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 Correos: Mi madre.- Jose

070. Costumbres y Praxis
Jose :

Mi madre

Tal y como dice el tópico, José Carlos, “me alegro que me hagas esa pregunta”. Me refiero al tema de las madres que tan emotivamente sacaste en tu último correo. Te felicito por la madre que tienes y la ayuda que la Obra le ha prestado en su crecimiento humano y espiritual. El caso es que a mí también me hubiera encantado poder contar una anécdota semejante. Pero no. Voy a relatar algo, “un poco” diferente, también en primera persona.

Cuando entré en el Opus Dei, 15 años, mi madre se percató de esos “sutiles” cambios que en el comportamiento de su hijo se iban produciendo y que cuya causa éste (o sea, yo) jamás lograba aclararle. Mi madre, aunque católica practicante desde siempre, no ha sido ni será jamás de la Obra: los mira con recelo. Y viendo que yo pasaba más tiempo en el club juvenil que en casa, que me había vuelto taciturno y silencioso, que había abandonado a amigas de la infancia, que no quería ir con ellos de vacaciones… etc, etc, pues se plantó un día en dicho club para averiguar qué puñetas estaba pasando. Le dieron evasivas: que si el chaval (yo) estaba en el cambio de edad, que si debía dedicarse más al estudio, que no se preocupara que con el tiempo mi carácter volvería a ser el de siempre… En fin, todo menos decirle que yo, al menos de hecho –que no de derecho, como sutilmente se explica en la Obra en la perversión más absoluta de la restricción mental- era de la Obra y había escrito meses atrás una cartita por la cual me comprometía a vivir para el resto de mis días como miembro célibe de tal institución.

Como se ve que mi madre, que algo se olía aunque ellos nada le dijeron, les montó un cierto pollo, mi director, en cada charla “fraterna” se dedicaba a criticarla: “tu madre no entiende nada” era el argumento central. Como yo era tan panoli (o tan joven) que estaba entregado en la Obra y no veía nada más, se operó un cambio mental en mí por el cual comencé a sentir una aversión hacia mi madre. Es duro reconocerlo ahora, pero así fue. Mi madre no entendía nada, me repetía yo a mí mismo. Y entonces comenzó un proceso de separación (mental) de ella que, ojo al dato que diría aquél, hoy todavía no he llegado a recuperar.

Por otra parte, el prototipo de mujer que pregona el Opus Dei es casi angelical: madres entregadas que se comen la raspa de la sardina para que sus hijos se coman la carne del pescado, personas pulcras que no visten pantalones ni fuman… en fin, me entendéis. Mi madre se encontraba a años luz de ese paradigma, porque no comía raspas de sardina, vestía pantalones cuando le petaba y encima fumaba. Y yo, gilipollas de mí (permitidme este autotaco) cada día la miraba con más desprecio. Un desprecio que, puntualizo, en ningún momento fue frenado por aquel “hermano” de la charla, sino que fue vilmente aprovechado y fomentado –así lo digo y lo mantengo- para que la figura de mi madre no “interfiriera” en mi vocación.

Y hoy es el día que maldigo esa separación de mi madre que, como os he dicho, no he vuelto ya a recuperar porque en esos mis 15 años de edad quedó marcada a fuego el tipo de relación con ella. Sé que el día en que fallezca me arrepentiré toda mi vida. Es, José Carlos, la otra cara de la moneda. Saludos y bienvenidos de las vacaciones a todos.

Jose


Publicado el Friday, 03 September 2004



 
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