LA
METAMORFOSIS DE LA OBRA
E.B.E., 5 de septiembre de 2005
Respecto de lo que dice Angel
-mis felicitaciones por ese artículo-, no estoy tan
seguro de que la Obra se haya equivocado. Si la intención
de la Obra era llegar a una posición de poder dentro
de la Iglesia mediante un modo de proceder encubierto o secreto,
lo ha logrado. Cumplido ese objetivo, se puede seguir funcionando
de manera «subterránea» con una máscara
institucional fuertemente legitimada.
Hoy la Obra aparece como si su origen fuera tan claro y transparente
como lo es el capítulo del CIC que habla de las prelaturas.
Y en realidad su origen es más parecido al de una sociedad
secreta, a semejanza del punto 833 de Camino.
Es muy posible que la Obra ya no sea la misma que fue antes
y que de hecho pierda cada vez más miembros. Pero todo
depende de cuál sea el objetivo último de la
Obra, el cual permanece desconocido, salvo por los signos
visibles.
Las sociedades secretas actúan así para llegar
al poder. En este caso, sería influir en el gobierno
de la Iglesia.
Para levantar «la Pirámide» se necesitaba
mucha «mano esclava» al principio -de ahí
la necesidad de engañar a tantas personas-. Ahora que
ya está construida (prelatura, canonización,
estatua en San Pedro incluida), se necesitan menos personas
para invertir beneficiosamente el capital de prestigio amasado
en el pasado, gracias a una imagen falsa. Hoy no necesita
«cantidad» sino «calidad», personas
incondicionales a la obediencia y a la ideología.
No digo que a la Obra le despreocupen los centros vacíos,
sino que posiblemente esté virando hacia su institucionalización
total como advirtió A.
Ruiz Retegui-, con un perfil mucho más ideológico
-más militante y menos ingenuo-, con menor acento en
la idea de una «vocación-aventura» como
podía ser cuando la Obra estaba «en las catacumbas».
Toda esa etapa de ideales fue un medio para llegar a lo que
hoy es. Cada vez será más difícil encontrar
numerarios inquietos e idealistas como los que muchos hemos
conocido. Ahora viene la generación de los numerarios
institucionalizados, que buscarán hacer carrera en
la Obra, como directores o como personal en las obras corporativas
(no sé como es o será el tema con los agregados)
y quien se quede aislado, morirá en el camino. Ya la
Obra consiguió lo que quería, ahora sólo
le queda administrarlo bien y aumentar sus influencias en
las altas esferas, donde ha conseguido su lugar, su prestigio,
pues el apoyo de una amplia «base ingenua» ya
no es más necesario. Lo necesario es una reducida «base
incondicional» o sea los más fanatizados (la
base de supernumerarios puede ser amplia, total ellos no tienen
puestos de gobierno y la esencia de la Obra está muy
lejos para que ellos la perciban). Hoy la Obra puede despreciar
el reclamo de todas las personas a las que usó y defraudó
en el pasado, pues ha conseguido el poder y la impunidad para
hacerlo.
La Iglesia está sumamente comprometida con la Obra
y no le será nada fácil quitarle el poder que
le concedió, porque significaría un bochorno
para la misma Iglesia. Lo podrá hacer, pero de manera
muy lenta y disimulada. Tal vez este Papa actual no pueda
hacer nada al respecto, que sea notorio o visible.
Pensemos que la Obra planifica todo, no descuida los detalles
que a ella le interesan, por lo cual es raro que no haya previsto
tanta desbandada, como también es raro que no haya
previsto el cambio que señala Angel
entre las Constituciones y el Derecho Particular (me parece
interesante lo que señala Lappso
en su último artículo y no estoy tan seguro
de lo que dice Ivan
sobre el Papa que más perjudicó a la Obra).
Pienso que ese cambio jurídico responde a su fisonomía
ideológica: pasó de ser una sociedad secreta
a una estructura institucionalizada con pleno derecho dentro
de la jerarquía de la Iglesia. La sociedad secreta
«de derecho» era un medio, una etapa, para conseguir
el objetivo jerárquico (lo que no quiere decir que
no siga el secretismo, sino que ahora es con «fachada
legal» y «pasaporte diplomático»
si se quiere).
Al contrario, creo que la misma Obra empujó y estimuló
a tomar una decisión, un paso clave: irse «destruido»
o quedarse cosificado «como ladrillo de la pirámide»;
y quien se fuera lo haría bajo amenaza, no tanto por
una cuestión «teológica» -disparatada-
sino para infundirle el miedo necesario para permanecer «silenciado»,
al menos mientras la Obra no hubiera alcanzado el poder suficiente
para no prestar más atención a esos reclamos.
O sea, hoy.
De hecho no es casual que recién en estos últimos
años hayan tomado fuerza emprendimientos como Opuslibros,
pues anteriormente mucha gente tenía miedo de hablar
o estaba condicionada a no hacerlo, o aún sigue con
miedo (el poder que señala Ana
Azanza).
***
Creo que así se entiende por qué esta institución
dañó a tantas personas sin ningún tipo
de reparos morales o de eficiencia: estaba previsto en su
«plan» y en su ideología.
Ya lo dijo el fundador: «En el Opus Dei no seremos
ni uno más ni uno menos de los que Dios quiere que
seamos» (carta de A. del Portillo, enero de 1993,
n. 37). ¿Cómo saber «cuántos»
quiere Dios? Como si se tratara de los «ciento cuarenta
y cuatro mil» del Apocalipsis. Lo que dice el fundador
allí es una tautología, algo sin sentido, que
no agrega nada y parece una tontería. Salvo que tenga
esta traducción: «En el Opus Dei no seremos
ni uno más ni uno menos de los que Yo quiero que seamos».
Ahí es otra cosa.
O sea, la Obra no tiene como fin una «llamada universal»
ilimitada sino un «cupo limitado» por la voluntad
y el criterio de los que gobiernan, lo cual implica un gran
«descarte» de personas que no están dispuestas
a comprometerse con la ideología que la Obra esconde.
Por eso la vocación la dan los directores.
La verdadera «selección» comienza luego
de pedir la Admisión a la Obra, proceso que puede llevar
años.
¡Qué distinto hubiera sido un Opuslibros en
1970! Pero no existía Internet y era muy difícil
tomar conciencia del fraude colectivo.
Esto no quiere decir que Opuslibros haya perdido su oportunidad
en el tiempo, sino que tal vez la Obra está un paso
más adelante de lo que pensamos. Opuslibros es sumamente
necesario, en primer lugar para cada uno de los que interviene
o lo lee. Luego podrá servir para contrastar la imagen
que da la Obra de sí misma. Pero creo que ya no se
puede seguir analizando a la Obra por lo que «fue o
no fue» como si hubiera «traicionado» sus
objetivos, o estuviera a punto de caer en desgracia o decadencia
justamente por ello mismo.
Criticarla sólo desde los ideales que proponía
inicialmente es analizar un fósil (aunque admito que
la paleontología es fascinante) o una pista falsa,
que lleva a una vía muerta.
Analizar ese fósil es una distracción si
termina sólo en eso y no se mira más allá.
Pues la Obra abandonó su crisálida y ahora es
una institución con vuelo propio, que lo que busca
es desconocer su pasado (ahí Opuslibros, podríamos
decir de manera poco académica, es «a pain in
the ass» para la Obra), borrar la huella de «cadáveres
vocacionales» que ha dejado tras en su paso y adjudicarse
unos méritos que no le son propios. En este sentido,
la reconstrucción del «fósil» -por
parte de Opuslibros- sí es muy útil, para señalar
el origen que la Obra no quiere reconocer sino olvidar y perderle
el rastro. Hacer memoria es fundamental.
Resulta necesario analizar criticamente a la Obra por cómo
llegó al lugar que llegó, cuestionar su legitimidad
que hoy tiene. No sirve hablar del «fracaso de la Obra»
o sea de «adónde no llegó» pues
seguramente nunca quiso llegar allí -ese es el fraude-
sino llegar adonde está hoy -ese fue el objetivo real-
(seguramente la prelatura "cum populo" la quería
y no le salió, pero aún así consiguió
seguir adelante).
Cuando en historia se estudian las revoluciones se suelen
destacar dos etapas, la etapa revolucionara (idealista) y
la etapa de gobierno, cuando ya se tiene el poder. El contraste
es total: los ideales ya no cuentan, cuenta el poder, que
era la verdadera meta, no los ideales.
Tal vez esta visión no sea más que una conjetura,
pero es lo que parece ser real.
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