Estimado Xafir:

       Le respondo con la intención de deshacer o, al menos, de menguar, en la medida de lo posible, la desagradable impresión que mis torpes y sinceras palabras, y mi real ignorancia han causado en su sensibilidad. Le agradezco sus reflexiones que, sin duda alguna, me ayudarán a curar mi “inmadurez” y a compensar mi “falta de sentido común”.  

Tras leer, con sorpresa y con dolor por primera vez las sangrantes –y sinceras- páginas de Gracias a Dios, ¡nos fuimos! OPUS DEI: ¿un CAMINO a ninguna parte?, me sentí muy cerca de todos los que allí transcriben sus experiencias y sus problemas, y se me ocurrió ingenuamente exponer las impresiones que, hasta entonces, me habían producido los miembros del Opus a los había tratado. -muchos sólo si los comparo con los que habían abandonado la Obra: ninguno- 

Temería mucho que, precisamente por los hábitos que, según esos escritos, son “habituales” en la institución, a usted le suenen estas palabras como una reacción “cínica” pero le juro que, aunque comprendo su “santa indignación”, no he pretendido injuriarles, faltarles el respeto ni molestarles. Mis desafortunados juicios tienen su origen, efectivamente, no sólo en la información incompleta -sólo recibida del trato con los que permanecen dentro- y de la lectura de la página antes aludida, sino también en mi “inmadurez” y en mi “falta de sentido común”. A pesar de todo, nunca he dudado de que todos, los de dentro y los de fuera, movidos por “intenciones nobles y por su fe en la Verdad, sean buenos y buenísimos, posiblemente, excesivamente.   

Con el riesgo de que nuevamente interprete mis palabras como injuriosa ironía, le aseguro que ignoraba que tantos hubieran abandonado la Obra y que no conozco a ningún sacerdote numerario que se haya secularizado. Y le ofrezco otra prueba de mi inmadurez: tengo una intensa curiosidad por conocerlos y por tratarlos.     

Estoy seguro de que, si hubiera sido del Opus, si hubiera tenido más trato con miembros de la Obra y, sobre todo, si fuera más maduro y poseyera más sentido común, no hubiera cometido el error de expresar con tanta rapidez mis impresiones. Créame si le digo que con estas palabras, no pretendo justificarme: le pido sinceramente perdón.  

He llegado a la errónea y desafortunada conclusión de que "una persona normal o no "pica" o, si "pica", no durará tanto tiempo enganchado al anzuelo, como muchos de ustedes, justamente porque, como he indicado anteriormente, no puedo presumir de estar bien informado y, por eso, “poseo un prisma tan limitado para analizar lo que es vivir años en el Opus Dei”. Le juro que no  “me he dado al trabajo de leer por ejemplo los textos de Antonio Ruiz Retegui, de Jacinto Choza ni de Antonio Esquivias? Inmediatamente me dispongo a buscarlos. Ya que, desgraciadamente, no puedo entrevistarme con el primero, haré todo lo posible por dirigirme al segundo y a  Antonio Esquivias, del que tenía algunas referencias –muy escasas y muy buenas-, me permití enviarle mi sincera felicitación.  

No tengo –ni tenía- la menor duda de lo mucho que han madurado “sobre todo por el sufrimiento que les produjo pasar parte de su vida en el Opus Dei”, de que piensan mucho y que saben de lo que hablan” y, sobre todo, “de que, además, entienden que yo no me doy cuenta con quienes estoy hablando, ni cómo manejarlos”. “Tengo por seguro que ahí hay gente muchísimo más lista que yo y, además, de que su inocencia ha sido transformada en astucia santa para combatir la gran falta de verdad y transparencia que existe en el Opus Dei”.

Como prueba de mi sinceridad, le propongo que pida a la redacción mi dirección electrónica. Si sólo he firmado con mis iniciales ha sido por el miedo de que, no vosotros, sino la Obra, con su “astucia” y con su “poder”, trate de hacerme daño. Estoy dispuesto a escucharle, a ofrecerle las explicaciones que usted me solicite. Reconozco que he cometido un imperdonable error expresando mis impresiones y, sobre todo, al enviarlas a esa página.

JA.