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 Correos: No se va de mi memoria (X).- Dax

060. Libertad, coacción, control
Dax :

Vengo de ver a mi director espiritual. Un sacerdote que sabe ser padre, y que sabe mirar a los ojos a un hijo adulto. Es un tipo corriente, aunque muy sabio, y con un punto de profético. Pero no se le nota. Tampoco lo esconde. Es modesto, sencillamente. Sé de primera mano que ya ha salvado varias almas. Sin perseguir, sin ir detrás de ellas. Sin amenazar. Tiene sin duda el don de consejo, pero no te da ni uno si no lo pides. Escucha, sonríe, te sigue el diálogo. Basta con que sus palabras estén llenas del amor a Dios del que vive. No hace falta nada más. Y jamás te diría lo que tienes que hacer: "Para que me equivoque yo, que te equivoques tú"…  



Lo que más fascinante me resulta de él es su confianza en la capacidad del corazón humano para desear lo bueno y seguirlo. Poco a poco quizá, pero de un modo segurísimo. Dejando tiempo a la libertad y a las heridas de cada uno. Exigiendo cuando puede. Sin forzar decisiones que no están maduras. Sin amonestar con el miedo al pecado. Consciente de que la Providencia cuenta con nuestros errores, pero es, sencillamente, más poderosa que ellos. Más astuta, que diría Pèguy. No fue fácil encontrarlo. Apareció, con la lógica de las cosas divinas, que es la del don, la del regalo.

Volvía en el autobús pensando la abismal diferencia con lo que viví en la Obra. Si no fuera por esa peculiar habilidad que tiene Dios para sacarme una y otra vez de la boca del lobo, no habría vuelto a querer ver a un cura en el resto de mis días. Sobre todo si pienso en Dr. F. Cuántos años hablando con él. Cuánto dolor. Vaya por delante: estoy convencido de que es un hombre bueno, con deseos de hacer el bien. Pero que había sometido su juicio a los dictados opusdeísticos, de los que no se despegaba ni un milímetro. No así su cuerpo: desde que lo conocí, no había dejado de estar enfermo de una cosa o de otra. Quizá era una somatización, no lo sé. Lo que sí sé es que pocas veces en mi vida, como hablando con él, me sentí tan violentado.

Como aquella vez en que se empeñó, durante días, en que me llevase a mi casa un juego de tazas de té que le habían regalado unos supernumerarios. Unas tazas remilgadas, con florecillas sobreimpresas. Ideal para la casa de un agregado varón, naturalmente. La discusión alcanzó niveles absurdos, casi surrealistas si no fuera porque a mí, aún, me movía el afán de obedecer entendido como el afán de hacer la Voluntad de Dios.

-"Mira, tú es que de esto no sabes. Es normal, nunca has vivido solo. Pero estas son las tazas normales de cualquier familia normal".

-"Bien, pero no me gustan. Preferiría comprarme unas nuevas".

-"No, venga, llévatelas, en serio. Fíate".

-"Que es que no me gustan".

Pero claro, sabiendo el secretario que estas tazas estaban de por medio, a ver quién era el guapo que iba a pedir dinero para comprarse unas tazas. ¡Pero si ya te han regalado unas!

O el día que le dije que estaba considerando cambiarme de trabajo. Y me dijo que eso tenía que hablarlo, que me había comprometido por la fidelidad a pedir consejo. Que ahí la prelatura tiene algo que decir, como en un matrimonio.

-"Pero, ¿no tengo que consultar solo lo que se refiere a la vida espiritual y al apostolado?"

- "Hombre, somos tu familia. Al final todo es vida espiritual. Sé dócil."

O en aquella ocasión que desencadenó mi única visita al psiquiatra numerario del que ya he hablado, en la que tuve el primer y último ataque de ansiedad de mi vida. Desesperado, fui a verlo.

-"Me ha pasado esto".

-"Nada, nada eso son nervios y ya está. Mira espera" -entró en su cuarto de baño y volvió con unas pastillas de no sé qué hierbas -le encantaban la homeopatía y esas historias- y me las dio.

-"Mira, tómate alguna de estas y estarás más tranquilo".

No me tomé nada, claro.

Y cuántas veces, antes y después de la fidelidad, no le habría dicho:

-"Es que no lo veo", "es que, ¿por qué no supernumerario?", "lo paso mal aquí".

Y, como quien habla a un tronco de árbol o a las juntas entre dos ladrillos, su respuesta inequívoca, una de las muchas variaciones Dr. F:

-"Fíate. Es la voluntad de Dios. Si viéramos otra cosa, te lo diríamos".

Todo esto, siempre enmascarado en la más inocente de las sonrisas. Una violencia entre fondo y forma difícil de esquivar.

En una cosa sí que tenía razón Dr. F.: Dios es buen pagador. Esa es mi experiencia, desde luego.

Todo lo que creí haber perdido en la obra, me lo ha ido devolviendo el Señor, poco a poco (a veces de golpe). Y lo mejor: sin hacer NADA. Nada de nada. Incluso, cuanto más lejos estaba de Él, mejor parecía portarse conmigo. Sabía, sin duda, que necesitaba saber que Él es bueno, no yo. Que Él hace, no yo. Que Él regala, no obtengo yo por mis méritos, mis disciplinas o mis rosarios. Que Él devuelve el ciento por uno. También. A mí, en concreto, desde que dejé la obra.

Ánimo a los que os decidís en estos días de cara a la fiesta de San José. Hay gente santa, muy santa, fuera de la Obra (también dentro, ojo, véase mi anterior entrega; pero también fuera). Y sí, se puede seguir a Jesús en libertad, con una sonrisa en los labios, con un corazón alegre y sin necesidad de dejar de ser ortodoxos en la doctrina (por si nos lee algún director, porque lo sepa, vamos). Incluso obedeciendo, cuando uno encuentra a un director espiritual que ve que le ayuda, del que se puede fiar. Entonces sí, la obediencia se abre al Misterio. Entonces sí, la obediencia puede ser una virtud supeditada a la cardinal de la prudencia. Entonces sí, uno obedece con gusto, porque se fía. Entonces, solo entonces, uno se da cuenta del fino matiz que distingue la obediencia de la manipulación. Que no es otro que la libertad. La de verdad.

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Publicado el Wednesday, 27 February 2019



 
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