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 Correos: Sucedió en Pamplona (II)... y no se contó.- Robredal

077. Numerarias auxiliares
Robredal :

Hola Maripaz. Muchas gracias por tu testimonio sacado al socaire de algunos recuerdos y anécdotas que conté el otro día.

Yo también salí. Tras algo así como treinta años. Pero lo hice hace muchos menos que tú. También paso por ese lugar de vez en cuando y lo miro. Sin dolor, pero con recuerdos agridulces (he construido, en estos años, otra visión de la mujer de la que tenía y, por eso, de la Señora, que no hace otra cosa que simbolizar el alma femenina).

Pero se me olvidó una cosa. La más importante: Gracias y Perdón.

Porque mientras todo eso –y otras muchas cosas– sucedían a numerarios y numerarias, directores y directoras, curas y laikas/kos y –en menor medida, quizá– a agregados y agregadas… cientos de mujeres como tú, como tantas, como muchas, os dejabais la piel, la vida, el alma y el ánimo y muchas otras cosas por atendernos de manera maravillosa. En los veranos, en los inviernos y en las primaveras. Día a día, hora a hora, semana a semana. Sin festivos como lo eran para nosotros; más bien al contrario: nuestros festivos eran vuestro mayor estrés. En residencias, colegios mayores, centros, cursos anuales, convivencias, etc. Siempre ocultas, siempre discretas, siempre amables. Con un cuidado que no se ha visto en el mundo. No aparecéis en estos escritos como protagonistas. Esa es una (más) de la manifestaciones dolorosas de la realidad que encarnasteis con vuestras vidas.

Como escribí en otro lugar (numeromorfismo y perdón) solo quiero darte las gracias con todas la profundidad de que mi corazón es capaz y pedirte perdón hasta que se me rompa la cintura, como dicen los japoneses. Y sentir, a la vez, la misma alegría que tú sientes y poder compartirla contigo desde este lugar.

Pero para acabar de un modo menos dramático, todavía recuerdo otra escena que te dedico especialmente y esperando saque tu sonrisa.

Un director senior, muy conocido. Catedrático de renombre en la renombrada Universidad de esa ermita. Ya fallecido. Algo rígido. Pero amable, muy bien educado y cortés, pues proviene de familia de rancio abolengo castellano, con padre muy famoso en otras épocas. Está esperando a alguien en el viejo y decrépito edificio de autobuses de Pamplona, que seguro conociste (porque a el le gustaba conducir a todo-trapo y fumando a la vez). Se da cuenta de que varias mujeres de discreta apariencia intentan subir a la bodega unas maletas grandes, enormes. Pesadas e incómodas. El, un auténtico caballero español, acude en su auxilio y sube, uno por uno, los tres maletoncios. Les saluda e incluso les pregunta a dónde van, por hacer su gesto algo más amable. Ellas responden que a un pueblo. Pero lo hacen de un modo algo cohibido, incluso asustado.

Así les ocurrió porque ellas sí se dieron cuenta. Aunque también se dan cuenta de que él no se percató. Acaso pensaba el susodicho que eran unas chicas vascas que iban a Vitoria por el camino largo. Qué ingenuo. Me parece que estaban abriendo Artacea. Llevaban los ornamentos y otras cosas en tales maletas. Todavía las despidió con amabilidad inusitada. Porque, me narró, el caso es que le sonaban las caras. No sabía bien, en ese momento, de qué. Claro, eran las numerarias auxiliares de su propio centro. Él, fuera del contexto cerrado de su centro y la Universidad, no las reconoció e, ingenuamente, se comportó con la naturalidad esperada en esa situación normal y corriente. Luego, pensativo, atando cabos, se asustó. Pero también se rió. Solo era lo natural, lo razonable. El no pretendía otra cosas; desde luego no estaba flirteando.

Lo que ambos grupos teníamos que hacer desde el otro lado del respectivo telefonillo y tras el biombo y el silencio... eso sí era lo irrazonable y lo absurdo.

Robredal

 




Publicado el Friday, 01 December 2023



 
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