DE CÓMO ENTRÉ
EN EL OPUS DEI
(y otras tribulaciones)
Autora: HALMA
PROSELITISMO Y VOCACIÓN
Al poco tiempo, mi hermana se empezó a agobiar y dejó
de ir. Decía que Rosa. -la que se juntó con
ella- era una pesada y que no paraba de preguntarle cosas
muy personales.
Pero yo seguí... sobre todo porque allí se
estudiaba muy bien.
Y, así , entre actividad mundana y actividad divina
lograron que me confesara por primera vez tras 4 años
sin hacerlo.
También lograron dar respuesta muchas de las preguntas
que, como adolescente, me planteaba en aquella época:
"¿quién soy yo?, ¿Existe Dios de
verdad? si existe ¿quién es, cómo es?
¿qué actitud he de tomar ante el mundo y sus
problemas?..." y otras cuestiones filosóficas
del estilo.
Corría el año 1986 cuando llevaba unos 5 meses
yendo por allí. Un día, con 15 años apenas
cumplidos, me preguntaron si quería hacerme de la obra.
Yo dije en seguida que sí, que estaba dispuesta a
mejorar y a ser santa en medio del mundo. Eso me entusiasmaba.
Quería parecerme a las chicas del club, ser como ellas,
siempre contentas y alegres, con una vida interior rica, trabajadoras...
Me dijeron que tenía que escribir una carta al Padre
para pedirle mi ingreso en el Opus Dei -en aquel momento era
Alvaro del Portillo-. Podía escribirle lo que quisiera
pero en algún momento de mi carta tenía que
poner exactamente "le pido la admisión como asociada
numeraria".
Así lo hice.
Y al acabar:
-Pax -me dijo Inma con cara sonriente al entregarle
mi carta-. Tú tienes que contestar "in aeternum",
significa "para siempre". Es el saludo que tenemos
para "las de casa" y tu ya eres "de casa".
"Las de fuera" no saben que nos saludamos de esta
forma así que úsalo solo con "las de casa".
- Bueno, pues..."in aeternum" -dije yo, un poco
sorprendida.
- Además, Halma, te has convertido en "el
farolillo rojo" del centro: Eres la última que
ha "pitado", la chiquitina de la casa...
- ¿"pitado"?, ¿eso qué es?
- A pedir la admisión en la Obra le llamamos"pitar".
- Aaahh...
Después, algunas chicas, que conocía tan solo
de vista, me saludaban discretamente en latín, otras,
con las que jamás hablé, se acercaban a mí
con cara sonriente, me daban dos besos y me decían
cosas como: "hay que ver, cuanto he rezado por ti",
"ha sido tan rápido..." "no
nos lo esperábamos tan pronto..."
Así fui conociéndolas a todas.
Enseguida fui aleccionada con respecto a mis padres: "Es
preferible que no hables con tus padres de tu reciente vocación.
Ten en cuenta que a lo mejor no lo entienden y te pueden hacer
sufrir oponiéndose a ello. Además la vocación
es como una pequeña llamita que, al principio, cualquier
brisa, por pequeña que sea, puede apagar."
Pocos días antes de escribir la carta, me hicieron
un análisis de sangre y una revisión médica.
Me dijeron que todos los años se hacía eso a
todas "las de casa" porque, "como
en toda familia, no sólo se cuida de la salud espiritual
sino también de la física."
Ahora, después de visitar esta web supongo que ese
análisis iba a decidir si yo sería numeraria
o agregada. Al estar sana como una pera me otorgaron la etiqueta
"numeraria". Según he sabido después,
la obra no quiere cargar con jóvenes enfermos y se
aseguran de que no haya ninguna enfermedad. No es que todas
las agregadas, ni mucho menos, estén enfermas cuando
piden la admisión pero si lo están, es una razón
por la cual deben ser agregadas para así seguir viviendo
en casa de sus padres.
Después me asignaron una directora espiritual, María,
con la que yo no había hablado en mi vida y con la
que tendría que hablar de mis interioridades una vez
a la semana. Me propuso un "plan de vida", es decir,
una serie de encuentros concretos con Dios a lo largo del
día. Empezamos con quince minutos de oración,
el rosario y la lectura todos los días y me lo fue
aumentando paulatinamente hasta llegar al plan de vida completo.
Luego, me enteré de que las numerarias no pueden ir
con chicos.
Después me enteré de que no sólo no
podía ir con ellos sino que, si me los presentaban,
tenía que darles la mano y nunca darles dos besos como
hacían todas las chicas de mi edad. Además,
tenía que ser antipática con ellos para espantarlos.
No podía ir a fiestas, pubs o discotecas porque era
"falta de pobreza" y porque "en esos
sitios se va, prácticamente, a ligar".
También me enteré de que no podía llevar
pantalones. En el club se encargaron de transformar todos
mis pantalones en falda con la máquina de coser.
Tampoco se podía ir a la playa porque "fomentaba
la pereza y te podía hacer caer en cosas impuras".
Tampoco se podía ir al cine porque "es una
falta de pobreza".
Era mejor abstenerse de ver la tele porque "pueden
meterte falsas ideas en la cabeza o hacer tambalear tu vocación"
Y así podríamos seguir aumentando la lista
de normas...
Yo no era tonta y me daba cuenta de que me estaba convirtiendo
en un bicho raro que sólo sabía hablar de "quedar
para estudiar" y de Dios... Mis amigas empezaron
a notarme rara y, como nunca quería ir donde ellas,
empezaron a dejar de llamarme.
Eso de ser "cristiano en medio del mundo",
haciendo "lo que cualquier persona normal",
lo será en teoría porque en la práctica
dejaba mucho que desear.
Mis padres también me notaban rara: estaba menos en
casa, iba al club muy a menudo, me notaban huidiza, y ayudaba
menos en las tareas domesticas. Y me lo hacían saber.
Mi directora espiritual, María, me decía que
"eso era culpa mía", me recriminaba
que "no me portaba con naturalidad" en casa
de mis padres, que "no había nada que esconder",
que no actuara "como si estuviera haciendo algo malo".
Sin embargo, al mismo tiempo me pedía que mantuviera
en secreto mi vocación.
...A pesar de todo, me gustaba hacer oración y tener
esos encuentros con Dios cada día. Me sentía
crecer interiormente. Sobre todo porque antes de ir al club
estaba teniendo una crisis de fe que me hacía dudar
de la existencia de Dios y ahora estaba contenta de hacer
oración. Era como si la luz fuera más importante
que las sombras. Por eso seguía dentro, a pesar de
las normas e indicaciones que antes he enumerado.
Un día en la charla le dije a María que esa
semana la oración la había hecho por la noche,
acostada en la cama, después de estudiar.
María me pegó una bronca tan morrocotuda que
todavía me acuerdo:
- A Dios se le ofrece el mejor momento de tu tiempo, no
las migajas que te sobran!!! Tu qué te has creído???
Eso es una falta grave!! Es más mmuuy grave!! Es una
falta de respeto y de amor a Dios increíble!!!... etc,
etc,"
...Y así descargó contra mi la santa ira divina,
malinterpretando y deformando lo que, yo, con tan buena voluntad
y gran amor de Dios hacía.
Otro día le dije que ese día no había
tenido tiempo de ir a Misa. No cabe decir que otra bronca
desproporcionada vino a mi encuentro.
Otro día le dije que tenía dudas de que mi
vocación fuera de numeraria, que a mi me gustaban los
chicos y que no me encontraba muy bien con esas historias
de los besos y saludos tan artificiales, que yo quería
formar una familia.
Me pegó la bronca y me dijo que "si yo quería
ser como judas que me fuera", que "yo era
libre" pero que "sería una desgraciada
si me casaba porque no era lo que Dios había previsto
para mí".
A "eso" ellos lo llaman "santa coacción."
El que lea esto, si no ha sido del Opus Dei, se preguntará
¿y por qué lo decías todo si sabías
que te esperaba una bronca cada vez?.
La respuesta es sencilla: porque en el Opus Dei te crean
un sentimiento profundo de culpabilidad si escondes algo a
quien dirige la charla semanal. Eso es lo peor que puedes
hacer. Te enseñan a no ser soberbio, a rebajarte, a
ser "alfombra que todos pueden pisar", a
dejarte guiar, asesorar y a aceptar todo lo que te dicen como
si fuera norma de fe.
Otro día le dije a María que había venido
al instituto un chico que había dejado el mundo de
la droga. Había venido para contarnos, durante la clase
de religión, cómo Dios lo había llamado
y lo había ayudado a salir de esa penosa situación.
Le dije cómo me conmovía que Dios pudiera llamar
a todo el mundo, incluso a un exdrogadicto.
Su comentario fue seco y usó un tono que no me gusto
por lo altivo: "A ese le habrá llamado pero
a mí me ha llamado por mejores motivos". (Ay!,
la soberbia algunos del Opus!...)
Así, poco a poco, las dudas empezaron a asaltarme.
Además, cada semana por un motivo o por otro María
me levantaba la voz. Era como Mister Jekyll, sonreía
y sonreía y, de repente,... se transformaba, para volver
a sonreír después, como si nada hubiera pasado.
Acabé por decidir que yo "eso" no
lo quería para mí. Que no podía seguir
así. Se lo dije a María durante la última
charla que tuvimos. Que me iba y que me iba.
Al verme tan en mis trece, María desplegó su
artillería pesada: Me dijo que "si me iba dejaría
de ser hija de Dios", que me convertiría en
"hija del demonio" (son palabras textuales)
porque "estaba escuchando al mismo demonio",
que "me iba a condenar", que iba a ser "una
desgraciada por no seguir a Dios", que yo "le
daba pena..." Que "me lo pensara bien..."
Que hiciera "examen de conciencia". Que "me
estaba equivocando" y que, en la próxima charla,
le "dijera de nuevo si estaba dispuesta a irme realmente",
que ella "tendría que rezar por mí muchísimo,
que buena falta me hacía", que me veía
"al borde del abismo".
Y así siguió y siguió hasta el hartazgo...
Recordemos que yo tenía 15 años, casi una niña.
En mi caso, apenas se podía ver en mi cuerpo las huellas
de una incipiente mujer.
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