Una de las más acertadas iniciativas que la Santa Sede ha impulsado en los últimos tiempos ha sido el “Atrio de los Gentiles”, promovido por el Pontificio Consejo para la Cultura, cuyo prefecto es el cardenal Gianfranco Ravasi.

Respondiendo a una indicación del Papa Benedicto XVI con ocasión del discurso de felicitación navideña a la Curia romana el 21 de diciembre de 2009, nació, en el seno del Pontificio Consejo para la Cultura, la institución denominada “Atrio de los Gentiles”, con el objetivo de llevar a cabo en un lugar simbólico el diálogo entre creyentes y ateos, deseosos de confrontar entre ellos los grandes temas del ser, de la existencia y del propio misterio de Dios. En continuidad con la tradición judía, la imagen del atrio evoca el patio más exterior del Templo de Jerusalén, en el que eran admitidos los gentiles, es decir, los paganos –considerados no creyentes por los judíos– que querían aproximarse al Templo y participar de la religiosidad israelita; era un ámbito propedéutico e introductorio. Este atrio estaba separado del de los israelitas por medio de un muro divisorio. El apóstol Pablo subraya, sin embargo, que Cristo ha venido para “derribar el muro de separación que dividía” a los judíos y a los gentiles, “para hacer en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo, haciendo la paz y reconciliando a los dos en un único cuerpo” (Efesios 2,14-16)...

El Atrio de los Gentiles fue inaugurado oficialmente los días 24 y 25 de marzo de 2011 en París: en la sede de la Unesco, en la Universidad de la Sorbona, en la Academia de Francia y, para los jóvenes, en la plaza de Notre-Dame. El último encuentro entre intelectuales creyentes y agnósticos organizado por el Atrio de los Gentiles tuvo lugar en la ciudad de Barcelona los días 17 y 18 de mayo de este año. Arte, belleza y trascendencia fue el eje del debate de esta edición, en la que participaron unos treinta artistas y pensadores, sinceramente interesados por las relaciones entre fe y razón. El Atrio barcelonés se ha desarrollado en cuatro escenarios privilegiados: el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, el Institut d’Estudis Catalans y la apoteosis final en la Basílica de la Sagrada Familia. Además, el Atrio ha aparecido en Internet con un portal, Cortile dei Gentili.

Es mi deseo que esta lograda empresa de la Santa Sede, así como otras iniciativas promovidas por el cardenal Gianfranco Ravasi, hombre de fe y a la vez de mente abierta a la cultura contemporánea, se desarrollen con normalidad y provecho. Pero, a tenor de lo que Ana Azanza nos ha informado en su nota del 18.05.2012 y en su comentario del 25.05.2012 acerca de un extraño rifirrafe entre el profesor y filósofo Josef Seifert y el obispo Ignacio Carrasco de Paula (numerario del Opus Dei), me empiezo a preocupar por el éxito del “Atrio de los Gentiles” y de otras iniciativas promovidas por Ravasi. En este caso, el adversario no parece provenir del mundo gentil y agnóstico, sino de dentro de la propia Iglesia, de aquellos creyentes que, imbuidos de fundamentalismo, desconfían de actividades tan “progres” en que creyentes y agnósticos dialoguen con entera libertad en un foro común.

Pocos días después de que Gianfranco Ravasi fuese nombrado el 3 de septiembre de 2007 por Benedicto XVI como Prefecto del Pontificio Consejo para la Cultura, un conocido mío –que no amigo–, perteneciente al Camino Neocatecumenal y profesor universitario (es decir, ¿intelectual? ¿católico?), comentó en presencia mía, sin pelos en la lengua: “El Papa se ha equivocado con ese nombramiento. Ravasi es un masón”. (Los “kikos”, además de usar a menudo un lenguaje incisivo nada diplomático, suelen alardear de estar bien informados de asuntos de la curia vaticana, al menos los “kikos” de cierto nivel cultural). Es cierto que la polémica entre Seifert y Carrasco se ciñe a actuaciones promovidas este año por la Pontifica Academia para la Vida, presidida por monseñor Carrasco, y no a las promovidas por el cardenal Ravasi, pero las suspicacias de Seifert contra Carrasco podrían salpicar a Ravasi tarde o temprano porque, como bien nos explicó Ana (25.05.2012), entre gentes de esa mentalidad filoinquisitorial se organizan “mini concursos” para ver quién hila más fino en cuanto a rectitud y afinidad con la verdadera doctrina.

Me temo –¡ojalá me equivoque!– que con Ravasi y el Atrio de los Gentiles puede acabar pasando más o menos lo que le sucedió al misionero jesuita Matteo Ricci (1552-1610) con su encomiable labor evangelizadora en China y con el diálogo entre culturas que él promovió entre Oriente y Occidente, de acuerdo a la teología enseñada por el apóstol Pablo en Efesios 2,14-16. Ricci adoptó la forma de vestir china (el color “serio” de aquella cultura no es el negro, como en Occidente, sino el naranja; por eso, una sotana negra no evoca allí seriedad alguna, sino indiferencia o extrañeza, como ver un perro verde) e intentó una adaptación del cristianismo a la realidad cultural de aquellas tierras. Esta actitud fue una fuente de conflicto con Roma y con la inquisición de entonces, que veía con reticencia cualquier intento de inculturar los ritos cristianos adaptándolos a las costumbres chinas. El enfrentamiento doctrinal entre dos órdenes religiosas, los jesuitas y los dominicos, acerca de los criterios evangelizadores de Ricci afectó negativamente a la labor por éste llevada a cabo. Los dominicos vencieron en aquellas rencillas palaciegas, y la misión en China se redujo a partir de entonces a la mínima expresión, de ahí que hoy en día los católicos chinos sean una exigua minoría en su gran país; y, para colmo de males, los trágicos avatares históricos del siglo XX han hecho que el catolicismo chino esté dividido entre una Iglesia oficialista, fiel al Gobierno comunista, y una Iglesia clandestina, fiel a Roma y al Papa: ¡cuántas vueltas da la historia!

Siempre he pensado –aunque reconozco que este pensamiento pueda ser una ingenuidad– que, si el proyecto misionero de Ricci hubiese salido adelante sin obstaculizarlo polémicas estériles, impregnadas de fundamentalismo religioso, y si gran parte de China hubiese acogido entonces la fe católica, la historia de la humanidad hubiera sido muy diferente, quiero decir, más pacífica. En cualquier caso, el sistema inquisitorial romano logra con una sorprendente eficacia –y con una no menos sorprendente cerrazón mental (que si color negro, que si color naranja)– que la Iglesia acabe, a veces, arrojándose piedras contra su propio tejado o, como dicen en Japón, cercano a China, haciéndose el haraquiri.

Josef Knecht