HISTORIA
DE UNA DESILUSIÓN
Enviado por Ñam Ñam el 17
de diciembre de 2003
Esta carta la escribí tiempo atrás a un
muy buen amigo que me preguntaba con respeto y delicadeza
por los motivos de mi marcha del Opus Dei. La carta es totalmente
auténtica, me he limitado a eliminar nombres propios
de personas, centros, ciudades y empresas, para evitar represalias,
que me constan. Así pues, la forma epistolar no es
un recurso literario.
Querido amigo:
Pasado un tiempo más que prudencial desde mi salida
del Opus Dei, me preguntas sobre los motivos que me llevaron
a dejar esa institucion.Te agradezco muchísimo tu delicado
respeto, tanto entonces como ahora al preguntarlo. Pero la
respuesta es clara: te cuento lo que sea, encantado, sin el
más mínimo problema. Aparte de que tú
eres una de las personas que están en mejor posición
para entenderlo, junto con los que fueron compañeros
en esa organización y ahora son amigos fuera de ella.
Lo que no veo posible es hacerlo brevemente, y además
hay algunos aspectos que no sería prudente escribirlos
aquí y lo dejamos para cuando nos veamos. Sin embargo
el conjunto del relato es sustancialmente correcto, aunque
no sea completo.
En realidad se trata de la historia de una desilusión.
El punto de partida es un muchacho de familia auténtica
y esforzadamente cristiana que cree honradamente en lo que
ha visto en casa y que a la vez está muy en desacuerdo
con el modelo de catolicismo oficial imperante en las postrimerías
del franquismo y con la burda manera de vivirlo que le han
intentado inculcar en el colegio religioso en que estudió.
Buen estudiante, culto y bastante ingenuo, lleno de ilusión
por arreglar el mundo.
Cuando me encontré con los primeros miembros del Opus
Dei, vi otros jóvenes como yo, gente que era indudablemente
sincera, simpática, con gran empuje, con clase, muy
animosos, y sin complejos que presentaban una imagen de la
religión bastante moderna, y muy exigente. Aunque tardaron
en convencerme (unos dos años) al final me apunté
a aquello de "enciende todos los caminos de la Tierra
con el fuego de Cristo que llevas en el corazón"
(Cf. Camino nº 1) convencido de que "el cristianismo
no ha fracasado, sencillamente no se ha practicado".
Con estas ideas, simples pero brillantemente expuestas, me
embarqué junto con muchos otros espléndidos
chavales en esa tarea, con una generosidad sin límites,
y con la arrogancia y la ceguera que eso implica. Muy propio
de los veinte años.
Mal empecé, sin embargo, (como todos los demás):
tragando como mandato de Dios lo que era -ahora lo veo claro-
una falta de caridad imperdonable: cortar malamente, sin caridad
ni respeto, con las chicas con las que salía, (con
una de ellas medio en serio) que siempre me habían
tratado muy bien. Ni una llamada de despedida... Años
después me encontré a una de ellas y aún
le dolía aquello. (A mí se me revolvió
el estómago). Tampoco permitían de ningún
modo ningún tipo de consulta a la familia, sobre nuestra
decisión de entrar en el Opus Dei; ni siquiera en mi
caso, ¡con mi familia tan a favor, que hasta mi madre
me había regalado "Camino"!. Pues lograban
que lo hiciéramos como si fuera una "machada",
de la que sentirnos orgullosos y contárnoslo unos a
otros.
Y así iban entrando unas y otras cosas, como exigencia
de Dios y de la Obra. Cosas y aspectos que yo no dejaba de
ver como "muy discutibles" pero que me guardaba
mucho de considerarlas seriamente ¡tanto miedo nos habían
metido a ser infieles!. Así fui aprendiendo a nadar
entre las múltiples contradicciones de esa organización,
mejor dicho: a no verlas, a echarme la culpa a mí.
Por ejemplo: el primer curso de Ingenieros de Caminos, (era
Selectivo : había que aprobar todas las
asignaturas para pasar a segundo curso) lo superé brillantemente
con Sobresalientes... y en el verano me saqué por pura
afición el primer curso de Historia del Arte. A partir
de ese verano, entré en el Opus Dei y ya no lo pude
volver a hacer. Por una parte te exigen perfección
en el trabajo profesional y en el caso de los estudiantes
las mejores notas que puedas; a la vez -como ven que tienes
capacidad- te cargan con tal cantidad de tareas y normas de
piedad... que no hay manera: o sacas notas flojas o desatiendes
lo que te encargan. En cualquier caso te tienen cogido. Y
no te quejes, claro. Yo pasé a sacarme la carrera con
aprobadillos y algún notable justillo... y la bronca
lúcida de algún profesor que veía que
yo no rendía lo que podía.
Desde luego, yo puedo asegurar ante Dios que en todo momento
tuve una purísima intención, junto con los defectos
que llevamos todos los humanos. Y que me fueron comiendo el
coco para hacerme un perfecto y obediente miembro de lo que
ahora considero una Secta. (Aunque uno mismo es el último
que se entera.) Recuerdo que mi madre fue asustándose
poco a poco: cada vez me veía más cambiado a
peor, más rígido; recuerdo que hubo una temporada
en que me preguntaba a menudo si era feliz realmente... pero
yo no le permitía la más mínima intervención
en lo que yo interpretaba como mi vida. Me insistió
en que no tuviera miedo a contarle mis problemas si los tuviera...
Era una buena madre, y muy inteligente.
También iba viendo muchas contradicciones entre la
pretensión de que teníamos que estar muy preparados
para hacer apostolado con los intelectuales y que luego no
te permitían leer casi nada. Nos pasábamos los
veranos en larguísimos "Cursos de Verano",
a veces de dos meses de duración, estudiando la carrera
de Filosofía y luego la de Teología, (eso decían
ellos, pero eran unos insípidos extractos) pero ni
siquiera al acabar estos estudios consideraban que estuvieras
"formado" para leer casi nada, ni siquiera de tu
propia profesión. Como mucho, te daban unos resúmenes
ridículos para que salir de apuros. Yo no pude leer
libros de Einstein, (de divulgación, claro) porque
era agnóstico... Y presumían de formarnos muy
bien, pero eso a universitarios (que sí reciben buena
formación en otros sitios) es difícil de inculcárselo
cuando ves que no te dejan el más mínimo espíritu
crítico, que no puedes preguntar nada a ningún
profesor (estaba muy mal visto) y que en cualquier caso, debías
escuchar la respuesta sin cuestionarla, y callarte... La meta
de la formación que te daban es aprender unas frases
hechas, unos razonamientos estándard, para luego repetirlos
con la máxima brillantez que puedas, pero sin haberlos
pensado a fondo. Y encima creyéndote que eres la
reina de los mares, que tienes una formación
equivalente a la carrera de Filosofía y a la de Teología...
lo cual te lleva a mirar a todo el resto de la humanidad como
una pandilla de ignorantones.
El tope máximo de contradicciones que pude asumir
fue relativo al tema de la "caridad", con los de
fuera y con los de dentro. Si llego a hacer caso a las estrictas
normas... no nos hubiéramos conocido tú y yo.
O no nos hubiéramos tratado. Te cuento: recuerdo que
te había visto alguna vez por el centro en el que vivía
entonces, pero sin fijarme especialmente en uno de tantos
que por allí iban, quizás tu uniforme de soldadito
español haciendo la mili resaltaba un poco más
y tu edad chocaba con las de los niñatos de Bachillerato
que llenaban el centro aquel. Un día de verano a las
4 de la tarde te abrí la puerta y venías deshidratado
perdido, embutido en el uniforme. Te recuerdo perfectamente...
congestionado. Me pediste agua, por favor y me pusiste en
un gran compromiso: podía darte agua del grifo, caliente
y clorada o llevarte al comedor donde teníamos un termo
con agua mineral fresca. Estaba prohibido meter a "extraños"
en el comedor (no sé qué manía tenían
en eso: era todo de lo más normal y vulgar). Lo contrario
me pareció cruel y anticristiano. ¿Recuerdas
lo que elegí? ¡Te bebiste medio termo! Pues me
llevé un considerable rapapolvo; mayor aún al
recordar yo aquello de que "todo aquel que diera un vaso
de agua en mi nombre no quedará sin recompensa."
Bueno, es uno de las broncas que más rentables me ha
salido, gracias a eso nos hicimos amigos, que no fue pequeña
recompensa. Hubo otras anécdotas de ese tipo, con otras
personas. Te contaré solo una más.
Durante una temporada estuve llevando la dirección
espiritual de un supernumerario joven, que como tú,
estaba en esa ciudad haciendo las prácticas de las
milicias universitarias. La tarde del día de nochebuena,
después de comer, fui a verle al piso alquilado donde
vivía, casi vacío de muebles y con escasa calefacción,
pensaba que después de hacer la charla
(la dirección espiritual, vamos), se iría a
su casa, lejos de allí. Le encontré desolado:
le habían anulado el permiso, con bastante arbitrariedad,
de modo que al día siguiente (Navidad) debía
estar en el cuartel a las 8. La relación con su novia,
algo complicada, había dado un giro considerable a
peor y para colmo de males había cogido la gripe. Como
ves, el panorama era desolador. Me pasé la tarde con
él, fui a comprarle comida, pues en vista del permiso
navideño su nevera estaba vacía, y me pasé
por el centro de la obra para conseguir permiso para alquilarle
una película de video que le alegrara un poco. Consulté
al director si no sería conveniente que me quedara
a cenar con él, en vez de hacerlo en el centro, con
los demás numerarios que vivían conmigo. Se
negó rotundamente, con el argumento de que los supernumerarios
tienen a su familia de sangre para esas cosas, y aunque yo
le intenté hacer ver que se trataba sencillamente de
una persona sola, deprimida y enferma, no conseguí
nada. Volví a su casa con el video y algún libro
y la orden expresa (que me oprimía el corazón)
de volver al centro a cenar. Cuando llegué, se había
acostado y me esperaba ilusionado. Me dí cuenta de
que suponía que me quedaría a cenar con él...
Vimos el video y luego le ayudé a hacer la oración,
leyéndole algo mientras yo meditaba en el conflicto
de deberes en que me veía inmerso. El deber de obediencia
(yo además tenía hecha la Fidelidad)
o lo que yo veía como un deber importante de caridad.
Lo resolví a favor de la caridad y me quedé
a cenar con el hermano solo y enfermo. Llamé
al director para decírselo, afronté su enfado
mayúsculo y sus amenazas, se me revolvió el
estómago, hice de tripas corazón y con la mayor
de las sonrisas fui a cenar con el enfermo. Estuve después
un buen rato con él y me fui hacia las doce de la noche,
cuando ya el enfermo se dormía. Llegué al centro
al acabar la misa de medianoche, ante la perplejidad de todos
los numerarios. El director me cogió aparte y me dijo
de todo menos bonito, sobre todo que yo había
cometido un pecado de desobediencia en materia grave y que
no podía comulgar si no me confesaba. No le hice el
menor caso. Posteriormente vinieron otras broncas; era imposible
hacerle comprender la prioridad de la caridad: caridad
primero con la Obra, con tu familia... me espetaba.
Simultáneamente, empecé a ver caso tras caso
de miembros de la Obra, especialmente supernumerarios, que
no eran nada ejemplares en su vida profesional, aunque se
hartaban de normas de piedad. Muchos aplicaban sin reparos
lo de que el fin justifica los medios si se trataba
de algo bueno para la Obra (y casi siempre, más aún
para ellos) y eran un prodigio de maquiavelismo. No vacilaban
en inmoralidades, como la que te cuento a continuación.
Cuando entré a trabajar en la empresa...XYZ... y dejé
de trabajar en un colegio de los promovidos por la gente de
la Obra, firmé la rescisión del contrato y pedí
el finiquito: el Director del colegio me dijo que en ese momento
no disponía del dinero y me citó para veinte
días después; yo le sugerí que me diera
un talón con la fecha que él quisiera, pero
desechó la opción con no sé qué
excusa. Veinte días después, cuando fui a por
el dinero me dijo que lo sentía muchísimo pero
que el plazo legal para cobrar el finiquito era ¡de
quince días! después de la rescisión
del contrato y que por tanto ya no tenía derecho a
cobrarlo... Cuando le hice ver que él mismo me había
indicado la fecha de cobro... se rió cínicamente
y me dijo que haber espabilado yo... Le llamé de todo
(menos bonito) y me fui lleno de la indignación que
te puedes imaginar. Pero lo peor estaba por venir. Cuando
lo comenté a directores de la Obra, (el de mi centro
y uno de la Delegación) todos se apresuraban a buscarle
excusas, y a reprocharme mi enfado. Y aún así
seguí creyendo en el Opus Dei. Esto fue un par de años
antes de conocernos.
Me desilusioné también con la figura del Fundador.
Realmente se le tenía en vida un auténtico culto
casi idolátrico. De boca de personas autorizadas, oí
que ponían en boca de un importante cardenal de la
curia Romana la siguiente perla dirigida a un
jesuíta: "recuérdalo toda tu vida: Moisés,
San Pablo y José María Escrivá"
(Fuertecillo ¿eh?)
Cuando le conocí en persona me decepcionó bastante
y tuve que hacer un ejercicio de autoengaño, inconsciente
pero profundo. No me casaba la brillantez de sus escritos
con su pobreza verbal y monotonía conceptual, sus bromas
elementales y sus enfoques rígidos. Y su vocecita aguda.
Posteriormente me enteré de que la mayoría de
sus escritos, salvo "Camino", son un "potpourri"
en el que metía mano cantidad de "negros",
eso sí: bien escogidos. Y el texto "suyo"
que más me impresionó siempre, una homilía
titulada "amar al mundo apasionadamente", resulta
que la escribió -hay pruebas irrefutables- el entonces
Consiliario del Opus Dei en España, Antonio Pérez-Tenessa,
que luego abandonó el Opus Dei huyendo a México...
(Antonio habla en el libro de Alberto Moncada "Historia
oral del Opus Dei", por eso no borro su nombre).
En cierta ocasión oí a un testigo presencial,
una anécdota del fundador que me puso los pelos de
punta: le preguntaron que opinaba del psicoanálisis.
En vez de responder, se subió a su cuarto bajó
con una fusta de caballo y dijo, de muy mal humor, golpeando
su pierna con ella: "este es mi psicoanálisis"...
Quien me lo contó nos encomendaba fuertemente que no
lo contáramos nunca. Y con razón. Cabría
preguntar por qué lo contaba él.
En general me fui desilusionando con muchos de mis compañeros,
observando los estragos que el curso del tiempo hacía
en ellos. Y no me refiero al natural desgaste físico,
como comprenderás; era ver cómo se iban convirtiendo
en burócratas insensibles, en reglamentistas implacables.
Y cómo brillaba por su ausencia la caridad, el cariño.
Durante los primeros años, cuando me dedicaba a la
labor con gente joven, agregados y supernumerarios jóvenes
realmente fui feliz, aunque fueron tiempos muy duros. (Es
cuando nos conocimos y supongo que debí darte una impresión
de autenticidad, porque lo era). Después, al cambiarme
de ciudad y dedicarme a los supernumerarios... es cuando conocí
a gente que llevaba mucho tiempo en la Obra, no a chavales
entusiastas.
Ví que había tres tipos de gente dentro:
Los "reglamentistas", secos en todos los sentidos,
que constituían el núcleo de la burocracia;
Otros eran "los aparcados": gente normalmente de
muchísima valía, de una edad ya madura, que
estaban relegados a humildísimas funciones en sitios
sin importancia. Se trataba de personas que se había
quemado en tareas ingratas y no habían triunfado en
ellas (como por ejemplo, ir a un nuevo país y no lograr
una expansión rápida) o que había intentado
corregir el rumbo de la institución, con fidelidad
a Dios y a la Iglesia antes que al Opus Dei. Todos ellos,
de un modo u otro, habían sido "fulminados";
no se les expulsaba para evitar escándalos, y ellos
no se marchaban por temor -sobre todo si eran sacerdotes-
a las dificultades de rehacer su vida afuera. También
se les podría llamar "los resignados". Conocí
a muchos de ellos: gente amabilísima, con una gran
comprensión y sabiduría. Pero resignados a lo
que fuera... y dolorosamente escarmentados. Tampoco faltaba
entre ellos algún que otro amargado, con una mala leche
considerable.
Había, por fin, un tercer grupo de gente, los "ingenuos-cínicos".
Son los que con una enorme buena voluntad inicial han sido
devorados por la Institución, ya no tienen espíritu
crítico, ni piensan... son papagayos, cierran los ojos
ante todo lo que parezca extraño y "oran y embisten"
cuando se dignan usar de la cabeza; no se cuestionan nada,
y son como avestruces.
La gran masa de gente joven, al pasar el tiempo, va acabando
en uno de esos tres grupos, salvo que opte por marcharse.
El número de gente que abandona la Obra es realmente
grande. Como dice un estudioso del tema (Jesús Ynfante,
en El Opus Dei) parece que el Opus Dei sea una
institución "de paso", que incorpora gran
numero de jovencitos y los va perdiendo en números
igualmente grandes cuando ya están formados e iban
a ser realmente útiles para el Opus Dei.
Personalmente sí que he visto cómo gran parte
de los que entramos en una misma época -"mi promoción",
para entendernos- se ha ido saliendo y ahora debe quedar tan
sólo una exigua minoría. Este proceso, que por
lo que fui viendo es real, debe resultar enormemente oneroso
para la Institución. Hay quien incluso habla de "decadencia"
de la Obra... aludiendo a que un sencillo estudio de los datos
de miembros que proporciona la propia Obra, revelan, entre
extrañas contradicciones, que desde hace un buen número
de años la institución está estancada.
Lo peor que le ha podido pasar, en mi opinión es que
a una Institución que alardea de "espíritu
laical" y de "estar dentro del mundo", "santificar
el trabajo"... etc la esté dirigiendo, como segundo
sucesor del fundador, una persona como Javier Echevarría,
que desde que era casi un chaval de dieciocho años
ha vivido encerrado en la casa central de Roma... ¿Que
idea del mundo y de la sociedad moderna puede tener un anciano
sacerdote que lleva cincuenta años encerrado en una
jaula de oro tratando solo con gente de su misma mentalidad
y que cuando sale es para ir al Vaticano? de ahí sólo
puede salir un máximo conservadurismo del peor aspecto
que agarrotará aún más al Opus Dei.
Sigo con mi biografía: en mi nueva ciudad, viviendo
una vida más adulta, me fuí dando cuenta de
todo eso. Lo malo era no tener con quien contrastarlo, porque
siempre tuve miedo a ser muy subjetivo, a autoengañarme...
y siempre procuré ser fiel con la Institución
y disculparla frente a lo que yo pensaba que eran errores
de las personas. Los compañeros con me tocó
convivir allí... eran un ejemplo de burócratas
rutinarios, que me repelía. Aún recuerdo que
el primer día de mi llegada a ese nuevo centro, en
esa ciudad desconocida para mí, de los diez que allí
vivían, ninguno fue capaz de hacerme de "cicerone"
para enseñarme un poquito la ciudad: todos estaban
ocupadísimos en sus partidos de tenis, y diez minutos
después del desayuno... amargamente, me encontré
sólo en la casa y me empecé a encontrar sólo
también por dentro.
Posteriormente, mi empresa me ofreció coordinar e
imspeccionar un trabajo de investigación a medias con
un equipo en la universidad y eso me proporcionó más
contacto con un ambiente abierto racionalmente, y sin buscarlo,
tuve la excusa para estar muchas horas fuera del ambiente
de la Obra. Fueron unos años de enorme presión:
veía que se me estaba desmoronando lo que había
sido la razón de mi vida, a la vez que la dedicación
al trabajo en la empresa, y en la Universidad, y las labores
del Opus Dei me tenían siempre al borde del agotamiento.
Precisamente, el hecho de estar tan liado con el trabajo me
frenaba plantearme mi situación en la Obra... ¡Menudo
lío cambiar de vida, de casa... Yo esperaba que la
que era "mi familia" fuera un apoyo en esa situación.
Les había planteado a los "Directores" que
si aceptaba ese trabajo en la Universidad estaría unos
años más ocupado y con menos tiempo, y me contestaron
que "adelante" (les encanta meter gente en la universidad,
eso sí). Pero tuve cada vez más encargos, y
cuando les hice ver el compromiso que habían contraído
-en cierto modo- de dejarme más tiempo, la respuesta
fue ¡apuntarme a un cursillo de latín el sábado
por la mañana!. Ahí me planté por primera
vez en mi vida y me negué en redondo. Asombrosamente
no me dijeron nada y tragaron (suele pasar eso
con los burócratas prepotentes, que se asustan ante
una posición firme) aunque no sé si me empezaron
a colocar en alguna lista negra (me consta que las hay). Suerte
que me dediqué con ahínco a hacer mucho deporte
en cuanto tenía un ratito libre... y eso me salvó
del agotamiento.
Mi trabajo en la universidad iba avanzando, a la vez que
avanzaba mi desapego respecto al Opus Dei. Cuando acabé
el trabajo y se hizo una presentación pública
conjunta entre mi empresa y los responsables de la universidad
y los del Ministerio, ninguno de los que venían acudió
al acto (decía el director que era para recalcar que
profesionalmente no nos ayudamos) Mi familia de sangre, en
cambio, vinieron todos, y de lejos. ¡Qué contraste!
. (Y me hubiera sido un placer enorme verte a ti entre el
público)
Unos meses después, fue destinado a otro de los centros
de esa ciudad un sacerdote con quien había compartido
tareas años atrás. (tú le conociste,
aunque no te acuerdes: se llamaba XXX) antes de que él
se hiciera cura. Aprovechando esa previa sintonía fui
a hablar con él fuera de confesión, -no eran
pecados- para pedirle su consejo y orientación a mi
situación. No me aclaró nada, pues vi que era
uno de los "ingenuos-cínicos", pero me sugirió
que él podría hablar con el Director de mi casa
y contarle lo que yo le había dicho... No me pareció
oportuno, pues había yo constatatado previamente la
inutilidad de comentarle nada al director, y el asunto del
supernumerario enfermo aún coleaba; se lo agradecí
pero le prohibí expresamente -pues él insistía-
que hiciera ningún uso de lo que yo le conté.
No era confesión, cierto, pero era un secreto profesional
en tema grave, que tenía obligación estricta
de respetar. Le faltó tiempo para contarle todo al
director; entre otras cosas alguna que aunque hablé
de ello fuera de confesión, también lo dije
en confesión. Por eso, a los pocos días me encontré
de bruces con lo que siempre hubiera jurado que era una calumnia
grosera: un cura del Opus que quebranta gravemente el secreto
profesional y probablemente el "sigilo sacramental".
Se me cayeron las escamas de los ojos. Tardé poco en
irme. Antes quise hablar con el cura delator,
pero siempre le encontré ocupadísimo, y al cabo
de poco tiempo le redestinaron a otra ciudad, cuando había
llegado pocos meses antes nada más .Por algo sería.
Para el Opus Dei el que se va es un traidor, que no merece
ninguna consideración y que está condenado al
infierno (sic). El fundador decía que no daba ni cinco
céntimos (céntimos de peseta, no digamos de
euro) por el alma de esa gente (de los que abandonamos la
Obra)... Es muy duro que los que han convivido contigo durante
seis años no se ofrezcan ni a ayudarte a bajar las
maletas y paquetes... al coche. Y que la primera medida que
toman, aún antes de dejar materialmente la casa es
decirte que el coche que usas tu coche, que has usado
durante años para ir a trabajar y que, de hecho lo
has comprado con tu dinero- debes dejarlo (con el consiguiente
problema de desplazamientos diarios) porque en realidad no
es tuyo. Efectivamente, al comprarlo, con la historieta de
que no tenemos nada te hacen firmar un Vendí
con el nombre en blanco, de modo que en cualquier momento
lo rellenan y demuestran que tu coche ya no es tu coche. Finísimo
¿verdad?. Y tú vas a trabajar en el coche de
San Fernando (Un ratito a pie y otro andando)
aunque trabajes en el monte pelado. Menos mal que tuve compañeros
amables.
Pues con todo y eso, aún me perseguían para
que escuchara sus amonestaciones de fingida preocupación
por mi situación espiritual. De preocuparse por mi
situación material, viviendo sin casi conocidos, en
un apartamento diminuto, reaprendiendo a cocinar, a coser,
a planchar... de eso nada. Pero preguntarme una y otra vez
si seguía haciendo la oración, si vivía
la pureza.... Y grandes advertencias de que no hablara de
nada de esto con mi familia.
Asombrosamente les hice caso en esto, ya que sí que
habían logrado infundirme un cierto complejo de culpabilidad.
Y la humillación final: para darte de baja en la Institución
te obligan a hacer una humillantísima solicitud, en
la que reconoces que la culpa es tuya, literalmente. No te
contestan por escrito. Nunca lo hacen, ni cuando pides la
admisión ni cuando pides la salida. Y más aún,
se niegan a devolverte el testamento que hace cada socio numerario
cuando se incorpora definitivamente a la Obra. Es un testamento
en que dejas todo a la Obra. Pues se niegan a devolvértelo,
asombrosamente, y en contra de todo derecho humano y divino.
Te dicen que te quedes tranquilo que ya lo destruirán.
De tranquilidad nada, visto lo visto. Casi lo primero que
hice al salir fue redactar otro testamento anulando expresamente
el que ellos tenían... Creo que este comportamiento
(lo del testamento y lo del coche) es absolutamente inmoral,
pero paradójicamente me supuso un grandísimo
bien, pues contribuyó considerablemente a despejar
las dudas que por dentro yo tenía: automáticamente
me inundó por dentro el pensamiento: ¡¡que
hijos de la gran puta!! Y me sentí mucho más
animado a acortar aún más los escasos minutos
que me quedaban en aquella mansión de los horrores
que es como desde entonces la considero. Me dieron un buen
empujón para zambullirme en la piscina
de la vida normal.
Bueno, esta historieta me ha llevado semanas, pues me he
esforzado en hacer una síntesis coherente. Espero que
a ti te lleve menos tiempo leerla..Y no doy el tema por cerrado,
si aún te queda aguante.. La ventaja es que te la voy
a enviar casi en Navidad, y aprovecho para desearte unos felices
días con tu familia.
Un abrazo muy fuerte ñamñam
****************************************************
Amigo lector: si aún estás con fuerzas y quieres
saber algún detalle más, puedes consultar mi
escrito Las inmoralidades
del Opus Dei en la sección Tus
escritos, el 28-XI-2003
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