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Tu escrito reciente sobre LA MAGNA OBRA tiene muchas afirmaciones interesantes y que comparto, aunque no todas.

 

Con frecuencia me he referido –oralmente o por escrito- por ejemplo, al incumplimiento del segundo mandamiento (no tomar en vano la palabra “Dios”) por parte de muchos cristianos. Pienso acertada la afirmación de que la idea que comparten sobre Dios algunos cristianos lo asemeja a “una suerte de presidente de una empresa multinacional que hace cálculos en pos de un mayor rendimiento”. Asimismo, el hecho de que no quede claro en qué basan la fe muchos creyentes católicos adultos y con cierto nivel cultural...



Ciertamente, parece que son demasiados los católicos –y cristianos en general- que durante su adultez mantienen una fe pueril, no adulta, no inteligente, no reflexionada con la razón, y no experimentada con sentimientos y aspiraciones genuinas. Católicos que pueden ser más o menos cumplidores de prácticas litúrgicas y normas morales, pero que no queda claro que experimenten una auténtica espiritualidad cristiana.

 

En una sociedad crecientemente plural, como la actual, es mucho más necesario que antes que un católico adulto pueda: 1º) dar razón de su fe, y 2º) ofrezca el testimonio de alguien que aspira a guiar los distintos capítulos de su vida a partir del Evangelio.  Que no dé la impresión de que su adhesión a la fe cristiana es meramente una costumbre o herencia familiar, o cultural, etc.

 

Ahora bien, esta experiencia observo que ocurre en miembros de todas las cosmovisiones. También en seguidores de religiones no cristianas, y en teístas o panteístas (que no estén vinculados a una religión concreta); y en agnósticos o ateos (que tienen también sus creencias).

 

Entiendo por agnosticismo toda cosmovisión y creencia que sostiene que no hay posibilidad de alcanzar ninguna convicción o creencia razonable sobre cuestiones como la existencia o no existencia de un ser divino creador, de una forma superior de existencia después de la muerte y sobre la existencia o no, a lo largo de la historia, de alguna revelación de origen divino. El agnóstico considera inevitable permanecer en esta incertidumbre, ya que sostiene que ni por la razón –vía filosófica-, ni por la comprobación de alguna revelación divina –vía de la fe religiosa y la teología- es posible llegar a ninguna convicción razonable.

 

Entiendo por ateísmo toda cosmovisión y creencia que sostiene que el Universo es una realidad solitaria, en el sentido de que no depende ni en su origen ni en su evolución, de ninguna realidad divina, se entienda ésta tanto como trascendente o como inmanente a nuestra existencia. Tanto su origen como los saltos creativos que se manifiestan a lo largo de la evolución –por ejemplo, el paso de la no vida a la vida, etcétera- son acontecimientos que parten únicamente de la materia y que se producen sólo por azar. La muerte equivale a la total aniquilación de la existencia humana. Puede distinguirse entre el ateísmo humanista y el ateísmo nihilista. En éste –a diferencia del primero- tampoco aparece la fe (= confianza) en el ser humano y en sus capacidades humanizadoras.

 

Entiendo por teísmo toda cosmovisión y creencia que considera que puede sostenerse con fe razonable que el Universo y los seres que en él habitan, y en especial el ser humano, dependen en su existencia y en su evolución de un Ser divino, último responsable del proceso evolutivo creativo. Atribuyen a este Ser divino o Realidad suprapersonal, entre otras cualidades, una sabiduría, bondad y amor que desbordan la capacidad de comprensión humana. Sostiene también que se han producido vías de comunicación entre el Ser divino y la criatura humana (la Revelación divina). La Realidad divina –para mayoría de los teísmos- es a la vez trascendente e inmanente al ser humano. Este se encuentra inmerso en ella. El teísta admite una forma superior de existencia humana después de la muerte. Religiones de base teísta son principalmente: el Cristianismo, el Islam, el Judaísmo (o Sionismo), y algunas ramas del Hinduismo. Pero también se dan formas de vivir la cosmovisión teísta sin vinculación con ninguna de tales religiones. Las tres religiones citadas son monoteístas (unicidad del Ser divino); aparte de ellas se dan los politeísmos (religiones de muchas divinidades).

 

Entiendo por panteísmo toda cosmovisión y creencia que admite la Realidad divina como una realidad inmanente en el Universo y en todos los seres que lo habitan, pero no trascendente a ellos (a diferencia del teísmo). Es decir no admite una distinción real entre el Ser divino y el Universo con los seres que lo habitan. Los panteístas tienden a sostener que después de la muerte –que lo consideran un hecho más bien aparente que real- el espíritu del ser humano se funde con el Ser divino y desaparece la creencia en un yo individual, que es fruto de la superficialidad de la existencia terrena. Hay muchas variantes del panteísmo. Una parte de los hindúes y de los budistas tienden a sostener una cosmovisión panteísta.

 

No faltan autores que consideran que algunas de las concepciones sociológicas y psicológicas que se desarrollaron en el siglo XX –como son el Marxismo, el Psicoanálisis y la Psicología Humanista- fueron vividas por una parte de sus seguidores como si constituyesen su cosmovisión religiosa, es decir la vía principal para lograr la liberación de las alienaciones de la existencia humana. Se trataría, en este caso, de religiones cuya representación de la realidad suprema sería la que, en la clasificación de Martín Velasco, se incluía en el grupo integrado por las cosmovisiones que conciben esta realidad suprema como “el estado al cual aspira el ser humano”.

 

Hace unos treinta años inauguré una actividad que denominé Encuentros Existenciales en la que se dedicaba un sábado entero, mensualmente, a reflexionar y meditar sobre un valor ético, o bien sobre experiencias humanas que pueden dar sentido a la vida.

 

En el encuentro primero participaron unas 30 personas. Cristianos éramos siete: los dos organizadores más otros cuatro católicos y una evangélica.

 

Durante una parte del tiempo se dividían en grupos pequeños para dialogar a partir de un cuestionario sobre cómo experimentaban ese valor ético desde su peculiar cosmovisión.  Se formaron los grupos siguientes: 1) ateos; 2) agnósticos; 3) hindúes y budistas; 4) cristianos.

 

Posteriormente yo indiqué que convenía que los participantes de cada grupo no lo eligieran solo por cierta simpatía, o curiosidad, o moda. Que pudiesen dar razón de los fundamentos de su fe. Entonces ocurrió que mayoría de los que habían elegido los grupos, en especial los ateos y agnósticos, me dijeron que no estaban en condiciones para dar razón de los fundamentos de su cosmovisión preferida, que era cuestión de simpatía. En vista de ello, la mayoría tuvo que pasar a un grupo nuevo, que resultó el más numeroso: el de “los indefinidos” (que no debía confundirse con el de los “indiferentes”, que en general comprendían que era una superficialidad). Es decir, su supuesta fe atea, agnóstica, teísta, panteísta, etc., no era una fe adulta, inteligente.  Era, con frecuencia, una reacción por indigestión, tras una sociedad anterior demasiado uniformemente nacional-católica, o por otras razones emocionales.

 

Los indefinidos reconocían que tenían pendiente resolver la cuestión sobre las cosmovisiones que den sentido al conjunto de su vida. Cuestiones urgentes en su vida: encontrar trabajo, elegir su pareja, resolver su vida económica, etc., habían contribuido a que fuesen postergando esta cuestión, y ahora comprendían que ya merecía ser considerada.

 

En los 40 años de historia del Instituto Erich Fromm que creé en 1979 han pasado cerca de unos 4.000 pacientes (terapias de un año de duración como media) y unos 400 alumnos del máster (psicólogos y una minoría de psiquiatras). El porcentaje de cristianos fue durante años del 14%, y en los últimos años apenas el 10%.

 

Una aspiración mía –y de la codirectora- (en la parte formativa, no en la terapéutica) es ayudar a que la cosmovisión que vivan para encontrarle sentido a la vida sea una experiencia inteligente (que puedan dar razón de ella), aparte de afectiva y coherente con su praxis.

 

Respecto a la afirmación “Alguna gente simple se imagina que deberían ver a Dios como si estuviera allí y ellos aquí. Pero esto no es así. Dios y yo somos uno” requeriría aclaraciones, ya que puede interpretarse de formas diversas. O bien desde el Panteísmo (véase la definición ofrecida antes); o bien desde una versión inteligente del Teísmo, como las de los filósofos Xabier Zubiri y José Gómez Caffarena, y que algunos denominan Panenteísmo (no en el sentido de Krause, sino en el de Bulgakof).  En ella se entiende la Divinidad como una Realidad no solo inmanente al ser humano (San Pablo recogía la afirmación religiosa de un pagano de su época, según la cual “en Él vivimos, nos movemos y existimos”). La denominación típica de esta forma de manifestación de lo divino se llama, preferentemente, Espíritu Santo. Además se entiende la Divinidad como el “Totalmente Otro”; el Tú divino al que cabe dirigirse con la palabra, el Padre Nuestro que está en los cielos (es decir, en la Trascendencia).  Trascendente que, a su vez, está en mí. Pero se reconoce una distinción real entre la Divinidad y el Universo (incluidos los seres inteligentes y libres que lo habitan).

 

Tú tienes perfecto derecho a ser Panteísta, pero otros lo tenemos a ser panenteístas, sin necesariamente ser “gente simple”, como generalizaba el místico Eckart; y sin cometer el error de una “imagen cosificada” de lo divino.  Ambos tenemos que poder dar razones inteligentes que fundamenten nuestra convicción religiosa, nuestra fe inteligente.

 

No se trata de que haya persona humana “y además” Dios.  Precisamente porque Dios no es trascendente a las cosas, sino trascendente en ellas, precisamente por esto las cosas no son simpliciter Dios, sino que en algún modo son una configuración de Dios ad extra.  Por tanto, Dios no es la persona humana, pero la persona humana es en alguna manera Dios: es Dios humanamente.  Dios no incluye al hombre, pero el hombre incluye a Dios (Zubiri, 1985, pp. 378s) (el subrayado es mío).

 

 

Ramón Rosal Cortés

e-mail: ramonrosalc@gmail.com




Publicado el Friday, 07 June 2019



 
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