Muerte de Hans Küng

Rescatado, 14 de abril 2021

Yo me voy a limitar a comunicar que él es uno de los teólogos –junto con el teólogo laico francés Claude Tresmontant- hacia el que siento mayor agradecimiento por la ayuda que me ha supuesto la lectura de sus libros (en mi biblioteca tengo 25 de sus cerca de 50 publicados) para cultivar una fe cristiana inteligente.

He sentido profunda admiración por libros como: ¿Existe Dios?, Ser cristiano, El Cristianismo, El Islam, El cristianismo y las grandes religiones, entre otros.  Asimismo por los tres libros que contienen sus memorias. Por cierto, que en el primero de estos libros de memorias, titulado La libertad conquistada, en la p. 537 narra lo siguiente:

Yo mismo fui abordado en San Pedro por monseñor Álvaro del Portillo, segundo (y más tarde sucesor) del “fundador de la secta” Escrivá de Balaguer, para preguntarme si estaba interesado en una conversación sobre el Opus Dei”. Seguro que con mi “no” no me creé ningún amigo. Pero “principiis obsta!” “¡resístete a los comienzos!”.

Fue uno de los principales teólogos y peritos del Concilio Vaticano II, junto con  Ratzinger, Rahner, Congar, De Lubac, Chenu, y Schillebeecks. En tiempos del papa Pío XII, dada la falta de respeto a la libertad de pensamiento teológico por parte del cardenal Ottaviani (que presidía el organismo que ahora se llama Congregación de la Doctrina de la Fe), todos ellos estaban considerados como autores peligrosos (por supuesto, totalmente prohibida su lectura en el Opus Dei); Congar padeció la prohibición de ejercer como teólogo en una Universidad de la Iglesia (como posteriormente le ocurrió a Küng, por mandato de Juan Pablo II). Sin embargo, todos los primeros fueron rehabilitados por el papa Juan XXIII, y Congar fue probablemente el teólogo que ejerció la mayor influencia que cualquier otro pudo ejercer sobre las decisiones de Concilios en el pasado.

Es comprensible que algunos como Hans Küng, que se atreve a reclamar la revisión sobre la doctrina de la infailibilidad papal, tenga que ser radicalmente rechazado en una institución en la que se vienen a sostener la infalibilidad del fundador y, en cierta manera, de todos los directores. Además, como decía el fundador: “Las constituciones del Opus Dei son santas, perpetuas e inmutables”.

Una parte importante de las propuestas de Küng han ido siendo aceptadas. Y creo que, más pronto o más tarde, su petición de que se revise la doctrina sobre la infalibilidad de los papas (cuando declaran algo excathedra), acabará siendo revisada.  Con mayor razón dada la tendencia del católico teológicamente inculto a pensar que un papa habla siempre excathedra.  Incluso el papa Benedicto XVI, cuando publicó el primero de sus tres volúmenes sobre Jesucristo advirtió que –como es natural- no escribía excathedra, y que por lo tanto, cualquier pensador cristiano podía publicar sus discrepancias con total libertad, como de hecho hicieron algunos teólogos.

Es normal que se produzcan tensiones intraeclesiales ante aportaciones teológicas innovadoras.

Algo que acostumbra a silenciarse es que en el siglo XIII, cuando Tomás de Aquino introdujo la innovación de integrar en el pensamiento cristiano conceptos filosóficos del pagano Aristóteles, tuvo que padecer que dos arzobispos –el de París y el de Canterbury- declarasen que cada vez que un fiel atacase doctrinas de Tomás de Aquino, ganaría indulgencias (no recuerdo cuántas).

Volviendo al tema de la infalibilidad papal (excathedra), solo en dos ocasiones se ha ejercido por un papa ese derecho:

·         Para la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción, en el año 1854 por Pío IX

·         Y la declaración de la Asunción de María, por Pío XII

Ambos dogmas han sido objeto de debates. No hay que olvidar que –según Tomás de Aquino- María había sido concebida  con las consecuencias del pecado original, como todo ser humano.  Aunque hay que evitar una doctrina de estilo mitológico sobre este pecado. Hace tiempo que se sabe que la palabra Adán no se refiere al nombre de un individuo –supuestamente el primer homo sapiens- sino que significa “género humano”, “la humanidad”, como se traduce el correspondiente término hebreo en todo el resto de la Biblia. Pero, por causa desconocida, en la traducción al griego del libro del Génesis, se mantuvo la palabra hebrea, lo que dio lugar a entenderla como el nombre de un individuo.

He leído que, recién elegido como papa Juan XXIII, alguien le dijo más o menos esto: “Bueno, ahora su santidad ya es infalible si declara algo”. El respondió: “Yo no soy ni seré infalible, porque nunca pienso declarar algo excathedra”.

Posteriormente ninguno de los tres papas siguientes ha declarando nada excathedra. Tampoco se declaró nada como dogma en el Concilio Vaticano II.  Ciertamente que, cuando Juan Pablo II dijo que ya no se podría discutir sobre la posibilidad de la ordenación sacerdotal de la mujer, algunos lo han interpretado como doctrina infalible, pero su declaración no reúne los requisitos que se establecieron para toda declaración excathedra (entre otras, su fundamentación bíblica).

Yo lamento que a Küng le faltasen, en sus relaciones con la autoridad eclesial, unas cualidades de “mano izquierda” –y cordialidad- que tuvieron otros innovadores como el teólogo Edward Schillebeecks y el norteamericano Avery Dulles, que acabó siendo cardenal, a pesar de que escribió frases como la siguiente, en la que se reconocen la presencia de errores de doctrinas supuestamente dogmáticas:

La perseverancia de la Iglesia en la verdad del Evangelio le da una cierta infalibilidad, sin necesidad de que quede garantizada cada proposición propuesta por el magisterio eclesiástico, ni siquiera en sus actos más solemnes (Dulles, 1975,  Modelos de la Iglesia.  Estudio crítico sobre la Iglesia en todos sus aspectos, Santander: Sal Terrae, p. 190).

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