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 Correos: LA JAULA INVISIBLE.- Gómez

125. Iglesia y Opus Dei
Gómez :

«La jaula invisible», de Martín López de Romaña, editado por Ramdom, en Lima, en el año 2021, es otro libro sobre el Sodalicio, asunto sobre el que ya reseñé «Mitad monjes, mitad soldados» y «Siervas». Trataré de no repetir lo ya dicho, no sé si lo logre.

En la portada se ve un niño de unos 11 o 12 años. Él es Martín López de Romaña, que estuvo vinculado al Sodalicio desde esa edad hasta los 33 años. En su recorrido fue miembro de las asociaciones marinas, equivalentes a labor de san Rafael, aspirante (hasta los 18), sodálite, con profesiones temporales (oblación), profesión perpetua (fidelidad), estudios universitarios de Filosofía y Teología, con formación de marine en San Bartolo, Lima; encargos como secretario del fundador del Sodalicio, Luis Fernando Figari, y cargos de dirección, de formación y de consejería espiritual a los nuevos sodálites. En la portada, arriba y atrás, se ve como una nube negra el rostro de Luis Fernando Figari, el santo ídolo y perverso verdugo del chico blanco, rubio y ojiclaro. El Sodalicio de Vida Cristiana es una copia del Opus Dei, pero a lo bestia. Siguiendo las páginas del libro, veamos similitudes y diferencias…



En el Opus Dei se pedía sinceridad salvaje a los numerarios. Lo que decían en la charla fraterna de media hora semanal al director podía ser compartido por él a los directores mayores y podía ser escrito en informes personales. En el Sodalicio, lo mismo, pero a lo bestia. Cuando Martín le decía a su consejero espiritual, en charla de una hora, que se había masturbado, era llamado treinta minutos después por el fundador y superior general, Figari, que lo alineaba, advirtiéndole que se iba a condenar si seguía cometiendo ese horrendo pecado. Más adelante lo amenazaba con ponerlo en evidencia ante los demás sodálites si no obedecía a sus caprichosos requerimientos, que eran ejercicios de obediencia.

El superior podía mandar cualquier cosa absurda y el sodálite debía obedecer. «El que obedece no se equivoca», se repetía constantemente. La obediencia iba desde escribir un libro de 200 páginas en una semana (lo que le pidió Figari a Martín para publicar con urgencia la biografía de un cura inspirador del Sodalicio), tender y destender la cama cien veces seguidas o darle puñetazos a otro sodálite al que había que castigar. Había que obedecer.

En el Opus Dei se hacía corrección fraterna, uno a uno, previamente consultada con el director, con discreción, sin opción de protestar, y con la respuesta humilde y agradecida del reconvenido. En el Sodalicio se hace corrección fraterna en público, ante los demás sodálites, con madrazos, con golpes, con castigos. En el Opus Dei se hacía curso de retiro anual de cinco días, con la secuencia temática de los ejercicios ignacianos, muerte, juicio, infierno y gloria. En el Sodalicio se hacen cada año durante diez días los ejercicios espirituales ignacianos con los mismos temas exagerados, incluyendo lo que llaman «liturgias», que son representaciones («performances») del purgatorio, del infierno, de la muerte. En cuanto más impresionantes, mejor. Los ejercicios incluyen confesión general con sacerdote del Sodalicio («los trapos sucios se lavan en casa», se repite con frecuencia). En el Opus Dei el numerario podía solicitar al director permiso para usar más de dos horas diarias el cilicio o duplicar el tiempo de las disciplinas, hacer algún sacrificio adicional a los prescritos, como trotar a la madrugada sobre el rocío del pasto, o pequeñas mortificaciones creativas y discretas, como tomarse el café sin azúcar o comer alcaparras y aceitunas en el aperitivo. En el Sodalicio todos los días se exige a los sodálites en formación nadar una hora, hacer planchas y aguantar puñetazos, además de ayunar semanas enteras.

En el Opus Dei los numerarios dormían una vez a la semana (la víspera del día de guardia) en el suelo, con un tomo de la Enciclopedia Salvat como almohada, lo que se llamaba deportivamente «hacer el sleeping». En el Sodalicio algunos debían dormir por temporadas en el suelo o dormir sin colchón o dormir en la escalera de cemento, sin almohada. En el Opus Dei había dos años de formación en el Centro de Estudios, donde se comenzaba el bienio filosófico mientras se cursaba una carrera que cada quien escogía a su gusto en la universidad que cada quien podía pagar. En el Sodalicio todos los sodálites deben matricularse en la universidad en la carrera de Filosofía y Teología (y renunciar a cualquier otra carrera) y entrenarse en el espíritu sodálite durante dos años en el Centro de Formación, con un régimen militar. El Colegio Romano de los sodálites era San Bartolo, una ciudadela de cinco casas a la orilla del mar, en Lima, Perú. Los exámenes se presentaban ante tribunal, como en el Opus Dei, y si no se aprobaba venían los castigos pertinentes. Por ejemplo, a quien no se aprendía de memoria pasajes del Evangelio le daban latigazos ante los demás sodálites. En el Opus Dei había que aprenderse de memoria el catecismo de san Pío V, el catecismo de san Pío X y el catecismo de la Obra.

En el Opus Dei los numerarios entregaban todo el dinero que les llegaba por la vía que fuera, trabajo, obsequio o ayuda familiar. En el Sodalicio se entrega el dinero para el sostenimiento, que puede ser ayuda de la familia, ya que los sodálites provienen de familias ricas, y el sodálite recibe el 10 % para sus gastos. En el Opus Dei se pedía que el candidato a numerario tuviera «buena pinta». En el Sodalicio hay preferencia por los blancos, rubios, ojiazules, de familias ricas, de apellidos de abolengo, de barrios elegantes, de colegios religiosos jesuitas, marianistas y maristas (ahora tienen colegios propios). Los cholos, los morenos, los pobres son marginados. Los negros aún no se han visto en sus filas. En el Opus Dei había un «Index librorum prohibitorum», con calificaciones de 1 a 6, según lo grave que podía ser la lectura, y una serie de reseñas de libros incluidos en ese índice, en el que se reproducía el texto original, y se hacían llamados a pie de página mucho más extensos que el texto mismo, para aclarar el error conceptual o doctrinal. Así, alguien interesado podía leer el «Manifiesto comunista», de Marx, o las obras de Sigmund Freud, con las anotaciones sobre sus desvíos. En el Sodalicio no había índice, pero toda lectura era consultada y autorizada o prohibida por el consejero espiritual. A López de Romaña le preguntó el consejero qué hacía leyendo «El nombre de la Rosa», de Umberto Eco habiendo tantas otras cosas más edificantes que leer.

En el Opus Dei había notas de gobierno que llagaban a los consejos locales con la indicación «después de leerlo, haced lo que se indica en C», que era quemar el papel. En el Sodalicio era habitual quemar cartas, diarios, documentos, libros, sobre todo cuando la Iglesia comenzó el proceso de aprobación como Sociedad de Vida Apostólica Laical. En esos tiempos se quemaron muchos de los textos fundacionales que relacionaban el origen del Sodalicio con la Falange Española, con el fascismo y con Primo de Rivera. También muchas frases del fundador y de los otros superiores que podían ser mal entendidas por el Vaticano.

El fundador del Opus Dei decía que Dios le había inspirado la Obra el 2 de octubre de 1928. Figari dice que Dios le mostró el Sodalicio y lo dotó de ciertos dones especiales, como poder hipnotizar, predecir el futuro, ver en un chico la vocación con solo mirarlo a los ojos, etc. Un día subió a la camilla a un sodálite de los mayores, hombre de pelo en pecho, y le hizo con la máquina depiladora una cruz ancla en el pecho, como parte de un rito esotérico y divino. A las pocas horas el sodálite iba en su carro y tuvo un choque violento. Su copiloto, otro sodálite, llamó a Figari y le dio la noticia del accidente, aclarándole que el sodálite de la cruz ancla estaba con vida a pesar del golpazo. Dice el libro que en ese momento Figari balbució: «¡Mierda!, ¡qué poder tengo!, ¡le salvé la vida!».

Algunos otros detalles que narra Martín López de Romaña: A Figari le encantaban los chocolates, y le llevaba cajas de chocolates finos a Cipriani, obispo de Lima. Cipriani (numerario del Opus Dei), a su turno, le llevaba otros chocolates más finos a Figari. Figari asistió a una reunión en Roma con fundadores de nuevos movimientos de la Iglesia católica. Decía que entre todos esos fundadores, donde estaba, por ejemplo, Kiko Argüello, no había nadie tan iluminado como él (Figari).

Un cardenal que le sirvió de guía en algún museo del Vaticano, lo llevó a ver las imágenes de fundadores, y le dijo: «Algún día estarás aquí». Él sintió que esas palabras eran proféticas y que Dios le estaba mostrando que debía seguir adelante con sus fundaciones. Figari era admirador del fascismo, pero decía que Franco no lo acababa de convencer, porque había sido masón, y Hitler tampoco, porque se le había ido la mano, pero no tanto como dicen las películas, seis millones de judíos muertos, sino si acaso un millón o menos. Luis Fernando Figari decía que sería el sexto santo peruano, después de santa Rosa de Lima, san Juan Macías, san Martín de Porres, san Francisco Solano y santo Toribio de Mogrovejo (algunos de estos españoles, pero que se cuentan como santos peruanos). Sin embargo, hace una década Figari está en la lujosa y cómoda casa sodálite de Roma, lejos de la Fiscalía peruana y protegido por el papa, después de haber sido retirado como superior general del Sodalicio y de haber sido acusado de acosos, violaciones y otros delitos contra la integridad de sus hijos espirituales.

Gómez




Publicado el Friday, 01 March 2024



 
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