Quiero empezar esta colaboración elogiando a Ana Azanza por su última publicación aquí. Una vez más destaca por su rigor y seriedad que tanto contrasta con la chapuza continua y los traspiés ininterrumpidos que se ven en la prelatura, totalmente desnortada no solo en lo institucional, verdadero hazmerreir canónico, sino en todo. Se parecen a la paloma de Alberti, que por ir al norte fue al sur.

En la última colaboración de Ana Azanza hay un enlace con otro peso pesado del rigor y buen hacer, Jaume García Moles. Después de releer su serie sobre el santo marqués emérito de Peralta, de golpe, creo que he entendido algo que en su momento no me había planteado por qué se producía...

Como año tras año me iba haciendo mayor, hacia 2013 más o menos creo que empecé a plantearme que un día no muy lejano me tocaría a mí dar esa charla inexorablemente, que consideraba quizá más importante, sobre todo por la inquietud de llegar a dar una visión real de la figura de san Josemaría, que cada vez me parecía más complicada.

A ello se unía el hecho de que año tras año me fui dando cuenta de que quienes daban esa charla eran a cual más incompetente, o dicho en otras palabras, que a pesar de llevar decenios en el Opus Dei y ser muchos de ellos sacerdotes, era evidente que sus charlas eran superficiales y que no tenían la menor idea de quién era san Josemaría, bien porque no habían leído sus biografías o lo que en las publicaciones internas se decía, o lo que se veía en los videos, entonces muy abundantes y sobre todo, completos (hoy día los numerarios no ven ni una sola película completa de una tertulia de san Josemaría, sino refritos manipulados y censurados por la propia organización, ya que al menos se han dado cuenta de que san Josemaría es un impresentable) o sencillamente porque eran incapaces de profundizar en su figura.

En una ocasión la charla que dio un cura numerario sobre san Josemaría tuvo un contenido verdaderamente surrealista y de encefalograma plano. La planteó de esta manera: empezó con esa frase evangélica “por sus frutos los conoceréis”, y a partir de ahí, hizo un repaso, absolutamente de copia y pega, de unas cuantas obras corporativas del Opus Dei. Eso fue la charla, un verdadero aburrimiento en el que no expuso nada, absolutamente nada, sobre la figura de san Josemaría.

Yo me daba cuenta cada año de que la figura de san Josemaría era, sobre todo, compleja, contradictoria, difícil de entender. En mis últimos años en el Opus, y acercándome peligrosamente a los sesenta y siendo “cofundador”, veía venir como un nublado el problema de hablar de san Josemaría.

Digo “problema” porque se enfrentaban en mi interior, por una parte el “amor a nuestro Padre”, indiscutible en quien pertenezca al Opus, el cual era cada vez más una inercia que algo reflexivo, y por otra parte el amor a la verdad, que me mostraba cada vez más claramente las inmoralidades de san Josemaría, incompatibles con la caridad cristiana, así como evidentes desequilibrios psicológicos que cualquiera que le haya visto en video o haya leído sus biografías o escritos, incluso las publicaciones oficiales o autorizadas, detecta, ya que aunque el vulgo no seamos psicólogos o psiquiatras profesionales, no se nos escapan los desequilibrios manifiestos o los tornillos sueltos que puedan tener otras personas sobre las que quizá no sepamos “qué” tienen, pero sabemos que tienen “algo” que no encaja en lo normal.

Afortunadamente el largarme del Opus ha traído un bien adicional al librarme del enojoso deber de optar por la verdad y haber tenido que decir al final de un curso de retiro de numerarios una serie de lindezas sobre el santo marqués emérito de Peralta, lo que me habría costado alguna reprimenda o represalia o vaya usted a saber qué.

Ahora bien, ¿por qué desde hacía unos años se venía teniendo esa supuesta costumbre de tener la charla final del curso de retiro sobre la figura de san Josemaría?

Durante tiempo pensé que quizá sería, sin más, por fomentar la figura del fundador, ya canonizado, pero desde que el otro día releí la serie de Jaume García Moles, y sobre todo, desde que me fijé en la fecha en que la escribió (2013), creo que esa charla tenía como motivo contrarrestar la que ya venía siendo abundante información de OpusLibros acerca de las andanzas de san Josemaría a lo largo de su vida, empezando por el libro “Tras el umbral” de Carmen Tapia, y terminando por la brillante serie de Jaume García Moles, que junto con el estudio psicológico de Markus Tank son la puntilla para entender la mente perturbada de san Josemaría.

Hay un psiquiatra de fama internacional, Robert Hare, que ha dedicado toda su vida profesional a estudiar las psicopatías, dentro de las cuales está el trastorno narcisista de la personalidad, que constituye la tesis que sostiene Markus Tank acerca de la perturbación mental de san Josemaría Escrivá de Balaguer.

Pienso que nunca llegaremos a saber exactamente la posible enfermedad psicológica que probablemente padecía san Josemaría, porque algo así solo es posible tras un examen clínico-profesional concienzudo que nunca se llevará a cabo, por razones evidentes, sobre la persona de Josemaría Escrivá.

Pero esto no quita que, con los datos de su comportamiento, manifestados en multitud de fuentes documentales y testificales de todo tipo, se pueda hacer un estudio serio y riguroso que analice tal comportamiento desde una óptica profesional enfocada a averiguar posibles patologías de este sujeto.

Los profesionales de la materia como Hare distinguen entre el término “locura” y el término “psicopatía”, y sostienen que los psicópatas pueden llegar a ser del orden del 1% de la población, pero con una gran influencia social hasta el punto de llegar a interactuar en el 70% de los problemas sociales que se presentan.

Dicho de otro modo, son “gente tóxica” que intoxican el comportamiento de una gran cantidad de personas con las que se relacionan.

Jaume García Moles dice al final de su serie (con otras palabras) que prefiere pensar que san Josemaría era un perturbado a un delincuente.

Dejemos a Jaume García Moles que piense lo que crea oportuno y que otros piensen también lo que crean oportuno, aunque las opiniones no sean concordantes. Dejémoslo así. Ahora bien, en aras de amar la verdad, creo que no estaría de más que en el Opus no hablen demasiado sobre san Josemaría. Lo digo porque la historia va situando con el tiempo cada vez más a cada uno en el sitio que les corresponde.

Probablemente cuando Suetonio sacó su libro sobre los doce Césares, los protagonistas, que ya estaban desde hacía bastantes años escardando malvas, no se verían muy afectados, y sus familiares tampoco, pues tras el golpe de Galba, no eran tan relevantes.

Pero que el Opus Dei siga mitificando año tras año a su “santo” fundador, puede ser, con el tiempo, un modo de hacer que la caída del mito sea mayor que la que podría ser ahora.

Canonizar precipitada y fraudulentamente a un sujeto puede traer problemas a la larga. A los Legionarios de Cristo les ha venido muy bien que a su perturbado fundador Marcial Maciel se le viera el plumero a tiempo. Es un lastre con el que ya no tendrán que cargar en su labor pastoral. Hay situaciones dolorosas que a la larga resulta que son providenciales, aunque de momento no lo parezcan.

Y viceversa.

Lo dejo aquí. Hubiera querido hablar en esta colaboración de temas apasionantes como el viajecito del primer protonotario apostólico supernumerario de la historia que visita México o de esos estatutos exprés que se han sugerido desde OpusLibros a los sesudos canonistas del Opus, que parece que necesitan darle mil vueltas antes de convocar un congreso general extraordinario en el primer semestre del año que viene, para celebrarlo un tiempo después y marear indefinidamente la perdiz, cuando hay algo evidente: Si quieren seguir como prelatura personal, no hay laicos. Y si quieren laicos, según el carisma inicial, deben ser otra cosa que no sea una prelatura personal. Joder con Alvarito.

Claro, que después de tantos años dando el coñazo a propios y extraños con la dichosa prelatura de las narices, a ver quién es ahora el guapo que dice que se ha equivocado o que quiere otra cosa.

Antonio Moya Somolinos.