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 Tus escritos: No se va de mi memoria (IX).- Dax

010. Testimonios
Dax :

Decía Castalio en su escrito “¿Vocación a la Obra?” que, de entre los que se quedan en la Obra, están "(...) -lo digo en serio- algunos que son AUTÉNTICAMENTE santos y creen en todo lo que hacen y dicen. Conozco algunos."

Yo también. Creo que, salvo con alguno de los escritos de Satur, con relativa poca frecuencia me he encontrado en opuslibros la semblanza de alguno de estos personajes, que los hay, que conseguían ser santos incluso dentro de la plomiza estructura de la Prelatura. Tipos de la pasta de Maximiliano Kolbe, capaces de sonreír de veras hasta en el búnker del hambre, si fuera menester. Conocí a varios así en los años que estuve en aquel país lejano, que no es otro que Austria...



Como los agregados germanoparlantes sumábamos (cuando llegué allá) un total de 9 sujetos (6 alemanes, un suizo y dos austríacos entre los que me cuento), solíamos juntarnos para los crt y los ca. Aquellos ocho tipos eran verdaderamente buena gente. De ellos (y de ninguna charla) aprendí lo que estaba llamada a ser la supuesta fraternidad en la Obra. Personajes dispuestos a hacerse ciento y pico kilómetros para pasar la tarde del domingo con otro agregado que lo estaba pasando mal en el trabajo o estaba enfermo. O por tomarse una cerveza juntos. Increíble pero cierto. Hoy quisiera detenerme en uno de ellos, al que menos conocí, pero el que más me impresionó: Thomas. El de Suiza.

Aparte de horas de silencio en los crt a los que asistimos juntos, no compartí con Thomas nada más que un día. Imposible olvidarlo. Había ido a Zúrich por temas de trabajo y le dije que si me enseñaba, el fin de semana, la abadía de Einsiedln, y me daba una vuelta por la Suiza profunda. Dicho y hecho. Nos encontramos por la mañana en el centro del Opus en Zúrich, no recuerdo cómo se llama. Llamé, me presenté, y pregunté que dónde estaba Thomas. El que me atendió, divertido, me dijo: "Thomas está en todas partes". Así era, como se verá. Al poco apareció. Tenía ya setenta y pico cuando lo conocí, pero era un tipo alto, fibroso (seguía montando en bici), con una sonrisa sincera y unos ojos que escondían la serenidad propia de quienes han sufrido mucho y han sabido llevarlo bien. Rápido nos montamos en el coche y me llevó a Einsiedln, donde me contó cosas del famoso congreso que había tenido lugar allí. Acto seguido, con su cochecillo, bastante pequeño, nos pusimos a recorrer la zona rural cercana. Al poco me dijo: "Oye, tengo que hacer un par de visitas, no te importa". No me importaba.

Fuimos a visitar dos familias amigas suyas, que se dedicaban a hacer quesos. En la primera nos recibió un matrimonio de mediana edad. Verdaderamente se alegraban de verlo. Al poco, y sin ningún pudor de que yo estuviera allí, se pusieron a contarle algún serio problema que tenía la familia. Thomas escuchaba, atento y conmovido, y vi cómo a aquel matrimonio esta visita le había quitado un peso de encima. Nos dieron algún queso y nos marchamos. De camino a casa de sus otros amigos, me fue poniendo en situación: era una familia muy numerosa (no de la Obra) que hacía un queso muy bueno, uno de los mejores del lugar. Indecible la alegría de aquellas gentes cuando Thomas bajó del coche y se puso a dar (¡¡en Suiza!!) besos por doquier. Inolvidable cómo los chavales le tiraban del jersey para contarle cosas y pedirle que jugase con ellos. Le pidió al padre de la familia que me enseñase la quesería: un espectáculo. Él se quedó hablando con una de las hijas mayores, a la que había conseguido una entrevista para un trabajo. Cuando acabaron la conversación, se levantaron y ella (debía de rondar los 20 años y era extremadamente guapa) le dio un largo abrazo. Thomas la abrazó como si fuera su nieta, con indecible cariño. Yo no daba crédito. En casi diez años en la prelatura no había visto ni una sola vez a un agregado abrazar a una mujer.

Volvimos a Zúrich. Hicimos las normas por el camino, por las estrechísimas carreteras de montaña suizas. Una vez allí, me invitó a cenar a su casa. Hablamos de mil cosas, de sus tiempos de Guardia Suizo, sobre todo. Me dijo que ahí tenía mi casa y nos despedimos. No lo vi muchas más veces, pero sí sé que esos encuentros no se improvisaban. Ni su mirada. Ni su sonrisa. Ese hombre era un hombre profundamente bueno. Y seguramente profundamente santo. Un "error" en Matrix. Era de esa escasa especie de entre los numerarios y agregados que, al verlos, te generaban admiración y decías "quiero ser como él". Sin saber que, para ser como él, había que estar más allá del bien y del mal, de las normas y los vademécums: ser tan santo que pudieras hacer de tu capa un sayo, en contra de todo "lo previsto", y que no te tosiera ni un director. Así era Thomas. Una suerte haberlo conocido.

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Publicado el Wednesday, 20 February 2019



 
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