RECONSTRUCCIÓN
(18 años en el Opus Dei)
Autora: Aquilina
2. NUMERARIA
Al principio del segundo año de bachillerato encontré
al profesor de religión del año anterior que
me dijo que quizás podría encontrar un buen
director espiritual si fuera a una residencia universitaria
de la que me dio la dirección. Venciendo la resistencia
paterna, conseguí permiso para salir y así fui
por primera vez a un centro del Opus Dei. La casa era bonita,
estaba elegantemente decorada, llena de chicas jóvenes
y cordiales que tocaron la guitarra, y que me trataron enseguida
como a una vieja amiga.
Este comportamiento tuvo un impacto enorme sobre mí,
que hasta entonces me había sentido extraña
en cualquier entorno, y me produjo una enorme ansiedad por
encontrar una evasión al entorno familiar y una sed
infinita de dar y recibir amistad y cariño. Empecé
a ir a aquel centro con toda la frecuencia que me permitía
la intransigencia de mi padre. También él quedó
impactado por la educación de las personas que conoció
allí, dónde lo llevé de visita para predisponerle
a que me dejara continuar yendo sin que pusiera muchas trabas.
Siguió poniéndome algunas dificultades, pero
menos que antes (quizás se dio cuenta de que no podía
seguir estirando de la cuerda hasta el infinito) y en todo
caso yo seguí utilizando el recuerdo de los "primeros
cristianos perseguidos", que nunca hasta a entonces había
puesto en práctica en un contexto real.
En este momento tengo que decir que todas las cosas negativas
de que hablaré, las asumo en primera persona durante
todos los años que he pertenecido al Opus Dei, con
el único atenuante de que las he hecho con la honestidad
y la rectitud que pueden llegar de un alma y de una conciencia
deformadas por la inmadurez afectiva y la inseguridad.
En la obra me dieron nuevos elementos para seguir jugando
a los "primeros cristianos perseguidos", no sólo
en la intimidad de mi fantasía sino también
en las situaciones reales que fui descubriendo. A los quince
años y medio, como en las novelas de santa Inés,
santa Cecilia, santa Eulalia y santa Teresa del Niño
Jesús, pedí la admisión como numeraria
en el Opus Dei. Es decir como asociada sujeta al voto de castidad
total, además de tener que vivir heroicamente todas
las virtudes tradicionales cristianas (y no sólo la
pobreza y la obediencia aunque, como nos repitieron hasta
el infinito, "nosotros no somos religiosos") y vivir,
en cuanto fuera posible, bajo el mismo techo con otras numerarias,
que se convertirían en mi única y verdadera
familia.
Los ideales que me fueron propuestos en la Obra eran sublimes:
santificarse dentro de la sociedad siendo como la levadura,
a través de la preparación intelectual y doctrinal,
haciendo del apostolado de amistad y de confianza un servicio
abnegado y sin límites. El extremado rigor del tipo
de vida, la obediencia total a los deseos de los directores,
la entrega completa de la intimidad, la ausencia total de
bienes personales, la mortificación y la penitencia
severa, saciaban mi sed de heroísmo romántico
y compensaban la ausencia, en mi vida, de aventuras más
humanas e indudable y psicológicamente, más
normales.
Sin ninguna explicación ("para evitar tentaciones",
me dijeron) le hice saber al chico que había conocido
el verano anterior que no quería verlo más.
Resistí a todos sus intentos de que le diera un porqué,
segura de estar defendiendo mi amor exclusivo a Cristo.
Por fin "pertenecía" a alguien y a algo,
y esta toma de conciencia me dio fuerzas y energías
que nunca había tenido antes; todas las dificultades
desaparecieron. A los dieciséis años y once
meses me trasladé a Milán para hacer el Centro
de Estudios. Allí estuve durante los dos años
de formación y luego fui a vivir al otro lado de la
península. En Palermo completé todos los estudios
universitarios, mientras colaboraba a la vez con algunos trabajos
apostólicos que la Obra llevaba adelante y atendía
el trabajo de Administración, es decir las faenas de
la casa, sobre todo en las de varones donde viven los miembros
de la obra y, a veces, también personas externas. En
los 80 volví de nuevo a Milán, obedeciendo las
indicaciones de las directoras.
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