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 Correos: No se va de mi memoria (VII).- Dax

010. Testimonios
Dax :

Los años en España, desde mi pitaje hasta mi emigración, fueron cinco. Como había pitado recién cumplida la mayoría de edad, esos años abarcaron todas mis incorporaciones temporales, salvo la última. Era el único que tenía que renovar en el centro, en aquellos años. No vaya a ser que me fuera, y a pesar de estar en un centro de agregados, aquellos diecinueves de marzo se organizó Misa de medianoche y resopón. Nada más salir de la Misa, era llamado al despacho del director:

- ¿Has renovado?...



- Sí, claro.

¿Qué iba a decir? Si el día anterior había hecho la lista de San José, apostando a mis caballos ganadores – no renovar sería pura hipocresía (aunque quizá lo fue el jugar a las quinielas con gente que no tenía la menor intención de hablar para pitar). Si contristaría a todo un centro – una culpa que se me hacía insoportable. ¿Qué iba a decir? Si me parecía que si me iba me convertiría en un desgraciado, reo del fuego del infierno. ¿Qué iba a decir? Si me habían inculcado, y yo habría creído, que nadie me querría, y que en el improbable caso de que llegase a casarme, ni mi mujer me querría, convirtiéndome en uno más de casa que se había casado luego con la primera que pasó, y había sido profundamente infeliz. ¿Qué iba a decir?

- Sí, claro.

Y con una sonrisa. Que te ha tocado la lotería, chaval. No lo olvides.

Los años en España transcurrieron silenciosos y esforzados, más entre la escuela de ingenieros y la sala de estudio del centro que en cualquier otro sitio. Me pusieron a dar un círculo de universitarios, y en los veranos iba a atender convivencias de bachilleres, a “dar ambiente” que decía F.S. No recuerdo haber hablado de pitar en esos años a nadie, y menos a chavales jóvenes. Los directores sabían de mi oposición a tal práctica y tuve la suerte de que me dejaran tranquilo. Sí me dijeron, sin embargo, que encomendase a mi hermano pequeño, el único hermano que tengo.

 - ¿Cómo no vas a encomendar su pitaje, para que sea tan feliz como tú? ¿Para que reciba tu mismo don?

Pues no, no lo encomendaba porque no era feliz, porque no entendía ese don que se me había impuesto. Le hablaron de pitar, y estuvo a punto.

Mi hermano cambió el carácter y las formas en aquellos días. Mi madre me hablaba con preocupación:

- No sé qué le pasa a tu hermano, Dax. Está raro, raro, raro.

Yo sí lo sabía, pero callaba. Algo cambió en mi hermano para siempre, en aquellos meses. Se volvió escéptico. Con el tiempo, perdió la fe, siempre he pensado que a causa de aquello (aunque solo Dios lo sabe). Mi hermano no pitó. Con mucha prudencia y muy buen juicio, uno del consejo local que conoce muy bien a mi familia, se opuso. Le hicieron caso. Es un hombre bueno y respetable, que aún hoy sigue haciendo mucho bien a muchas personas. Hasta donde puedo ver, estoy convencido de que ese hombre es un verdadero discípulo de Jesús, un auténtico enamorado de Dios. De todo hay en el Opus Dei. Fue él mismo que un día, al poco de pitar yo, me hizo una inesperada, eficaz y bella corrección fraterna. Le conté, espontáneo, una anécdota apostólica, sacando pecho. No era el que llevaba mi charla, pero no se cortó un pelo. Se desvaneció su habitual sonrisa, me miró serio, y me dijo:

 - Una de las peores cosas que le puede pasar a uno de casa es instrumentalizar la amistad. Mis amigos son mis amigos, no porque vengan al círculo. Si vienen, son mis amigos. Si dejan de venir, son mis amigos. No tengo amigos para hacer apostolado. Hago apostolado para acercarlos a Dios, porque los quiero y quiero que sean felices. Pero no hago depender mi amistad de su respuesta a Dios. Los quiero igual, porque los quiero a través de Él.

Me quedé de piedra. No eran palabras huecas. Era la vida sincera de un hombre leal, puesta en palabras. Nunca se lo agradeceré suficiente. Aquellas palabras, literalmente, me salvaron la vida.

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Publicado el Monday, 16 July 2018



 
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