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 Tus escritos: La historia de una estudiante ingenua pero testaruda.- Lolita

030. Adolescentes y jóvenes
Lolita :

Para mi todo empezó cuando estaba en la escuela superior. Tendría unos 14 años. Una compañera de clases de padres españoles que vivía en nuestro país me invitó a un centro- una meditación y tiempo de estudios. Por entonces yo tenía una vida muy tranquila y descomplicada. Me apasionaba tocar el piano y había tenido la suerte de haber sido aceptada a tomar clases en el conservatorio de música siendo todavía estudiante de escuela superior.  Tenía buenas amigas, buena familia. A mis padres los invitaron a medios de formación y pasado un tiempo se hicieron del opus...



Luego viajamos toda la familia a Roma a la beatificación de Josemaría Escrivá. Me conmovió poder estar en la Plaza de San Pedro, y poder asistir a una misa celebrada por el Papa. Luego de la beatificación, visite a la familia de mi amiga española en su casa en España por unas semanas. Fue una experiencia inolvidable. Aunque mi amiga ni sus padres eran de la Obra, visitamos un centro en su ciudad para que yo pudiera practicar un poco el piano.

A los 16 años recuerdo que le dije a mi papá que me había hecho de la Obra, y parecía decepcionado, pero tanto él como mi madre me apoyaron. El año y medio que me quedaba de escuela superior quedó consumido por el opus -apostolado y proselitismo, convivencias, promociones rurales y retiros. Eventualmente dejé de tomar clases en el conservatorio -una pérdida de la que todavía no me recupero. Interpretar música en el piano era parte de mí.

A los 17 años me mudé a un centro del opus para comenzar el Centro de Estudios y también empezar estudios en la universidad. Yo entonces era muy feliz, me encantaban mis estudios universitarios. Estaba convencida de estar haciendo la voluntad de Dios. Sin embargo, más y más se me hacía difícil encontrar el tiempo para dedicarle a las asignaturas que estaba cursando. Tenía que estudiar en el autobús, o tarde en la noche. Me acuerdo de que me tenía que ir antes del desayuno en el centro para poder llegar a mi primera clase, pero la subdirectora/ administradora no me mandaba desayuno. Me decía que no tenía tiempo de preparar nada. Y claro no tenía dinero para comprar algo de comer, nada de nada. Mi hermana, que cursaba estudios en la misma universidad, me llevaba algo de comer.

Lo sé, era yo muy ingenua, dejaba que pasara lo que pasara sin quejarme. Lo que sí pasó es que se fijó en mi un muchacho de la universidad, muy guapo, divertido e inteligente. Me iba a ver luego de cada clase. Cuando lo dije en la confidencia, pues me dijeron que “tierra por medio”. Así fue como me cambiaron de ciudad. Aquel fue mi primer amor, muy inocente sí, pero fue muy doloroso apartarme de ese muchacho sin explicarle por qué.

Así seguí mis estudios universitarios en la nueva ciudad. Siempre quise ser médico y completé los requisitos de ingreso a la escuela de Medicina. Hice apostolado, pitaron amigas (n y nax- algunas no siguieron gracias a Dios). Me aceptaron en la mejor escuela de Medicina de mi país, pero me dijeron que, en vez de ir a estudiar Medicina, me daban el cargo de Procuradora en la Asesoría Regional. Con 22 años llegue a la asesoría. Allí dormía en el pasillo que comunicaba la zona de estar con los dormitorios. Ese “pasillo-cuarto” era también mi oficina. No tenía nada de privacidad. Las personas constantemente pasaban por allí. La persona que había sido procuradora antes que yo seguía en otro cargo en la asesoría, y me “enseñaba” como se hacía aquel trabajo. La recuerdo corta, siempre corajuda. No importaba cuánto yo tratase de hacer los presupuestos como me decía, me los devolvía para que los hiciera de nuevo.

Yo había sacado muy buenas notas en la universidad, y tenía concentración menor en matemáticas, así que sabía que no había errores en aquellos papeles. Pero ella seguía devolviéndolos con coraje hasta que un día los tiré en el aire y salí corriendo del cuarto-pasillo-oficina. Una verdadera tragicomedia. Llamé a mi madre, le conté. Me dijo que todo pasaría. Ella es supernumeraria de las que ya no tiene arreglo. Allí seguí, aislada y deprimiéndome cada día un poco más mientras me enteraba de como las antiguas compañeras de estudios se hacían médicos, se casaban, seguían con sus vidas. Debo haberme puesto muy triste porque poco más de un año después me devolvieron a la ciudad donde hice universidad. La culpa era mía claro, nadie hubiera podido prever que iba a desarrollar “tendencias depresivas”. Eso me lo dijo la Delegada que conste. ¡Gracias a Dios que no me pusieron a tomar pastillas!

Quería yo retomar el plan de estudiar medicina. Me dijeron nuevamente que no convenía, mejor hacer un doctorado en ciencias biomédicas. Mis padres también compartían la opinión de que era mejor no empezar Medicina, que sería demasiado difícil para mí. Así empecé un programa de doctorado en ciencias biomédicas en la escuela de Medicina de esa ciudad. La verdad que el trabajo de laboratorio me resultaba tedioso. A mí siempre me gustó estar con gente, y sabía que lo mío era ser médico. Así que retomé el examen de ingreso y me aceptaron en el siguiente curso de Medicina. Me dijeron, una tercera vez, que no convenía que estudiara medicina. No podría dar la talla según ellos. Ya para ese entonces yo sabía lo que quería hacer y no estaba dispuesta a seguir postponiendo mis estudios.

Me dieron libertad de vivir fuera del centro, pues qué rayos, si no me dejaban pues me iba a ir sin más. Iba a círculos y hacía las normas. Yo nunca dudé de mi vocación mientras viví fuera del Centro, pero definitivamente tenía mucha más libertad. ¡Que gustazo me daba poder estar estudiando lo que siempre había querido! Hasta que llegó el momento de hacer el primero y más importante de los exámenes de la Junta de Médicos. De este examen dependía si podría solicitar admisión a la especialidad médica de mi elección. Me estaba preparando el mes antes del examen cuando me dijeron que convenía/tenía que ir al curso anual que empezaba la siguiente semana. Pregunté si había acceso al internet en la casa de retiros para poder hacer el banco de preguntas y así continuar preparándome para el examen. Me dijeron que no. Pregunté si había posibilidad de usar el internet de la administración para poder estudiar. Me dijeron que no. No me quedó otra opción que no ir al curso anual.

Ya después de la tercera vez que me dijeron que no debía estudiar Medicina, me di cuenta de que yo para ellos no era nada ni nadie. Añádele a esto que me enterara que el Padre no lee ninguna de las cartas que una le escribe, y me quede yo sin ninguna confianza en nadie del Opus Dei. Me alejé más y más, y estaba muy ocupada con mis estudios.

Un día una de la asesoría me dijo que me recogería para ir por un café y conversaríamos. En vez de a un café, me llevó al centro de San Gabriel donde estaban la de San Miguel, ella que era la de San Rafael si mal no recuerdo, y una tercera numeraria mayor. Yo estaba tan molesta que me hubieran mentido que ni recuerdo bien lo que me dijeron. Lo que sí sé es que les dije que yo no tenía tiempo para estar perdiendo de esa manera, y les pedí que me llevaran a mi casa. Pasados unos meses me dijeron que era mejor que escribiera al Padre pidiendo dispensa, especialmente porque tenía planes de hacer la especialización en Estados Unidos -me iba del país. Mi carta tenía, como mucho, dos oraciones. Muy atrás quedaron las sinceras e inocentes palabras abriéndole mi corazón a alguien que yo pensaba me quería como a una hija.

Todo esto se cuenta en unos pocos párrafos, pero fueron doce años los que pasé en el Opus Dei. Al principio fui muy feliz, pero no es verdad que te permitan seguir tu vocación profesional. Por lo menos a mí no me lo permitieron. Y a mí los números no me salían -o conseguía una profesión o no sé quién iba a proveer por mí. Y bueno no quería acabar una señorona sin trabajo profesional, ya yo había visto como quedaban numerarias en esa situación desgraciadamente -deprimidas y sin esperanza de nada para el futuro.

Hoy día llevo casada 13 años y medio, tengo un marido maravilloso. También tengo tres hijas que crecen más rápido que volando. ¡Y soy médico! ¡Me hace muy feliz ayudar a mis pacientes! Me duele que han pasado muchos años en los que he tenido una relación distante con mis padres, especialmente con mi madre. Ambos son supernumerarios y les dolió mi partida de la Obra. Ellos sintieron, como yo también sentí, que estaba cometiendo un grave pecado dejando atrás la vocación.

He considerado compartir algunas anécdotas sobre este tema, pero la verdad que no quisiera herirlos si por casualidad leyeran esto. Por más que se hayan equivocado, pues son mis padres y no tuvieron malas intenciones. También fue doloroso dejar atrás personas que quería como amigas y hermanas.

 Como cuentan otros en estas páginas, empecé sin amigos de antes del opus y sin amigos de durante el opus, en un nuevo país, con un nuevo idioma y costumbres. Un aislamiento total. Recuerdo la primera noche en el apartamento que renté para mi primer año de internado dormí en el suelo polvoriento sobre una toalla. No había muebles y habían dejado el lugar completamente sucio después de hacer unas obras en el edificio. Mis padres no me acompañaron en esta mudanza, no me guiaron en este nuevo comienzo, lo cual era costumbre común con compañer@s en situación similar. Ni hablar de empezar a asimilarme al “mundo” con toda la negatividad que me habían hecho creer durante los años de juventud.

A veces pienso que haber salido así, sin nada, me motivó para salir adelante en mi carrera de elección. ¡No me quedaba de otra! Mi hermana mayor, supernumeraria que si pudiera se salía (caso complicado que pienso no me corresponde contar) me dice alguna vez que ella me sigue defendiendo de los que hablan mal de mí. “¿Y de mi se acuerdan si hace casi 18 años que me fui, 16 que me fui del país?”, le pregunto. Y me dice que sí, que se acuerdan, que hay quien dice que soy una fracasada infeliz. Ella sufre con esas cosas, pero yo como he hecho mi vida en otro lugar, le digo que no se preocupe. Por mucho tiempo, años, esta etapa de mi vida quedó guardada en un rincón de mi consciencia, cogiendo polvo. Un peso que por muy real que fuera trataba de ignorar lo más posible.

De casualidad leí hace dos meses sobre el Motu Proprio del Santo Padre, y me dio mucha paz saber que algo se hacía para arreglar lo que no estaba bien en el opus. Luego empecé a leer Opuslibros, y bueno, qué alivio saber que no soy la única que vio cosas que están mal, muy mal en el Opus Dei. Muchas historias tendría para contar, pero pienso que lo más importante lo he dicho: me hicieron imposible estudiar Medicina. Me parece que como mis padres eran supernumerarios prominentes en el momento en que me fui (ahora no, pues ya les han sacado todo el dinero que podían) pues la sufridera que me tocó no fue peor.

Desde que tuve a mis hijas, poco a poco se han acercado mis padres un poco más. Nos comunicamos por video cada semana, los vamos a ver por lo menos cada año (menos los años de la pandemia que no pudimos viajar). Ellos venir acá a vernos pues no tanto. ¡Gracias a todos por esta página! Perdonen el rollo. Y ánimo para el que lo necesite, que Dios es más grande que el opus y que cualquiera en él. Yo sigo pensando que Dios se acordará de mi cuando me toque morirme, porque por poca cosa y “fracasada” que sea, los años que di los di con toda sinceridad y genuinamente.

Lolita

 




Publicado el Monday, 31 October 2022



 
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