El
silencio del Opus Dei: la locura y las palabras
Enviado por Flavia el 3 de febrero de 2004
Estos días he leído algunos mensajes que me
han conmovido mucho: me refiero a la última
entrega del texto de Satur: ¿Alguien sabe qué
es el Opus Dei?, al escrito de E.B.E, "La
enfermedad humaniza", y al de Ántrax,
"Felices por pelotones".
Comienzo citando unos versos de Sor Juana Inés de
la Cruz:
"Finjamos que soy feliz, triste pensamiento un rato/...
sírvame el entendimiento alguna vez de descanso"
Los cito como una guía en asuntos tan delicados, y
de tanta gravedad.
Como dice Ántrax,
en la Obra, ridículamente, pragmáticamente,
las personas están obligadas a ser "felices",
"siempre alegres", y la pregunta fatídica
es: ¿estás contento/a?.
No se podía no estar contento, si no se estaba "contenta",
"alegre", algo estaba mal con una. Era signo de
infidelidad, de falta de oración, de entrega, de visión
sobrenatural, de unidad, una larga lista de "faltas".
Es que en la Obra uno siempre está en falta, como
se ha contado de mil maneras, en las experiencias que se
pueden leer en esta WEB. Y lo peor, cuando la vida
está pautada al detalle, como bien describe
Satur, estar en falta es inevitable.
Lo que sea real en las personas termina sepultado en montañas
de preceptos, con sus correspondientes faltas, culpas, reparaciones...
y la infaltable "charla fraterna". Todas las semanas
de toda su vida, uno va, y como una máquina cuenta
todo, y si no cuenta todo, peor para uno, más culpa,
más falta. Es una trituradora, no falla.
Finalmente, no hay modo de verse a sí mismo, si no
es a través de los ojos de otros, de los criterios
de otros. Del Padre, de la Obra.
La Obra... ¿no es un buen título para un film
futurista, tipo Metrópoli, o Brazil?... ¿Quién
puede sustraerse a la Obra, si Dios habita en ella, al parecer
en exclusividad, o casi?. ¿Quién puede vivir,
fuera de la Obra?.
A los 19 años, un par de días después
de haberlos cumplido, me desperté con una crisis de
angustia muy intensa, muy profunda.... claro, yo no lo sabía.
Hacía tiempo que la Obra era para mí una mentira,
pero yo me mentía a mí misma. Ese año,
en el curso de Retiro, hice confesión general, gran
auto de arrepentimiento por todas mis faltas pasadas, presentes,
futuras, todo pensamiento, sentimiento propio que no coincidiera
con la Obra, en el feliz contexto de la charla fraterna.
Ese mismo mes, comenté en el mismo fraterno ámbito,
que me sentía mal, vacía. No conocía
el término angustia, pues en la Obra, oficialmente,
la angustia no existe. Si está todo resuelto, si todo
está previsto.
La numeraria que llevaba mi charla, me dió algún
consejo extraído de la inagotable farmacopea de la
Obra, que todo lo soluciona.
Pero no, con mis 19 años recién cumplidos,
habiendo "pitado" a los 14 y medio, mi alma, mi
cuerpo, mi corazón, no admitían el criterio
de la felicidad obligatoria, a como dé lugar, a sangre
y fuego.
No pensar, no sentir, no tener juicio alguno sobre nada,
no admitir afecto alguno. Morirse en vida, morir a todo lo
humano que hay en nosotros: eso sí, ¡Felices!.
Como dice E.B.E.,
la crisis psicológica fue para mí un modo de
la salud, un modo de humanizarme... de poder decir abiertamente
cosas que jamás hubiera podido siquiera exteriorizar,
de poder pensar, de poder sentir. Estaba permitido, pues yo
estaba "mal". Fue un largo "camino", un
Calvario, para ser más precisa.
Afortunadamente, mi familia intervino, evitando males peores.
Pero nadie, nunca, me quitó la sensación total,
tan total como la Obra, de soledad, de devastación,
que siente una persona que no sabe que existe la infelicidad,
que no sabe que hay modos de existencia que matan, cuando
vive lo irreductible del sufrimiento psicológico. Un
sufrimiento sin objeto, o mejor, sin sujeto, pues yo me había
perdido entre los criterios, las culpas, las normas, etc.
¿Por qué a mí, si no hay causas exteriores,
por qué me pasa ésto?.... pensaba incansablemente.
Tenía 19 años, había pasado toda mi adolescencia
en la Obra, estaba indefensa, entregada a esa situación,
sin razones ni explicaciones que pudiera hallar en el marco
de mi vida hasta ese momento.
Nadie de "casa" podía admitir que "eso"
podía pasar, que la Obra podía causar "eso",
que inclusive ya lo había causado.
Así que yo estaba inmensamente sola con mi dolor,
sin mi familia, con la que no tenía conexión
afectiva, sin amistades, sin ningún punto de referencia,
excepto la Obra, en la que veía, todo el tiempo, mi
"falta".
La verdad, es que en medio de "eso", estaba Dios.
Confusamente, yo me tomé de la oración, como
de una roca, como de un trozo de madera en el océano.
No me solté de su mano, y en medio de la tempestad,
no identifiqué a Dios con la Obra, empecé a
pensar, y a sentir, seriamente, que Dios, no estaba allí,
así que yo, me podía ir. Él ha sido misericordioso
conmigo, cumplió su promesa de cuidar la vida que Él
creó. Me sacó de la Obra, "me libró
de la esclavitud".
Pero el precio fue altísimo, pagué muy cara
la "vocación a la Obra", mi potencial santidad,
mi pertenencia a la "madre guapa", mi derecho al
"complejo de superioridad", si no podía hacer
de mi vida un "Opus Dei", entonces, ¿qué
podía hacer?... Usé la estrategia de la "impotencia".
No es nueva, la han usado todos los dolientes, los pobres,
los despreciados que en el mundo han sido. Consiste en hacer
de la debilidad una fortaleza, consiste en afirmar la impotencia
contra el poder.
Yo no lo sabía, pero lo estaba haciendo, con ese instinto
inclaudicable que tenemos, como meros seres vivos, cuando
ya no queda nada, excepto el impulso vital. Hay muchos formas
de no morir, por ejemplo, enloquecer, por ejemplo contradecir
como sea el poder de los que pueden, el saber de los que saben,
la posesión de los que tienen.
Salí un tiempo después de esa crisis, con 20
años, y habiendo experimentado mucho más de
lo que hubiera deseado para mi edad, habiendo conocido el
lado oscuro, de las personas, de las instituciones, mi lado
oscuro, ese lugar de muerte, en el que, como dice una amiga
mía, "el diablo baila".
Tenía todavía mucho que sanar; y quiero compartirles
dos cosas que me ayudaron a "entender":
- una es una historia que todos conocemos, se trata de un
hombre al que crucifican, una tarde, en un lugar tan inhóspito
que lo llaman "lugar de las calaveras", un hombre
al que habían abandonado sus amigos, un hombre que
muere en las afueras de la ciudad que no quiere contaminarse
con Él. Se trata del Hijo de Dios, que proclama la
Vida desde un Patíbulo. Un signo de contradicción,
como proclamaba el anciano Simeón (justo hoy, el día
de la Candelaria). Entonces, la Vida, contra todos los poderes
de este mundo, TODOS, viene de la impotencia, se manifiesta
allí donde nadie espera, donde nadie quiere recibirla.
- la otra es una historia reciente, ocurrió en un
campo de exterminio, como castigo a una infracción
los nazis ahorcan a un niño judío, delante de
todo su pueblo. Un joven grita: ¿Dónde está
Dios?. Un anciano le responde: Allí colgado.
¿Dónde está Dios?.
Escándalo, locura, necedad. Derrota.
¿Qué queda de la felicidad, qué hace
uno con su humanidad en esos momentos, por qué los
que debieran hablar, callan?.
En esta WEB se han dicho, se dicen, muchas palabras, palabras
difíciles de aceptar, palabras verdaderas. Es difícil
contar algunas cosas, se sabe que los sobrevivientes de todas
las tragedias que los seres humanos nos hemos arreglado para
inventar, suelen juntarse, y hablar, y reír, y llorar,
recordando esos hechos. Recordar es un modo de la aceptación
que puede tornarse gracia, don, que puede devolver la vista,
el oído, el movimiento, que puede desatar las voces
silenciadas... Finalmente, somos hijos de una Palabra.
Ahí estamos, ese es el primer crimen que se comete
en la Obra. Se caen las palabras, se desgastan, se falsean,
se manipulan, se vacían. Cualquier ser humano siente
el peso de ese crimen. Nadie vive sin las palabras, sin sus
palabras.
Y cada uno las recupera como puede.
La Obra no puede aceptar eso, que es tanto como negarse,
como reconocer, por fin, que algo está mal, profundamente
mal, con ella, con la Obra. Con el Opus Dei.
Mientras escribo ésto, estoy rezando, los versos del
salmo que dice:
"Cuando el Señor, cambió la suerte
de Sión, nos parecía soñar/
la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares".
Cantamos, entonces, lo invisible, nuestras propias vidas,
nuestras luchas, y lo que muchos no quieren ver. Cantamos
lo que es promesa, y lo que ya se ha cumplido, cuando, Gracias
a Dios, nos fuimos.
Les dejo un texto que he escrito, no hace tanto, y qué
tal vez dice mejor, o eso desearía yo, lo que les he
querido compartir.
ESTARÉ AQUÍ EN LA PRIMAVERA
En el comienzo de la planicie,
El estruendo de aves asustadas.
¿Cómo conquistar el Mar?
Erigir fortalezas en las olas,
plantar ciudades en las corrientes.
Jamás vi el mar congelado
Hasta hoy.
Y en lo blanco, en el vértice
del vuelo de las aves,
El faro custodiando la extensión imposible.
Veo a través de mis manos
El paso del tiempo en las venas,
Veo cuidadosamente mi muerte.
Voy a la niebla, soy gente del hielo.
El mundo se pierde en la línea
de los brazos
Para alcanzar una tumba
en la Tierra
Una tumba permanente.
Como una estatua de sal terrestre,
Decía:
Mejor confiar la sangre a un
torreón, a una plaza fuerte.
Nadie testimonia por el testigo
Tuvo tanto dolor, que no pudo abrazarlo,
Aquél que lo ha visto todo en el espejo de
plata.
Estaré aquí en la primavera.
Lo digo ahora, que es el frío.
Lo cálido no es verdad,
Y no puedo seguir, ya no soy.
Desde cumbres fingidas
Los perros ladran, confusos.
Invocan a la Luna, que es un animal opaco
caído en desgracia,
como un templo sin alma
abolido por dioses secundarios.
Por los grandes, los que hacen las altas
murallas, y rigen los palacios
de Fuego.
¿Cómo conquistar el Mar?
Estaré aquí en la primavera.
Con los peces voladores, o con los pájaros
Heraldos del rumor de la lluvia
cuando extiendan sus plumas, sus alas, al Cielo
Tras el breve refugio.
Veré en las Aguas de la tormenta blanca
Un relámpago ante los ojos.
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