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 Tus escritos: Antología de Recuerdos 1. Con el corazón en la mano.- Noob

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Antología de Recuerdos

1. Con el corazón en la mano

Noob, 4/01/2023

 

Cuando tenía como siete años mi mamá me llevó a un ‘club’ que era una pequeña casa en el jardín de una casa muy grande. Recuerdo que tenían allí una mini locomotora de vapor, que me llamó mucho la atención. Resultó que estaba muy chico para unirme a las actividades, y aquello se quedó en mi memoria. El club, supe muchos años después, era del opus dei.

No sabía yo tampoco que mi papá había ayudado a los primeros del opus dei que llegaron a este país. Lo supe muchísimo tiempo después de haber salido de la obra. No sé bien por qué nunca lo comentó, o no se acordaba…



El primer encuentro directo con el opus dei se dio en el colegio al que me trasladé a terminar mi bachillerato. Era un colegio del opus dei, que aún existe. Abundaban los profesores numerarios, y naturalmente los sacerdotes del opus dei. Debía haber supernumerarios y agregados, pero esas variedades las conocí más tarde. Hice buenos amigos, que aún conservo. Me divertí muchísimo. Me dieron clases de moral (eso también es pecado!??), aprendí a confesarme (sudaba del susto!), aprendí el catecismo de San Pío X para preparar a los niños a su primera comunión (cómo es que yo no me había enterado de nada de eso cuando me prepararon las buenas monjas amigas de mi mamá?). Leí por primera vez los evangelios, y tuve interminables discusiones con los profesores y con los compañeros. En mi clase eventualmente hubo un numerario, que pitó a sus catorce y medio. Vivía muy lejos, pero iba a estudiar allí, creo que para hacer apostolado y proselitismo con nosotros (le tengo que preguntar para confirmar). Hoy día es sacerdote de la obra. Durante un tiempo empecé a ir a misa muchos días en el colegio. Iba ocasionalmente a un centro o al club para charlar con alguien, pero nunca me invitaron al círculo de san Rafael. Los dos últimos años del bachillerato fui uno de los estudiantes con mejores calificaciones, y por lo tanto me invitaron un poco más a esto o aquello. Yo de vez en cuando iba, invitado o de “motu proprio” (no papal) pues me agradaban los oratorios, la serenidad, la elegancia y respeto de aquellos lugares.

La impresión más fuerte me la dieron algunas tertulias con el fundador, y las subsecuentes películas. El carácter fuerte, directo, aparentemente sin compromisos de Josemaría Escrivá me resultó muy atractivo. Con el tiempo he comprendido que eso en parte se debía a su nacionalidad, y su regionalidad, que para mí no eran familiares. No me parecía extraña la veneración que le tenían, pues yo tiendo fácilmente a idealizar a las personas.

También asistí a algún curso de retiro y convivencias de estudio o de paseos organizados por el club o por el colegio. Me gustaba el ambiente de paz que se respiraba, el silencio que se podía beber sin prisa.

Terminado el bachillerato me fui a estudiar la universidad a otro país. El fuerte ámbito marxista y materialista que encontré me llevó a contactar allí un centro del opus dei para universitarios. Empecé a asistir, a estudiar, a conocer a otros universitarios como yo. Era un ambiente muy agradable.

Del consejo local de ese centro solo el secretario sigue hoy día en la obra. El consejo local era un grupo muy simpático, alegres y serios al mismo tiempo, intelectualmente interesantes desde mi punto de vista. Dos de ellos eran estudiantes de derecho. El entonces joven sacerdote, que hoy día no es de la obra y está incardinado en una diócesis local, era un hombre muy sabio y franco, con una risa honesta. Convivimos muchas veces a lo largo de mi paso por la obra. No me parecían fanáticos, sino personas que querían sinceramente ser coherentes con su fe. El director había estado en el Colegio Romano, como muchos de los primeros de varias regiones, que no se ordenaban y regresaban a empujar la labor, como se decía. Tenía un corazón enorme. No sé bien cuando dejó la obra.

Había bastantes adscritos y en esa casa señorial se estaba muy bien, para estudiar, para rezar, para charlar, para cantar.

Eventualmente sentí que la llamada de Dios, que yo había considerado desde un sueño con la Virgen que tuve a los 12 años, se concretaba para mí, y decidí pedir la admisión, en una de esas convivencias ad hoc que se hacían para acorralar a los pitables. Escribí la carta confiando en Dios y empecé las clases de formación y demás.

Mi vida de adscrito no era muy disciplinada (nunca lo he sido) y además pasaba temporadas en que “estaba mal”, como se solía decir. Me llamaban o me iban a buscar a la casa. Al fin hice la admisión, y la oblación con considerable retraso, lo que me producía una vergüenza horrible. Luego me trasladé a vivir al centro, y de allí me fui al centro de estudios.

Las clases de filosofía me suponían un reto considerable, aunque era un tema que me interesaba mucho. Hoy día, cuando entiendo mucho más al respecto, comprendo que esa “dificultad” surgía de mi actitud de tratar de entenderlo todo de un modo coherente conmigo. Eventualmente aprendí a estudiar esos temas y me fui metiendo más a fondo. Recuerdo haber leído la ''summa theologica'' y ''de ente et essentia'' en su original en latín, pues no me bastaban los extractos de los textos que había en los manuales. En el centro de estudios creo que fue la primera vez que tuve que convivir con alguien verdaderamente desagradable. Era un cura que había regresado de Roma hacía poco y era insoportable.

Hicimos algunos cursos anuales/semestres un poco anormales, pues trabajábamos en la construcción de la primera casa de retiros ex novo. Hacíamos deporte, estudiábamos, trabajábamos, y cumplíamos normas, etc. Era un poco épico, y eso también me resultaba atractivo. Hacíamos unas caminatas fenomenales, que me encantaban.

La cuenta de gastos era caso perdido para mí. Usaba el cilicio y las disciplinas más o menos regularmente, y usualmente la ducha fría. Me resultaba imposible ir a pedir dinero para tal o cual obra. Lo hubiera hecho sin ninguna dificultad para obras de caridad con los pobres o algo así, pero para un oratorio suntuoso, no conocía a nadie que lo fuera a entender. Tampoco me lanzaba a hablar con cualquiera por ahí para hacer proselitismo. A veces llevaba amigos a estudiar, pero no solían asistir a los medios de formación, o hablar con el cura. Valoraba la amistad, y me desagradaba el que se instrumentalizara, de modo que no presionaba a nadie. Algunos pidieron la admisión (“tratados” por otros), y un par de ellos siguen en la obra. Casi nunca hice correcciones fraternas, y muchas de las que me hacían me parecían ridículas.

Terminada la Universidad me fui a otra ciudad. En lugar de trabajar en mi profesión me recomendaron trabajar en el colegio del opus dei en esa ciudad, y así lo hice. Hice amistad con muchos de los muchachos, algunos de los cuales aún están en contacto conmigo. Algunos se hicieron de la obra y ahí siguen, muchos se salieron después. Nunca entendí por qué no se les trataba con naturalidad. A su tiempo hice la fidelidad, con su testamento y demás. Hace poco hice una lista de los numerarios y sacerdotes que recuerdo haber conocido en ese país. Unos 110 numerarios y 40 sacerdotes. Cerca de la mitad de los laicos y tres de los sacerdotes han dejado la obra, que yo sepa. Alguno de los que estuvieron conmigo es aún parte de la comisión. A los muchos adscritos que permanecieron poco tiempo no los recuerdo bien, de modo que no están en esa lista. No sé mucho de lo que ha ocurrido durante tantos años después que me salí.

Tuve la experiencia de vivir con algunas (pocas) personas desagradables, con personas verdaderamente mezquinas o retorcidas. También con algunos que tenían un problema mental más serio (no la depresión inducida, eso vendría después). La mayoría de estos numerarios, incluso algún sacerdote, dejaron la obra por aquel entonces. También conviví con muchas personas de un inmenso corazón, que sabían querer y respetar, y que no tenían doblez. Varios santos, a mi modo de ver. De algunos tuve que escuchar la confidencia semanal. Tuve ocasión de conocer y convivir con algunos de los primeros de la región (incluyendo el primero), pero no llegué a tener una conexión más personal, pues no era lo común. Con algunos otros si tenía yo esa afinidad, o amistad, aunque no fuera algo especial. En general me alegraba de verme con la mayoría en ocasiones diversas, y sentía que, lo mismo yo a ellos, me tenían un cariño sincero.

Muchas veces éramos solamente director y secretario en el consejo local, además del sacerdote. Obviamente había comenzado a haber escasez, pero se nos decía que era porque se estaba empezando en otras ciudades. Algunas veces era porque el tercero se marchaba de la obra, y los otros dos seguíamos. Durante el tiempo en que estuve en consejos locales, leí y redacté muchos informes personales de conciencia acerca de otros numerarios, agregados, y supernumerarios, de esos informes que ahora dicen en algunos medios que no se hacían. En las reuniones se hablaba de los asuntos de conciencia de los de la obra y de los de san Rafael o san Gabriel. No recuerdo que me tocara presenciar al sacerdote intervenir de tal modo que yo pensara que se estaba transmitiendo información de la confesión. Yo, ciertamente, y me parece que los otros miembros del consejo local también, evitábamos poner al cura en una posición dónde eso se pudiera ni sospechar.

Lo de las visitas a los pobres y la catequesis me producía una revulsión continua. La pobreza extrema de esas personas me movía a desear tener iniciativas para ayudarles. Pero me decían que lo nuestra era educar a aquellos hijos de familias ricas que llevábamos, de modo que ellos después tuvieran conciencia social cristiana, y se encargaran de cambiar la sociedad. Aún estamos esperando, aunque me consta que muchos de ellos en su trabajo tienen una consideración especial por sus empleados. No sé si tuvimos algo que ver, o es algo que venía de sus familias o de su modo de ser.

Hasta aquí esta primera porción de recuerdos. Espero que le sirva a alguien, como me han servido a mí los recuerdos de tantos otros sobrevivientes.

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Publicado el Wednesday, 04 January 2023



 
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