LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO
A UNA HISTORIA
AUTORA: María Angustias
Moreno
PUREZA
No es un tema de moda, lo comprendo. Ahora, el que no da
rienda suelta a su instinto, a su sexo, "no se realiza".
El hombre toda la vida ha sido "animal racional".
¿Tendremos que conformarnos con ser menos racionales
para ser más animales? ¡Cuántos -pienso
yo-, realizadísimos sexualmente, están totalmente
sin realizar intelectual y espiritualmente! En fin de cuentas,
realización ésta, queramos o no, mucho más
humana.
No es un tema fácil tampoco en la Obra, por motivos
muy distintos. Como he venido explicando, en la Obra las necesidades
personales, las soluciones, no cuentan, no se consideran importantes.
Pero sí cuentan y son enormemente fundamentales las
prevenciones.
Constantes medidas preventivas, tomadas y concebidas a la
luz de las posibilidades de depravación más
alarmantes. Querer, sentir cariño en la Obra (como
he venido comentando) sólo es lícito sentirlo
por el Padre. A los demás hay que quererlos, pero sin
"quedarse" en las personas, dicen, sin que sea un
cariño a nadie en concreto. Un cariño de detalles
externos, que para nada afecte o emplee los sentimientos.
Si alguna vez se nota el sentimiento, debe una acusarse y
buscar la manera de evitarlo, huir de la persona que lo estimule
y concebir que es una tentación denigrante.
Los cambios, en la Obra, mucho más que por razones
de necesidades de las labores apostólicas, suelen ser
por ese motivo. Hay que separar inmediatamente. Hay que someter
los gustos, hay que impedir todo encanto que pueda influir
en el sentimiento. A la que le guste el Sur, al Norte. A la
que está bien en un ambiente, que vaya a otro. Si resulta
cómoda una convivencia, mejor un cambio, para que se
conviva más a contrapelo. A la que se hace demasiado
cargo de una situación, que cambie también,
que no sea que se le tome demasiado cariño a aquello.
Dicen que tanto cambio enriquece. ¡Claro que enriquece!
Hay que hacerse gallega con los gallegos, catalana con los
catalanes, castellana con los del centro. Lo que pasa es que
a fuerza de hacerse tantas cosas distintas, se acaba... deshecha.
La convivencia, la vida de familia, que debería ser
ese descanso de que el Padre habla, aludiendo a un ambiente
acogedor y amable, que es el que sus hijos han de encontrar
en las casas de la Obra al volver de la brega diaria, acaba
convertida en un sinfín de prevenciones rebuscadas,
realmente ofensivas, que la hacen cansadísima, extraña
y complicada. Hay que medir el tiempo que se mira a una u
otra, cómo se sonríe a ésta o aquélla;
qué ratos se dedican a charlas con cada una, etcétera.
No cabe salir, pasear dos días con la misma, de las
de dentro (de fuera, sí, pero sólo so pretexto
de apostolado). Para todo eso habrá siempre más
de una dispuesta a "prevenir", a sobreentender,
a entrever.., para acribillar a correcciones fraternas; consiguiendo
que todo se complique y retuerza. Decir, decir, salir al paso;
cuenta enormemente el "por si acaso". Por si acaso
todas las prevenciones son pocas, todas las medidas parecen
cortas. Un ambiente en el que lo importante es "darse",
pero darse... de esta manera.
Dos numerarias no pueden estar nunca en una habitación
a puerta cerrada (por eso muchas puertas son de cristal);
ni siquiera esporádicamente deberán dormir dos
solas en una habitación, como no deben vivir en una
casa dos únicamente, sino tres o más. Cualquier
síntoma de afinidad entre dos personas es "luz
roja" para la separación más radical. A
las puertas de los dormitorios acabaron quitando los pestillos
que tenían para cerrar por dentro, para que nadie pueda
aislarse bajo ningún concepto. Son únicamente
algunos detalles. Detalles que habrá que encajarlos
en el supuesto contexto de confianza que tanto se pregona
en la Obra, de la que tanto se alardea, y que sólo
por necesidades preventivas queda así de condicionada.
Prevenir en razón de unas posibilidades necesariamente
degenerativas, incluso entre personas del mismo sexo (el otro
ya está bien separado). Teniendo que admitirlo y consentir
en ello a pesar de la repulsividad lógica que para
cualquier persona medianamente normal supone.
Conozco personas a las que se les han creado verdaderos problemas
de este tipo que nunca hubieran tenido por sí mismas.
Hacen pensar lo que nunca se les hubiera ocurrido. Y ofende,
ofende y decepciona, creo que con motivos, prevenciones particulares,
aplicadas a la generalidad.
Acepto que se pueden dar toda clase de casos y de cosas.
Se puede caer en toda clase de debilidades, y sé que
hay que contar con que somos humanos. Pero de ahí a
que, para no ser ingenuas y tener los ojos bien abiertos,
sea necesario concebir que si no se actúa con toda
esta enormidad de prevenciones lo normal sea degenerarse...
Personas dedicadas a un tipo de vida, de delicadezas interiores,
de exigencias ascéticas, como las que la vocación
de por sí implican... ¿No sería posible
prevenir de mil maneras que no tuviera que ser desconfiando
de todas, o imponiendo esa desconfianza como sistema? Hay
personas que tienen mal el hígado y necesitan someterse
a un régimen alimenticio y de medicación determinado,
pero ¿acaso por eso va a ser necesario aplicar a todas
las personas (todas tienen hígado) el mismo régimen,
por si acaso, y para evitarles enfermedades hepáticas?
En la vida se puede renunciar al amor sexual como donación
a Dios de lo más entrañable y propio que el
hombre tiene para entregar de si mismo. Pero no se puede,
no se debe, no cabe (por ley natural) renunciar al amor humano
en general. Como no se puede reducir este amor diario y noble
a la única y sola persona del Padre, como en la Obra
se pretende.
Una Obra en la que se logra superar un montón de prejuicios.
La suficiencia, el desparpajo, esa desenvoltura para tantas
cosas que tienen los miembros de la Obra, ¿qué
son sino prejuicios que se desechan? Y sin embargo, parece
como si tuviese que ser a costa de crear y de fomentar otros
muchos más absurdos e innecesarios. Es la eterna cuestión.
Personas que podrían llegar a conseguir una auténtica
simplicidad (atributo divino) de mente y de vida y de situación
en la sociedad; personas para las que las complicaciones objetivas
no existen, porque tienen todos los medios, las imposiciones
se encargan de enredar y complicar. Personas que, por el hecho
de ser seculares, de la calle, pueden tener mentalidades suficientemente
normales para no necesitar que se las trate como adolescentes,
colegiales o gente recluida. ¿No será que es
en eso donde se trastocan las cosas, y donde debería
haber unas situaciones lógicas y amplias, se acogota
a .la gente, y se quiere arreglar luego con imposiciones y
medidas que "malamente" suplan?
Una "asociada numeraria", durante un tiempo en
el que actué de directora, estaba totalmente desconcertada
y harta de todo, y encontró en mi manera de ayudarle
la posibilidad de volver a ver las cosas con mucha más
ilusión y afán de entrega. A esa persona, por
tales resultados, y por el hecho de que ello llevase consigo
un cariñoso sentido de agradecimiento hacia mí,
aparte de separarla inmediatamente (nos llevaron a vivir a
casas distintas sin más razones), le prohibieron algunas
directoras regionales saludarme cuando se encontrara conmigo
en la calle o en cualquier otro sitio. Yo había pasado
a ser un peligro para ella; así se lo aseguraron. Y
cuando, ante esa extraña medida, acudí al director
espiritual de la delegación a que pertenecíamos,
para que estudiara el caso y solicitara una rectificación
al nivel adecuado, a ese director espiritual (sacerdote),
que así lo hizo, le contestaron (en asesoría
regional) "que olvidara el caso"; era la única
rectificación que cabía.
A otra numeraria también, y por motivos de agradecimiento
hacia mí, muy semejantes a los anteriores, se le ocurrió
comentar en su charla con la siguiente directora, la que me
sustituyó, que echaba de menos la ayuda que en mí
había encontrado para su vida interior, se le aconsejó
que rezara con frecuencia la jaculatoria "aparta, Señor,
de mí lo que me aleja de ti"; yo era el obstáculo.
En otra ocasión se trataba de sacar adelante a una
haciéndole superar su aburrimiento, su desilusión,
acogiéndola y animándola en un intento que podía
ser el último recurso. Después de una temporada
difícil y árida intentándolo sin conseguirlo,
cuando esa numeraria empezó a reaccionar y se la empezó
a ver más contenta y a gusto, a otra de las de la casa
se le ocurrió interpretarlo como motivo de apego, organizando
todo el consabido proceso (prevenciones y acusaciones); proceso
en el que incluso el sacerdote (director espiritual de la
casa), a pesar y además de conocer la intención
y la situación de las partes interesadas, no pudo hacer
otra cosa que aceptar la prevención, indicando que
lo mejor era separarnos, porque a las demás (que estaban
enredando) había que darles la razón "para
tenerlas contentas" y no desilusionarlas de la eficacia
de sus prevenciones.
Yo puedo asegurar que si la actuación dc mi familia
tuviera que ser juzgada, interpretada a la luz del sentido
de pureza en la convivencia que se tiene en la Obra, podrían
ser tachados todos de verdaderos degenerados. Y no me importa
ser así de contundente, precisamente con los míos,
porque es evidente lo normales, lo buenazos y lo ejemplares
que son, además de ser afectivos y cariñosos.
En la Obra insisten en que hay que ser delicados. Pero hay
que saber encajar este sentido de delicadeza, porque no vale
hacerlo bajo su significado ordinario. Delicada, pero indiferente;
atenta y cordial, pero distante; acogedora y comprensiva,
pero impertérrita. "Fina y delicada" para
captar y vivir al pie de la letra todo aquello que indican,
que piden, que inculcan los propios directores como portavoces
del Padre. Pero a la vez insensible y capaz de aguantar y
de pasar por encima de las más atrevidas condenas y
de los más "audaces" calificativos que puedan
afectar al propio prestigio de la persona, siempre que la
Obra sea la que dictamine. Pueden considerar que una es una
degenerada, o lo que sea, con la mayor desenvoltura del mundo,
sin más pruebas que esa mentalidad intuitiva-preventiva;
y sin que haya nada que alegar ni de que defenderse. Disculparse
sería una falta de humildad, de confianza en los que
gobiernan, que necesariamente son mucho más objetivos.
Así como no cabe preocuparse por nadie que no sea
por todos a la vez (fatal amistad particular); nadie tiene
por que tener más necesidades ni más "problemas"
que los previstos. Y no hay más camino ni más
actitud con nadie que la de encasillar y vigilar a todos.
Hablaba de delicadeza, de finura de espíritu; que
supone, queramos o no, un mínimo de sensibilidad. Finos
sí, delicados también, pero sensibles no. Hay
que ejercitarse en toda clase de solicitudes; pero hay, a
la vez, que renunciar a todo tipo de sensibilidad, de sentimiento,
de reacciones consecuentes.
Por austeridad, por necesidad de una ayuda exigente a esa
lucha de continencia y pureza, en la Obra las mujeres duermen
en tablas. Los hombres no. Ellos, según Monseñor
Escrivá, después de un día de trabajo
intenso necesitan descansar bien. Intensidad que en el caso
femenino parece carecer de importancia. A ojos vistas el trabajo
de las numerarias es bastante más cansado que el de
los numerarios, al menos físicamente.
Los numerarios pueden dormir los días que les parezca
oportuno hasta la hora que quieran; las mujeres, no. ¿A
qué todo eso? ¿Qué es, realmente, lo
que el Padre se propone con ello? ¡Demasiada discriminación!
entiendo yo. Siempre en los hombres la continencia ha sido
más difícil que en las mujeres. Y, sin embargo,
en la Obra es como si ocurriese lo contrario.
Para elegir nuevo presidente general, cuando llegue el caso,
los hombres tienen voto, las mujeres sólo voz. (Siempre
dentro de los electores que son un grupo muy reducido dentro
de la asociación, previamente seleccionados.) Como
en lo de las tablas, un detalle más de discriminación.
De hecho el presidente general lo será para toda la
Obra, para unos y para otros, igual para las dos secciones.
Pero no es lo mismo, según para qué cosas, en
la Obra ser hombre que mujer.
Una numeraria o agregada no puede trabajar en ningún
departamento en que tenga que estar sola con un hombre. No
puede tener ninguna relación con los amigos de sus
amigas. No debe ir ni de visita a casa de los supernumerarios,
para evitar relaciones entre personas de uno y otro sexo.
En palabras del propio Monseñor Escrivá, "hay
que cuidar la vista, la revista y la "entrevista"".
Siempre estuve de acuerdo, y lo sigo estando, en que evitar
la ocasión evita el peligro. Pero la ocasión
real. ¿Cómo, si no, la realidad de una vocación
secular, de una mentalidad normal?
Cuando aludía al sistema de administración
de las casas de la Obra, creo que dejé clara la separación
total que se vive. La casa de la administración y la
administrada son siempre dos zonas contiguas, pero llenas
de requisitos para lograr una total separación. Horarios
de limpieza fijos y establecidos para no coincidir. Telefonillo
interior exclusivo de directores por el que se pide todo,
pero nunca se nombra a nadie. En el comedor sólo el
director puede dirigirse a las doncellas, queda prohibido
para los demás. Concebido todo esto como necesidad
de distancia entre distintos sexos.
La separación de las casas primero obligaba a que
las puertas de comunicación tuvieran una cerradura
por cada lado, que cada director (la directora en el caso
de la administración) custodiaba vigilantemente, abriendo
sólo a las horas indicadas. Después fueron dos
puertas paralelas. Ahora, además de ser dos puertas,
debe quedar un espacio de separación entre las mismas
para que la distancia sea mayor.
A nivel de sacerdotes la separación implica, por ejemplo,
que si una numeraria está enferma, aunque se esté
muriendo, ha de estar acompañada por otra de la Obra,
para que el sacerdote pueda pasar a administrarle algún
sacramento, ya sea en casa de la Obra, en clínica,
o donde toque. Mientras los varones tienen todas las posibilidades
para ser atendidos por los sacerdotes, las asociadas no las
tienen. Más discriminaciones.
Estando yo fuera me han contado (otra que ha salido después
que yo) que si una numeraria se permite hablar a solas con
un sacerdote (de la Obra lógicamente), fuera del confesonario,
ella queda obligada a no acercarse a comulgar durante una
semana, y al sacerdote un mes suspenso a "divinis".
En mi época, cuando un sacerdote pasaba a una casa
de mujeres a hablar de las necesidades espirituales de las
de la casa, o de la labor apostólica, debía
hacerlo siempre de pie, y era obligación de todos ser
lo más escuetos posible.
He oído contar como anécdota graciosa a la
vez que "formativa" la reacción de una pobre
niña (ingenua y fiel), de una empleada del hogar, que
trabajaba en una residencia de la Obra; estaba tan bien enseñada
que una vez que se despistó del grupo de la limpieza
de la residencia, al ver acercarse a ella un residente, gritó
asustada " ¡un hombre, un hombre!" y se metió
en un cesto de ropa que había cerca, para que no la
vieran, hasta que el residente desapareció.
Normas e imposiciones que son consecuencia de una mentalidad,
de la única que en la Obra cuenta. Todas ellas expresión
fiel de la mentalidad del Padre.
No quiere decir esto que todos en la Obra tengan la misma
mentalidad; en la Obra, de hecho, hay mentalidades y mentalidades.
Lo que sí pasa lógicamente es que la mayoría
se mentalizan.
El Padre valora y proclama santa la unión de un hombre
y de una mujer, en el matrimonio, asegurando bendecirla con
las dos manos, para a su vez centrar toda su importancia en
la obligación de tener hijos, muchos hijos, todos los
que Dios quiera. Una supernumeraria joven decía, como
defensa ante la falta de detalles afectivos que se veía
entre su marido y ella, que "a su marido sólo
lo necesitaba para darle hijos". No todas las supernumerarias
piensan y actúan así, lo cuento únicamente
porque de alguna manera es consecuencia de lo que se les inculca
a todas. Supernumerarias que, por razón de buen espíritu,
de sinceridad, y de formación en la castidad, han de
hablar de sus más íntimas relaciones -en su
charla quincenal- a numerarias muchas veces muy jóvenes
que nada saben ni tienen por qué saber de ello, sometiéndose
a sus consejos. ¡Cuántas extravagancias como
consecuencia! Sin que propiamente sea lo que se pretende,
pero sí su resultado lógico.
Hay que huir, protegerse del ambiente de impureza de fuera.
Por la calle hay que cuidar la vista, no mirar, por ejemplo,
las carteleras, que, dicho sea de paso, dan cada día
más asco. Hay que influir en la moda, hay que dar testimonio
de decencia, importante tema; lo considero un apostolado deliciosamente
femenino. Aunque su testimonio por parte de los de la Obra
quede tan ahogado en su propia y característica introversión.
El tema de la pureza en la Obra es, a pesar de los pesares,
un silencioso tema. Podría decirse que prácticamente
ni se la nombra. Se habla, sí, de pureza, pero no se
cacarea más que otras cosas. Se toman medidas, se actúa,
se le da importancia exhaustiva; pero si puede taparse con
alguna que otra disculpa, mejor.
Rezar, pedir por "la pureza de los de la Obra",
porque todos sepan vivirla de esa manera y no falten a nada
de ella y sean muy fieles a todo este conjunto de normas.
La oración y la preocupación de los de la Obra
también ha de estar centrada y acaparada por los que
ya son, o están, en vías de serlo.
No quiere el Padre a sus hijos -he comentado ya en otro capítulo-
flores de invernadero. Pero la realidad luego... como tantas
veces, se ahoga, se anquilosa, a pesar y a costa precisamente
de su propia teoría.
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