DEMASIADAS
RIGIDECES
LUIS USERA, 2 de julio de 2004
He encontrado esta web casualmente a través del artículo
de Alberto Moncada en Periodista Digital y me ha alegrado
mucho. La verdad es que desde que dejé el opus dei
no he vuelto a dedicar mucho tiempo al asunto y no tenía
ni idea de que existiera algo parecido. Me ha gustado mucho
poder compartir historias personales de gente que ha pasado
por una historia parecida a la mía.
Yo me hice numerario con catorce años, o aspirante,
que es la gran ficción que se emplea para justificar
que un niño de esa edad pueda decidir qué le
esá pidiendo Dios. Fui numerario hasta los 31 años
y durante ese tiempo la mayor parte -desde los 20 años-
fui director de centros y de una delegación.
Tengo que reconocer que hasta los 30 fui muy feliz en el
opus dei. me lo pasé muy bien, creo que ayudé
bastante a mucha gente y, en su conjunto, fueron unos años
maravillosos. Aunque era director (primero subdirector del
centro de estudios y después durante seis años
director de uno de los clubs de bachilleres más grandes
de España) la verdad es que siempre fui bastante por
libre. Había muchas cosas que no me parecían
bien y simplemente las hacía de otra manera. Nunca
estuve de acuerdo con la idea de que los padres se mantuvieran
al margen del compromiso de sus hijos y les exigía
que lo hablaran con sus padres antes de poder comprometerse
a nada. Tampoco estaba de acuerdo en que los que no seguían
adelante dejaran de venir al club y, mientras que yo estuve
allí, todos continuaron viniendo y recibieron el mismo,
o mejor trato que antes.
Otro de mis caballos de batalla fue el de los aspirantes.
Escribí innumerables textos a los directores de la
delegación y comisión explicando que no se estaba
viviendo en los centros lo que es un aspirante, que debería
ser muy distinto de un numerario. Algunas de las cosas fueron
cambiando, sobre todo por el empuje de los directores de otros
clubs, no porque encontrara ningún apoyo entre los
directores de la delegación o comisión.
Asombrosamente, me nombraron director de San Rafael de una
de las delegaciones más grandes de España. Digo
asombrosamente porque todo el mundo sabía cómo
pensaba yo y que había muchas cosas en las que no estaba
dispuesto a pasar por el aro. Yo intenté negarme porque
no me atraía lo más mínimo el cargo pero
no fue posible. Incluso le dije a la persona que me nombró
que, si aceptaba el cargo, pensaba que acabaría dejando
de ser del opus dei, pero no me hicieron mucho caso.
En la delegación duré un año y medio.
Tuve muchas discusiones fundamentalmente por dos motivos que
me parece que explican muchas de las cosas que ocurren en
el opus dei. En primer lugar, no podía soportar la
presión proselitista y que se tratara a las personas
como números de una estadística. En segundo
lugar, tampoco estaba dispuesto a soportar que se colocara
la institución por encima de las personas. Nunca lo
acepté y siempre procuré que, por lo menos mi
voto fuera en esta línea.
Otro día puedo hablar sobre este tema, pero puedo
adelantar que en todas las ocasiones se respetó mi
postura y el hecho de que yo votara en un sentido contrario
al de la mayoría. En la mayoría de los casos
mi voto no sirvió para nada, porque todos los demás
votaban lo contrario, pero nunca nadie me dijo que tenía
que votar en otro sentido o me recriminó mi manera
de actuar.
La verdad es que esos años viví experiencias
humanas muy interesantes, conocí a mucha gente buena
del opus dei que lo estaba pasando mal y, sobre todo, intenté
humanizar un poco más la relación entre los
pobres directores de centros y la delegación. Pero
llegó un momento en que me cansé de pelear contra
toda una organización que me parecía apoyada
en unos principios equivocados y muy alejada del espiritu
de su fundador.
Me estoy alargando y no era mi intención. Otro día
puedo contar cosas más concretas, si a alguien le interesan
o le pueden ayudar. Lo único que sí quería
decir, sobre todo para Sonia,
es que efectivamente el mejor consejo que se puede dar a alguien
que está pensando dejar el opus dei es que haga lo
que quiera, pero que lo haga él y que no hable con
nadie. Cada uno tiene que decidir lo que hace con su vida
sin que nadie le de instrucciones sobre qué esta bien
y qué está mal.
Yo, el día que decidí -haciendo un rato de
oración, por cierto- que me iba a ir, fui a la delegación
y le dije al director que me iba y que no quería hablar
con nadie. Dos días después cogí mi coche
y me fui a mi casa. Por cierto, nunca olvidaré el momento
de mi conversación con el director de la delegación
en el que me dijo que si dejaba el opus dei iba a perder la
felicidad eterna y muy probablemente también la terrena.
Me sorprendió tremendamente que una persona, aparentemente
con vida interior y con la que había hablado muchas
veces, me dijera una estupidez tan impresionante. Gracias
a Dios, desde que dejé el opus dei he sido muy feliz
y mi relación con Dios marcha igual de bien que cuando
era numerario, pero sin todas las estupideces y rigideces
que me veía obligado a cumplir todos los días.
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