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 Libros silenciados: La indolencia de los camaradas numerarios.- Castalio

070. Costumbres y Praxis
Castalio :

LA INDOLENCIA DE LOS CAMARADAS NUMERARIOS

 

«La camaradería es el vínculo íntimo e inquebrantable que nos une estrechamente en una misma comunión de intereses e ideales a todos los que constituimos la santa hermandad…» Folleto español, 1945

 

Hace unos días leí una publicación de Andy en esta web y la respuesta de Demócrito a propósito de la pereza y el desinterés de muchos miembros numerarios de la obra en la actualidad. Lo que me llamó la atención de manera especial fue la denuncia que hace Andy acerca del deterioro que ha ido sufriendo la fraternidad. Especialmente cuando le pide a su prelado que corte de raíz porque no es cristiano la indiferencia, la falta de caridad, el no hablarse, los enfados sin motivo que duran días, meses, la doble moral y la falta de vida interior que hay en muchas personas que viven en los centros.

 

En el escrito de Andy es perceptible algo de nostalgia e indignación: lo primero, porque parece extrañar los tiempos en que las personas de la Obra se esforzaban, incluso en ocasiones de manera heroica, por ayudarse unos a otros; lo segundo, porque es evidente que lo que describe nada tiene que ver con la cultura del esfuerzo, ni con épocas doradas. Da la sensación —desde mi punto de vista, claro está— de que Andy se resiste a asumir el proceso de decadencia y desintegración de su institución...



Decadencia, porque se perdió el entusiasmo de los años setenta y ochenta y se entró en un impase del que no ha salido hasta ahora. Desintegración, porque se acabó prácticamente la unidad, debido fundamentalmente a dos causas: a la incapacidad de don Javier para liderar un movimiento ideológico sin el más mínimo carisma, y a la amargura que rezumaban muchos numerarios mayores cuando veían cómo iba menguando su institución y su líder. No se me ocurre mejor ejemplo que el del cura-notario mexicano, que, de ser un licenciado simpaticón, pasó a ser un cura amargoso que dejó de hablar a medio mundo, no precisamente por ascetismo y necesidad de estar a solas consigo mismo (aunque lo estaba), sino por amargura que destilaba hasta por los bordes de su sotana. No había más que verle la tristeza marcada en el rostro.

 

Para mí, la causa más directa de la debilidad espiritual y de la consecuente falta de unidad de los miembros, de la que ese mal hábito del “no hablarse” no es más que una de sus manifestaciones, radica en la profunda indolencia a la que conduce la formación, o lo que llaman así en el Opus Dei.

 

Así lo viví por décadas

Cuando pité de numerario hace ya algunas décadas, creí haber entrado a una institución de amor y comprensión, de fraternidad verdadera y de lealtad, veracidad y hombría de bien. Recuerdo que nos quedábamos hasta altas horas de la noche ayudando a redactar una tesina a un “hermano nuestro”, o a cumplimentar un cuestionario de Hacienda a un jovenzuelo que iba a presentar su primera declaración o de Pasaporte a quien iba hacer su primer viaje al UNIV; incluso ayudábamos a los enfermos, aunque no fueran muy amigos nuestros y lo demostraran, llegando incluso a limpiar sus asquerosos vómitos para que no los viera la administración o a vaciar las bacinicas (el pato) cuando estaban en el hospital o en recuperación.

Pero no pasaron muchos años después de que pité para que se resquebrajara la “primera caridad”: cuando estuve en los primeros consejos locales de centros de “sm”, empecé a notar la poca compasión con que algunos directores de la delegación y de la comisión trataban los problemas morales y espirituales de “sus hermanos”, llegando en ocasiones a ser realmente despóticos en su manera de referirse a los demás so pretexto de claridad en el gobierno y de extremada fidelidad al espíritu que se traducía en un profundo desprecio de todos aquellos que lo pudieran manchar. Por ello se sentían facultados para ser poco humanos. Y lo eran.

Otra de las manifestaciones de esa falta de compasión de unos con otros, la noté cuando formé parte de las estratagemas para hacer pitar de numerario a quien fuera mediante auténticas cuartadas planeadas en el consejo local, en las que lo que menos importaba era la lealtad de amistad con la víctima de nuestra acción proselitista. Planeábamos en lo oscurito del consejo local un plan para el pitaje del candidato: quién se lo plantearía, cómo y cuándo, y la forma y el momento oportuno para que el cura le diera la estocada final. Eso, insisto, en lo oscurito, porque exteriormente, con la víctima, nada de eso se revelaba, se le decían cosas más “lógicas”, es decir, más acordes al Evangelio, como que el mundo te necesita, Jesús te llama… te pide algo más… que seas generoso… Y así, íbamos perdiendo el sentido de la caridad y poníamos en su lugar un pragmatismo inhumano.

Luego venía el pitaje de la víctima e inmediatamente, la indicación más rara e inhumana que uno podía recibir y de la que se desprenderían terribles consecuencias para la fraternidad: ya no hace falta que hables con Fulano [que ya pitó], ocúpate ahora de Sutano y de Mengano, que, de Fulano [que ya pitó], ya se encargará el director que llevará su charla. Así, aunque yo no lo advertía, aprendí a confundir, amigo con camarada… y con cosa.

Al nuevo camarada, se le decía lo mismo. De ahora en adelante es conveniente que tus confidencias de vida interior (o sea, todas las que se conversan con un amigo), las hagas solo con la persona con la que harás tu charla fraterna, es decir, con quien te será asignado por el consejo local. No es necesario que lo comentes ya con el que “te trató”. El pobre recién pitado no entendía lo que le estaban diciendo pues si lo hubiera entendido hubiera puesto pies en polvorosa, pues si lo traducimos al lenguaje común, es igual que haberle dicho: la amistad que tenías con fulano se convierte en camaradería, es decir, deja de ser amigo tuyo, si es que algún día lo fue, y pasa a ser tu camarada, y no más que eso. Pero no lo entendíamos así pues el lavado de cerebro que se nos hacía surtía bien su efecto y creíamos que todo aquello era normal, parte consustancial de una vocación divina, que solo podría entenderse si se contaba con esa lente que se fabrica en el Opus Dei y solo ahí, a la que se llama VISIÓN SOBRENATURAL, versus, claro está a la VISIÓN HUMANA que es la que, desde su óptica, acabo de referir.

 

La camaradería de los numerarios

Los camaradas no tienen nada en común más que el ideal de sacar adelante un proyecto. En todo lo demás, pueden ser no solo diferentes sino hasta opuestos. Y así sucede en el Opus Dei, la amistad verdadera no existe ahí donde no hay rectitud de intención, transparencia, veracidad desde el principio. Y lo que nosotros hacíamos con los futuros camaradas era enderezar su mira hacia el objetivo común: la obra.

 

En efecto, cuando algún amigo mío pitaba debía pasar a formar parte de los camaradas de la obra, dejando así de ser mi amigo (si es que algún día lo había sido), y yo lo aceptaba porque entendía que era parte de la entrega. Y no me daba cuenta de que esa entrega me iba endureciendo el corazón hasta volverme indiferente, o para decirlo de manera más precisa, indolente.

La indolencia es la falta de sensibilidad para reaccionar ante el dolor (la dolencia) de los demás. Uno se vuelve indolente cuando, ante el dolor de un ser querido, pasa con indiferencia o, so pretexto de “entrega”, me desentiendo de lo que suceda a mi alrededor. 

Había un cura en una ciudad de Suiza, donde viví algún tiempo cuando era numerario, que cada vez que pasaba junto a mí y yo lo saludaba con un Guten Tag y alguna sonrisa, él, impávido, me respondía sin sonreírse ni detenerse ni hablarme (nunca me habló) con un “Pax”, a lo que yo, resignado, respondía el santo y seña, que en ese caso era seña de indolencia, pues a respuesta indolente, actitud indolente. Así funciona la cadena de la indolencia entre los camaradas del Opus Dei. Y, en efecto, así fui perdiendo poco a poco el interés en los demás. Mantuve el deseo de servir, pero cada vez más menguado por la indolencia aprendida en años.

La mayor parte de los numerarios y curas que conozco del Opus Dei adolecen, precisamente, de una profunda indolencia. Parecen vivir sin conciencia de la realidad, son capaces —como dice Andy— de dejar de hablar por años a sus camaradas numerarios, incluso si viven en el mismo centro. ¿Pero cómo no habrían de ser indolentes si desde jovencitos les enseñaron a serlo, despojándolos de sus verdaderos sentimientos para ser una suerte de ciborgs insensibles, capaces de mentir a sus dizque amigos, diciéndoles que les interesaba su amistad, cuando en realidad lo que les interesaba era su pitaje? ¿Cómo no han de ser indolentes si les enseñan desde jovencitos a no sentir dolor por sus dizque amigos, pues si lo sintieran, no los llevarían a pitar sabiendo lo que eso puede significar para su vida moral, psíquica y espiritual? ¿Cómo no habrían de ser indolentes si así han sido adiestrados por sus mayores porque es como la obra funciona?

La indolencia también significa indiferencia que es hermana de la pereza, por ello, los centros de mayores, como dice Andy, generan atmósferas irrespirables de señoritos egoístas, impasibles, despreocupados los unos de los otros. Pero eso no es, como cree Andy, consecuencia de la tibieza de sus camaradas del centro, es consecuencia de una estructura que incapacita para reaccionar ante el dolor de los demás. Los incapacita porque saben que no deben meterse en la intimidad de los demás, porque no pueden preguntarles como amigos lo que les pasa cuando los ven hartos, y no pueden preguntárselos porque eso es amistad particular y se opone a la unidad, además, en última instancia si algo le pasa al de junto —piensan— para eso están los directores.

 

¿Y la obra? “en obras”, “siempre en obras”

En el escrito de respuesta de Andy a Demócrito las cosas se aclaran cuando señala lo que para él es la causa de todos los males: los directores de la Obra, de quienes dice No saben ver el interior de las personas, no porque no quieran sino por incapacidad de la Deformación que han sufrido toda su vida. Incluso porque no salen de las cuatro paredes del centro y han perdido de vista la realidad de las cosas.

En otras palabras, porque están distraídos en mil cosas, especialmente en aquellas que conciernen a las “cuatro paredes del centro” y, lo digo literalmente.

Una de las manifestaciones de verdadera humildad sería abandonar el carisma de la construcción y la arquitectura suntuosa que parece haber tomado en los últimos años construyendo edificios lujosos.

Andy dice mutatis mutandis que vive en una atmósfera de poca entrega, de desinterés de los unos por los otros. Y llama a los directores a “hacer algo”, y lo comprendo, pero el problema es que los directores se encuentran enfrascados en construcciones de escuelas, comisiones, iglesias, universidades, es decir, distraídos de lo esencial.

Siempre que yo iba a las casas de la obra, especialmente a la delegación, estaban “en obras”, mejorando, diseñando, rediseñando espacios, poniendo un lapislázuli por acá o una banquita por allá, ampliando las credenzas o poniendo más alhajitas a los tabernáculos. Parecían monjas barrocas, acomodadas y frívolas… Una salita más, una recamarita para el enfermito, unas vigas para la perspectiva… y no conformes con ello, a por más: edificios en Manhattan y en Santa Fe en México, con cuartos vacíos, pero ahí están como construcciones especiosas y simbólicas del poder opusino.

Esa manía constructora es sin duda otra de las manifestaciones de la indolencia. En los centros de mayores en los que viven los directores se respira un ambiente total de indolencia, donde los camaradas que viven ahí se toleran a veces y a veces no. Los que no son camaradas de sus hermanos sino amigos o verdaderamente “hermanos”, terminan por “tronar”, es decir chocan con el régimen, con la realidad descarnada de la indolencia escrivariana y terminan empastillados y en algunos casos en hospitales psiquiátricos.

Así que, Andy, andáte con cuidado, que estás denunciando algo que muchos de los que estamos ahora fuera hicimos y en ocasiones en largas cartas que dirigimos a los directores. Cartas que, como bien sabes, nadie lee y si acaso lee, dirá, pobre camarada, ya le picó el virus ese del cristianismo fundamentalista… la siguiente es su carta para pedir dispensa de los compromisos. Es lo que piensan y la forma como piensan esos campeones de la indolencia, que son los camaradas directores. Empezando por el camarada-prelado.

Y Andy, chico… yo también pensé muchas veces algo parecido a lo que afirmas en tu escrito cuando dices: qué coñazo los cb, las charlas, las meditaciones, los crt. No sirven para nada… lo que hice fue tomar decisiones para no vivir ese coñazo de vida que tú dices vivir. Y vivo feliz. Muy feliz.

Castalio




Publicado el Friday, 15 February 2019



 
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