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 Correos: No se va de mi memoria (III).- Dax

010. Testimonios
Dax :

El año 2000 fue rico en sucesos. Acababa segundo de bachiller, tenía por delante la selectividad y la elección de carrera; la mayoría de edad. Me propusieron ir al UNIV. La primera reacción, ante una ruinosa situación económica en casa, fue denegar la oferta, aunque me hacía una lógica ilusión, tanto por conocer Roma, como por ver a Juan Pablo II.

Don J.P. me había trazado un ilusionante esbozo de la convivencia, y no solo me había puesto los dientes largos, sino que me había conseguido una jugosa “beca”, en la que un desconocido benefactor me abonaba dos tercios del importe. Reuní el resto como pude, y allá que fui, de nuevo de la mano de E.M...



La mayor parte de los recuerdos de aquel periplo romano son, aún hoy, bellísimos. Una cierta decepción, bien es cierto, me invadió cuando no hubo show con el pontífice en el Cortile San Dámaso, como don J.P. había referido con entusiasmo. Comenzaba ya el amanecer de la decadencia, y las cosas habían empezado a no ser lo mismo.

Pero tampoco estuvo mal la audiencia en el Aula Pablo VI. No ha guardado mi memoria mucho de las conversaciones con E.M., ni de las charlas, pero sí es meridiano el recuerdo de sentir, al acabar la Vigilia Pascual en la plaza de San Pedro, sonando de fondo la Toccata y Fuga de Bach, que tenía que entregarme a Dios. Que era su Voluntad y que debía realizarla por obligación, so pena de engañarme una vida entera, de no ser feliz.

No era, mi “vocación”, una moción interior que pone en marcha todas las fibras del alma, con alegría e ilusión, con libertad. No era (como intenté luego explicar(me), repetidas veces) como enamorarse. Era algo más bien como un imperativo categórico kantiano, ineludible. Como una sentencia de obligado cumplimiento, a una vida de trabajos que –me decían– era el Cielo en la tierra, pero que yo veía poco menos que como una doble cadena perpetua.

Poco faltaba, tras volver de Roma, para la selectividad y las consecuentes vacaciones de verano. Me ficharon de monitor del campamento (aunque mi experiencia en el club juvenil era nula) y de profesor del curso de inglés, lo cual me venía bien, porque me sacaba unos dineros, aparte de vivir durante tres semanas como un marajá en un castillo medieval. Intuía que aquellos dos planes iban a ser motivo de una operación de acoso y derribo para hacerme pitar. De modo que, entre otros motivos para alejar de mí las ínfulas proselitistas, me eché novia antes de marchar al campamento. Motivación poco loable para comenzar una relación que, lógicamente, no funcionó. No obstante, quise mucho a aquella muchacha, con la que conservo una hermosa amistad hasta el día de hoy. Sin embargo, la vampírica sed proselitista no es fácil de acallar.

Recuerdo la conversación con J.R., con el que, después, haría la charla durante años.

- Dax, ¿has pensado en entregarte a Dios?

- Sí, claro, me gustaría servirle desde el matrimonio.

- Pero sabes que puede ser que el Señor te pida más.

- No lo veo, tengo novia ahora mismo. Me hace mucho bien.

- Claro que te hace mucho bien, pero si el Señor te pide más, casarse es como volar como una gallinita [hizo aquí J.R. una mueca de desprecio] cuando Dios te llama a volar como las águilas. Mira el bien que han hecho los santos. Piensa en la Madre Teresa, en Juan Pablo II.

No recuerdo cómo concluyó esa conversación, pero el desprecio de mis pensamientos de gallina, de mi cortedad de miras, me dejó dentro una sensación de cobardía, de considerable falta de generosidad. El plan no había funcionado. Si no quería ser un pobrecito toda la vida, debía dejar a esa chica lo antes posible, y entregarme a Dios en su Opus Dei.

Dax

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Publicado el Wednesday, 13 June 2018



 
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