LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
UNIDAD
Ardua cuestión, pero imprescindible, fundamental.
La unidad en la Obra es ese eco constante del "porqué"
y del "cómo" tantas cosas están vetadas.
Por unidad es por lo que surge la imposibilidad de hablar
o comentar nada que no sean intrascendencias, con ninguna
persona distinta a la designada para llevar la charla.
Por unidad es por lo que no se puede opinar, ni objetar,
m hace falta razonar, preguntar, etc., sobre indicaciones
o sugerencias de los directores, ni en clases, ni sobre temas
de meditaciones o charlas de formación.
En diálogos ordinarios no se puede interrumpir a los
directores, como condición necesaria de respeto y de
unidad. Concretamente, "interpretar" es en la Obra
(por formación) algo detestable, inconcebible, es faltar
a la unidad. La acogida siempre entusiasta, el afán
de transmitir y corear todo aquello que indican, y sólo
eso, es y debe ser, necesariamente, motivo y actitud de unidad.
Nadie tiene por qué tener más necesidades personales
que las de hacerse y ser cada día más Opus Dei.
Nadie tiene por qué dar -en las charlas, incluso-
consejos que personalmente le parezcan adecuados para cada
caso, porque por unidad lo importante es "dar" el
espíritu de la Obra. Por eso en la charla personal
semanal, la unidad debe llevar consigo la necesidad de ser
muy naturales, pero "sin que se tenga que buscar en ella
un desahogo personal"; lo importante es que a través
de los temas preestablecidos que deban ser tratados, "se
identifique con el espíritu del Padre". Al recibirla
-como decía-, debe aconsejarse lo establecido y escrito,
lo indicado por el Padre para todos.
Es la unidad la que define como ÚNICA la ejemplaridad
del Fundador. Sólo su oración, su contemplación,
sus mociones son trascendentes y admirables. Aunque haya alrededor
un montón de personas capaces de las más elevadas
reacciones, maravillosas, ejemplares y santas. Permitir que
eso trascienda, consentir en ello, producir cualquier tipo
de admiración (con culpa o sin culpa) por parte de
cualquier persona que no sea el Padre, es necesariamente desunir.
Es totalmente lógico que el Padre tenga su peculiar
manera de ser, que sus ocurrencias, sus dichos y sus hechos
sean todo lo geniales y atractivos que se quiera, que sirva
de estímulo a muchos. Pero no que esa manera suya tenga
que ser necesariamente norma y medida de unidad.
Como fundador, él será el instrumento para
trasmitir a muchos un mensaje determinado, para fundar la
Obra. Que, en palabras suyas, "no se la ha inventado
un hombre; yo soy un instrumento inepto y sordo; si Dios hubiera
encontrado otro peor, lo hubiera escogido, para que se vea
que la Obra es Suya". Y sin embargo es su absolutismo
personal lo que cuenta. ¿Dónde está la
coherencia?
En la Obra hay socios que son grandes personalidades, gente
de renombre, que destacan, que se los conoce por sí
mismos. Que se les admite, podríamos decir, su propia
categoría y brillantez. Pero que se les admite en beneficio
de la propia Asociación. Pueden y deben sobresalir,
pero siempre en cosas distintas a las que pudieran competir
a Monseñor. En casas en que la misma Obra pueda gloriarse.
Nunca en nada que pudiera eclipsar al Padre. La Obra se precia
de sus eslabones de oro (como los llama el fundador), se precia
de la capacidad y repercusión de los suyos. Pero en
orden a la gran capacidad del Padre, que ha sabido influir
y llegar y captar a todos ésos.
Tan importante es la unidad en la Obra o, lo que es igual,
la identificación con la mente y el corazón
de Padre, que entre las cosas gráficas que podría
comentar, hay una frase que dice "aunque nos mande llevar
un plumero tieso en la cabeza, si lo dice el Padre es porque
es lo mejor". "Y el que no lo entienda -siguen argumentando-
es un soberbio y no sirve."
Cualquier falta de unidad es considerada falta grave. Es
un enorme problema que a muchos llega a afectar muy seriamente.
Pesa, y rompe mucho superar tanta mentalidad de infidelidad
y de pecado.
Siempre estuve dispuesta a entender y a defender una unidad
que se compone de claridad, de ser noble, sin reservas, sin
chismes. La unidad de una colaboración sin condiciones.
Que necesariamente debe ser recíproca. Unidos así,
sí. Pero ¿unidos por despersonalizaciones masificadoras?
Dentro lo presentía. Ahora, con un poco más
de perspectiva, he logrado entenderlo. Ahora, cuando pensar
de esta manera está ya fuera de la infamia que hacerlo
dentro suponía, sí creo que he logrado comprender
la clase de unidad que se emplea en la Obra. Se evita toda
comunicación entre los mismos de dentro, además
de con los de fuera. Se consigue que nadie pueda conocer el
sentir ni necesitar de nadie que no quede dentro de un control
organizado... Se unifica la comunicabilidad incomunicando.
Y así ¿qué es lo que pasa?, en un ambiente
tan pregonadamente sencillo y al parecer tan apacible y conforme,
en esa Obra de Dios que "nunca pasa nada", ¿qué
es lo que pasa? Pues pasa sencillamente eso. Pasa que "pase
lo que pase, nunca pasa nada".
Atreverse a romper esta barrera es tanto como atreverse a
romper con lo sagrado. Con la sagrada obligación de
amar y venerar la "bendita unidad de la Obra" como
la define el Padre.
Por un lado "no vayas", "evita esa compañía",
"no leas eso", "no asistas". Por otro:
"hay que ahogar cl mal en la abundancia del bien".
Y un espíritu que se concibe y se prodama positivo
y constructivo por excelencia, se convierte en un sinfín
de prohibiciones que ahoga en negativas su más positiva
teoría.
Teóricamente hay que influir, participar, estar en
todas partes, para llevar el buen espíritu a todos.
Pero en la práctica ha de hacerse sólo en aquellos
núcleos en los que de antemano se admite y se admira
a la Obra. Cuando no es así, ¡ojo!, "es
un peligro para el alma" (de los socios, claro).
Peligros, enemigos, detractores que hay que saber verlos
venir y defenderse de ellos, e incluso desmerecerlos si así
lo exige el buen nombre de la Obra. Es sorprendente la constante
sensación de atacados que tienen. Les surgen enemigos
con la misma agilidad y curiosa fantasía que en el
Quijote. Muchas veces, los mismos acusados de ofensores se
sorprenden de que se los entienda como tales. Cualquier disconformidad,
cualquier disidencia, por intrascendente que sea, en medio
de este contexto de lo que en la Obra se entiende por unidad,
resulta un ataque.
Algunos los han tenido muy concretos y determinados, claro
que sí. Muchos se evitarían, creo yo, tomándose
las cosas (los mismos ataques) de otra manera. Y bastantes
no dejan de ser molinos dc viento que se mueven en la mente
de soñadores hidalgos corno el de la Mancha.
"La Obra tiene detractores hasta en las más altas
esferas de la Iglesia", aseguran; de los gobiernos, etc.
Tiene, dicen, enemigos que intentan ponerle a cada paso la
zancadilla. Pero -siguen diciendo-- "para eso tiene también
el Padre hijos suyos en todas partes, que le informan y le
ayudan y le tienen al día de todo".
Es "lógico", decía, que ante mentalidad
semejante, la unidad de la Obra se defienda y se inculque
de la manera que se hace. Lógico, sí, pero ¿hasta
cuándo?, ¿hasta dónde podrá llegar
este sistema de unidad, esta manera de imponerla y de concebirla?
¿Habrá quien durante mucho tiempo más
siga admitiéndola (muchos, más jóvenes,
con mentes distintas), entendiéndola? ¿Hasta
cuándo seguirán tantos sin desenmascarar el
fundamento que la mantiene: de separar (desunir), incomunicar?,
de impedir, de prohibir, de desconectar y recluir, ¿hasta
cuándo a esto podrá seguir llamándosele
unidad?
Una vez se me ocurrió comentar (sólo a personas
muy hechas y mayores) que quizá en la Obra, igual que
se habían superado cosas de los primeros tiempos, que
entonces se las creía del mejor espíritu, como
trabajar por la noche, hacer las colchas cuanto más
complicadas mejor porque parecía que así la
entrega era más exigente, etc., para llegar luego a
contemplar todo esto como pura anécdota de una época
primera, ingenua, ejemplar, pero lógicamente superada
por la madurez, se me ocurrió, decía, comentarlo
(con cierta ilusión y esperanza) para llegar a la conclusión
dc que podía seguir pasando igual con muchas otras
cosas de las que muchos seguimos encontrando ingenuas y absurdas.
Pero me advirtieron (especialmente un sacerdote muy importante
cerca del Padre) que tuviera cuidado, que no era manera de
argumentar ni de pensar para ninguna persona de la Obra.
A veces también, ante la aplastante lógica
de objeciones que yo ponía, con el único afán
de dialogar cordialmente y buscar ayuda, me llegaron a advertir
(sacerdotes de prestigio en la Asociación) "que
se puede decir la verdad de las cosas, pero que no hace falta
tener en cuenta "toda la verdad"", "No
se trata de que las cosas tengan explicación, sino
de vivir la unidad de la Obra". Parece como si la unidad
fuese antes que la misma verdad. Unidad a costa de todas las
opiniones de las demás, ¡que las hay!; que se
aportan y se exponen y que se las ignora. Unidad que significa
total compenetración con la persona del Padre; pero
de ninguna manera nada semejante con respecto a los demás
(a los demás de la Obra, incluso).
Es mucha unidad la unidad de la Obra. Unidad que por principio,
y como condición indispensable, es la que impone y
exige renunciar a la amistad. Que no cabe porque, además
de concebírsela como degenerativa y escabrosa, se la
considera un enorme peligro para la unidad. Ser amigas es
realmente crear la posibilidad de una comunicación,
que no va con el estilo de incomunicabilidad que necesita
la unidad de la Obra. ¡Qué pena que no quepa
entender, sino de esta manera, nada menos que a la amistad!
Por muy evangélica que sea, como lo es. Sobra, desune,
dicen... ¡la amistad!
De lo que no cabe duda es de que esta clase de unidad apiña.
Domina y hace fácil un conjunto manejado y controlado.
Que también explica la total aversión que se
crea sobre las personas que rompen semejante cerco, que se
salen de él, que se desvinculan; explica el desprecio
y el desconocimiento a que se reducen.
Por todo esto, y para salir al paso de la decepción
que mi desvinculación podía producir en algunas
personas que yo sabía que me tenían cierto afecto,
me permití hacerles notar (por carta, que quizá
nunca llegaran a leer), que no les estaba fallando. Personas
a las que mi estilo ayudó y pudieron concebir en él
cierta esperanza de que las cosas, en medio de la lucha de
tantas diarias incoherencias, pudieran ser de otra manera.
No les he fallado sino confirmado con obras que creo y vivo
precisamente todo aquello que a ellas les sirvió. A
la vez de que para las que pudiera haberles hecho daño,
también eso era una solución: evitárselo.
¡Qué difícil es, en medio de este tinglado,
llegar en la Obra a llamar a las cosas por su nombre!
No creo exagerar si me atrevo a decir que en la Obra por
unidad está permitido, entre otras cosas, incluso faltar
a la justicia. Por ejemplo, sé de una persona que recurrió
a los propios directores de la Asociación con una reclamación
seria de sus personales derechos, y le aconsejaron que lo
dejara, porque aunque tuviese toda la razón, las cosas
se desenvolverían de tal manera que tendría
que ser ella la que acabara cediendo; sería muy desagradable
y duro, y al final, necesariamente, se haría sólo
lo que hiciera quedar por encima a la Obra. No cabe la justicia,
no. Y no cabe sencillamente porque antes que nada y que nadie
está el prestigio, el propio nombre, y la propia honra
de la Obra, sólo de la Obra.
En la Obra, cuando de la noche a la mañana dejan a
una lo más sola posible, parece como si la retaran
"a ver qué amigas encuentra". Si se encuentra
más sola, será más castigo a su infidelidad.
Sin darse cuenta de que la carencia de la amistad en esos
casos no es sino el lógico tributo del propio actuar
de los que quedan, de los fieles. Extraño tributo,
pero ¡real tributo!
La amistad es algo que, lógicamente, no se improvisa;
no puede darse de repente, no crecen amistades de las macetas.
La amistad sólo puede ser consecuencia de vivir circunstancias
paralelas, de tener ideales comunes, de haber compartido tiempos
de bregas y de ilusiones.
Se jactan de la soledad y de la añoranza que todo
esto crea en los que se van. Añoranza que -repito-
es muy difícil que pueda ser precisamente de la Obra.
De la Obra sólo se puede sentir añoranza cuando
no se ha llegado a conocerla del todo; pueden añorarla
los que se fueron muy pronto, o los que lo hicieron por causas
muy específicas y particulares. Puede añorarse,
sí, a determinadas personas, a esas que hubieran podido
ser amigas. ¡Qué osadía llamar amiga a
alguien concreto en la mentalidad de la Obra! Decir esto,
para ellos, es casi una herejía. Ahora que lo veo de
lejos me produce sonrisas, pero es tremendo pensarlo. Tributo
exigido por lo que en la Obra consideran nada menos que "unidad".
Un tributo que a su vez impone como herencia unas dificultosas
ganas de no volver a unirse a nada ni a nadie, de independencia.
Ante experiencia semejante, sólo se desea salir de
todo lo que pueda parecérsele. Los que hemos vivido
experiencias iguales -los ex socios- yo diría que nos
necesitamos, podríamos ayudarnos mejor que nadie. Y
sin embargo lo normal es que ninguno quiera contar con nada
semejante. ¡Lejos dificultades, mentalidades extrañas,
problemas, líos...!, dicen la mayoría. Decía
tributo y habría que seguir diciendo... ¡es mucho
tributo! y lo es por todo esto.
Unidad que sólo deja esta herencia. A la que quieren
llamarle "consecuencia de faltar a ella"; pero que
si esto no es sino su fruto, "por ellos los conoceréis".
Unidad de una Obra de Dios que ignora a la persona precisamente
para implantar un sistema personal ¡tremenda clase de
unidad! Hay que unirse al mito personalista del Padre, ante
el que "sobran todos los demás", toda clase
de consideraciones con otros, de comprensión o de reconocimiento
a nadie mas.
Aunar esfuerzos, ideales, tener unas mismas metas, todo esto
es bueno; es lo que lógicamente puede contribuir a
que unos planes de Dios -fundacionales en este caso- se cumplan.
Despersonalizar para someter, masificar: unifica pero desune,
apiña pero aísla.
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