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 Tus escritos: El final de la pillería santa.- Cantinflas

110. Aspectos jurídicos
Cantinflas :

Considero que el motu proprio “Ad Charisma Tuendum” del Papa Francisco es todo un terremoto. Está por verse cuál es el efecto práctico en una posible reforma del Opus Dei. Pero que el Papa diga de manera clara lo que dice, derrumba desde la base el poder simbólico que el Opus amasó durante cuatro décadas frente a propios y -algo ilusos o interesados- extraños.

Los directores del Opus Dei saben lo que implica este motu proprio pero se hacen güeyes, como decimos en México...  



Están dando mil maromas para hacer como que la Virgen les habla y no abordar en público y ante los socios del Opus Dei (no fieles, por cierto) lo que este cambio significa: que todo el rollito que nos daban en los 1990 y 2000 sobre la naturaleza jurisdiccional (y no asociativa) del vínculo entre los laicos y el prelado se cayó a pedazos. Resultó que el Opus sí es un fenómeno asociativo y no jerárquico. Por ello, sí está dentro de la misma ‘canasta’ que todas las organizaciones, institutos de vida consagrada, pías uniones, órdenes religiosas e institutos seculares que tienen, precisamente, un origen carismático (y, por tanto, asociativo). Pero, en vez de hablar con la verdad, la dirección del Opus Dei se esconde en la ambigüedad. Se parapeta en que lo carismático y lo jurisdiccional son dos caras de la misma moneda, cambiando así el contexto preciso en el que el mensaje papal va dirigido: desmentir la narrativa jurídica y pastoral del Opus en las últimas cuatro décadas.

El Opus Dei y sus facultades de derecho canónico llevan 40 años difundiendo la idea de que el estatuto de prelatura personal les alcanza para equipararse a una estructura jerárquica episcopal en la Iglesia. Esto implica una autonomía funcional y un entendimiento extraño (y sectario: la iglesia de los elegidos, como puso de manifiesto Ana Azanza) del vínculo de los miembros no sacerdotes (la gran mayoría) con la institución.

Sin embargo, Gervasio, Haenobardo, Joseph Knecht y muchas otras personas de Opuslibros, nos han explicado bien que la prelatura personal no se asemeja a una estructura episcopal. Uno no nace en el Opus Dei. Nace en la respectiva parroquia de la respectiva diócesis u ordinariato. Así, la relación del prelado con los laicos (“los cooperadores orgánicos”) no puede equipararse a la jurisdicción del obispo diocesano. Tan es así que el Padre y sus vicarios no pueden emitir dispensas matrimoniales ni administrar los sacramentos -sin la delegación de un obispo-. Como mucho, pueden dispensar a una supernumeraria de la visita al Santísimo o del rezo del acordaos (a Obdulia, como Gervasio se la imaginó). Ello significa que una organización de tipo carismático es necesariamente asociativa.

El motu propio contradice el discurso oficial -un discurso mentiroso-. Al contrario de este discurso oficial, el lugar del Opus Dei se explica como una evolución del fenómeno religioso, que cada vez va saliendo más y más al “mundo”. Sin embargo, en las charlas introductorias que se le dan a los recién llegados (“pitados”) se recalcaba que el Opus Dei no era parte de la evolución de las órdenes religiosas que cada vez se secularizaban más y más sino un fenómeno totalmente diferente, perteneciente a una dinámica laical radicalmente distinta.

Cuando se describe de forma honesta, la práctica que vive el Opus Dei, como sabemos los que fuimos numerarios, es bien coherente con la práctica de los institutos seculares y bien lejana del discurso oficial. En efecto, éstos institutos (como explica Von Balthasar, por ejemplo) son una manera en la que la vida consagrada puede seguir viviéndose en un mundo que cada vez tolera menos los conventos, monasterios y abadías. Además, permiten a las personas consagradas en esos institutos proveer servicios necesarios (cuidados, educación, atención a los necesitados, etc.) y otras actividades profesionales mientras viven su vocación de total entrega según los tres votos tradicionales. El Opus Dei sería un fenómeno laical según el carisma fundacional, aunque todas sus prácticas se asemejaran a la más estricta tradición de los consejos evangélicos (los famosos votos de castidad, pobreza y obediencia).

El engaño vocacional (o fraude, como lo llama EBE) del Opus Dei es el contexto donde la indicación del motu proprio del Papa Francisco toma todo su sentido. No me refiero a la manipulación de jovencísimas personas para que entraran a la organización sin un debido discernimiento vocacional (como ha explicado aquí Castalio). La corrección de este defecto grave no implica una refundación. Si lo hace, al contrario, el dejar de hacer creer a los socios célibes que son laicos como cualquiera, al tiempo que se les fuerza a llevar una vida que en nada se diferencia de la de los religiosos. Esto conlleva un fraude en toda la expresión del término: se te invita a ser un profesionista y buscar el éxito y el prestigio en tu desempeño, pero se te va llevando -¡utilizando el nombre de Dios!- a renunciar a esos anhelos profesionales que se supone eran el fundamento de tu llamada vocacional. Tengo para mí, que muchas enfermedades psicológicas de numerarias y numerarios tienen su causa precisamente en la tensión que ocasiona una doble vida: en aparentar que son seculares al tiempo que le deben obediencia a la organización, viven en pseudo conventos y pseudo monasterios, obedecen el silencio mayor y menor y deben, por ejemplo, de abstenerse de ser padrinos y madrinas de bautizo “por que no pueden comprometerse con semejante responsabilidad”, aunque todos sabemos que hay una regla que se los impide. El Papa está pidiendo, a su modo, que dejen de engañar a sus socios con un doble discurso (que es fundacional, es decir, el fundador sabía que los miembros de su institución serían religiosos sin parecerlo).

Así, el Opus Dei debe dejar de ser un instituto secular disfrazado de prelatura. Y aquí no hay más que dos sopas. O dejan el discurso de la aparente secularidad para reconocer que los miembros célibes son parte de una estructura quasi-religiosa. O bien, asumen que son una asociación clerical en la que los laicos colaboran con lo que pueden y quieren, y mientras ellos y ellas puedan y quieran. Considero que una de estas dos posibilidades sería una sana conclusión de esta intervención papal. O el Opus Dei se asume como instituto secular o con todas sus consecuencias o como prelatura personal y deja de querer controlar a los laicos.

La primera opción implica volver a ser, de forma y en la práctica, un instituto secular. Serlo y parecerlo. Basta que echarse un clavado en los capítulos que norman estos institutos en el Código de Derecho Canónico para entender a qué me refiero. Los que hemos sido numerarios nos damos cuenta que estas normas son casi idénticas a la forma como hemos vivido el “espíritu” del Opus Dei. Esta opción supondría un borrón y cuenta nueva con todo el discurso del “Itinerario Jurídico del Opus Dei” (libro que ya podemos dejar empolvarse en alguna biblioteca perdida). Pero sería una opción honrada y sincera, si es que se quieren seguir viviendo todas las normas y costumbres que vivió y enseñó el fundador y sus sucesores.

La segunda opción -que pareciera la preferida del motu propio- significa reconocer, en el discurso y en la práctica, la laicidad de todas las personas que colaboran con el clero de la prelatura. Esto implica que el compromiso entre cualquier persona laica que colabora con los apostolados del Opus Dei sea similar al de los miembros de los boy (o girl) scouts. Atrás quedarían los votos, las botas, los botines y los botones del buen Chema. Nada de vivir en centros, ni de no dar aventón a las personas del sexo opuesto, ni de pedir permiso para dedicarse a tal o cual ocupación, ni de obligarse a las prácticas de piedad del Opus Dei, ni más oblaciones, incorporaciones ni fidelidades. Atrás quedarán las inversiones profesionales, los permisos para adquirir coches, las dispensas de vida de familia, las tertulias de 40 minutos con “espíritu sobrenatural”, el tiempo de la tarde y de la noche, la lista de San José, el “hablar para pitar”, los cilicios, disciplinas y dormir en tabla, y, desde luego, las numerarias auxiliares tal como las hemos conocido. Si la institución es secular (como el título de protonotario apostólico supernumerario parece implicar) no se debe obligar a los laicos a que vivan costumbres que fueron pensadas para la vida de consagración a Dios y, por tanto, de alejamiento -poco o mucho- del mundo.

La vida laical no tiene unas constituciones, reglas o estatutos que regulen cada respiro de nuestras vidas. Como muchos y muchas han explicado aquí en Opuslibros, uno puede decidir vivir ciertas facetas del carisma de San Ignacio, sin hacerse jesuita. O de Santa Teresa y San Juan de la Cruz sin consagrarse como carmelita. O de San Francisco, sin ser parte de la orden franciscana. Y así. Las decisiones laicales tienen que ver con un propio discernimiento personal -con una guía espiritual o sin ella-. Por tanto, la santificación de cualquier cristiano corriente no pasa por vivir normas, reglas o costumbres que no le tocan. Esto, si su vocación es laical. Sin embargo, el Opus lleva predicando la condición laical de sus miembros -ad extra- mientras exige -ad intra- un régimen cuasi religioso. Y esto lo ha justificado como parte de su carisma que, nos decían, estaba completamente aprobado por la Iglesia.

Pues resulta que no, que esta doble versión (parecer laica o laico sin realmente serlo) nunca ha sido aprobada por la Iglesia (quizá solo por Eijo y Garay en Madrid). De nuevo, el Papa Francisco exige que se presenten unos estatutos claros y detallados sobre la condición de la prelatura, sus clérigos, seminaristas, diáconos y cómo los laicos colaborarán con ella y cómo se relaciona todo esto con el carisma fundacional.

Y ya hablando de carisma, yo lo entiendo como algo mucho más general y abstracto que lo que “nos dejó esculpido” el fundador (¡!). Es decir, el carisma no incluiría los crespillos, ni las Ave Marías con los brazos en cruz, ni las Preces, ni los círculos, ni las auxiliares con cofias y doble llave en las puertas. Una cosa es el mensaje y otra cosa son las medidas de gobierno que han ido haciendo esa “guardería de adultos” que todos aquí vivimos. De paso, revalorar a las personas (lo principal) sobre la institución (lo secundario), también ayudaría (ver los escritos de Jacinto Choza y Antonio Ruiz Retegui).

El Opus Dei es como una matrioshka rusa. La prelatura personal enmascara un instituto secular. Pero, peor aún, el instituto secular enmascara una especie de sociedad secreta cristiana -todo un oxímoron- que se detalla en los reglamentos del Opus como pía unión de 1941 (en el apartado “Espíritu”, n. 9 en adelante). Es este el verdadero -y escandaloso, por integrista- carisma fundacional. ¿Qué queda si esto desaparece? Humo, solo humo. Y espejos. No lo tienen nada fácil. Nadita. Parafraseando a Von Balthasar, el carisma del Opus tiene cosas nuevas y cosas cristianas. Pero lo nuevo no es cristiano y lo cristiano no es nuevo.


Como conclusión, el motu proprio no se trata de una simple reforma administrativa, ni de solo un cambio de ventanilla vaticana. No es “una invitación a servir a la Iglesia como ésta quiere ser servida siguiendo el carisma de Sanjosemaría”. Es, en cambio, un auténtico manazo papal al Opus Dei. Se explica por 40 años de discusiones bizantinas sobre el itinerario jurídico del Opus y que enmascaran una práctica vocacional y pastoral anómala, secreta y poco cristiana. Es una invitación forzada en la que Francisco les dice “defínanse, compadres, pero sepan que no se puede todo en esta vida”.

Cantinflas




Publicado el Monday, 08 August 2022



 
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