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 Tus escritos: Opus Dei. De qué va la cosa.- Gervasio

125. Iglesia y Opus Dei
Gervasio :

 

De qué va la cosa

Gervasio, 2/01/2023

 

El último escrito de Ottokar, de 28-XII-22, centra muy bien de qué va la cosa. No todo consiste en pasar del dicasterio de los obispos al del clero, ni en reformar unos estatutos, como quien actualiza el navegador del coche. La cosa tiene mucho más alcance y enjundia.

También a mí me sucedió lo que a Ottokar. Lo que el papa dijo sobre el Opus Dei en la entrevista del diario ABC “me supo a poco”. Me hubiera gustado que hubiese sido más explícito; pero, como el propio Ottokar añade: Comprendo que en una entrevista en un medio de comunicación el Papa deba utilizar un lenguaje “diplomático” con respecto a una institución que forma parte de la Iglesia de la que él es cabeza visible…



Comentando con otra persona este sentimiento de insatisfacción, me espetó: de un papa, lo que hace y no lo que dice. Y efectivamente me puse a considerar que en un papa —como en otras muchas personas que detentan cargos de responsabilidad— lo importante es lo que hacen y no lo que dicen, porque verbalmente todos somos encantadores y tenemos, o al menos procuramos tener, palabras amables, tranquilizadoras y de apoyo solidario. El caso es que, como quien no quiere la cosa y con amabilidad, el papa ha puesto al Opus Dei en trance de reforma constitucional. Cuestión distinta es que se diga a personas tipo Inocente Obdulia, que la reforma no tiene más trascendencia que la de rezar cinco misterios del rosario y contemplar los otros quince, a diferencia de lo que estaba establecido antes. 

Sin duda cambiar los estatutos no lo es todo. Pero por ahí hay que empezar. Son los cimientos. Cada vez que en otros ámbitos, como sucede en el caso de los Estados soberanos, se pretende una reforma a fondo, se comienza por reformar la carta constitucional. El Opus Dei tiene que modificar sus estatutos. Es algo que no estaba previsto. Mejor dicho, estaba previsto que fuese dificilísimo no sólo modificarlos, sino incluso poder ponerse a modificarlos. Ya se ha dado el primer paso. Los estatutos han dejado de estar blindados y cerrados con siete cerrojos. Es más, en este momento están expuestos impúdicamente a examen crítico.

Y continúa Ottokar: Si toda la reforma que se va a realizar consiste en retocar los Estatutos para adecuarlos a la nueva posición del Opus Dei en el organigrama de la Curia, poco o nada habrá cambiado. Posiblemente, el haber dejado claro, de una vez para siempre, que la potestad del Prelado sobre los miembros del Opus Dei no tiene nada que ver con la que tiene un obispo sobre sus fieles, deba implicar algunos cambios en los Estatutos, pero es que el problema del Opus Dei no son los Estatutos. El verdadero problema, como se ha repetido muchas veces en esta página es otro. Tiene toda la razón. Pero eso no quita que por donde hay que empezar es por la reforma de los estatutos. Luego vendrá el desarrollo de los preceptos estatutarios, de los que acertadamente se dice en el actual título V, 181 § 1: Este Código es el fundamento de la Prelatura del Opus Dei. Ahora, sin embargo, en este momento histórico, hay que leer: este código no es el fundamento de la Prelatura Opus Dei. Hay que cambiarlo. Las cosas como son. Los estatutos de 1947, los de 1950 y los de 1982 no pretendieron reformar nada, sino recoger y compendiar la praxis existente. Ahora se trata más bien de lo contrario: corregir la praxis existente. No nos encontramos ante un fundador —o ante el sucesor del fundador— que redacta unos estatutos para plasmar la idea fundacional, sino ante un papa que exige su reelaboración.

A veces los preceptos constitucionales dicen una cosa, pero las normas de desarrollo de esos preceptos dicen cosa muy distinta e incluso contraria a lo dispuesto en la norma constitucional. No es esta la cuestión ante la que nos encontramos, me parece a mí. No es que los actuales estatutos sean estupendos y malas sólo sus normas de desarrollo. En ese caso habría que dejar intactos los estatutos y cambiar las normas de desarrollo.

Hay que ir a la raíz del porqué se han producido normas de desarrollo y modos de hacer tan nefastos. De momento se ha logrado algo: que las personas del Opus Dei procedan a una lectura crítica de sus estatutos. A ello se les llama. Antes no podían ni siquiera acceder a ellos. Muchos, yo mismo, tras decenas de años en la Obra, la abandonaron sin haberlos conocido. ¡Oh, curiosidad malsana! Ahora el panorama ha variado. Recoger sugerencias de los miembros en un modelo de hoja Excel en la que se pide que se indique el punto de los Estatutos que se sugiere modificar y cuál debería ser la nueva redacción, no sirve para nada. Eso dice Ottokar. Yo no diría tanto. Sirve para que los miembros del Opus Dei lean y estudien sus estatutos críticamente. Sirve para que los conozcan y los valoren positiva o negativamente, que no es poco. Es también el momento de cotejar con los estatutos los llamados Catecismos de la Obra que varían de edición a edición y que tergiversan cada vez más los estatutos y el propio Derecho canónico con el pretexto de exponerlos pedagógicamente. ¿Por qué no coinciden los Catecismos con los estatutos, ni coinciden tampoco con la declaración De prelatura de 23-VIII-1982? También hay que cotejar los estatutos actuales con los de 1950 y con los reglamentos de 1941. ¿Cuáles responden mejor a la idea fundacional? Estos últimos pueden encontrarse en OpusLibros en el apartado “Documentos internos”.

Continúa Ottokar: Entréguese una copia de la última versión de los Vademecums, Glosas, Reglamentos, etc., (en particular, las más de 300 páginas de las “Experiencias de formación en el ámbito local - 2022”), tanto a la Santa Sede como a cada uno de los miembros. Sobre esos documentos sí que podría hacerse una verdadera reforma que contribuya a lograr “una forma de gobierno basada más en el carisma que en la autoridad jerárquica”. De acuerdo. El conocimiento de todas esas disposiciones es también necesario para efectuar sugerencias y cambios. Debería facilitarse su conocimiento. Pero la problema no es sólo que haya que someter a examen crítico Vademecums, Glosas, Instrucciones y demás zarandajas, sino poner remedio a que pueda producirse algo similar en el futuro.

Para mí, que no hace falta adoctrinar tanto a los del Opus Dei como si fuesen niños y menos con mentiras y ocultaciones para que “vayan por el buen camino”. Basta que se guíen por su propio juicio. Hay que cortar con las mentiras y la tergiversación como método pedagógico. A mi modo de ver sobra tanta glosa, tanto reglamento, tanta nota. En la mayoría de los casos, si un escrito de “experiencias” se ha quedado obsoleto o inadecuado, no hay que sustituirlo por otro, sino eliminarlo sin sustituirlo por nada. Además, eso dejaría mucho más tiempo libre en las delegaciones y demás instancias de gobierno, que podrían dedicarse a hacer calceta y producir jerséis y bufandas para que los pobres puedan se abrigarse durante el invierno. Desde luego nada de estar con los brazos cruzados, porque nuestro padre siempre procuró que estuviésemos constantemente ocupados.

Hay que averiguar por qué se han generado tantas aberraciones. Hay que estudiar, por ejemplo, por qué ante un toque de atención relativo a la dirección espiritual que se practica en el Opus Dei, la respuesta ha sido la carta de Echevarría de 2011 en la que, sin cortarse un pelo, afirma que en el Opus Dei todo marcha sobre ruedas, porque los directores locales no tienen funciones de dirección espiritual sino sólo de gobierno o al revés —no lo recuerdo bien— tienen funciones de dirección espiritual pero no de gobierno. No sólo se pretendió tomar el pelo y el flequillo a la Santa Sede sino también a los socios del Opus Dei, obligados a escuchar en silencio y sin pestañear ni rechistar que el en el Opus Dei dirección espiritual y gobierno caminan disociados. ¿Cómo se pudo llegar a ese grado de cinismo? Lo propio pasó con la carta Iuvenescit Ecclesia. Se la ninguneó descaradamente, no dándose por enterados de lo que se les había indicado, tanto ante la jerarquía eclesiástica de la que dependen, como ante los “súbditos” del Opus Dei a los que no se les dio traslado. ¿Cómo se puede llegar a ese grado de autocracia? No es de extrañar que en el motu proprio Ad charisma tuendum se les haya indicado expresamente que no les corresponde el orden episcopal ni posición jerárquica pública alguna dentro de la Iglesia. Tampoco me choca nada que se les ate corto, exigiéndoles rendir cuentas anualmente, ni que se les rebajen los humos de grandeza e independencia, dando a su prelado el rango de protonotario apostólico supernumerario. ¡Con lo mona que resulta una sotana fileteada en rojo! Pero me estoy divirtiendo demasiado.

Aparte del acceso a las fuentes de conocimiento para la reforma, está el de quién le pone el cascabel al gato. Lope de Vega lo narra con mucha gracia así:

Juntáronse los ratones

Para librarse del gato

Y después de un largo rato

De disputas y opiniones

Dijeron que acertarían

En ponerle un cascabel

Que andando el gato con él

Guardarse mejor podrían.

Saltó un ratón barbicano

Colilargo hociquirromo

Y encrespando el grueso lomo

Dijo al senado romano:

Después de hablar culto un rato:

“Quién de todos ha de ser

El que se atreva a poner

Ese cascabel al gato”.

 

Una opción sería que lo haga la Santa Sede. Otra opción, que los redacten los buenos conocedores de la institución y de sus puntos flacos que escriben aquí. Parece ser que les corresponde a ellos mismos. A ellos les toca y a ellos se les pide. Bien pensado, parece el procedimiento más correcto. Son ellos los que tienen que enmendarse previamente —descendiendo de su pedestal por lo menos unos siete escalones—, para enmendar posteriormente los estatutos. Tienen que convencerse de que no estaban haciendo las cosas bien. Deben cambiar la “forma de gobierno” (Vid. MP art. 4). Deben convencerse de que no son parte de la jerarquía pública de la Iglesia, en la que pretendían instalarse como formando parte de ella. La problema no estriba tanto en que los estatutos sean buenos o malos, sino en que resultan insuficientes. No previenen situaciones y actitudes de mal gobierno o de sobre-gobierno. La tarea no consiste tanto —me parece a mí—en redactar mejor las normas ya existentes, sino en añadir otras que prevengan abusos y desviaciones de poder.

Sea cual sea lo que hagan y cómo lo hagan parece que el resultado va a oscilar entre o dejarlo todo como antes, con esa reforma más bien cosmética y de terminología a la que nos tienen acostumbrados, o cambiar radicalmente muchas prácticas y criterios básicos. Como no soy profeta ni hijo de profeta, no me aventuro a predecir lo que pasará. Pero me atrevo a augurar que, si no se produce una reforma radical, el Opus Dei irá consumiéndose poco a poco como agua o caldo sobre fogón. Cada vez será un Opus Dei más genuino, más idéntico a sí mismo, más concentrado, hasta desaparecer por consunción.

 

Son los vicarios y demás miembros de las comisiones regionales, los directores de las delegaciones y sus colaboradores, así como los electores y los componentes del gobierno central a quienes corresponde asumir la responsabilidad y el protagonismo de la reforma. Y es que habían adoptado una modalidad autocrática de gobernar que no es aceptable. La “forma de gobierno” ha de ser objeto de cambio (MP art 4). Si los gobernantes no cambian de actitud, mal podrán cambiar los estatutos. Si se ponen a la defensiva con la mentalidad de que lo hay que hacer es capear un temporal pasajero, no se habrá logrado nada. Son ellos mismos los que tienen que ponerse el cascabel.

 

A todos un próspero Año Nuevo y a los del Opus Dei, una próspera modificación de estatutos. Año Nuevo, estatutos nuevos.

 

Gervasio.

 




Publicado el Monday, 02 January 2023



 
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