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SaturiaValentín :

 

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La esquizofrenia de la razón

Esto más o menos lo he explicado ya (está claro que muchos de los aspectos se mezclan), pero vamos a sistematizarlo modo esquema:

-          Te indican lo que tienes que querer (en el sentido de la voluntad) y cómo. Ah, y no se vale insinuar que te lo han impuesto. En el fuero interno, en el fuero externo, y en el fuero mediopensionista. Lo quieres tú y no hay más.

-          Te indican lo que tienes que querer (en el sentido de lo que tienes que amar) y cuál es el modo en el que se ha de querer. Ese y no otro...



  

Esos modos de querer son un poco ininteligibles: lo de hermanas sí pero amigas no, mi directora es mi más hermana, el Opus Dei es mi madre, el prelado es mi padre, querer a una amiga pero en cuanto pita ya no es amiga, ayudar a la gente consiste en que la gente se haga del Opus Dei… Podría seguir con las absurdeces afectivas, pero ya me entendéis.

-          Te dicen cómo tienes que sentirte.  Voy a repetirlo, porque es alucinante: te dicen cómo tienes que sentirte.

-          Te indican lo que tienes que pensar. Y no sólo sobre cuestiones que directamente atañen a la vocación o al Opus Dei.

-          Eres libre (en teoría), pero en la vida real vives asfixiado.

-          Además, tienes obligación de creer que eres libre. Aquí hay un mecanismo nefando que ha sido identificado por alguien en esta web (siento no haber recogido quién, si te sientes mencionado levanta la mano): si no crees que eres libre, absoluta y totalmente libre, no estás viviendo tu vocación. Estás desobedeciendo, porque creer que eres libre es un mandato. Como desobedeces en algo tan fundamental, eso es pecado. Por lo tanto, si no creo con pleno convencimiento que soy libre, estoy pecando lo más del mundo.

El problema es que fiado en que, como te indican con la gracia de estado que les asiste, todo lo arriba indicado es la quintaesencia de la voluntad de Dios para ti, no para otro cualquiera, para ti mismo, pues tú vas, y lo intentas hacer de verdad. Sin doblez. Sin engaño. Sin cumplo y miento.

Voy a repetirlo, porque me parece que no ha quedado suficientemente clara la perversidad de este enunciado: está regulado lo que tengo que sentir y lo que tengo que pensar. Está regulado que tengo que creer que soy libre. No sólo te dicen lo que tienes que hacer, que te digan lo que tienes que hacer tendría un pase (siempre que no se les fuera la mano, que se les va, y mucho, pero ese es otro tema). Es que también te dicen lo que tienes que sentir. Es que también te dicen lo que tienes que pensar. Es que también te dicen que te tienes que creer y sentir libre. Si no sientes o no piensas según lo regulado, no eres Opus Dei. Estás desobedeciendo, y por lo tanto pecando.

Tienes que estar alegre. Tienes que sentirte alegre. Si no estás alegre, no eres Opus Dei. ¿Qué haces que no estás alegre? Nótese que no me refiero a hacer el payaso o a estar haciendo bromas constantemente, o a sonreír todo el tiempo como una Barbie maniática con parálisis facial. Hay quien hace el payaso para cubrir sus incoherencias, o lo mal que se siente, o todo lo contrario, o yo qué sé. Lo que se nos pedía en el Opus Dei no era eso (aunque estaba bien visto y hasta se hacían correcciones fraternas por llevar caras largas), lo que nos pedían era que había que sentirse alegre de verdad. Así, como imposición. Si no te sientes alegre, mala hija, mala hija. Una buena hija se siente alegre de modo natural, y por eso siempre sonríe. (Si te lo tomabas en serio, caldo de cultivo perfecto para la depresión. Si no te lo tomabas tan en serio, caldo de cultivo perfecto para la hipocresía).

No te puedes sentir sola. ¡Qué disparate! ¡Sentirse sola una numeraria! ¡Con la de hermanas que tiene! ¡Viviendo siempre rodeada de gente que ella no ha elegido! (Sin comentarios).

Tengo que creer en lo que me dicen. A la fuerza o como sea, pero me lo tengo que creer. Tengo que sentirme como me dicen que me tengo que sentir. Si es a la fuerza, pues haciéndome fuerza. Y obedecer en todo, haciéndome fuerza a mí misma, si es preciso. (Qué maravilloso caldo de cultivo. Luego nos extrañamos de que los mayores estén gagá.)

Luego está lo de las incoherencias. Es que es para nota. Tienes que creerte cosas incoherentes. Cosas disparatadas. Que no soportarían el más mínimo análisis lógico. Lo de “ceder sin ceder” (qué poco esquizofrénico es eso, madre mía). Que debo abdicar de mis derechos más inalienables (¿derechos humanos? ¡pse! ¡Sólo son orientativos!, que dirían en Piratas del Caribe) (esto me ha salido muy Ed Chigliak). Que lo más adecuado para acercar a Dios a mi amiga atea y marxista es traerla a la meditación del sábado, si es empleando la compulsión, mejor que mejor (¿no nos estamos saltando algunos pasos?). Lo de los 5000 kilómetros (¿Que hay numerarios y numerarias que son hermanos de sangre? Pues tienen que hacer como que no saben quién es el otro. Y a partir de ahora desentenderse el uno del otro y vivir como si no fueran familia. Ale, solucionado. Que ya no os queráis como hermanos-hermanos he dicho. Ahora os tenéis que querer como hermanos espíritu-lejanos-hagocomoquenoteveo. Pero ya.) Lo de conseguir 500 vocaciones por región (ya mismo, claro que sí). Lo de la “santa desvergüenza” (le pongo “santa” delante a lo que sea, y arreglado. Con un par). Ah, que no tengo que aplicar la lógica en todo esto. Esa es otra. También me dicen cuándo está indicado aplicar la lógica y cuándo no está indicado aplicar la lógica. Claro. Así, sí. Así cualquiera.

Y ya no hablemos cuando te dicen una cosa, pero ves la contraria. (¿A quién cree usted, a mí o a sus propios ojos?). Muchas personas en esta web han relatado la esquizofrenia que supone que no coincidiese la teoría con la práctica. Te enseñaban que había que hacer una cosa personas que se suponía que eran la quintaesencia del espíritu Opus Dei. Y luego los veías que hacían lo contrario. Parece ser una experiencia frecuente, aunque yo tengo que decir que no me encontré con mucha gente así (o, si me la encontré, ni me enteré. ¿He dicho ya que soy medio pava?).

Un ejemplo paradigmático de esto es la desconfianza. Esta sí que es gorda, de esto me coscaba hasta yo. No es cierto que tu palabra vale más que la de 100 notarios, y te das cuenta. Te dicen que te creen y que te confían, con argumentos tan grandilocuentes como lo de los 100 notarios (o 1000, ya ni me acuerdo, tanto da), pero te demuestran que no te creen, que desconfían. Te desesperas, porque no te creen. No entiendes el origen de tanta desconfianza, si tú te estás dando sinceramente. Cuando algo que tú has visto no es adecuado, o me rompe este mundo de Yupi tan majo en el que quiero vivir, o que por lo que sea no conviene que sea cierto, pues pueden pasar dos cosas. En el mejor de los casos te creen. Pero también creen que no ves la realidad, que tu mente lo ha producido. Que te lo has imaginado. O distorsionado, o alterado, o lo que sea. Creen que eres honesto, pero que te lo has inventado porque no riges bien. (Vamos, que te dan la razón como a los locos). En el peor de los casos, te pasa lo que le pasó a un compañero mío del trabajo.

Ale, os lo voy a contar, que es muy ilustrativo. Pues este compañero mío estaba imputado porque había un abogadocabrón (Agustina, si ves que tal, corrige, pero es que no me he podido resisitir. Ahora verás por qué) que había dicho que mi compañero había aceptado un soborno. Con pelos y señales te lo explicaba el tío: fue el día tal, de manos de tal persona, y dijo tal cosa, y quedaron en tal cantidad, y en que la mitad ahora y la mitad después, se lo dio en un sobre de tal manera… Vamos, sólo le faltaba indicar el color del jersey que llevaba puesto. Pues resulta que era mentira, pero era una mentira de tal calibre que el día de autos, y el día de antes y el día de después, mi compañero estaba de vacaciones, y se pudo probar a posteriori profusamente, declarándose su inocencia en sede judicial. Así que la historia acabó bien, muy bien, pero eso fue después. Así como un año después. Hubo un periodo de aproximadamente un año, después de la primera acusación, y de la imputación, y de ser detenido, en el que mi compañero lo pasó inmensamente mal. No os voy a explicar todos los factores del pasarlo inmensamente mal por un delito que no has cometido, con sus miraditas de compañeros y su angustia vital y sus ataques de ansiedad, porque no es a lo que voy. Ya os lo podéis imaginar solitos. A lo que voy es a que cuando me contaba la experiencia, ya con todo reposado, como un par de años después, me decía que lo peor es que llegó a creérselo. Él lo explicaba así: te lo dicen con tal seguridad que lo has hecho, que ese día estabas en el despacho y te dieron el sobre, y que se dijo tal cosa y tal otra, te lo afirman tantas veces y con tanto detalle, que llega un momento en el que te dices ¿no lo habré hecho?, es que llegas a creer que lo has hecho. Todos lo ven tan claro… Cómo no va a ser verdad si te lo dice más de una persona, lo dan por hecho, es que te acabas convenciendo de que lo has hecho. Bien, resulta que esto es una cosa perfectamente explicada por la psicología, y no sólo es posible, sino que incluso es frecuente. Aunque no por ello menos dañino.

Pues eso. Que en el Opus Dei, en el mejor de los casos te creen, creen que tú lo ves así, pero que es fruto de tu imaginación, o de tu trastorno, o de yoqueséqué. Y en el peor de los casos, el que lo acaba creyendo eres tú. Que es peor.

 

Capítulos

1. Introducción

2. Part One: muy mal debieron verme

3. La incoherencia de ser libre a la fuerza. A) Agotamiento

     B. La esquizofrenia de la razón

     C. La falta de cariño

 

 




Publicado el Monday, 18 December 2023



 
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