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 Correos: Qué existencia tan privilegiada había tenido en el Opus Dei.- Horatio

020. Irse de la Obra
Horatio :

Traducido por Mediterráneo

 

Querida Eileen Johnson,

Muchas gracias por tu escrito del otro día: “¿Vivo o muerto? Habla un sobreviviente del Opus Dei”

Fui numerario en Londres durante la misma época, pero mi experiencia no pudo ser más distinta. Pité en Londres, en los joviales y libertinos 60’s, y todo el mundo en la Obra parecía increíblemente despreocupado y tranquilo.

 

Llegué a Netherhall, en el barrio de Hampstead, a los diecinueve años, pero nadie pareció interesado en reclutarme, tuve que insistir mucho para que me permitieran unirme a la Obra y me dieron la opción de unirme como numerario o como supernumerario. Francamente, no parecía haber mucho afán proselitista por aquel entonces.

 

Sea como fuere y después de insistir un poco, estuvieron de acuerdo en que podía pitar, y al cabo de tres años, cuando tenía veintitrés, me pidieron que fuera el director de un centro en el sur de Londres. Estaba metido dentro hasta las cejas. Lo más raro, sin embargo, era la virtual falta de supervisión por parte del Consejo Regional. Parecía que uno tenía más o menos carta blanca para hacer lo que quisiera.

 

Los españoles del Consejo Regional parecían tener una única ambición, y era la de permanecer en Londres el mayor tiempo posible y no ser enviados de regreso a España, sobre todo porque tenían una residencia muy elegante al borde de los jardines de Kensington, que era un auténtico privilegio.

 

Nos llegó la extraña nota de la Comisión, y, como Director, probablemente debí haberla leído, pero esas notas parecían agobiantes y cansinas, así que nunca me molesté. La actitud era que mientras uno no causara problemas y navegara a favor de la corriente, había muy poca supervisión, todo era increíblemente laxo.

 

Sí que tenía la impresión de que las cosas eran, con toda probabilidad, mucho más duras en España y en Roma.

 

Y, por supuesto, era espléndido, era un completo privilegio, vivir en un elegante hotel de cinco estrellas, en una de las zonas más lujosas de Londres, con todo hecho: comida, limpieza, colada, plancha, arreglos de costura, compras… Aún estaba estudiando y jamás hubiera podido permitirme vivir en semejante lujo, si las cosas hubieran seguido su curso normal. Y en verano, a Wickenden Manor, un conjunto residencial en Sussex, rodeado de jardines espectaculares, con campo de crocket y una pista de tenis que había pertenecido a Nancy Astor. Felicidad completa.

 

Obviamente, el sexo no existía, excepto para mi confesor, que parecía mucho más interesado en mi cuerpo que en mi alma.

 

Al cabo de unos diez años empecé a aburrirme de tanta oración y penitencia, y de construir la nueva Jerusalén. Lo que realmente ansiaba era sexo, drogas, rock and roll y conocer los bajos fondos de Babilonia.

 

Parecía inútil mencionar estos sentimientos a nadie del Opus Dei en Inglaterra, puesto que había aprendido cómo funcionaba el sistema. Sin embargo, hablé del asunto con un amigo que era miembro del Consejo General en Roma, y me dio un discreto buen consejo y no las banalidades habituales. La conclusión fue que nadie en la Región tenía ni idea de mis intenciones, así que tomé prestado un coche, cogí mis cosas, salté por una ventana de la parte de atrás de la residencia y desaparecí en el atardecer.

 

Qué existencia tan privilegiada había tenido en el Opus Dei, todo era tan confortable, todo servido en cualquier momento, todo a pedir de boca. Ahora estaba en el mundo real. Un apartamento estrecho y poco ventilado, encima de una casa de apuestas, en un barrio sórdido de Londres, compartido con un amigo actor, sin calefacción y, más importante, sin la Sección Femenina. Sin embargo, qué nuevo comienzo tan excitante fue ese.

 

Curiosamente, el sacerdote con el que me confesaba continuó escribiéndome casi todos los días después de que me fui. Como decía Alexander Pope, “la esperanza brota eternamente”.

 

Pasé muy buenos años en el Opus Dei, aprendí mucho, y siempre se me trató con gran cortesía y respeto. Sin embargo, los últimos cuarenta y tres años, con una esposa inteligente, una familia y una carrera profesional, los han incluso superado.

 

Nunca, jamás, me sentí víctima.

 

Saludos,

 

Horatio




Publicado el Wednesday, 08 May 2019



 
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