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Lo que hay tras el umbral

Domingo, 6 oct. 2002 Núm. 2279
DIARIO DE NOTICIAS - Pamplona


La bibliografía laudatoria sobre la vida y obra José María Escrivá de Balaguer es densa. Pero también son numerosas las voces críticas que han desvelado y cuestionado asuntos internos de la Obra. Uno de los libros que levantó ampollas lleva por título Tras el umbral. Una vida en el Opus Dei. Su autora, María del Carmen Tapia, relata a lo largo de más de setecientas páginas la historia de un profundo desengaño.

Esta obra, cuya primera edición tiene fecha de mayo de 1994, aporta el valor testimonial de una mujer que perteneció al Opus Dei durante cerca de veinte años, parte de los cuales vivió cerca de Escrivá de Balaguer en la casa central de Roma. María del Carmen Tapia entró en el Opus Dei como asociada numeraria en 1948; tenía entonces 23 años. Vivió en las casas de la asociación en España hasta 1952, cuando fue llamada a Roma para trabajar directamente a las órdenes de monseñor Escrivá.

En 1953 fue nombrada superiora de la Asesoría Central de la sección de mujeres, donde trabajó también como primera directora de la imprenta del Opus Dei. En 1956 fue destinada a Venezuela como directora regional de la sección de mujeres. Vivió en Caracas hasta 1965 año en el que monseñor Escrivá la llamó a Roma. Allí comenzó un calvario en el que al mismo tiempo que se derrumbaban sus ilusiones en el Opus Dei se desataba una persecución que empujó su salida de la Obra en 1966. Pero la persecución, según la autora, aún continuó durante unos años.

María del Carmen Tapia realiza una análisis tan crítico como sereno del Opus Dei y revela datos desconocidos del carácter de Escrivá, del trato que recibían las mujeres, del secretismo que rodea a la Obra, del uso de los donativos, de la persecución a la que se sometía a quien quería abandonar el rebaño... La autora asegura en el prólogo que quisieron silenciar su voz y confiesa que, por su propia experiencia, ha comprendido que "Dios está por encima del Opus Dei y tiene intrínsecamente poco o nada que ver con la doctrina efectiva de esta institución".

A continuación se recogen algunos fragmentos del libro.

Una tramoya gigantesca Puedo asegurar que, hoy día, los esfuerzos e intereses del Opus Dei, empezando por su Prelado y terminando por la última persona que pueda estar en contacto con ellos, no son el apostolado y mucho menos el apostolado con los pobres y los necesitados, ni los problemas serios de la humanidad en general. Su objetivo es manejar todos los instrumentos a su alcance del poder político, religioso y económico; y, actualmente utilizar todos, absolutamente todos los medios a su alcance para poner en los altares a monseñor Escrivá, hacerlo santo. (...) Espero con toda mi alma que la información que brindo en este libro ayude a nuestro Santo padre, Su Santidad Juan Pablo II, a aclararle la información, muy probablemente deformada e indiscutiblemente tendenciosa, reunida por la parte interesada, sobre la vida de monseñor Escrivá antes de que llegue a ser canonizado. La vida de monseñor Escrivá no fue ciertamente admirable ni, mucho menos, digna de imitación.

(...) Yo puedo atestiguar con verdad que en Roma, y tras la puerta de Via di Villa Sacchetti, 36, existe una tramoya gigantesca desde donde los superiores del Opus Dei manejan los hilos que, en el mundo entero, hacen moverse a sus miembros todos, hombres y mujeres, como marionetas, sea bajo el voto de obediencia o bajo la sugerencia más fuerte que pueden usar: "Conviene para el bien de la Obra".

Culto a la persona Yo había conocido a monseñor Escrivá en una meditación que dio en el pequeño oratorio de Lagasca para un grupo de nuevas vocaciones, cuando aún vivía yo en casa de mis padres. Me impresionó su meditación, pero no sabría decir exactamente cómo. Sí recuerdo que su voz, tan atiplada, me pareció extraña en un hombre, así como el mover tanto las manos y gesticular con ellas, mientras hablaba. Su lenguaje era como si hablase a niños pequeños. Aquella primera impresión mía de monseñor Escrivá no me encajaba con la persona tan recia y viril que se nos pintaba de él en el curso (...) Yo le admiraba por lo que me habían dicho que de sobrenatural -su trato directo con Dios- tenía su persona, pero tenía que apartar de mi la otra imagen de mi vivencia personal y especialmente de su voz, que era como femenina.

(...) Es muy claro que desde que llegué al Opus Dei, el respeto al Fundador era un culto a su persona, hecho que especialmente en este curso anual se subrayó de modo doctrinal: el Padre por encima de todos los valores humanos. Es decir, nuestro amor al Padre estaba "lógicamente" por encima del amor al Papa, al menos al Papa entonces reinante. S.S. Pío XII, ni qué decir tiene que por encima al amor a nuestros propios padres.

El cilicio y la disciplina (...) También era tema de conversación el espíritu de sacrificio y la mortificación corporal. Guadalupe fue quien me dio el primer cilicio, mejor dicho, quien me lo vendió, ya que en el Opus Dei se vive especialmente el apostolado de no dar.

El cilicio y la disciplina solía guardarlos en mi despacho del Consejo porque ni de broma se me hubiera ocurrido llevarlos a casa de mi familia. (...) El cilicio se usa alrededor del muslo atando las dos cintas extremas a guisa de pulsera; o bien pasando la cinta por la anilla extrema y apretándola bien con una especie de semilazada. La generosidad de esta mortificación depende de lo mucho que se apriete el cilicio. Llega a producir un daño en el muslo -pequeñas heridas- que obliga a que el cilicio sea cambiado frecuentemente de pierna, para evitar posibles infecciones.

La disciplina es un instrumento de autoflagelación, especie de látigo, que se usa en las nalgas desnudas, nunca en la espalda, a fin de evitar daños en los pulmones o costillas. Para ello hay que arrodillarse; se esgrime la disciplina con la mano y se imparten los latigazos por encima de los hombros a fin de que los golpes lleguen a las nalgas. La generosidad de esta mortificación depende de la fuerza con que se den los latigazos.

Cheques para el banco Todos los meses, en cuanto nos entraba dinero, hacíamos el cheque para cambiar en dólares en nuestro banco, cantidad que enviábamos a Roma a nombre de don Álvaro. (...) Los cheques, según indicación recibida de la Asesoría Central, se hacían a nombre de Álvaro del Portillo. Per le Opere di Religione. Bajo ese enunciado se mandó a Roma durante diez años, estando yo en Venezuela, una cantidad anual no menor de 10.000 dólares, lo que en esa época era una cantidad considerable.

Pero lo más heróico fue cuando me enteré de que, en los tres primeros años de la fundación de mujeres en Venezuela, y mientras las numerarias aprovechaban hasta la pasta de dientes que les llegaba de anuncios para no comprar nada, se enviaban a Roma sumas muy considerables para ellas, aunque menores que las que enviamos después para las obras del Colegio Romano.

(...) yo estaba totalmente convencida de que esa plata era para grandes obras caritativas que el Opus Dei haría desde Roma. Y salí del Opus Dei con esa creencia. Pero por esas circunstancias de la vida conocí en Roma a un joven matrimonio. (...) Y sin que yo recuerde ahora por qué razón, mencionaron el nombre del Banco per le Opere di Religione como una entidad bancaria. Yo no daba crédito a lo que oía... O sea, que el dinero que de Venezuela mandábamos a Roma iba a la cuenta que el Opus Dei, a nombre de don Álvaro del Portillo, tenía en ese banco.

El Padre miente En el mes de noviembre me avisaron que el Padre me llamaba. (...) Monseñor Escrivá me mandó sentar. La conversación fue así: - Mira, Carmen; porque yo no te voy a llamar María del Carmen como a ti te gusta. (...) Te he llamado para decirte que te quiero trabajando aquí, en Roma. ¡No vuelves a Venezuela! Te trajimos de allí engañada -dijo, sonriente, casi divertido-, porque si no, con el geniete que tú te gastas, no sé de lo que hubieras sido capaz. Y te tuvimos que traer así. O sea que ya lo sabes: no vuelves a Venezuela. Allí no haces falta y no volverás nunca. En un momento dado te mandé porque tenías que sacar las castañas del fuego y lo hiciste muy bien. Ahora ¡maldita la falta que haces! (...) Mi voz sonó como algo inesperado en aquella reunión e hizo que todos volvieran la vista a mí con asombro y rechazo cuando dije con todo respeto: - Padre, me gustaría vivir y morir en Venezuela.

Monseñor Escrivá se levantó de su silla con tono verdaderamente airado y me gritó: - ¡¡¡No y no!!! ¿Oíste? ¡No vuelves porque no me da la gana y yo tengo autoridad para mandarte a ti y a éste y a ésta y a ti, grandísima soberbia!

(...) Me quedé un rato en el oratorio y le dije a la directora central que quería hablar con ella (...) Sé que entre mis sollozos le repetía que lo que más me había dolido era verme engañada y comprobar que el Padre mentía y había hecho mentir a los demás, y que eso no me cabía en la cabeza. También le dije que me parecía una falsedad que el padre hubiera impreso una carta donde dice que "se preguntará a la gente si quiere ir a un país o no" y que a mi no sólo no me habían preguntado nada, sino que me habían mentido todo este tiempo.

Incomunicada A partir de ese día -noviembre de 1965- hasta el mes de marzo de 1966, me tuvieron totalmente incomunicada de todo contacto exterior: con prohibición absoluta de salir a la calle bajo ningún concepto, así como tampoco recibir o hacer llamadas telefónicas, ni escribir o recibir cartas. Tampoco salía para la llamada salida semanal o excursión semanal. Estaba presa.

Cerca del suicidio Mi resistencia física continuaba debilitándose y la idea de abandonar el Opus Dei me venía con frecuencia. (...) Pensé que tenía que pedirle a Dios que me quitara la vida, ya que en el Opus Dei se recomienda que "hay que pedirle a Dios la muerte antes de no perseverar". Más de una vez le oí decir esto a monseñor Escrivá. Lo cierto es que le pedí a Dios mil veces que me quitara la vida. Incluso se me pasó la idea de hacerlo yo. Pero no cabe duda de que mi salud mental estaba ilesa y ahogué en oración y penitencia esta idea. Pedí permiso para hacer mortificación corporal extraordinaria y me la concedieron. Creo que traté a mi cuerpo brutalmente.

Años más tarde supe de intentos de suicidio ocurridos en el Opus Dei. Numerarias que no llegaron a morirse, pero que se quedaron maltrechas para el resto de su vida. Una de ellas fue Rosario Morán (Piquiqui), en Inglaterra. El hecho de que estaba loca, no me lo creo. Lo que sí creo es que el Opus Dei la volvió loca, que es diferente.

Rudo y maleducado Monseñor Escrivá no gozaba de buenos modales naturales. Era rudo, brusco y mal educado. Cuando estaba enfadado y tenía que reprender, no tenía mesura ni caridad en su forma de hacerlo; y sus palabras ofensivas y violentas herían profundamente a las personas. Recuerdo perfectamente que durante la entrevista que, en 1973, tuve en el Vaticano con S.E. el cardenal Arturo Tavera, entonces prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos e Institutos Seculares, me preguntó cuántos años había pasado yo en el Opus Dei, y al decirle que dieciocho, me respondió: -¿Y ha necesitado usted dieciocho años para darse cuenta de lo mal educado que es José María Escrivá?

Su lenguaje era muchas veces vulgar. (...) Fui testigo un domingo de Pascua en Roma de lo siguiente. (...) Monseñor Escrivá, por una ventana abierta de par en par, que daba al jardín de la villa, hablaba, aunque no se los veía desde donde nosotras estábamos, con un grupo de numerarios del Colegio Romano de la Santa Cruz y les decía entre grandes risotadas: "Bebeos el coñac que os he mandado, pero eso sí, no hagáis como ese monseñor Galindo, paisano mío, que calentaba la copa en la bragueta". Todas le oímos perfectamente.

Se 'silencia' la verdad El adoctrinamiento del Opus Dei a sus miembros está basado esencialmente en vivir la sinceridad. (...) Pero, por desgracia, el Opus Dei calla y miente. Y esto causa una de las mayores desilusiones que uno se lleva al caérsele de los ojos la venda del fanatismo. En el Opus Dei se "silencia" la verdad constantemente.

(...) Muchas veces pensé que, con el afán de vivir la discreción tan recomendada en el Opus Dei, y sin mala intención por parte de las superioras, se creaba un clima de misterio. (...) Esta clase de discreción es muy similar a la seguida en los regímenes totalitarios: la ausencia de información del dirigido afirma el poder en los dirigentes. El superior se siente poderoso al "conocer" lo que los demás desconocen. Y esto era el pan de cada día en el Opus Dei.

Lo oculto de Escrivá Mucho era lo que no se decía de monseñor Escrivá: ése era el "silencio" principal. Se callaban las cosas del Fundador desde lo más nimio a lo más serio: desde no mencionar, entre las mismas numerarias y sirvientas que limpiaban las habitaciones, que muchos días monseñor Escrivá no se duchaba sino que se bañaba, hasta ocultar que un día estuvo a punto de morirse (...) No se decía abiertamente que monseñor Escrivá era diabético. Cuando él cayó en coma, don Álvaro lo advirtió de inmediato. Pudo forzarlo a abrir la boca y prácticamente le vació en ella el azucarero que había sobre la mesa, rociando el azúcar con agua para que tragase (...)

Un sistema nocivo Otro caso es el de los sacerdotes numerarios a quienes el Opus Dei silencia cuando han querido ejercer la caridad como lo manda la Iglesia, pero no como lo ordena el Opus Dei. Generalmente son los sacerdotes que, con mayor personalidad y empuje y aún a costa de ser silenciados, defendieron una causa justa. (...) Hace años, cuando yo había dejado de pertenecer a la Obra me tropecé con el caso curioso de un sacerdote de los típicos silenciados por el Opus Dei. Reconocía sin ambages que el del Opus Dei era un sistema nocivo pero que no podía salirse de la Obra porque "había dado su palabra y tenía que cumplirla". Yo le sugerí que hablase con el obispo de aquel lugar y que se pusiera a sus órdenes, siempre como sacerdote, pero fuera del Opus Dei. Sus respuestas me dejaron impresionada: (...) Yo, como sacerdote del Opus Dei he sido ordenado para servir a mis hermanos de la Obra y nada más y a nadie más. A no ser que los superiores (del Opus Dei) me indiquen otra cosa".

Esta doctrina de los sacerdotes del Opus Dei al servicio de la Prelatura antes que al servicio de la Iglesia no es nueva para mí. Lo había oído en diferentes ocasiones a monseñor Escrivá expresarse sobre este tema diciendo que "los numerarios del Opus Dei se ordenan para servir a sus hermanos". Pero esto se silencia ante la Iglesia, y se dice lo contrario.

(...) ¿Cuál es la razón de que hombres y mujeres que salieron del Opus Dei tengan miedo de decir la verdad de lo que vieron, oyeron y, en muchos casos, sufrieron? Hay gente casada que teme que sus hijos puedan sufrir alguna afrenta del Opus Dei y guardan "silencio" sobre aquellos años de su vida, incluso ruegan que su nombre no salga a la luz porque "miembros de su familia que son del Opus Dei se apartarían de ellos para siempre".

El Opus Dei "silencia" a los espíritus críticos. No olvidemos lo que monseñor Escrivá repetía: "No quiero grandes cabezas en la Obra porque se convierten en "cabezas grandes". Las medianías, si son fieles, son muy eficaces".

Preparó su canonización Monseñor Escrivá preparó, al menos desde que yo le conocí a finales de los cuarenta, su camino hacia la santidad. Es decir, tenía el convencimiento de que lo iban a subir a los altares. Tanto así que de la manera más natural mandó construir su tumba en la casa central de Roma, indicándonos a las superioras: "Pero no me dejeis aquí mucho tiempo. Que me lleven luego a una iglesia pública para que os dejen en paz y podais trabajar".

(...) Se guardaban en la casa central de Roma, y lo mismo en las casas que visitaba, especialmente en sus últimos viajes a América del Sur, para reliquias futuras, toda la ropa personal que desechaba: desde pañuelos hasta el cinturón de la bata de baño, pasando por el frasquito de agua bendita y los jabones que usó en el baño o la cinta de una caja de chocolates que llevó a las numerarias en alguna casa de la Obra.

(...) Después de su muerte, y antes de enterrarlo, se le cortaron cabellos que fueron entregados a diversas casas repartidas por el mundo, al igual que trozos de la sotana que usó. De todo esto era testigo, y le seguía el juego, don Álvaro del Portillo.

 

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