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 Tus escritos: En el mar hay peces grandes a millares.- ElyCar

077. Numerarias auxiliares
ElyCar :


En el mar hay peces grandes a millares”. Dice una de las canciones que luego aprendería en el Opus. Así quedé yo “boqueando en la orilla”. Mis amigas se esfumaron… ¿Se habrán dado cuenta de que de verdad yo no quiero ser de la Obra? Qué alivio… Así pasaron los días, no voy a decir tranquila, porque esto de que me responsabilizaran de ser el pase al cielo de mis padres una lo lleva en el corazón, en el alma y en todo su ser.

Un día la señorita, me cruza y me llama un momentito. ¿Ya le escribió al Padre? Me pregunta. Yo no sé lo que hay hacer para ser de la Obra, le respondí. Tiene que escribirle al Padre para decirle que quiere ser de la Obra. ¿Quiere que le ayude? Bueno, dije. Que si algo me enseñaron mis padres era cumplir con mi palabra...



Pasaron unos días, y como Mahoma no va a la montaña, vino la señorita con cara de cómplice y toda contenta, con papel y lapicera. No sé qué puse en la carta, seguro que empecé: Querido Padre. Cuando terminé me dijo que se la tenía que dar a la directora y que no se lo dijera a nadie. No estaba en su despacho, por suerte. Un ratito más sin pertenecer a la Obra, pensé. Dejé el sobre en el escritorio y me fui a seguir con lo mío. Más tarde la directora me mandó a llamar con la misma señorita. No sé qué me dijo, me dio un abrazo toda contenta, me felicitó, y me fui. Como para mí no era ninguna alegría no me interesaba decírselo a nadie. Pero el ambiente de alegría entre las de la Obra se cortaba en rodajas. (Después me enteré que se habían enterado enseguida).

El domingo, en el colegio, las alumnas de la Obra hacían la tertulia “arriba” en el living de las señoritas. Abrazos, besos, bienvenidas, algarabía total, ¡hasta había bombones! ¡En mi corta vida había probado un bombón! ¡Un día de fiesta y era por mí! No tuve celebración por mis quince años, pero podría imaginar por qué lo era…

Mi amiguita fue dejándome de lado, ¿Qué le habré hecho? Me explicaron, que en el Opus Dei no hay amistades particulares. Y eso, ¿Qué significa? Pero… si éramos amigas desde que llegué, somos de pueblos vecinos, nos divertíamos recordando cosas, ¡costumbres de nuestros pagos! ¡¿Dónde estaba el problema?! También la charla la empecé a hacer con otra señorita. La Obra pasó a ser nuestra familia, pero nada de encariñarse, podría ser pecaminoso. Después me enteré de que había muchas más cosas que conllevaban haber escrito esa carta. No solo las de la Obra dejaban de ser tus amigas, tampoco permanecería en una casa que sin ser propia podría considerar mi residencia habitual porque todo el tiempo te cambiaban de casa, de provincia y de país.

¡Todo lo que no sabía! Bueno, cualquier cosa que se me olvidara o hiciera mal, no había problema siempre había alguien que advertía a la directora sobre mi mal proceder y me hacía la corrección fraterna. Ahí sí, sin miramientos. ¡Todo controladito! ¡Que nada se saliera del espíritu del Opus Dei!

A medida que pasaban los días me iba enterando de muchas cosas que se vivían en la Obra y que no sabía, nadie me informó cuando escribí la carta de todo lo que conllevaba esa carta. Por ejemplo, la Charla Fraterna una vez a la semana que consistía en contarle tus cosas, intimidades incluidas, a una señorita. Supe de una oración propia de la Obra, las Preces, que se comenzaba besando el suelo. Rezábamos tres avemarías con los brazos en cruz, por la pureza. El minuto heroico consistía en levantarte de la cama en cuanto llamaran a tu puerta y besar el suelo mientras decías Serviam. La ducha de agua fría, llenar el día de jaculatorias (frases cortas dirigidas a Dios, a la Virgen, generalmente inventadas por el Fundador). Lectura, oración, misa, rosario. Círculo Semanal (que era una manera de transmitir el espíritu del Opus, siempre basado en la vida del Fundador). Todas las noches examen de conciencia y ahí aprendí a anotar en mi agenda hasta las más pequeñas cositas, para contarlas no sólo en la “charla” sino también en la confesión semanal (con el sacerdote del Opus Dei asignado, no elegido por mí). Había que contarlo TODO porque “lo que no se hablaba se pudría” nos decían, además Dios lo veía todo y si no era “salvajemente sincera” terminaría tirando la vocación por la ventana y eso sería ¡una traición a Dios! ¡Y no me podía olvidar en ningún momento que yo me había entregado Dios, a través de la obra, para que mis padres fueran al Cielo!

A unas semanas se me hizo entrega de algo que ni sabía que existían: ¡el cilicio y las disciplinas! ¡Dios, sentía que se me estrujaban las tripas! Realmente sentí miedo, pero no dije nada, pensé en mis padres. ¡Ellos se lo merecían!, Cundo los usé realmente dolían, ¡realmente lastimaban! Todos los días dos horas el cilicio. Todos los sábados mientras rezabas una, dos, tres, las veces que tu generosidad te lo permitiera, la Salve a la Virgen u otra oración larga, latigazos con las disciplinas. Nuestro Padre nos daba ejemplo de sacrificio. Se daba con las disciplinas hasta sangrar. ¡Dios qué egoísta y floja me sentía porque yo nunca sangraba y eso que me daba fuerte y me dolía! ¿Y el cilicio? Cuando Nuestro Padre tenía alguna intención especial o había alguien para “pitar” o sea para que escribiera la carta pidiendo la admisión, me lo apretaba hasta andar rengueando, pero procurando que no se notara, lógico. Ya me ocuparía del problema circulatorio que se me estaba notando bastante. Uuufff, qué suplicio, pero primero mi responsabilidad para con las almas

Y todo sumado al trabajo, trabajo, trabajo, y el comienzo de clases. ¡Cartón lleno, como se dice!

Teníamos que ser ejemplo de todo para atraer a las almas a la Obra, así que allí estaba yo dando lo mejor de mí, obediente, fiel, abnegada, escolta primero y luego abanderada. Qué orgullosa me sentía por mis padres y porque estaba cumpliendo con lo que la Obra esperaba de mí. Hacer apostolado con el ejemplo. ¡A pescar! Había que ser un buen pescador. Teníamos la responsabilidad de salvar muchas almas trayéndolas a la Obra, que era el mejor lugar para vivir y para morir, según su Fundador Monseñor Escrivá.

Con tanta cosa ¿qué tiempo para pensar teníamos? Es que no hacía falta pensar, en el Opus Dei lo único que había que hacer era obedecer y callar. Las mujeres, con que fuéramos discretas era suficiente. Debíamos terminar exprimidas como un limón. ¡No éramos otra cosa que borriquitos sarnosos -palabras de Nuestro Padre Monseñor Escrivá de Balaguer y Albás-, que no hacíamos más que lo que teníamos obligación de hacer! Esas eran las enseñanzas del Santo. ¿Santo?

Conclusión:

Coacción: ¿Ya le escribió al Padre? ¿Quiere que le ayude? (a escribir la carta de admisión). Facilitar papel y lapicera para escribir la carta.

Mentira: No se lo diga a nadie. (Todas estaban enteradas)

Control: Corrección fraterna, Charla semanal, Confesión semanal, tomar nota diaria de mi conducta.

Manipulación: Usar la amistad como presión para convencer. Lo que no se dice se pudre y se termina tirando la vocación por la ventana, así que dime todo.

Control mental: No hacía falta pensar, con obedecer y callar bastaba. Lecturas autorizadas, oración continua, trabajo intenso, obligación de hacer apostolado, medios de ¿de-formación?

Ocultar la verdad: Nunca explicaron en qué consistía mi vocación, cuales eran mis derechos y obligaciones como miembro del Opus Dei.

Explotación: Trabajo intenso, poco descanso. Realizar tareas que no me gustaban “por amor a Dios”. Incitar a ser la mejor solo para dar ejemplo, una competencia innecesaria. ¡Nuestro deber era terminar exprimidas como un limón! No hacíamos más que lo que teníamos obligación de hacer.

Culpas: Por no llegar al sacrificio que llegó el Fundador, por sentirme agotada, por no llegar a todo lo que era mi deber: trabajo, estudio, oración, apostolado.

Discriminación: Las mujeres con ser discretas ya era suficiente. No éramos más que un burro sarnoso.

Bueno qué puedo hacer, me quedó la “costumbre” del orden, por eso considero que ésta es la segunda parte de mi vida en el Opus Dei.

 

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Publicado el Monday, 22 August 2022



 
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