CARTA ABIERTA A JAVIER ECHEVARRIA EN EL DIA DE LOS REYES MAGOS

Sr Echevarría, Prelado del Opus Dei, que se hace llamar padre por fieles y colaboradores:

En la noche mágica de ayer, pensé en usted. Usted, como padre que se hace llamar, tendría también sus regalos, como en toda familia normal. ¡Qué normal es su familia! Y abriría con falsa emoción un precioso paquetito que, si no falla la tradición, contendría un repuesto para su agenda de bolsillo. Todo al igual que nuestro padre, claro.

Y ese es el ejemplo de pobreza y sobriedad que servirá como tema en las próximas tertulias para regocijo de todos, y del que se tomará precisa nota, como muestra de virtud heroica, para presentar como prueba en su proceso de beatificación. Yo no sé si usted ha quedado satisfecho y conforme con el recambio de agendita que presumiblemente le habrán regalado sus hijos. Pero si le soy sincera, me importa poco, ya que el prelado y padre –no nos engañemos- no carece de nada. Pero de absolutamente nada. Los que sí me importan son sus llamados hijos. Ellos sí carecen de necesidades básicas que usted tiene en su mano y no está dispuesto a conceder...

Sabe muy bien en qué consiste el regalo que, para merecerse el título de padre, usted está obligado a dar a los fieles de la prelatura y colaboradores. Es muy fácil: a usted se le llena la boca con esa palabra, usted exige a sus hijos que lo ejerciten de manera salvaje. Es la SINCERIDAD.

Todos ellos, tanto los que llevan décadas sirviendo fielmente en la institución, como los que piden la admisión ahora, tienen derecho a conocer la verdad, toda la verdad sobre la auténtica historia de la obra y su fundador. Sobre el motivo por el que esconden sus documentos. Sobre lo que en realidad va a ser de sus vidas al cabo de pocos años. Sobre cómo se van a manipular sus conciencias. Sobre cómo se va a coartar su libertad, sobre cómo se va a manipular la libre elección de su trabajo profesional, sobre cómo les van a robar sus sueldos, sobre cómo les van a tratar si osan disentir, sobre cómo les van a premiar si someten su voluntad y sus conciencias, si delatan a sus hermanos, si obedecen a ciegas, si ponen los intereses de la institución por encima del de las personas. Sobre cómo su madre buena la obra les va a dejar tirados en la calle sin dinero, sin salud, sin trabajo y sin cobijo, si algún día abandonan la institución, además de la amenaza de la condenación eterna.

Si usted, señor Echevarría, en vez de sus aburridísimas cartas navideñas y no navideñas, siempre con los mismos cuentos, siempre con las manidas frases que a nadie ayudan, que carecen de contenido y de espiritualidad, se decidiera de una vez por todas a DEJAR DE ENGAÑAR a los suyos y a la Iglesia, le aseguro que se le acabarían los problemas -que por cierto, le crecen como enanos-, así como la multitud de embrollos en los que se está metiendo. La iglesia le corrige, usted no rectifica pero hace como que sí. Sus hijos se dan cuenta, dejan de confiar… crece en ellos lo que usted llama espíritu crítico, pero que todos llamamos amor a la verdad.

Dejarían de tener miedo a manifestarse libremente. Podría resurgir en los centros el espíritu de familia y la verdadera caridad. La gente recobraría la alegría y el sentido de su entrega, y el apostolado saldría con espontaneidad. Y además, cosa importantísima, se empezaría a desalojar la cuarta planta de la clínica universitaria de Navarra (un detalle de buen padre sería pasarse por allí, hablar con ellos y pedirles perdón, uno a uno). Volverían a abrirse los centros cerrados, se recuperaría la ilusión.

Todo esto, señor Echevarría, podría conseguirlo usted si quisiera. Con la misma claridad que usted exige a sus hijos, atrévase a hacer un documento público explicando punto por punto la multitud de cosas que se han hecho mal y por qué. Rectifique y mande hacer “lo indicado en c” (destruir, en argot interno) con todos los documentos de gobierno que nunca debieron existir. Sobre esa base, ya puede redactar las nuevas normativas ajustadas a la documentación entregada a la Iglesia, también públicas y al alcance de todos. Bastará con una octavilla, o ni eso. Ya verá como entonces, nadie les acusará de mentirosos, opacos y sectarios. Y se cerraría esta bendita web que le quita el sueño, porque ya carecería de sentido. Piénselo, ¿no le interesa?

Esto es, señor Echevarría, lo que sus hijos esperan de usted y que, además de honrarle, le haría merecedor del título de padre. Le aconsejaría de corazón que clamara al Señor ¡ut videam!

Feliz año nuevo, y que Dios le guíe,

Dolce Vita