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 Tus escritos: No se va de mi memoria (VI).- Dax

010. Testimonios
Dax :

Preguntaba Alfonso Aguiló en un documental acerca de la Obra (quizá alguien pueda aportar la referencia), que qué inconveniente hay en que alguien use cilicio o disciplinas si, libremente, así decide hacerlo. Se esconde mucho detrás de esta frase. Antes que nada, es de poner en duda la libertad que supone Alfonso. Si leemos, una vez más, “De Spiritu”, podemos acercarnos al modo en que está expresado este mandato que, como traca final, cierra el libro:

125. Para mortificar y someter el cuerpo, los Numerarios y los Agregados del Opus Dei, de acuerdo con quien dirige su alma, practicarán fielmente la piadosa costumbre de llevar cada día, al menos por dos horas, un pequeño cilicio; además, una vez a la semana, usarán las disciplinas y dormirán en el suelo, siempre que no haya peligro para la salud.

La nota aneja tampoco tiene desperdicio:



Estas mortificaciones corporales —el cilicio, las disciplinas, y dormir en el suelo o sin almohada, según los casos— se indican sólo para los Numerarios y los Agregados; pero los Agregados concretan en la dirección espiritual las que deben practicar —y el modo de cumplirlas—, porque a veces no será prudente que las vivan todas, y entonces las conmutarán por otras. En cambio, no están incluidas en el plan de los Supernumerarios, tampoco durante las Convivencias, pero todos deben practicar también alguna mortificación corporal fija y discreta: por ejemplo, rezar de rodillas unos misterios del Rosario; no apoyarse algún rato en el respaldo de la silla; si tienen sed, esperar unos minutos para beber agua. La Costumbre de dormir en el suelo una vez por semana, se cumple ordinariamente en día fijo. Es de buen espíritu variar ese día, adelantándolo, cuando, por alguna circunstancia —viaje que dure varios días, fiestas—, se prevé que, de no cambiarlo, se dejaría de vivir esa semana. Si no hay suelo de madera o de moqueta en la habitación personal del interesado, se cumple esa Costumbre simplemente dejando de usar la almohada un día por semana, o usándola ese día si habitualmente no se utiliza. Las Numerarias —excepto las Auxiliares, que hacen lo indicado en las líneas anteriores— duermen habitualmente sobre tabla; además, una vez por semana no usan la almohada o la sustituyen por un libro. A partir de los cuarenta y cinco años, no se debe dormir en el suelo ni en tabla, ni se deja de usar la almohada. En las Residencias, viven la Costumbre de dormir en el suelo o sin almohada solamente los miembros del Consejo local y los sacerdotes, si disponen de cuarto individual. En cambio, en los Centros de Estudio, o en otros Centros de Numerarios, y durante los Cursos anuales, se sigue esta Costumbre aunque se alojen varios en la misma habitación. Las Numerarias no duermen sobre tabla en las Residencias, ni tampoco en las Casas de retiros, pues en éstas no se instalan de ordinario tablas en los dormitorios. En los casos, indicados anteriormente, en que no se hace alguna de estas mortificaciones —y cuando, según el prudente juicio de un médico de la Obra, no es conveniente que alguien la haga—, se le aconseja otra mortificación corporal pequeña que pueda cumplir sin perjuicio para su personal situación. No se usa el cilicio ni las disciplinas, ni se duerme en el suelo o sin almohada los domingos ni los días de fiesta. Si alguno quiere practicar alguna de estas mortificaciones —por el motivo que sea—, lo consulta antes al Director.

Practicarán. Usarán. El carácter imperativo es indudable. Ojalá pusiera, “usarán, si así lo desean”. No: lo harán. ¿Y si no lo hacen? Ese supuesto de libertad que menciona Alfonso debería ser respetado, de modo que si alguien, libremente, no quiere hacerlo, no lo haga. Pero ahí está el truco. Eres de la Obra, luego te tienes que someter al espíritu sobrenatural de la Obra, recogido en “De Spiritu”. Si no lo haces, tienes mal espíritu. En otros términos: si eres de la Obra (Agregado o Numerario) y no practicas la mortificación corporal, te corresponde sentirte culpable, no estar siendo fiel, ser un tibio. La santa coacción es muy hábil.

 Cuando entré en la Obra, yo ya había visto un cilicio. Al comentarle a una buena amiga que pensaba entrar allí, me dijo, tajante:

 - No lo hagas.

Me sorprendió su respuesta seca, pues era una chica de talante muy dulce, y nunca había visto ensombrecerse su rostro de aquel modo, hasta entonces.

- ¿Por qué?

- Jo, una amiga mía estuvo allí, y luego se salió. Acabó traumatizada. Es horrible. Te separan de tu familia y tienes que ponerte como una liga con pinchos.

A mí, por aquel entonces, me parecía una calumnia insostenible aquello, así que defendí a la Obra, le dije que aquello me sonaba a mentira, y cambiamos de tema. A los pocos días fui al centro y le dije a E.M., riéndome:

- ¡Y va y me dice mi amiga que usáis una liga con pinchos! ¡Qué tontería!  

E.M., hombre bueno y leal, me dijo:

- Dax, no es ninguna tontería.

Desapareció un momento y me trajo un cilicio. Me lo enseñó. Vio mi cara de horror.

- Dios mío, E.M., ¿cómo podéis hacer esto?

- Pues para encomendar a la gente. Es más, voy a consultar usarlo de modo extraordinario, para pedir por tu pitaje.

Le dije por favor que no lo hiciera. Puedo imaginar que no me hizo caso. Cuando entré en la Obra, por tanto, yo ya sabía que había cilicios y disciplinas. Pero, en mi candidez, no tenía la menor intención de usarlo. Y creía que se respetaría mi libertad. Al paso de los meses, P.F. me preguntó que qué tal iba la mortificación corporal. Le dije que no la hacía, que yo eso no lo entendía, y que si yo podía no usarla.

- No. Puedes estar un tiempo más sin usarla, si quieres. Pero hasta que yo te diga: “hasta aquí, como en el mus”.

Y, en efecto, me lo dijo. Y comencé a usarla, porque lo contrario hubiera sido de mal espíritu, materia de confesión por no ser fiel al espíritu que nuestro padre recibió del cielo y dejó esculpido. Hubiera ido contra mi conciencia, que ya había sido deformada por el Opus Dei. Como relata el final del libro “1984”, lo habían conseguido. Podían entrar dentro de ti. Amaba al Gran Hermano. Por supuesto, desde entonces, me vi en la obligación de defender tal práctica. De afirmar, como Alfonso, que aquello era legítimo, por libre. De decir que todos los grandes santos la habían usado. De explicar que no era, ni mucho menos (y en contra de lo que la formulación del punto arriba indicado da a entender) un modo de represión sexual. De expresar que no sabía por qué se criticaba aquello, cuando en nuestra época había tanta gente que se hacía costosas operaciones quirúrgicas o iba al gimnasio para estar más guapa (parafraseando a D. Álvaro). De empezar con argumentos ad hominen y cortinas de humo del estilo:

- ¿Y tú me dices eso a mí? ¿Tú que tienes un tatuaje? Con lo que duelen los tatuajes… Pues mira, yo lo hago por Dios.

Pero, en el fondo, por dentro, yo pensaba que aquello era inexplicable. Lo raro es raro. En aquel país lejano al que fui después recurrí poco a estas prácticas. Era fácil hacerlo. Allí sí que viví una cierta libertad en este sentido, casi siempre.

Al salir de la obra, tuve dos conversaciones interesantes a este respecto. La primera con una amiga atea. Me escuchó, entre horrorizada y divertida, y acabó diciéndome:

- Entonces, ¿eres masoquista? O sea, ¿te ponía el flagelarte? Si te ponía, yo lo entiendo, y me parece bien, pero si no, ¿por qué lo hacías?

- No, lo hacía por Dios.

- ¿Y a tu Dios le gusta que te trates mal, que te hagas daño?

La otra fue con la anciana superiora del convento de carmelitas de aquella ciudad, que se puede decir que fue mi directora espiritual tras abandonar la Obra. Gracias a ella no perdí la fe. Su respuesta fue más seria:

- Alguna vez ha venido por aquí alguno pidiendo cilicios, y le hemos dicho que nosotras de eso no tenemos. Yo nunca he usado uno. Son prácticas que tuvieron su momento, pero que ahora parecen fuera de lugar, más aún para gente que está en medio del mundo, no como nosotras en la clausura.

Lo realmente raro de las prácticas de mortificación corporal, que en efecto han usado muchos santos a lo largo de la historia (aunque, es verdad, suenan raras hoy) es que su práctica entre los miembros de la obra es compatible con una constante falta empatía real por su prójimo, empezando por los otros de casa. Recomiendo leer lo que dice C.S. Lewis al respecto de la mortificación en “El problema del dolor”, en el segundo capítulo dedicado al dolor humano. Y juzgue cada quien si esto se cumple o no en el Opus Dei. A mí, en cualquier caso, la práctica de la mortificación corporal en la Obra se me antojaba como algo que no acercaba más al hermano, sino que alejaba de él, que en cierto modo ensoberbecía, o escondía la posibilidad de ensoberbecer (cfr. Lewis, op. cit.). Y que se revelaba absurda cuando en un centro en el que todos se azotaban el culo con las disciplinas, luego no había tiempo para acompañar a un hermano, para escucharlo, para irse a merendar con él, porque la labor lo requería. Aunque la labor luego fuese estar mirando vídeos en internet, o encerrado en un trabajo para la empresa, o leyendo el periódico y escuchando música porque hay que descansar.

Naturalmente, no pasaba esto con todos. Pero sí que creo que, en general, a juzgar por lo que se decía en las charlas de mortificación, la penitencia corporal en el Opus Dei dista bastante de ser un acto surgido de la libre voluntad de la mayoría de los que están allí. Se hizo porque lo dijo nuestro padre, porque lo hacía nuestro padre. Punto. Visto lo visto se me amontonan en la cabeza una serie de preguntas: ¿De qué le sirve a alguien ponerse un cilicio si no le acerca a su prójimo ni a su sufrimiento? ¿De qué sirve un sufrimiento autoinfligido que no hace más humano -ni, por tanto, más divino? ¿De qué sirve procurarse dolor corporal porque está mandado, si se opina de otro modo en el fuero interno? ¿De qué sirven penitencias que endurecen la voluntad, pero también el corazón? ¿No es una compensación de la conciencia el ponerse el cilicio y descuidar al hermano? Dudo que este sea el espíritu con el que los grandes santos practicaron la penitencia corporal. Y me permito pensar que muchos en la Obra se autoflagelan porque toca, porque está mandado. Pero confundir eso con la libertad interior me parece, verdaderamente, emitir un juicio erróneo.

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Publicado el Monday, 02 July 2018



 
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