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 Tus escritos: 25 razones más UNA, por las que lloré 21 años en el opus.- CMV

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CMV :

 

 25 razones más UNA, por las que lloré 21 años en el opus

 

Hace unos días escribí un relato en el que expuse que en el opus me engañaron, usaron y manipularon, ahí mencioné que lloré 21 de los 22 años que estuve en la obra y, a raíz de ese escrito, alguien me preguntó, ¿por qué lloraste 21 años? Aquí enlisto motivos por los que lloré, me salieron del alma en pocos minutos, si le dedico más tiempo, la lista aumentaría seguramente, pero creo que aquí menciono los principales...



1.      Lloré años por el dolor que me causaba mi ruptura interna ya que tenía que ignorar, evitar, reprimir, aniquilar, castigar mi sentir, mis anhelos, mis ilusiones y, por otra parte, me habían convencido que era “voluntad de Dios” el que sublimara mi sexualidad por haber “recibido” la vocación al Opus Dei.

2.      Lloraba como un grito de auxilio de mi ser, porque estaba desconectada de mi yo interno, de mi sensibilidad, de mis gustos e inclinaciones. Tardé meses, una vez fuera del opus, en poder responder a la pregunta ¿qué sientes?

3.      Lloré por la exigencia sugerida, de manera obsesiva, en la dirección espiritual de “guardar mi corazón con siete cerrojos” en las mil y una manifestaciones normales de la afectividad humana.

4.      Lloré cuando descubrí el engaño institucional a los 16 años de ser del opus: Ocáriz expuso en su libro del “El Opus Dei en la Iglesia” que la condición de numerario (a) -con exigencias castrantes-, se debía a una segunda vocación para el celibato que Dios daba a algunos, ya que la vocación al opus era la misma para todos los miembros (como insistían reiterativamente en la segunda mitad de los años 90).

5.      Lloré por la doblez a la que me sometieron al darme, desde los 19 años, la responsabilidad de llevar la dirección espiritual para guiar, dar ejemplo y orientar a numerarias, de todas las edades, pretendiendo que fueran fieles a la voluntad de Dios quedándose en un lugar donde yo me ahogaba y rompía. Mi vasta experiencia en lucha interior en crisis “me cualificó” para atender a muchas personas en situaciones semejantes.

6.      Lloré por recibir la confidencia de mujeres increíbles, maravillosas, valiosas, capaces, de gran vitalidad, que se rompían, se desmoronaban, se enfermaban y se iban apagando ante las exigencias de la supuesta “vocación recibida por Dios”. A algunas les he podio pedir perdón…

7.      Lloré por la soledad que experimentaba porque, aunque estaba rodeada de personas, no podía tener amistades reales, no estaba permitido compartir tu intimidad nada más que con la persona designada para dar la dirección espiritual, con quien había que tener una “sinceridad salvaje” vaciando la intimidad de una manera enferma.

8.      Lloraba porque me daban responsabilidades aprovechándose de mi sentido del deber, que me amarraban a un lugar en donde solo quería morir. Ese era mi deseo más fuerte: MORIR para ya no tener que vivir en el Opus Dei y llegar con Dios.

9.      Lloraba por la esquizofrenia / desquiciamiento inconsciente/ que se generaba al hacer cosas que no estaban bien como: difundir la intimidad de las personas que dirigía con la directora del centro para que me dieran la pauta para su dirección espiritual, elaborar esos inmorales “informes personales”, mostrar en las salas de juntas de la delegación, frente a directoras y sacerdotes, la lucha e intimidad de las personas, por argumentar haciendo violencia a la conciencia, para que las personas fueran “fieles a Dios” quedándose en el Opus, por tener que pedirle a personas mayores, que habían dado su vida al opus, que generaran dinero y no fueran una carga para la obra, por instrumentalizar las “amistades”.

10.  Lloraba por la violencia a la conciencia con los argumentos que se daban para retener en la institución, donde, en definitiva, dejar la obra se identificaba con dar la espalda a Dios y poner en riesgo la propia salvación, como lo dijo el mismo Escrivá.

11.  Lloraba porque me decían en la dirección espiritual, que me debía quedar en el opus para ayudar a las personas que tenían problemas de vocación, porque yo era el cauce para que ellas recibieran gracias de Dios, aunque a mí no me hicieran efecto, yo recibía las denominadas “gratias gratis date”.

12.  Lloraba por la angustia que generaba escuchar o leer frases del fundador donde señalaba que quien no llevara a la obra vocaciones era como un cadáver y que con cadáveres él no iba a ninguna parte. Mis reportes apostólicos nunca fueron exitosos.

13.  Lloré por sentirme incomprendida al nunca haber experimentado (excepto en una ocasión) empatía de parte de las directoras y sacerdotes respecto a mi crónica crisis vocacional. ¡Tanta insensibilidad en personas “buenas” te daña los radares para tu sana auto percepción! No olvido como en noviembre de 2003, mi último noviembre en la jaula, un cura que fue honesto conmigo, se trata de Don B., (el mayor), me dijo que no tenía qué decir ante mi desgarramiento. Agradecí su sinceridad, él estaba entre la espada y la pared y lo entendí, no podía darme la razón; en cambio me asqueó lo que, en esa misma temporada de ruptura interna máxima, me aconsejó otro sacerdote con el mismo nombre: “reza por las almas del purgatorio porque es el mes de los difuntos”.

14.  Lloré porque me pedían que tratara con distancia a quienes me caían naturalmente bien y “mostrara” afecto y buscara, aunque fuese postizo, a quienes de manera natural no coincidía en nada.

15.  Lloré por las innumerables correcciones fraternas relacionadas con el desorden de las supuestas “amistades particulares”.

16.  Lloré por la angustia que se generaba al tener que solicitar confesarme antes de la Misa en el centro, para “poder comulgar” y porque los sacerdotes, lejos de ayudarme a no tener escrúpulos, me daban la absolución por “mis pecados”.

17.  Lloré por los escrúpulos que se fueron generando en mi debido a la delicadeza de mi conciencia, una espiritualidad radical, mi perfeccionismo y una incorrecta dirección espiritual.

18.  Lloré mucho cuando la directora del centro de estudios, en 1990, me limitaba a una tarde a la semana para acompañar a mi mamá después de sus quimioterapias y más aún lloré cuando me amenazó con llevarme a un psiquiatra por reclamarle esta medida. Su diagnóstico sobre mi problema de “familiosis” me persiguió años y me hizo desvincularme de mi familia de una forma antinatural. Después de salirme del opus, no conocía a mis hermanos…

19.  Lloré porque siete hermanos se casaron y solo pude asistir a las Misas, y al término de estas, llegaba al centro y al no estar en mi ciudad, me quedaba en la soledad más absoluta, cenando sin compañía la mayoría de las veces.

20.  Lloré mucho cuando vi como descuidaron la atención a mi mamá supernumeraria. En su año de enfermedad, antes de morir, tuve que acudir a la directora regional para que la numeraria a cargo de mi mamá, una notable numeraria de México, la atendiera como supuestamente se atiende a los miembros en esas circunstancias, ya que es “el mejor sitio para morir”, como decía Escrivá.

21.  Lloré por la frustración de tener que aceptar como respuesta irrefutable, por parte de la encargada de estudios en el colegio romano (durante mi estancia del 1994 al 1998), el que mi petición de que validaran formalmente con exámenes los estudios realizados en el colegio romano de Santa María, era improcedente. Si “éramos comunes y corrientes”, ¿por qué no validar los estudios realizados y así justificar profesionalmente esos años de tu vida? Sin embargo, recuerdo que en esa misma temporada se celebró por lo alto que una Escuela del Hogar para captar vocaciones de numerarias auxiliares en Inglaterra, acababa de conseguir el reconocimiento público, lo que “facilitaba y encubría” la captación de servidumbre para la institución. Yo no pretendía que me dieran un doctorado, como ridícula y falsamente se daba a las que fueron al colegio romano tiempo atrás, pero sí un reconocimiento académico, el que fuese. La encargada de estudios me argumentó que una mamá no tiene título público por dedicarse a sus hijos… el cual no era mi caso. Yo era una persona “común y corriente” estudiando seria y profesionalmente en un centro de estudios con profesoras y profesores de muy buen nivel.

22.  Lloré también, aunque parezca raro, porque nunca pude hacer un regalo material por la manera en que se te pide que vivas la pobreza en el opus. Se dice fácil, pero es algo antinatural para el ser humano que es social por naturaleza y desquicia más cuando te dicen reiteradamente que “eres laico común y corriente”.

23.  Lloré al regresar de Roma, después de cuatro años y encontrar que más del 50% de las numerarias con las que coincidía en cursos anuales, tomaban medicamentos psiquiátricos.

24.  Lloré el día que me dieron una bolsita discreta con mi kit de mortificaciones corporales (cilicio y disciplinas), cilicio que en adelante debería usar 6 de los 7 días de la semana, excepto los días de “fiesta” de la Iglesia y de “casa” (aniversarios de sucesos importantes en la historia de la obra, como el tan celebrado 28 de noviembre, día de la constitución de la obra como Prelatura Personal) y las disciplinas dos días a la semana (sábado y día de “guarda”).

25.  Lloraba porque había incorporado a mi vida paulatinamente –por un plano inclinado como decía el fundador-, una cantidad innumerable de prácticas extrañas, violentas o rudas, supuestamente incluidas en el paquete de la “vocación recibida por Dios desde toda la eternidad” y que su cumplimiento eran señal de “buen espíritu” y por tanto de “santidad”. Me refiero por ejemplo al dormir en cama de tabla y unos días de la semana con un libro como almohada, el baño con agua fría, el silencio de la tarde y de la noche, el enmedatio -acusación pública de un pecado venial o leve-, el no tener privacidad y tener que enseñar las cartas antes de mandarlas o el no poder leerlas si la directora no las había leído antes, al tener que entregar todo lo que alguien me regalara, el no tener acceso libre a la televisión, el no poder asistir a espectáculos públicos ni al cine o teatro, la cruda e insensible separación de la” familia de sangre” (porque la obra es la nueva familia a la que perteneces), el no poder asistir a las celebraciones mixtas de amistades y familiares, la entrega integra del sueldo a la obra y la consiguiente rareza e incomodidad de solicitar dinero para los gastos “normales, comunes y corrientes”, la exigencia de reportar todos los gastos en la odiosa e intimidante “cuenta de gastos mensuales”, el tener que vestirte, en su mayoría, por lo menos en mi caso, con ropa regalada al centro por supernumerarias y cooperadoras, estando fuera de moda, con ropa de tamaños inadecuados y perdiendo la propia identidad. Me molestaba participar en tertulias apostólicas en las que los logros “proselitistas” dejaban al descubierto la privacidad de las “amigas que se tratan”, me desagradaban las gloriosas tertulias de favores -milagros- del fundador y las fanáticas tertulias de anécdotas del fundador y de los primeros miembros, donde se contaban reiterativamente como grandes hazañas, los abusos y excentricidades detrás de la expansión de la obra. Me desagradaban las tertulias con las ”canciones de casa” -secretas-. Me detengo para concluir, pero podría seguir enumerando muchas más deformidades y rarezas que se viven compaginándolas esquizofrénicamente con el repetitivo estribillo de que se es un “laico común y corriente”.

26.  Lloré principalmente porque cumplía ortodoxamente el laberinto infinito de prescripciones que se pide y no encontraba a JESÚS por ningún lado.

Desde mi experiencia, el opus es un laberinto que no lleva a ninguna parte.

CMV




Publicado el Wednesday, 28 February 2024



 
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