Cuando fuimos numerarios, el anzuelo que nos atrajo fue el alcanzar la santidad a través del ejercicio de la propia profesión. Una vez dentro, cambian los esquemas: los “trabajos internos” también se consideran auténticas labores profesionales y hasta más excelsas. Esta peregrina concepción grabada por Escrivá como parte de la “entrega” y la “generosidad” crea un vacío abismal entre el mundo y lo ordinario. Una auténtica injusticia.

Acá en Perú lo usual es que los padres paguen los estudios ¿Para luego no ejercerlo?, ¿Y qué pasó con la pasión profesional que también exige la Obra? Así pues se nos dirá: durante la dedicación en los “trabajos internos” se ha de mantener relación con la profesión pero no se indica qué tipo de relación es aquella. De hecho, en algunas ocasiones solicité asistir a cursos complementarios pero los horarios no calzaban con la dedicación que debía a mi “entrega” y las estadísticas indican que bastan cinco años fuera del ejercicio profesional para quedar fuera.

Estando dentro y, para no morir en las ansias de volver, se nos narraban historias fantásticas de personas dedicadas a “labores internas” que hacían compatible sus tiempos (lecturas de actualización mientras hacían popó, pipí y todas las “p”) que, cuando dejaban esos “trabajos” retornaban con vítores y reconocimientos a su vida profesional de modo automático.

Para los lectores profanos y de la Prelatura o los que acaban de salir, calma. Pensar que siguen siendo iguales a los demás es un efímero. Somos desiguales y es necesario aceptarlo. Hay que re adaptarse y esto se logra poco a poco y tratar de no desesperar. Será por eso que Escrivá, sus hijas e hijos fidelísimos directores narran que, los que salen, la pasan mal. Para los numerarios y numerarias que leen estas líneas, traten de permanecer lo menos posible en este tipo de encargos o negarse a ellos. Mejor pasar por poco “generosos” que desvincularse del mundo.

Nicanor

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