cazar leones
en los pasillos de una casa". Si no hubiera vivido catorce
años en la Obra entendería el ejemplo de los
leones como aviso a no pasarse la vida esperando cosas grandes,
y desaprovechando lo diario. Pero la experiencia me obliga
a darle un significado mucho más propiamente deseado
por Monseñor. La experiencia me enseña que lo
que se previene con ello no son fantasías estériles,
sino cualquier forma de actuación menos manejable.
Ser pequeños es en la Obra condición necesaria
de docilidad, de adhesión total y plena, sin paliativos,
al gobierno de ésta.
Yo, sin embargo, entiendo que nadie, por privilegiado que
se considere, por carismático que se crea, puede sentirse
llamado a asumir, a sustituir, a encasillar, ni el sentir,
ni el razonar, ni la capacidad personal de nadie. Todo un
sinfín de talentos personales, que se anulan, se reducen
al más total condicionamiento, de unos con otros, de
todos para uno. ¿Acaso a todo esto puede considerársele
racional, eficaz o consecuente, con una tarea compartida,
que como cristianos nos incumbe a todos, sin excepción?
Compartida, no sustituida.
Lo pequeño es importante, lo pequeño cuenta
y vale, y es amor; el espléndido amor de saber estar
en los detalles. Pero ¿cómo va a ser bueno,
amor, un afán por lo pequeño que desbanque y
arrolle mayores posibilidades personales?
En la Obra se hacen cosas grandes. De la Obra suenan y se
conocen actuaciones a lo grande. Grandes labores. Grandes
posibilidades. La Obra misma está hecha a lo grande
¿quien lo duda? La Obra sí, para ella y en cuanto
es ella misma. Las personas de la Obra, la mayoría,
deben amalgamarse en ese "detalle" de cada día
que las haga "más santas"" por más
manejables y más utilizadas, más anónimas;
dejando de ser ellas para ser la Obra.
Pequeño e importante es en la Obra, muy importante,
cuidar que el pestillo de las contraventanas esté derecho,
que no falte un acento en un escrito; o que no exista en ningún
mueble una mota de polvo. A la vez de que no importa que una
persona sufra o la goce, ni se cuiden las dificultades en
la convivencia, los problemas que a cada una puedan suponerle
las cosas, porque lo importante en la Obra no son nunca las
personas.
En la Obra, si una máquina denota el menor síntoma
de mal funcionamiento, se debe dejar de usar inmediatamente
y llevarla a revisar; como necesidad de vivir y cuidar lo
pequeño. En las personas es distinto; las estridencias,
las dificultades, las necesidades aunque puedan ir a más,
rompan y repercutan y revienten, no cuentan, no importan,
son distintas; son únicamente motivos para ser "recias",
"sobrenaturales". La persona está, dicen,
para agotarse y dejarse la vida en lo que la Obra le pida
o necesite de ella. Al parecer, la máquina es más
digna de protección y de mimo que la persona. ¿Cómo
puede coordinarse algo semejante? ¿Cómo es posible
admitir tal desproporción entre el trato a las cosas
y el trato a las personas?
De las personas, en la Obra, se cuidan, sí, las anomalías
físicas. Se insiste en que las personas vayan al médico
siempre que noten algo, a los mejores; hay establecidos chequeos
anuales. Se cuidan las casas, los alimentos, la ropa. Se cuida
a la persona que se "rompió", pero sin que
se cuide ni importe que se vuelva a romper, o evitarle las
causas por las cuales se rompió; se sale al paso estrepitosamente
de esa persona que se agrieta, pero buscando una reacción
que la haga volver hacia lo establecido, nunca intentando
comprender o entender su caso.
Contarlo es duro. Vivirlo mucho más. Pensar y conocer
y saber y consentir que además se haga a título
benéfico, es todavía más penoso. No lo
cuento con afán peyorativo. Lo cuento únicamente
para que, contrastando con tantas otras cosas de las que difunde
la Obra, se vaya entendiendo mejor la verdad de todos, de
los de dentro y de los de fuera, de los que siguen y de los
que se fueron; la verdad de cada uno y su propia consecuencia.
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