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Antología de Recuerdos

3. Un mapa equivocado

Noob, 9/01/2023

 

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Después de unos años viajé para trabajar en una universidad de la obra. Me sentía un poco extraño trabajando con numerarias, pero hacía lo posible por comportarme con naturalidad innatural. Igualmente, para mantener la prudente distancia con las estudiantes y profesoras, mientras buscaba un modo ‘natural’ de invitar a los estudiantes a medios de formación y demás. Aprendía lo más posible, y procuraba estar muy al alcance de los estudiantes. Me dijeron que tal vez demasiado, pero yo no sabía cómo ser impersonal. Estuve viviendo en un par de centros de san Rafael en los que ocasionalmente alguien pitaba, pero no los trataba yo. Yo daba círculos, charlas de formación, organizaba convivencias de estudio, y cosas así…



Muchos de mis numerarios conocidos dejaron la obra en esos años, pero no hablábamos de eso. Siendo miembro del consejo local yo estaba al tanto de lo que pasaba con la vida interior y la perseverancia (o no) de los miembros de mi centro. Pero no de otros. En los cursos anuales siempre había rotación, y podía pasar mucho tiempo antes de que uno se enterase de la marcha de alguno.

En el consejo local del curso anual, cuando yo era parte, se nos avisaba si alguien estaba pasando por un momento difícil para su perseverancia. En la ciudad, debido a mis horarios, iba a misa muchas veces a una u otra parroquia, y ocasionalmente veía a alguien que había sido numerario con su esposa y me preguntaba: ¿Cuándo se fue éste? En la universidad también supe de casos de personas de la sección femenina que se iban de la obra. Sentía tristeza, pero nunca sentí que fueran traidores o traidoras. Me daba pesar que no se reconociera su dedicación y su contribución.

Durante esos años también me encargaba de supernumerarios jóvenes. Mi grupo tendría cinco o seis. Entre ellos alguno se hizo numerario, pero no duró mucho. Hoy día lamento que, con mi absoluta ignorancia de relaciones hombre-mujer de aquel entonces, no supiera guiarlos adecuadamente en lo que se refería su noviazgo. No tengo contacto con ellos hoy, aunque a algunos los recuerdo especialmente. Entre algunos profesores y profesoras había un ambiente grato de intentar aprender lo que realmente era el ‘espíritu universitario’ y el crecer en la seriedad académica. Pero se daba el problema de que en los manejos administrativos había muchos estilos como de consejo local, como de director que no se cuestiona, y cosas así.

Había también una especie de barrera invisible que los que no eran de la obra percibían. Al tratar de acceder a cargos de cierta importancia, resultaba que los seleccionados eran los de la obra, y los que no eran se sentían, justamente, pasados por alto. Alguien que conozco que aún trabaja allí me comentó que eso sigue ocurriendo.

Yo seguí intentando encontrar a Dios, hacer las normas, y lo demás. Pero por dentro seguía con esa angustia de no estar siendo fiel a Dios pues me costaba mucho mantener mis pasiones bajo rienda, y eso que me llenaron de pastillas y demás. Mi autoestima no existía, porque cada uno éramos un trapo sucio, indignos de ser portadores de tan sublime mensaje, y todo eso. Yo trataba de refugiarme en la eucaristía, que me asombraba mucho. Pero el concepto de malo-bueno que había desarrollado en el opus dei era fundamentalmente erróneo.

Había terminado mi cuadrienio teológico, pero no encontraba allí tampoco un sustento que me permitiera respirar con paz. Me costaría muchos años después de dejar la obra toda clase de dolores y penas. Los del opus dirán que es lo natural que uno se joda al traicionar la vocación. Pero no es así. La distorsionada idea de las emociones, la naturaleza humana, la justicia, la caridad, que se tiene ahí dentro no corresponde a lo que en realidad es una persona. La lectura de miles de documentos en Opuslibros ha ido componiendo poco a poco el mosaico hermoso de lo que es un ser humano que hoy día tengo. Es aún muy imperfecto, pero es al menos un cierto reflejo de la realidad, y no la especie de bestia asquerosa que me había imaginado dentro del opus dei.

Dirán que en la obra jamás se ha planteado así la cosa. Pero es que permea por todos lados en los escritos, las meditaciones, los consejos, las correcciones, el círculo breve y la vida cotidiana. Había quienes tenían un carácter más fuerte y seguramente no se sentían tan aplastados. A otros se les veía en la cara la tristeza. No me acuerdo que tanto exteriorizara yo estas cosas. Lo que sí sé es que en ese entonces yo no me daba cuenta, pues me aferraba tozudamente a las definiciones de las cosas como las había aprendido. Al fin y al cabo, el fundador tenía mensaje divino, y lo mismo los directores. ¡Qué vaina más jodida!

La pasión por la verdad que seguía ardiendo dentro de mí era como una especie de brújula personal, con la que yo intentaba encontrar mis rumbos en el mapa que habían tatuado a sangre y fuego sobre mi pecho. Y yo estudiaba el mapa, e intentaba por aquí o por allá, ¡y pum! Otra vez en el mismo pantano, con la misma lluvia fina, fría, y gris. ¿Cómo se llegaba a esas alturas lejanas en el horizonte? Y dale a tratar de mejorar el mapa, o ampliarlo, y hablarle a Dios en la oración, y pedir perdón en la confesión, seguir bregando río arriba, como terco salmón al final de su vida. Tal vez en otra ocasión hablaré de cómo la brújula reapareció mucho tiempo después, cuando la mayor parte de ese mapa se había perdido, reemplazado por otros, hasta llegar a hoy.

Seguí trabajando en la universidad, y se me presentó la oportunidad de hacer unos estudios en el exterior. Después de un gran esfuerzo me fui a un país lejano para completar mi especialización. Recuerdo que, en el avión, mientras nos aproximábamos al aeropuerto, sentía un miedo de proporciones descomunales, verdaderamente arrollador. Llegué allí al centro de la obra, y ya estaba en condiciones internas muy difíciles, aunque no lo sabían, según parece. En el curso anual siguiente prefería meterme al closet de mi habitación que andar por ahí durante el tiempo libre. Se pueden imaginar lo mal que me sentía. Tuve ocasión de conversar un poco con Fernando Valenciano, pero no es que el hombre tuviera una varita mágica. Seguí con mis estudios, pero cada vez me sentía peor. Finalmente me rendí, y empecé a verme en la universidad con una compañera. Habría muchos detalles que podría compartir en otro momento.

Tras unos meses viajé a mi país de origen. Al cabo de unas semanas pedí la dispensa, como se solía decir. Regresé al extranjero vacío, pero con cierta determinación interna de seguir mi vida. Pero a mi entender, había traicionado a Dios, y me sentía incapaz de realmente encontrar mi camino. Mi familia de sangre me apoyó muchísimo desde lejos, no sé qué habría sido de mí sin su ayuda y soporte de cariño, comprensión, e incluso alguna ayuda económica.

Empezaba para mí otra fase de mi vida, en la que el sufrimiento sería muchísimo más profundo, mientras luchaba por mantenerme a flote en aquel lugar un tanto extraño para mí. Estaba realmente perdido, pero aún me aferraba a ese mapa que irreversiblemente me decía que ya no había lugar para mí en ese espacio. Creo que me tomará tiempo y muchas páginas resumir lo que me fue pasando durante los años siguientes. Afortunadamente encontré Opuslibros hace unos pocos años, y algunas otras fuentes y personas que me han permitido ir cambiando mi modo de ver la vida.

Me encuentro hoy día en un estado muy distinto. Paz y serenidad tienen lugar en mi vida, y mi visión de mí mismo, de los demás, y del universo es muy distinta de lo que era en aquel entonces. La brújula sigue marcando el rumbo más claramente que nunca, en los días de sol al igual que en las noches de tormenta. Y no me asusta seguirla, aunque tenga muchas veces que volver a subirme al barco del que me avienta de vez en cuando el vendaval.

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Publicado el Monday, 09 January 2023



 
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