DE CÓMO ENTRÉ
EN EL OPUS DEI
(y otras tribulaciones)
Autora: HALMA
5. EL MUNDO REAL Y EL CARIÑO
DE MIS PADRES
Pero ocurriría algo imprevisto, algo providencial:
mis muelas del juicio empezaron a salir, torcidas, y me empujaban
toda la dentadura hacia fuera. Me dolía muchísimo
toda la boca.
Querían que mis padres me dieran dinero para llevarme
a un dentista en la misma ciudad donde estaba el Colegio Mayor.
El dentista era de la Obra, por supuesto, así todo
queda en casa.
Sin embargo, mis padres se negaban a soltar ni un duro:
-Nosotros tenemos un dentista aquí donde vivimos
que es nuestro dentista de toda la vida y no nos agobia para
pagar. Le pagamos cuanto y cuando podemos.
- Pero el dentista que conocemos también os dará
facilidades -les decía la directora-.
- Nuestra hija es mayor de edad y puede hacer lo que quiera
con su vida siempre que sea feliz... Si ha elegido esto, pues
alabado sea Dios, nosotros no nos oponemos. Ahora bien, mientras
dependa económicamente de nosotros, también
seremos nosotros quienes decidamos a qué dentista debe
ir y qué dentista queremos pagar.
La directora del centro puso pegas y más pegas. No
querían que me desplazara a casa de mis padres.
Pero a mí me dolía mucho la boca. Les pedí
que me dieran un voto de confianza y al final, quizás
viendo que no iban a sacar ni un duro de mis padres, la directora
cedió.
Así fue como empecé a ir a casa de mis padres
una vez cada quince días. Siempre me acompañaba
una numeraria y nunca me dejaba sola ni sol ni a sombra:
Llegamos por la mañana o por la tarde, según
la hora de consulta, íbamos al dentista, dormíamos
en casa de mis padres y al día siguiente nos volvíamos
en tren al Colegio Mayor.
Durante esos viajes me fueron arrancando sucesivamente hasta
8 muelas.
Entre este proceso doloroso y el ritmo de vida estresante
y encorsetado del que he hablado yo me iba debilitando cada
vez más.
Pronto se acabó el curso académico. No sé
cómo, conseguí aprobar todo y con buenas notas.
En verano organizaron una convivencia de chicas de San Rafael.
Me "sugirieron" que invitara a mi hermana.
Así lo hice. Mis padres y mi hermana aceptaron, con
reservas y sin ganas. Pero lo hicieron para que viera que
mi familia no me había olvidado y que me seguían
queriendo. Para que vieran que, no tratándose de dinero,
ellos estaban dispuestos a hacer concesiones.
A la vuelta de la convivencia el autobús paraba donde
vivían mis padres y donde mi madre había ido
a recoger a mi hermana. Cuando llegamos bajé para saludarla
y para despedirme de mi hermana. Mi madre me dijo de sopetón,
antes de que pudiéramos cruzar palabra:
"-¡Hija!, ¡dime!, ¡¿quién
es "la que manda aquí?!". Yo se lo indiqué.
Resultó ser la que me solía acompañar
cada vez que tenía que ir al dentista.
Mi madre, sin decirme más, se fue directa a ella y
se puso a hablarle. Yo no la oía pero luego supe que
le dijo que bajaran mis maletas que "su hija"
se iba a quedar unos días en "su casa".
Le dijo que como yo tenía dentista dentro de dos días,
que me evitaría un viaje. Le dijo que no me iban a
raptar ya que yo era mayor de edad y que después del
dentista ya me volvería otra vez para el Colegio Mayor.
No sé cómo lo hizo, debió de coger a
aquella desprevenida o quizás temía que la determinación
de mi madre la llevara a montar en cólera y espantara
a las chicas de San Rafael (=posibles candidatas al Opus Dei)
El caso es que vino con mi maleta en la mano diciéndome:
- ¡Ale! ¡Hija! ¡Vamos para casa que
te quedas unos días con nosotros!, hasta que tengas
dentista, ¡luego te vuelves si quieres, que nosotros
no te vamos a retener!
- ¡Pero mamá, yo no puedo hacer eso así!
-¡Vaya que no!, ¡hemos dejado que tu hermana
fuera contigo a esa convivencia a pesar de los pesares, y
ahora tú nos tienes que dar el gusto de quedarte con
nosotros unos días! ¡que nosotros también
tenemos ganas de tenerte!.
Me agarro fuerte por el brazo, con firmeza de madre, me miró
con ojos brillantes, decididos... Y no me pude negar.
Estando en mi casa, después de arrancarme otra muela,
me cogió además una infección de garganta
y lo que iban a ser dos días en mi casa, a solas, con
mis padres y hermanos, se convirtieron en diez.
Esos diez días me sirvieron para reponerme, físicamente,
durmiendo en mi cama mullidita. Y lo más importante,
pude sentir el cariño de una familia de verdad, que
me quería, sin doblez ni tapujos.
No me forzaron, no me intimidaron, no se opusieron. Yo habría
reaccionado muy mal. Solo me hacían sentir, con hechos,
que ahí estaban ellos si algún día me
arrepentía. Que ellos no me dejarían tirada,
que siempre sería su hija. Que el día que no
fuera feliz me podía volver para casa.
DE VUELTA AL COLEGIO MAYOR: ¿LA VERDADERA FAMILIA?
A mi vuelta: De nuevo el ritmo trepidante, agobiante. El
ambiente familiar del Opus Dei empezó a resultarme
artificial, hueco, sin sentido. Empecé a tener más
y más dudas que sólo conocía mi directora
espiritual.
En mi caso, sucedió algo que colmaría el vaso
de mi paciencia.
Mi directora espiritual, "que cuida de ti como una
madre, ocupándose de lo espiritual y de lo humano",
decidió que me hacía falta ropa nueva. Me dijo
que llamara a mis padres para que me dieran dinero
¡Ah...! ¡Sí!. ¡Así son las
cosas en la Obra de Dios!...
"Dinero por aquí!
Dinero por allà!
¿tu lo has visto?
Si lo hay,
¿dónde está?..."
Mis padres, una vez más me dijeron que no me daban
ni un duro, que si necesitaba ropa que venían a la
ciudad donde yo vivía y me la compraban ellos mismos.
Así que mis padres se tragaron el viaje de dos horas
de ida y dos de vuelta, dejando a mis hermanos solos en casa,
para venir a comprarme la ropa.
Me fui con ellos a unos conocidos grandes almacenes de la
cuidad con la lista de ropa que había confeccionado
mi directora espiritual y que, según ella, me hacía
falta.
Me compraron todo lo que ponía en el papel. A mi gusto,
según mi estilo personal. Se gastaron 50 o 60 mil pesetas
de la época en faldas, blusas, zapatos, cinturones
y no sé qué más.
Recuerdo que mi madre me dijo antes de despedirse:
- Hija mía, a mi no me duele el dinero. Lo que
siento mucho y me duele en alma es que esta ropa que te hemos
comprado no va a ser para ti, que esa ropa no te la vayas
a poner tú. Te la van a quitar y se la darán
a otra. (Al haber sido mi padre del Opus Dei ya sabían
de qué iba la cosa...).
Me dio muchísima pena de mi madre, porque sus ojos
estaban tristes, de verdad. Pero, como está mandado,
hay que defender a la Obra a capa y espada, incluso enfadándote,
si hace falta:
- Pero mamá... ¿!Cómo me lo van a
quitar¡?. En la Obra la individualidad prevalece, ¡eres
libre de elegir tu aspecto exterior, no te obligan a nada¡.
Permiten a cada una llevar su propio estilo. Defienden la
variedad. Además, si yo quiero, va a ser para mí.
Mira, mamá, en la obra vivimos la pobreza y el desprendimiento,
no tengo apego a esa ropa, si tuviera que desprenderme de
ella lo haría. Pero, como excepción, me la voy
a quedar, sólo para demostrarte que en la obra ¡somos
libres¡.
He de decir que yo estaba convencida de que lo que estaba
diciendo era así, pues así me lo habían
repetido muchas veces.
Cuando llegué, subí a mi habitación
y colgué la ropa en mi armario.
Vino mi directora espiritual y me dijo que tenía que
entregar esa ropa. Le dije que no estaba apegada a ella pero
que era la ropa que quería llevar, que me gustaba,
que iba con mi carácter y personalidad -dentro del
margen impuesto en la forma de vestir del Opus Dei-.
Me insistió. Le dije lo mismo. Me volvió a
insistir, también yo.
Y, entonces, viendo que yo estaba encabezonada, descolgó
toda la ropa nueva de mi armario y se la llevó sin
más, por la fuerza.
Vino para darme otras faldas y otras cosas que debían
tener guardadas desde el año catapún. Dije que
yo "eso" no me lo ponía y que estaban
abusando de su autoridad.
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