XXXII

Mi querido Orugario:

No puedo decir que me alegro de haber recibido tu última carta. La zozobra que expresas en ella me parece, a decir verdad, de lo más ridículo. Ya se ve que mientras que el viejo Balabapo siga al frente de la Academia de Entrenamiento, se nos escurrirán muchas almas por el camino, por no saber afrontar casos tan elementales como el que planteas a propósito de tu nuevo paciente. Solo una mala formación en las artes de lo Retorcido y una flagrante falta de experiencia pueden expresar tu disgusto ante el hecho de su vinculación a ese grupo religioso. Nunca has sido demasiado brillante, pero tu torpeza en este asunto me deja verdaderamente boquiabierto. Deberías saber que, con la estrategia adecuada, tales instituciones pueden sernos de gran ayuda en nuestra preciosa labor de desesperación de las almas. ¡Y, además, no de cualesquiera almas! Sino de almas bellas, puras, generosas: en resumen, de aquellas que más le satisface engullir a Nuestro Padre de las Profundidades. Eso sí, te concedo que hay que proceder poco a poco, con sumo sigilo, como llevándolas por un plano inclinado. Un error de cálculo, y tu paciente puede dar un giro radical: nunca están los hombres tan cerca, a la vez, del Abismo y de lo que el Enemigo llama “Gloria” que cuando pertenecen a uno de estos grupos. No obstante, si sigues al pie de la letra las siguientes directrices, tienes el éxito casi asegurado…

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