La relación de noviazgo como supernumerario joven (antes de iniciar con el esquema de relación fijado como “debido” para ser pololos, les comparto la visión y nivel de exigencia para con las mujeres jóvenes).

Con el puritanismo impuesto, que no permitía pololear con una mujer joven que no fuese de una inmaculada reputación, el relacionarse con compañeras de facultad, con amistades en las que hubiese presencia de mujeres, colegas en el trabajo... 

Y así, por el transcurso de los años fue difícil, realmente difícil sobreponerse y abrir la mente y el corazón rompiendo la rigidez impuesta y autoimpuesta por la dirección espiritual, en la que todos confiamos, en la charla fraterna en la que abríamos el corazón y con nobleza (a veces estupidez e indiscreción) exponíamos nuestras conjeturas y dábamos respuesta a las absurdas preguntas del numerario en turno, un numerario puritano, quisquilloso y “envidioso”, realmente queriendo vivir lo que uno vivía, queriendo sentir algún afecto en la soledad de su miserable vida, auto justificada con la falsa entrega a Dios.

Me cuestionaba si hubiese una mujer en la Tierra que fuese adecuada, acorde y compatible con nuestra vocación y gran entrega a Dios, y la respuesta era siempre la misma, no. Ese sentimiento de superioridad, de grandeza espiritual y gran fortuna de ser miembro supernumerario del Opus Dei, era la constante. Nunca vi a alguna supernumeraria como la respuesta a mis ruegos por una “buena mujer” abierta a la vida y a la entrega, siempre me pareció artificial y “antinatural” en esos noviazgos y matrimonios endogámicos en el Opus Dei. Esos que “tantas” vocaciones y matrimonios santos daban, de 8 hijos salían 3 numerarios en Roma, un cura, 3 supernumerarios y como nunca falta 1 oveja negra para santificarse y mortificarse. Noviazgos ejemplares, que surgían en las reuniones del “clubes de cine” los sábados por la tarde en la casa de un matrimonio de supernumerarios comprometidos con traer vocaciones matrimoniales, a ver una película piadosa o de “casa” para invitar a “amigos” y conocer “amigas” que fueren del perfil opusino indispensable, después de una tertulia cuasi “curso básico” o ”círculo” se degustaban una soda y canapés elaborados por alguna supernumeraria que estudiase Administración del hogar o equivalente, y de allí al cotilleo para acordar citas, sólo de recordar las pocas veces que asistí da repelús.

Ahora en el ámbito social de estudiante, ni que decir, salir con amigos era señalado como pérdida de tiempo si no eran invitados a un curso básico o la constate señal de ocasión de pecado al asistir a un bar, irse de copas era imperdonable paganismo. El control era que no faltases a la labor social de los sábados por la mañana y por la tarde ir al Centro a recibir círculo de San Rafael, escuchar la meditación y la Bendición, para pasar a cenar en casa o en contadas ocasiones salir con los asistentes a una cena ligera y temprano a casa. No voy a negar que las tertulias sabatinas de los años 90, que después de la cena en casa, eran alegres y se compartía un buen ambiente de familia, mismo que se perdió al paso de los años, hasta convertirse en tertulia de numerarios, en donde la soledad y el egoísmo de esos numerarios aburridos, con un cura que era compañía de la impaciencia por huir al encierro de un cuarto a esperar el amanecer de un nuevo día. Aunque siempre había quienes se escabullían para “vivir” a escondidas.

Como mencioné en el escrito anterior, uno va llenando las carencias emocionales con espejismos, con autoengaños, con autocomplacencias, con conformismo y comodidad. Ya en la vida laboral, ni que decir, una vocación de joven supernumerario conllevó todo lo anterior a un grado mayor de cuidado o celo escrupuloso. Ninguna mujer del mundo “exterior” puede ser una polola digna de uno. Esta actitud sólo cierra oportunidades de conocer y entender la vida, a los demás, a querer y aceptar la realidad de muchos y de uno mismo, ni que hablar del respeto. No entraré en nombrar la falta de caridad y real misericordia y amor a los demás. Eso por sabido se calla, me avergüenza haber dejado tanta gente buena en el camino, los que eran buenos amigos, buenos colegas simplemente, se fue cerrando el camino, todo por aplicar el santo racero opusino inoculado en nuestras mentes y almas. Esto no es aceptar lo inaceptable, tolerar lo intolerable, transigir con el pecado, es simplemente vivir católicamente.

Cuando por fin siendo un solterón entre los amigos ya casados, ellos con hijos y felices en la lucha matrimonial, aparece la mujer que en verdad es la compañera para la vida, para realmente formar familia, las cosas tampoco son fáciles para uno y para ella. Aún recuerdo estar en Madrid, en la casa de Diego de León, ante la tumba de la abuela y pedir por una mujer santa para mi vida.

Es sumamente complicado para una mujer convivir, comprender y acompañar a un rígido supernumerario. Las normas de piedad, siempre “parecen” incomprendidas por ella. Cuando realmente el loco es uno, el fanático es uno, el pirado es uno. Llegamos a ser crueles e impositivos con quien nos quiere, pero en la confesión, en la dirección espiritual y en la charla fraterna es considerado una “incomprensión” de los de afuera, vaya calamidad. La visión de la vida, de la moral, de la religión, de la sexualidad, de la vida en pareja y de familia es realmente sufrida por ella en primer lugar, y muy de cerca por un mismo, por los muchos años que vivimos juntos mientras pertenecí al Opus Dei.

Sin embargo, al paso de los años y al ir madurando la vida matrimonial y espiritual en familia, uno se vuelve o al menos yo, me volví más practicante en el fuero interno que en familia, lo que es también malo y contraproducente para todos. Uno sufre en soledad, uno ora en soledad, uno va teniendo una doble vida, contrario a lo que realmente debe ser la unidad de vida. Hoy mi matrimonio después de dejar el Opus Dei ha resultado fortalecido, con una vida espiritual en pareja, en familia, sin exclusivismos, sin egoísmos, con sinceridad y sin sufrimientos propios o infligidos a la esposa y a los hijos.

Piénsalo, reflexiónalo, pondéralo antes de formar parte de la tiraría que es el Opus Dei y en lo que se ha convertido al paso de los años de deterioro y pérdida de rumbo, atado a un pasado de gloria de los años 90s, de juventud, ilusión, de verdadero compromiso y amor por servir a Dios, atado a una “doctrina” y estilo de vida de la posguerra, atado a un materialismo insaciable, atado a una idolatría que parece sólo venerar a un fundador tan pecador, tan miserable, tan cruel, tan… tan… y también tan… que ha caído en desgracia al ir desvelándose su humanidad, en sí toda su mundanidad.

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