Con todo respeto me atrevo a escribir estas líneas no para intervenir en el debate interesantísimo sobre la fe que se está llevando a cabo en esta página, lo cual agradezco y aprecio muchísimo, sino para desde mi perspectiva, compartir con todos lo que me ha dejado ese debate y en fin, varios escritos de acá en este final de curso.

En esta parte del planeta desde la que escribo se está en el final del curso y a las puertas de las vacaciones, por cierto que he estado recordando los cursos anuales que en estas latitudes se celebran en estas fechas aunque mi último curso anual lo hice en Girona (Gerona) hace 9 años, en Bell Lloc para más inri, si alguno de los que asistió a ese curso anual de agregados del 2003 en agosto lee esto, me gustaría pudiéramos contactar...

Pero a lo que voy, me salí del Opus Dei hace 7 años y meses. Como lo compartí en su momento me alejé de la Iglesia Católica porque no podía estar en Misa sin dejar de sentirme culpable; al momento de la Consagración me sentía fatal, como el traidor que había dicho NO a Dios, no obstante he podido curar esas heridas desde el momento en que encontré esta página y pude leer testimonios que me hicieron ver que no estaba solo, que mi caso no había sido el único sino que muchos habíamos pasado, con sus características propias, por la misma vereda. Y sobre todo, que no había dicho no a Dios sino a una institución que me alejaba de Él.

Gracias a los muchos testimonios que leí y en algunos casos conocer en persona a sus protagonistas, volví a la Iglesia no físicamente, pero si espiritualmente, es decir, separé las cosas y me di cuenta que por la enseñanza religiosa recibida en casa por parte de mis padres, lo mío era y es ser católico.

La muerte de mi madre fue el aldabonazo para ese retorno, antes de ese hecho no rezaba, apenas si hacía la señal de la cruz cuando tronaba y no más, pero su partida me hizo reflexionar nuevamente en lo que ella me había enseñando. Mi mamá era una mujer con un pensamiento muy liberal para su época, me enseñó que había otras creencias y ella decía que no podíamos tachar a los que tenían otra religión por lo que creen sino por lo que hacen en su vida particular, en su entorno, en sus acciones, para concluir que ni eso, porque nadie era quien para juzgar a nadie porque cada uno tiene los suyo.

No obstante iba a Misa únicamente para Navidad y Domingo de Ramos pero en este año volví a asistir a Misa todos los domingos, no por obligación, no porque fuera pecado no hacerlo, sino porque quería ir, mi propósito al acudir era y es dar gracias a Dios por lo que me ha dado y también, por qué no, a poner en sus manos las cosas que llevo entre pecho y espalda.

He ido venciendo esa actitud de censor de la liturgia, de criticar al sacerdote por la forma en que hace esto u lo otro, en algunos casos me duermo en la homilía porque el sacerdote habla muy pausado y monótono, pero no voy a oírle y calificar sus palabras, sino a un encuentro más personal con Dios, por supuesto que lo tengo presente todos los días y no como antes que era con jaculatorias agobiantes y estampas, ni tampoco con miradas a cuadros y todo lo que ya sabes, sino en una forma más íntima y personal, más el yo frente a la Divinidad.

En estos años transcurridos he tenido la oportunidad de dictar la asignatura de Antropología de la Religión en la universidad en la que trabajo, lo que me ha permitido leer los libros que antes tenía prohibidos, en concreto los que tratan sobre historia comparada de las religiones y eso me ha dejado mucho en el sentido que me ha permitido comprender mejor mi fe católica sin por ello desdeñar –como he apuntado antes- a otras creencias que me son ajenas por cultura, formación y vida cotidiana.

Evito hacer prácticas de mezcla religiosa como es propio del posmodernismo, sino volver a las fuentes de la Iglesia en forma sencilla, sin complicarme la existencia, algo así como la fe del lechero que nos contaba aquel que todos conocemos, algo más del pueblo, de mis “hermanos” de fe con los que coincido domingo a domingo. Y perdón por mi egoísmo pero esto me ha servido a mí, pero no lo propongo como la fórmula mágica para todos, simplemente lo comparto por si a alguien puede servir y si no, pues no pasa nada.

¿Iré al cielo o al infierno?, eso solo Dios lo sabe, me acojo a su Misericordia Infinita porque sabe lo que soy, lo que pienso, lo que hago y dejo de hacer, pido perdón como debe ser, aunque no he pisado un confesionario desde hace años, no obstante no comulgo no porque no quiera, sino sencillamente porque no me he confesado.

Podría llegar a Misa con mi mentalidad analítica, analizando cada componente y confrontarlo con teorías, pero me conformo con ser un católico de parroquia de Misa dominical, como uno más, disfrutando cada día de vida, cada novedad, cada momento en esta oportunidad que me ha dado Dios al dejar el Opus Dei y empezar a construir mi propia vida, con sus errores que los ha habido y también con sus aciertos.

¿Y soy feliz así? Sí, soy muy feliz. He visto la mano de Dios detrás de muchos acontecimientos en estos años de vida libre, he tenido muchos golpes pero que han sido esos martillazos que van formando carácter. Sigo en ese proceso de configurar mi vida aunque ciertas etapas de la misma no podrán darse nuevamente porque es imposible retroceder en el tiempo, pero en lo que aún se pueda pues estoy en ello.

Les ruego no se entienda esto como una crítica a uno u otro bando en este debate interesantísimo sobre la fe, la Biblia y la temática que en estos días nos ha permitido la oportunidad de leer argumentos muy fundamentados y serios que me han servido mucho, por lo cual agradezco a sus autores, porque detrás de cada artículo hay un trabajo intelectual intenso.

Me anticipo a desearle a cada uno y a cada una unas felices Navidades y un buen inicio de año 2,013.

Ángel Valdés Estrada.